Open-access Lenguaje y técnica desde Heidegger: el presupuesto de traducibilidad exhaustiva interlingüística

Language and Technique from Heidegger: the presupposition of Exhaustive Interlinguistic Translatability

RESUMEN:

Este trabajo expone la conexión entre la concepción moderna o metafísica del lenguaje y la esencia del lenguaje desde la filosofía heideggeriana con la técnica mecanizada, ordinaria o instrumental y la esencia de la técnica moderna, es decir, la pertenencia entre ambos fenómenos (en el aspecto ordinario de ambos) y la exclusión o la puesta en crisis que uno genera en el otro y viceversa. Esta puesta en crisis se observará allí donde la esencia del lenguaje no puede ser interiorizada hasta sus últimas consecuencias por la esencia de la técnica y esa misma esencia del lenguaje hace quebrar y, por tanto, alumbrar la esencia de la técnica allí donde solo se observa tecnología. Para ello, pondremos en cuestión el presupuesto de traducibilidad exhaustiva interlingüística o de comunicabilidad sin resto inherente a la concepción moderna y metafísica del lenguaje.

PALABRAS-CLAVE: Lenguaje; Técnica Moderna; Traducibilidad Exhaustiva Interlingüística; Lingüística; Heidegger

ABSTRACT:

This paper exposes the connection between the modern or metaphysical conception of language and the essence of language from Heideggerian philosophy with mechanised, ordinary or instrumental technique and the essence of modern technique, that is, the belonging between both phenomena (in the ordinary aspect of both) and the exclusion or crisis that one generates in the other and vice versa. This putting into crisis will be observed where the essence of language cannot be internalised to its ultimate consequences by the essence of technique, and that same essence of language causes the essence of technique to break down and, therefore, illuminate where only technology is observed. To this end, we will question the presupposition of exhaustive interlinguistic translatability or of communicability without remainder, inherent in the modern and metaphysical conception of language.

Keywords: Language; Modern technique; Exhaustive interlinguistic translatability; Linguistics; Heidegger

Introducción

El trabajo que se presenta aquí pertenece a una investigación más amplia que tiene en su centro el fenómeno del lenguaje y que trata de continuar la estela de la filosofía de Heidegger y, por tanto, el modo como aparece formulado allí el problema. Por ello, el método que se sigue en este texto y en toda la investigación es el que toma pie en el trabajo de Heidegger y que puede formularse como fenomenológico-hermenéutico (RODRÍGUEZ, 1997). En este sentido, lo que la investigación general pretende es ganar el fenómeno del lenguaje, ganárselo, digamos, a la concepción moderna o metafísica que en general tenemos de él. Lo que se presenta aquí está en la línea de ese esfuerzo por ganar el fenómeno, de modo que se presupone una lectura amplia de la filosofía de Heidegger y del problema del lenguaje en ella, tanto porque uno se apoya en ese recorrido como porque es con ello con lo que se discute.

A pesar de que no podremos recorrer por completo esa lectura de su filosofía y del problema del lenguaje2, sí abordaremos un esbozo, al menos, de cómo interpretamos el problema del lenguaje y de qué conexión guarda con el asunto de la técnica moderna (BORGES-DUARTE, 1993, 2019, p. 147-185), pues este trabajo pretende valerse de la conexión que hay entre ambas zonas de la filosofía de Heidegger para mostrar, por un lado, la pertenencia del aspecto ordinario o corriente de ambos fenómenos: la técnica mecanizada o instrumentalmente comprendida y la concepción moderna o metafísica del lenguaje como una herramienta para el dominio incondicionado de lo ente; y, por otro lado, la “exclusión” o la puesta en crisis que ambos fenómenos comportan entre sí cuando se considera su esencia, su fenomenalidad, por así decir, originaria.

Siendo este nuestro problema3, lo que nos preguntamos es: ¿en qué sentido la esencia de la técnica moderna solamente es capaz de interiorizar el lenguaje en su aspecto ordinario, esto es, como una herramienta para la comunicación? En la medida en que el modo como ordinariamente aparece el lenguaje es obliterando su fenomenalidad (HEIDEGGER, 1976, p. 317-319), ¿en qué sentido la esencia del lenguaje, formulada desde Heidegger como “la casa del ser”, la morada en la cual habita el hombre, el son del silencio en el propio hablar del lenguaje, el decir de los poetas, etc., sin embargo, revela cuál es la esencia de la técnica moderna? Y, en tanto que el fenómeno del lenguaje pone en primer plano la diferencia entre la interpretación cotidiana de la técnica moderna y su esencia, ¿por qué esa esencia excluye la fenomenalidad del lenguaje?

La atención a estas preguntas y el objetivo propuesto nos dirige hacia uno de los presupuestos de la concepción moderna del lenguaje, el cual nos parece que tiene la fuerza suficiente como para alumbrar el problema y servirnos de hilo conductor de la discusión en los límites en los que la planteamos. Este es el que presupone que es posible una traducción exhaustiva interlingüística, es decir, que a priori se presupone que para cada secuencia relevante de una lengua puede encontrarse, en último término, una secuencia equivalente en cualquier otra lengua. Por otra parte, ya que todo intercambio de información puede plantearse en los términos de la traducción del habla de un hablante al habla de otro, este presupuesto se expresa, a su vez, como el presupuesto de que cabe, a priori, una comunicación sin resto, un intercambio de información en el cual no se perdiera nada de lo transmitido4.

Siendo este el itinerario aquí propuesto, empezaremos esbozando el trazado que justifica dirigirse a esos presupuestos desde la propia filosofía de Heidegger, es decir, desde el planteamiento que él mismo hace de esta concepción moderna o metafísica del lenguaje.

1 Los presupuestos de la concepción moderna del lenguaje

Por de pronto, debemos notar que hay una formulación de la concepción moderna o metafísica del lenguaje en Heidegger de la cual se concluye que se produce una obliteración del fenómeno del lenguaje, esto es, que el lenguaje se presenta desde esa concepción como decadente. No obstante, debe notarse que no se trata de refutar la concepción, ni de ir contra ella, ni siquiera se trata de plantear una alternativa, sino, por un lado, de darse cuenta de que esa concepción es el irremediable punto de partida para nosotros, pues somos nosotros los que concebimos en nuestro trato cotidiano el lenguaje según las líneas de esa concepción y, por otro lado, de recorrerla, de estar dispuestos a reconocer que, de todas formas, es así como se nos presenta el lenguaje y es desde ahí desde donde debemos empezar el análisis (MORENO TIRADO, 2020, p. 278-310). Lo que se acaba de formular está, por ejemplo, enunciado en Heidegger del siguiente modo (1989, p. 21):

Lenguaje es: 1. una facultad, una actividad y una capacidad del hombre.

Es: 2. el funcionamiento de la herramienta del comunicado [o: la promulgación, Verlautbarung] y la audición [Gehörs].

Lenguaje es: 3. Expresión y comunicación de las emociones guidas por el pensamiento al servicio de la comprensión.

Lenguaje es: 4. Una representación y presentación de lo real y lo irreal [des Wirklichen und Unwirklichen].

Y, en general, lo que quieren decir estas líneas -y el modo como se puede enunciar esa concepción- es que se toma el lenguaje como si fuera una herramienta a nuestra disposición para la transmisión de información al servicio del dominio de lo ente, de manera que el lenguaje queda como una mera cosa, un objeto o un ente más que dominar, un dispositivo para la administración de las existencias (das Bestand) y como una existencia (Bestand) más. De ello se sigue que dado que el lenguaje se presenta inmediatamente de este modo, su fenomenalidad queda obliterada por los presupuestos de esa presentación.

Esto quiere decir que, en general, uno no se pregunta por el fenómeno del lenguaje, por en qué consiste, sino que emprende un estudio de cómo tiene lugar esa comunicación, un estudio del manejo de esa herramienta, de su composición, etc., un estudio que, ciertamente, es científico (es decir, normativo) y que logra resultados relevantes para las posibilidades del cálculo de estrategias, pero que no alcanza en ningún caso el fenómeno en cuestión porque parte de esa misma obliteración. Esto, por sí mismo, no es algo negativo, sino un aspecto fenoménico de la concepción que, además, pone de manifiesto que la propia mostración y comprensión del fenómeno del lenguaje exige un análisis de esta concepción. Ella es, insisto, el punto de partida, lo cual quiere decir que hay que empezar, en general, considerando el lenguaje como un objeto, como una cosa, porque es así como inmediatamente se nos presenta.

Por de pronto, el lenguaje o lo lingüístico (aunque decirlo así sea adelantar ciertos pasos) se nos presenta como una esfera separada de lo ente, una esfera propia que se distingue, de antemano, de lo demás. Cuando decimos, como acabamos de hacer, que esta presentación es inmediata o que es el punto de partida, queremos decir, tanto que es lo obvio, lo siempre ya supuesto “del” lenguaje, como que, precisamente por ser lo obvio, es lo primero de lo que hay que ocuparse fenomenológicamente como aquello que más merece ser cuestionado.

Pues bien, lo primero que habría que hacer para comprender el fenómeno del lenguaje -fenómeno que Heidegger enuncia como “la casa del ser, en cuya morada habita el hombre” (HEIDEGGER, 1976, p. 313) y de cuya esencia nos dice que tiene lugar solamente en el hablar del mismo lenguaje como “son del silencio” (HEIDEGGER, 1985, p. 27), como entre de la diferencia entre esta cosa y aquella otra, y a cuyo hablar nosotros respondemos en tanto que a nuestro carácter de ser le pertenece el discurso (véase: HEIDEGGER, 1967, p.160-167)-, sería entender cómo tiene lugar esa obliteración, lo cual supone analizar los fundamentos de esa concepción. Estos fundamentos son, sin duda, los de la metafísica moderna de la subjetividad, pero en lo que a la concepción misma refiere, ellos no pueden ser sino los presupuestos que sustentan esa concepción.

A la tarea de entender cómo tiene lugar esa obliteración le pertenecería analizar el discurso que pretende normatividad sobre el lenguaje, es decir, que tiene al lenguaje como su objeto mismo. Ese discurso es, en principio, la lingüística, y ella concibe el lenguaje de antemano al modo como queda formulado en la concepción moderna y metafísica del lenguaje, lo cual se expresa como la presunción de que eso, el lenguaje, es la herramienta, el útil, la “obra”, la “actividad”, etc., que “dice” “el mundo”, donde por “mundo” no se entiende aquí el existencial que formula Heidegger, sino, algo así como “lo real”, aquello con lo que me encuentro y que no es “eso” con lo que “digo” lo que me he encontrado, sino eso que me encuentro y que “digo” (véase: DERRIDA, 1967, p. 11-142).

Este binomio, que nos permite entender lo que antes adelantamos (que el lenguaje o lo lingüístico se nos presenta, de antemano, como una esfera propia y separada del resto), hunde sus raíces en las mismas raíces de la lingüística, de modo que los presupuestos de esta concepción son los mismos que los de la lingüística5. La lingüística, como ciencia del lenguaje, es el discurso normativo que se ocupa de esa herramienta, obra, actividad, etc., esto es, de su composición, de su evolución, de su aprendizaje y su aplicación, etc.

Antes de formular sus presupuestos, hay que continuar algo más la breve discusión a propósito del planteamiento del problema desde la filosofía de Heidegger. Dado que este es el punto de partida, su análisis es ya andar preguntándonos por la esencia del lenguaje o, al menos, debe ser estar preparándonos para ello. Y como no se trata de refutar el punto de partida, sino de no ignorarlo, de asumirlo, de comprenderlo o, como a veces formula Heidegger estos problemas, de hacer el camino o el peregrinaje de vuelta a casa, de llegar a sentirnos como en casa, de “aprender el libre uso de lo propio” (HEIDEGGER, 1984, p. 39-62), esto es, de ser capaces de soportar que no es origen primero ni último y que, por tanto, ello mismo, el origen, no lo hay (no es cosa alguna), o que el fundamento no es sino una ausencia de fundamento, etc., todo ese análisis que incluye a la propia fundamentación de la lingüística como ciencia moderna nos permitirá comprender, de hecho, el fenómeno del lenguaje que, sin embargo, la concepción metafísica analizada oblitera. Esto quiere decir que si hacemos el esfuerzo fenomenológico hermenéutico de atravesar la lingüística cabe la posibilidad de que sus conceptos fundamentales, una vez criticados (cribados, discernidos), nos permitan comprender el fenómeno del lenguaje, ya que la crítica a esos conceptos, que implica la puesta en primer plano de sus presupuestos, comporta entender qué quiere decir que esa misma concepción oblitere, devaste o desertice el lenguaje.

Todo esto, insisto, es lo que no vamos a recorrer aquí, pero debe haber quedado dicho pues nos vamos a ocupar de la conexión que tiene uno de los presupuestos de esa concepción y, por tanto, de la lingüística como ciencia moderna con la técnica mecanizada y la esencia de la técnica moderna, lo cual presupone, en cierto modo, tener presente que ese recorrido está ahí, digamos, trazado y accesible al tránsito. El interés de poner sobre la mesa esa conexión es que ella permite entender en qué sentido los fundamentos metafísicos de nuestra concepción del lenguaje se expresan en el modo como nos relacionamos con él, pero que ello mismo no desmiente cuál es su esencia y qué esencia es la de la técnica moderna como el modo de formular en qué consiste, en general, nuestra situación histórica.

Sería, sin embargo, muy largo exponer detenidamente los presupuestos fundamentales de la lingüística, es decir, argumentar por qué se afirma aquí que son esos, de modo que nos limitaremos a formularlos y a detenernos en el que nos interesa siendo conscientes de que estamos poniendo entre paréntesis una discusión que, de todos modos, en algún momento habrá que afrontar.

La lingüística, en la medida en que se formula como una ciencia moderna y, por tanto, en la medida en que ella misma debe ser capaz de delimitar su ámbito de objetos y de ser capaz de desarrollar los métodos para conocer ese ámbito, esto es, de dar enunciados válidos acerca de él, presupone que ese ámbito es cognoscible en su totalidad, es decir, que en última instancia la delimitación y los métodos se ajustarán al propio objeto a ultranza. Esto no quiere decir que unos u otros lingüistas enuncien explícitamente (aunque algunos sí lo hacen como programa) la posibilidad de conocer esa totalidad, sino que ello mismo es exigencia inherente a la constitución de la lingüística como ciencia. Este presupuesto, que lo es por lo que acabamos de decir, puede enunciarse también diciendo que la lingüística prejuzga posible conocer (y, por tanto, enunciar) los elementos, su orden, su funcionamiento y las leyes de su propia constitución (así como los casos que no se ajustan a esas leyes) del lenguaje en general, no meramente de una u otra lengua y de una u otra habla, sino del lenguaje entendido como el singulare tantum que es su objeto de estudio y que afecta universalmente a todas las lenguas y hablas. A veces, este presupuesto aparece como programa de alguna corriente o escuela lingüística (HJEMLSELV, 1971; CHOMSKY, 2015; TOMASELLO, 2008), pero ello solamente pone de manifiesto lo integrado o lo arraigado que está. Digamos que si la lingüística no aspirara a tal conocimiento, no podría constituirse como ciencia, ya que esa “aspiración” es, por así decir, la “prueba” de que su objeto de estudio es un objeto como tal, que ella misma es una ciencia (sobre esa pretensión de conocimiento total, cf. HIEDEGGER, 2002, p. 37-65).

Dado que la lingüística se constituye como una ciencia, ella misma entiende que sus resultados pueden aparecer en la forma de juicios sintéticos, esto es, en la forma de enunciados o proposiciones que pueden ser discriminados como válidos o no válidos. A consecuencia de que ella misma, como ciencia, tiene que funcionar de este modo, presupone que la “frase”, el “enunciado” del tipo que ella misma necesita para dar sus resultados y proceder en sus exposiciones y argumentaciones es el modelo obvio, el modelo no marcado de manifestación de su propio objeto de estudio, de modo que toda otra manifestación de ese objeto se estudia y se considera como un caso de apartamiento de este, como caso marcado.

Esto quiere decir que la lingüística presupone que el modelo básico, el punto cero, lo obvio del hablar de una lengua es la oración, que, por tanto, toda lengua se entiende a partir del modelo oracional como el modelo básico y, a consecuencia de ello, que las “palabras”, esto es, los grupos fonemáticos que conforman sintagmas mínimos, son las “unidades” que componen esas oraciones, las cuales componen, a su vez el discurso, esto es, el habla de una lengua, al tiempo que las entidades mínimas de análisis se presentan como los elementos de los que están compuestas las “palabras”: fonemas y sememas. Esto ocurre incluso a pesar de que sea al análisis de esas entidades mínimas a lo que muchos de los sistemas lingüísticos tienden.

Así, cuando un lingüista se enfrenta a una lengua que demuestra no ajustarse a este presupuesto, el lingüista formula esta lengua en el orden de un apartamiento del modelo. Por muy pulcro que este llegue a ser en su exposición, el modo como él mismo es capaz de esa pulcritud es presumiendo que lo que está exponiendo es sobre lo que cae el onus probandi -como ejemplo significativo puede verse el texto clásico de Sapir (1949)-. Por tanto, no se trata de que los lingüistas insistan ideológicamente en hacer pasar todas las lenguas por un lecho de Procusto, sino que ese lecho es inherente a la propia exposición lingüística, es decir, no hay más remedio que proceder de ese modo y, por consiguiente, el modelo oracional no es la formulación del fundamento de una teoría lingüística, sino un presupuesto de esta ciencia.

Finalmente, dado que la lingüística necesita introducir la distinción, a la hora de enfrentar su objeto de estudio, entre la lengua, como el sistema o la estructura misma que ella en tanto que ciencia estudia y de la cual formula una gramática, y el habla, como realización de una estructura lengua concreta y como el material mismo de la observación y trabajo sobre la cual el lingüista es capaz de formular el uso y la norma (véase: COSERIU, 1962, p. 11-113), la lingüística construye esta distinción sabiendo que esa realización no es (en este o aquel caso) total, pero presuponiendo que sí puede serlo (o llegar a serlo en algún caso). Este aspecto de la ciencia es el que descubre el tercer presupuesto que ya enunciamos en la introducción y del que queremos ocuparnos. Este presupuesto parte, precisamente, de que se tiene que presuponer una suerte de isomorfismo entre la lengua y el habla de cada lengua, o sea, que se presupone que los individuos que hablan una lengua han sido siempre y en cada caso capaces de realizar la estructura.

El presupuesto no es la mera realización, sino que esta puede ser perfecta. Es inherente al estudio de una lengua presuponer que hay ese isomorfismo entre estructura y realización, a pesar de que al mismo tiempo todas las observaciones conduzcan a decir que la realización observada nunca ha alcanzado de modo perfecto y exacto a la estructura y que no se ha observado que la estructura llegue a realizarse por completo en ningún caso, a pesar de que no hay observación de la estructura sino en su realización y de que la realización sea la que “demuestre” que nos encontramos ante una estructura (véase: VILLAVERDE LÓPEZ, 2017).

De esta presuposición se sigue que cabe pasar todas las secuencias de una lengua a otra, en la medida en que el habla de cada una es, en cierto modo, un pasar de la estructura a su realización. Se presupone, por tanto, que siempre cabe traducir exhaustivamente, sin que se pierda nada. A su vez, de esta presuposición también se sigue que la comunicación, la trasmisión de información es posible sin resto, esto es, que cabe que la comprensión entre los hablantes se dé sin malentendidos, de nuevo, a pesar de que la experiencia pone de manifiesto el desajuste, tanto de la comunicación como de la traducción.

El presupuesto es este porque la propia ciencia no puede funcionar si se presupusiera lo contrario. Por mucho que lo que la lingüística se encuentre en cada caso de comunicación sean sobre todo problemas de malentendidos, estos problemas solo son observables como tales sobre la base de que, por así decir, “no debió haberlos”. Igualmente, a pesar de que los traductores suelen manifestar con toda honestidad el fracaso inherente a su tarea -especialmente aquellos que se enfrentan a lenguas muertas o a textos literarios (DO ESPÍRITO SANTO; BEATO; PIMENTEL, 2004, p. 189-191)-, esta manifestación es pertinente porque el presupuesto con el que, por así decir, el traductor ingenuo se acerca a su propia tarea (a pesar de que siguiera todas las advertencias y tuviese toda la pulcritud posible) es concibiendo que podría realizarse exhaustivamente, sin resto.

Pues bien, en lo que sigue solo nos vamos a fijar en el último presupuesto, pues es el que con más claridad nos va a permitir avanzar en los análisis que queremos proponer aquí.

2 Técnica mecanizada, comunicación y el fenómeno del lenguaje

Antes de nada, hay que establecer la primera conexión entre la concepción moderna del lenguaje y lo que Heidegger llama la técnica mecanizada o instrumental que es el modo ordinario de comprender el problema de la técnica, esto es, la presencia creciente desde hace ya casi dos siglos de maquinaria de todo tipo -piénsese que ya Leopardi escribía (con acento jocoso) que el siglo XIX sería el siglo de las máquinas- y, en nuestros días, de los sistema e infraestructuras de información y comunicación unido al fenómeno de las redes sociales. Heidegger sostiene que este es el aspecto ordinario del asunto porque lo que así se observa es simplemente una cuestión “óntica”, esto es, se observan cuestiones de mera constatación empírica, las cuales son ciertamente importantísimas cuando se trata de calcular y hacer previsiones, o de conocer estas o aquellas cosas, pero que no pueden decirnos mucho sobre en qué consiste eso mismo, es decir, qué interpretación de lo ente en general y qué interpretación de la verdad (HEIDEGGER, 1977, p. 75) late en esos comportamientos. Lo cual, por cierto, tampoco quiere decir que sean despreciables esas observaciones, se trata, simplemente, de que no son suficientes o que, siendo el punto de partida, debemos atravesarlas hasta llegar a su núcleo eidético.

Ahora bien, sí debemos observar de la comprensión ordinaria de la técnica la íntima conexión que tiene con la concepción moderna o metafísica del lenguaje y con el presupuesto de traducibilidad. Por de pronto, porque la comunicación, la trasmisión de información, tiene una presencia privilegiada entre los problemas que la técnica o las tecnologías vienen a intentar paliar o, dicho de otro modo, que el problema de la comunicación es, al mismo tiempo, un interés de los procesos técnicos (la comunicación debe ser lo suficientemente eficiente como para que el proceso se lleve a cabo) y un proceso técnico por sí mismo. Por consiguiente, el presupuesto de traducibilidad exhaustiva (interlingüística) no solo compete a la lingüística, sino que constituye un presupuesto de la “época de la técnica” que se expresa, por ejemplo, en el desarrollo de los ordenadores, tanto por lo que respecta al harware como al software y, de este último, al desarrollo de los “lenguajes” de programación y el desarrollo de la IA en la implementación y “producción” autónoma de algoritmos.

Ahora bien, sabemos que Heidegger insiste en mostrar que la esencia de la técnica no tiene nada de técnica, es decir, que en nada se parece la fenomenalidad de la técnica moderna con la concepción ordinaria que se tiene de ella, esto es, con el tratamiento que la considera como la producción de instrumentos, la solución de problemas para el cálculo de estrategias, etc., y que, por tanto, las máquinas, los ordenadores, o el hecho de que una programación previa de algoritmos genere, con el tiempo, algoritmos nuevos, es simplemente expresión de ese fenómeno, pero no el fenómeno mismo, o sea, no la fenomenalidad de eso. Sin pretender enmendar nada del análisis heideggeriano en La pregunta por la técnica, podemos decir que, dada la intensa conexión que hay entre la concepción moderna o metafísica del lenguaje y la comprensión ordinaria de la técnica moderna, quizá al despejar la obliteración que genera la primera sobre el fenómeno del lenguaje, se despeje también el alcance de que la esencia de la técnica no sea nada técnico y podamos abordar lo que aparece en ese texto de Heidegger desde otro prisma que, quizá, ofrezca alguna luz interesante al problema.

En este orden, nótese que el presupuesto de la traducibilidad exhaustiva está enraizado en el problema de la estructura o el sistema y su realización, esto es, en la cuestión de la distinción entre lengua y habla. Este problema ya estaba en la tradición de pensamiento sobre el lenguaje, pero allí está formulado como la cuestión de cómo el “lenguaje” dice “el mundo”. En la lingüística que se viene desarrollando durante el siglo XX podemos observar un refinamiento del problema que nos permite despejar la obliteración de la concepción moderna del lenguaje si atendemos a la deconstrucción de ese problema, de su propio refinamiento.

De un lado, ante el problema de tener que establecer rigurosamente los límites de su propio campo de estudio y, por tanto, de su objeto de estudio, la lingüística debe dar cuenta de sus entidades tal que no puedan ser subsumidas automáticamente por otra ciencia. El proceso por el cual la lingüística logra esto se encuentra en el Curso de Saussure como la formulación de los caracteres del signo lingüístico, a saber, la arbitrariedad y la diferencia. No vamos a recorrer esta discusión, simplemente voy a dejar señalado que en el carácter de arbitrariedad y diferencia del signo se encuentra, por un lado, el establecimiento de lo lingüístico, como la correspondencia biunívoca de los elementos del conjunto significante con los elementos del conjunto significado, frente a “todo lo demás” que necesariamente puede ser denominado a partir de ese momento como lo extralingüístico; y, por otro lado, que la ocurrencia de unos u otros signos (unas u otras correspondencias en cada caso biunívocas entre elementos de los conjuntos) solo se debe a la diferencia y el diferimiento de la ocurrencia de cualquier otro.

Decía que este era un lado porque aquí se asiste a un aspecto del refinamiento del problema metafísico entre la relación de algo así como el “lenguaje” frente al “mundo”, ambos como esferas separadas de lo ente, pues, como se aprecia de lo formulado, ahora esa diferenciación de esferas se expresa como “lo lingüístico” frente a “lo extralingüístico”. Esta expresión es resultado de que la lingüística se ve en la tesitura de reconocer que sus propias entidades dependen de formularlas en términos de estructura, es decir, que estas entidades no se identifican con nada “real” o “material” o “meramente positivo” de ellas, sino por lo estructural en ellas reconocible (la arbitrariedad y diferencia). El signo lingüístico es algo separado de cualquier otra entidad que no sea explicitable como lingüística, por ejemplo, una pierda o su caída, lo cual refina el problema metafísico, pero solo lo refina o, dicho de otro modo, lo hace estrictamente formal.

De otro lado, a resultas de tal fundamentación de las entidades lingüísticas, ocurre que hay que reconocer que el uso de una lengua, el habla, no puede ser en ningún caso la propia estructura (el sistema lengua concreto) y, sin embargo, como dijimos antes, es el único acceso científico, normativo, posible a la estructura misma; y aquí fue donde encontramos la “raíz” del presupuesto de traducibilidad exhaustiva. Ahora bien, ante todo lo que se refiere al uso de la lengua, todo lo que refiere al habla, la lingüística termina reconociendo una suerte de estatuto propio, que unas veces se ha formulado en términos de “pragmática”, otras como “teoría del uso” y otras como los problemas de la “denotación” y la “connotación”, que pone en aprietos su propia constitución, pues ese estatuto propio siempre proviene de la necesidad ante la cual se ve el lingüista de terminar incluyendo en sus análisis (en sus enunciados lingüísticos) elementos que la lingüística ya había dejado fuera en su constitución, elementos extralingüísticos.

En esos momentos es cuando más se nota la obliteración que la concepción moderna del lenguaje genera y, al mismo tiempo, en esos mismos momentos atendemos, por un lado, a lo bien construidos que están los conceptos lingüísticos y, por otro lado, a cómo esa “buena” construcción es precisamente lo que, por así decir, los estrangula, los deconstruye. Pues bien, voy a fijarme en uno de los aspectos de esta deconstrucción.

Los elementos extralingüísticos que el lingüista profesional (o sea, el que no es un profano, el que reconoceríamos sin lugar a duda como lingüista) termina incluyendo en sus análisis, desde el momento en que están incluidos, debieran considerarse como elementos lingüísticos. Considerados así, debieran tener su lugar en la estructura. Teniendo lugar en la estructura, efectivamente, el que un hablante haya echado mano de alguno de ellos, por ejemplo, de un gesto, de un tono, una connotación o una denotación concreta, etc., tendría que reconocerse como realización de la lengua de ese hablante.

Mi uso del condicional debe hacerse valer en lo formulado, pues la cuestión es que todo eso tendría que y debería considerarse como lingüístico, pero, de hecho, todo ello forma parte de lo que hay que haber reconocido como no-lingüístico para poder reconocer lo lingüístico, para que se separe la esfera. Ante esto observemos dos cuestiones.

  1. Que hablar una lengua comporta elementos que, a priori, tenían que haberse dejado fuera de lo lingüístico para que la fórmula “hablar una lengua” fuese lingüística.

  2. Que el hecho de que esos elementos terminen incluidos en lo lingüístico pone de manifiesto que la frontera entre las esferas de lo lingüístico y lo extralingüístico ha quedado desdibujada, desde su propio establecimiento.

De ambas cuestiones podemos sacar alguna conclusión. Por de pronto, que “hablar una lengua”, dado lo dicho en 1), quiere decir pertenecer a unos usos que no se reconocen de antemano como lingüísticos (o sea, que solo en el desarrollo de la ciencia terminan incluidos en ella), pero que son los que permiten, de hecho, diferenciar qué lengua habla uno. “Pertenecer” quiere decir aquí que uno siempre anda ya en esos usos y, por tanto, que la pertenencia a una lengua, el que alguien hable una lengua, parece ser “más” que lo que meramente pudiera parecer que quiere decir realizar una estructura lengua, esto es, que sea observable un sistema lengua en ello y, sin embargo, insisto, es ese supuesto “más” el que permite diferenciar qué sistema hablamos. Por consiguiente, al mismo tiempo, se revela que pertenecer a una lengua, hablar una lengua, quiere decir radicalmente realizar una estructura, o sea, estar íntegramente en una estructura que, dado lo dicho en 2), tiene un alcance más amplio que lo que en principio pareció formularse con “sistema lengua”.

Nótese que insisto en que “parece”, porque la cuestión es que la lingüística logra decir perfectamente que hablar una lengua es justamente realizar una estructura. Lo que se está revelando muy problemático es el alcance de “lengua” y “habla”. Y esto no porque alguien desde fuera ponga en aprietos a un lingüista, sino que ellos mismos terminan reconociendo que su campo de estudio tiene que abarcar “mucho más” de lo que parecía. Tampoco esto quiere decir que los lingüistas invadan ingenuamente el campo de estudio de otros (de los psicólogos, los antropólogos, los sociólogos, los neurólogos, etc.), sino que, por un lado, no tardarán en colaborar con esos otros campos - véase, por ejemplo, el caso de Jakobson (1974) -, y, por otro lado, no tendrán reparos en reconocer, al menos implícitamente, lo desdibujado de esas fronteras.

No nos interesa, de momento, criticar explícitamente a lingüistas, sino notar problemas que solo críticamente (esto es, desde la distancia, desde la sképsis o desde la fenomenología-hermenéutica) se pueden abordar y, concretamente, que si hablar una lengua es “más” que simplemente el que se reconozca ahí una gramática, entonces, realizar una estructura quizá sea también “más” y, por tanto, que si terminamos de entender ese “más” del hablar una lengua, quizá entendamos algo más de eso de realizar una estructura.

Pues bien, en Heidegger, con respecto al pertenecer a una lengua, que se habla una lengua, se suelen leer fórmulas que dicen que uno está en la morada del lenguaje, que uno ha respondido al lenguaje, etc. Se dice, asimismo, que la esencia del lenguaje está en la diferencia entre esta y aquella cosa, en que esa diferencia, ese entre tenga lugar y que, por ello mismo, la lengua o el lenguaje habla y que su hablar es un sonoro silencio. Todo esto se dice sobre la base de que una lengua se manifiesta en su hablar, pero que ese hablar no es en principio nuestro, porque nosotros no “tenemos” el lenguaje, sino que es el lenguaje el que nos tiene a nosotros; somos nosotros los que hemos sido hospedados o alojados en esa morada que llamamos lenguaje y que es “del ser”, o sea, de lo que esta y aquella cosa es, pero no nuestra o solo nuestra en el sentido de que nosotros nos relacionamos con eso de que esta y aquella cosa sea y, en tal sentido, ello mismo nos acoge.

La manifestación de ese hablar, en la medida en que no es en principio nuestro, no está restringido por eso que antes llamamos lo lingüístico, sino que abarca “mucho más”. Heidegger nos dice que abarca la historia, el espacio de obra y decisión, etc., y a todo eso lo llama mundo (HEIDEGGER, 1981, p. 37-38). “Mundo” ahora no expresa lo “extralingüístico”, sino que es un modo de nombrar en qué sentido nosotros solo somos en la medida en que siempre tenemos entre manos un proyecto, o sea, que somos cabe las cosas, cabe los asuntos en los que estamos, que somos proyecto, etc.

Pues bien, este estar cabe las cosas, en los asuntos en los que estamos, etc., eso mismo es lo que significa que respondamos al hablar del lenguaje o de la lengua y lo que se puede decir de este responder es que, en cada caso, es alguno, digamos, concreto, diferenciable. Pues bien, esto implica que la lengua que hablamos es esa concreta respuesta, ese concreto pertenecer al lenguaje que, ahora debe formularse sin duda como pertenecer a esa lengua, que es a la que habremos respondido. Esta pertenencia tiene que estar trazada por el concreto modo como nos las habemos con las cosas, con el modo de ese cabe en el que siempre estamos (cf. HEIDEGGER, 1978, p. 203-280). Y este, ordinariamente, se había presentado mediado o en constante relación con máquinas, con tecnologías, etc. Pero ahora que hemos recorrido lo anterior, eso mismo no es a lo que decimos que pertenecemos, sino que decimos que pertenecemos a la esencia, a la fenomenalidad de eso. Y esa esencia, esa fenomenalidad, nos dice Heidegger, no está meramente en el aspecto mecánico (o, para nosotros, informático-virtual) de eso mismo, sino en el modo como esto manifiesta que todas las cosas se nos presentan como “existencias disponibles”, como Bestand (HEIDEGGER, 2000, p. 20-23). En la medida en que se trata de “todas las cosas”, o sea, todos los “asuntos”, todo aquello que puede ser cabe lo cual estemos, se pone de manifiesto aquí que ese Bestand refiere a nuestro mundo. Ahora bien, dado que con “mundo” ya no estamos tratando de hablar de aquello de lo “extralingüístico”, de una “esfera de lo ente”, ni siquiera de algo así como “todos los entes”, sino del modo como se da nuestro modo de ser, no diremos que nuestro mundo es meramente una acumulación de Bestand, sino una estructura que se expresa como esa acumulación. Diremos, por tanto, que estamos en un Ge-stell, y que ese Ge-stell es el que puede ser llamado técnico, o técnica moderna, por las razones que Heidegger da en el texto La pregunta por la técnica.

Pues bien, dicho esto, lo que pretendo decir es que ese Ge-stell es la lengua que hablamos y que, por eso, para este hablar se le presenta el lenguaje inmediatamente como herramienta, medio para la comunicación y la información. ¿Qué quiere decir que el Ge-stell en el que consiste la técnica moderna sea la lengua que hablamos? ¿Qué consecuencias tiene?

3 Lengua moderna y Ge-stell

En primero lugar, quiere decir que allí donde el mundo en el que siempre ya estamos se revela precisamente como el de la técnica moderna, la lengua que de todas formas hablemos tendrá que ser acorde a ese mundo; la lengua será moderna. Ahora “moderna” añade a “lengua” todas aquellas características que antes nos han aparecido como los presupuestos de nuestra concepción del lenguaje y los presupuestos con los cuales trabaja la lingüística misma; una lengua moderna es aquella para la cual el modelo oracional es lo obvio, el punto de partida, el caso no marcado, que tiende a asumirse como expresable y conceptualizable en una gramática que, en último término, pretende ser expresión normativa universal, de modo que se presupone que en ella cabe comunicarse sin que quede nada atrás, es decir, tal que fuese posible una comunicación sin resto y, por consiguiente, una traducción exhaustiva entre la lengua (la estructura) y el habla (la realización) de modo que se precomprende que el lenguaje es una herramienta para la comunicación y que las distintas hablas (realizaciones de lenguas) son traducibles exhaustivamente entre sí. A su vez, esto quiere decir que cada “lengua moderna” es simplemente un caso, un modo particular de realización de la lengua y, por consiguiente, insisto, siempre traducible a los otros casos, incluso allí donde el lingüista o el traductor profesional reconocen los límites internos de su propia tarea; pues, de todas formas, reconocen esos límites sobre la base de este presupuesto y como aquello que llama la atención, que hay, por así decir, que demostrar.

Esto último tiene como consecuencia añadida que toda lengua que no sea capaz de ajustarse al modelo de lengua moderna, por un lado, tenderá a ser abandonada (a no utilizarse, ni a ser reconocido su uso como un uso en el cual es posible expresar aquello que cabe en discursos de validez, como los discursos científicos y jurídicos) y, al mismo tiempo, a ser modificada u homologada, de modo que, o bien termine relegada al ámbito “doméstico” o se transforme lo suficiente como para ajustarse al modelo moderno.

Dado, por consiguiente, este proceso, que es consecuencia de que el mundo histórico en el que nos encontramos sea, efectivamente, el que Heidegger describe en sus textos, nosotros hablamos necesariamente moderno. Ahora bien, dado el carácter instrumental, el carácter tecnológico (por no confundirnos ahora volviendo a decir técnico) con el cual el Ge-stell integra a la lengua, al mismo tiempo, este Ge-stell oblitera que se comprenda el fenómeno de la lengua mismo, la esencia del lenguaje. Esta obliteración se expresa ahora como una suerte de expulsión. El Ge-stell “expulsa” cualquier otra comprensión del lenguaje que no sea la que se impone desde la propia expresión del Ge-stell.

Ocurre entonces que no se puede reconocer como válido lo que se pueda decir de la esencia del lenguaje y, sin embargo, esa misma esencia, eso mismo que se llega a poder decir (mediante los esfuerzos que se han mostrado, o sea, mediante los ejercicios de deconstrucción o fenomenológico-hermenéuticos sobre la propia lingüística, etc.) obliga a reconocer que no cabe en el Ge-stell, que el Ge-stell no puede funcionar si aquellos que pertenecemos a él reconocemos en el lenguaje otra cosa que una herramienta.

Esto nos pone en una encrucijada, pues, al mismo tiempo, lo que se está revelando es que para reconocer el Ge-stell, esto es, para aprender que pertenecemos a él, de algún modo, tenemos que ponernos en esa situación que genera que ello mismo no funcione, tenemos que ponerlo en crisis desde sí mismo; nunca, como estamos viendo, desde ninguna estancia exterior a la cual luego pudiéramos alegremente regresar, digamos, una vez abandonado el Ge-stell o algo así. Esto último, no, digo, porque la puesta en crisis del Ge-stell es desde dentro de ello mismo y porque, de todas formas, no hay otro mundo en el horizonte, no hay ningún exterior al Ge-stell, ninguna frontera que cruzar. Cabría preguntar, entonces, ¿a qué tanto esfuerzo?

Pues bien, todavía tratando de mencionar las consecuencias de que hablar una lengua moderna es pertenecer al Ge-stell, hay que decir que nuestro propio hablar está instalado en los presupuestos de la lengua moderna y que, precisamente por ello, en nuestro propio hablar esos mismos presupuestos se revelan como presupuestos, es decir, como “enunciados” o “formulaciones” que no pueden verificarse, que no pueden sancionarse como válidos y, por consiguiente, que al ser reconocidos se deconstruyen. ¿En qué sentido se nota esta deconstrucción por lo que respecta a la traducibilidad exhaustiva y qué consecuencias tiene?

4 Notar la deconstrucción de la traducibilidad exhaustiva

El espacio de esta deconstrucción está allí donde más acuciante se presentan las palabras que decimos, allí donde hablar es más radical, donde más fuerza tiene, es decir, donde más evidente se hace que partimos del presupuesto de la traducibilidad exhaustiva, pero que es precisamente esa traducibilidad la que no se cumple. Este “lugar” es precisamente allí donde por primera vez ello mismo tuvo lugar, a saber, en el seno familiar, en el “escenario” de la primera traducción, la que se da cuando alguien en “rol” materno o paterno “traduce-interpreta” lo que el infante “(no-)dice” o, más bien, berrea, llora, gime, gesticula, etc.6 Allí, toda palabra sobrepasa no solo sus significaciones, sino también sus denotaciones y connotaciones, su pragmática y su performatividad. Hay, quizá, un referente, pero ni siquiera este aparece como algo susceptible de ser conceptualizado. Ese referente, por así decir, está allí mismo presente, tan presente que no cabe en ninguna regla, que no puede ser normativizado y que lejos de provocar lo inefable, provoca el “torrente de palabras” (incluso la verborrea), provoca que jamás se termine de “decir”, de “decirlo”, de traducirlo, es decir, de interpretarlo. Y ese referente es desde donde, de hecho, se “traduce-interpreta” en primer lugar al infante.

Esto lo notamos, no solamente en todas las escenas en las que unos “padres” le hablan a su infante, sino en todas esas posteriores en las cuales bastará una “palabra” (apenas, quizá, un saludo o una despedida), para que, por así decir “no haya palabras” para traducirla-interpretarla o, mejor dicho, para que siempre nos quedemos en la constante búsqueda de las “palabras” que la traducirían-interpretarían; en esas escenas, una “palabra” basta para encontrar el coraje para tomar una decisión o para que no haya coraje en el mundo que nos saque de un intenso dolor o de una desasosegante angustia7.

En el seno familiar, en lo “domestico” (adonde quedan relegadas las lenguas que no se integran en lo moderno), es donde más acuciantemente se nota cómo el presupuesto de traducibilidad exhaustiva se deconstruye. Cabría analizar pormenorizadamente este seno y atender a las dinámicas internas que permiten hablar de él, a su vez, en términos de estructura, incluso notar, hasta qué punto, esto demuestra que nuestro “hogar” no es sino el desarraigo, la intemperie o la falta de hogar, que nuestro “regreso al hogar” no es sino el reconocimiento de su falta, de que el hogar mismo es lo inquietante (das Unheimliche). Sin embargo, vamos a dejar estas cuestiones al margen para tratar de sacar alguna consecuencia de todo ello y dar una conclusión a este trabajo.

Consideraciones finales

Pues bien, nótese que esa deconstrucción no refuta el presupuesto, ni siquiera genera que lo abandonemos. El presupuesto tiene que seguir vigente para notar en qué sentido se deconstruye y una vez notado no se sale de él ni quedamos instalados en un “lenguaje tradicional” o “natural” que implicara no valernos del “lenguaje de la información” que representara el “hogar” mismo, etc. De hecho, lo que ocurre es que empezamos a interpretar nuestro propio hablar una lengua como el haber llegado a ser traducidos a esa lengua y, por consiguiente, empezamos a entender ese hablar precisamente desde el presupuesto, esto es, asumiéndolo, reconociéndolo, soportándolo.

Esto no es gratuito y sí puede tener efectos respecto a cómo nos enfrentamos cotidianamente al problema del lenguaje -y ahora vamos a poder responder a la pregunta acerca de a qué tanto esfuerzo-. Por de pronto, porque a partir de esta argumentación, podemos dejar de pensar que “aprendemos” nuestra lengua materna o que la “adquirimos” y, por consiguiente, podemos dejar de representarnos el lenguaje meramente como una cosa. Con esto, insisto, no se abandona la concepción que lo toma de este modo, pero sí se da un primer paso para prepararnos para asumirla críticamente; y ello hace que merezca (o haya merecido) la pena el esfuerzo.

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  • 2
    Nos situamos en la estela, principalmente, de George Kovacs (2001, 2013, 2014, 2018).
  • 3
    Schüssler (2004 y 2006), por ejemplo, se ha ocupado de esta misma problemática; lo que aquí se presenta discute el planteamiento de esta autora, pues, como se verá, no interpretamos que hay “dos” lenguajes, sino una diferencia entre la representación inmediata que nos hacemos de él en función de nuestra concepción y su esencia fenomenológicamente descriptible.
  • 4
    Para un estudio en el cual se pueda apreciar nítidamente este presupuesto y se asista a cómo aparecen ciertos problemas teóricos implicados en él desde la lingüística, véase el estudio de Georges Mounin (1963); para un estudio introductorio a la traducción, véase el estudio de Werner Koller (1979). Finalmente, para la interpretación del problema de la traducción en Heidegger, que aquí no se abordará explícitamente, véanse los estudios de Ivo De Gennaro (2000, 2004) y con Frank Schalow (2010), de Frank Schalow (2007), de Irene Borges-Duarte (2004), John Sallis (2001, 2002, 2004) y Parvis Emad (2012).
  • 5
    Nos vamos a limitar aquí, principalmente, a la ciencia o la actividad científica que se desarrolla durante el siglo XX y que tiene en el Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure (DE SAUSSURE, 2005) a uno de sus textos inaugurales, sin que esto prejuzgue sobre corriente o escuela alguna, ni tampoco sobre qué autores se consideran, pues sea como fuere, esta ciencia se desarrolla teniendo a este texto como una de sus fuentes de referencia, aunque sea para criticarlo completamente.
  • 6
    Derrida se ha ocupado de esta cuestión (véase, por ejemplo, DERRIDA, 1996), y con la misma fuerza puede verse en Lacan (por ejemplo, LACAN, 2001, p. 353-369). Agamben también se ha ocupado de ello (2001, especialmente, p. 41-66) y, por supuesto, la cuestión convoca el trabajo de Freud, que merecería una interpretación aparte. En cualquier caso, la discusión es con lingüistas como Chomsky (2015) o Jakobson (1974) y psicólogos evolutivos y del desarrollo como Tomasello (véase especialmente, 2005).
  • 7
    Véase, por ejemplo, lo que le dice Luis Ziemssen, a su hijo Joachim cuando vuelve al Berghof en Der Zauberberg (MANN, 1952, p. 634).

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    11 Jun 2021
  • Fecha del número
    2021

Histórico

  • Recibido
    08 Ene 2021
  • Acepto
    10 Feb 2021
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