Resumen
El objetivo de este estudio es analizar las desigualdades de género en la relación del conflicto empleo familia (CEF) con el estado de salud de la población trabajadora de Quito y Guayaquil. Se trata de un estudio transversal de una muestra representativa de la población trabajadora no agrícola, con edad igual o mayor a 18 años y afiliada a la seguridad social, que fue entrevistada entre 2016-2017 en la I Encuesta sobre Condiciones de Seguridad y Salud en el Trabajo de Quito y Guayaquil (n=1729). Se emplearon modelos de regresión de Poisson con varianza robusta, separados por sexo, para calcular las razones de prevalencia ajustadas de seis indicadores de salud. En ambos sexos, el CEF se asoció con mala salud autopercibida, mala salud mental, dolor o molestias de cabeza y de espalda, aunque la magnitud de asociación fue mayor en las mujeres. Además, en las mujeres el CEF se asoció con problemas digestivos (RPa=1,65; IC 95%: 1,17-2,34). En ninguno de los dos sexos se observó asociación entre el CEF y los accidentes de trabajo. Los resultados del presente estudio muestran que el CEF se asocia con malas condiciones de salud en la población trabajadora, particularmente en las mujeres. Las políticas públicas e intervenciones en los centros de trabajo dirigidas a alcanzar un equilibrio entre el empleo y la vida familiar desde una perspectiva de género podrían resultar en una reducción en los daños a la salud y en las desigualdades de género en salud.
Palabras clave: Género y Salud; Disparidades en el Estado de Salud; Salud Laboral; Familia; Conflicto Psicológico; Países en Desarrollo
Abstract
The objective of this study is to analyze gender inequalities in the relationship between employment-family conflict (EFC) and health status in the working population of Quito and Guayaquil. This is a cross-sectional study of non-agricultural employees, aged 18 or older and covered by social security, who were interviewed between 2016-2017 in the First Survey of Safety Conditions and Health at Work of Quito and Guayaquil (n = 1729). Poisson regression models with robust variance separated by sex were used to calculate adjusted prevalence ratios for six health indicators. In both sexes, EFC was associated with poor self-perceived health, poor mental health, and head or back pain or discomfort, although the magnitude of the association was greater in women. Furthermore, EFC was associated with digestive problems only in women (aPR=1.65; 95% CI: 1.17-2.34). In neither sex was there an association between EFC and occupational accidents. The results of this study show that EFC is associated with poor health conditions in the working population, particularly among women. Public policies and workplace interventions aimed at achieving a balance between employment and family life from a gender perspective could help reduce impairments to health and gender inequalities in health.
Keywords: Gender and Health; Health Status Disparities; Occupational Health; Family; Conflict Psychological; Developing Countries
Introducción
Las relaciones de género se han constituido histórica y culturalmente reproduciendo una lógica de diferenciación de los roles sexuales en la familia tradicional heteronormativa, esto es, padre productor-proveedor y madre reproductora-cuidadora, dependiente del “cabeza de familia” (Sabater, 2014). Esta división por género del trabajo se fundamenta, entre otros principios, en la ausencia de autoridad de las mujeres, argumento que justifica que deban permanecer entregadas al espacio privado, de la reproducción y el cuidado, donde se perpetúa la lógica de la economía de los bienes simbólicos (Bourdieu; Jorda, 2000). De manera que, la división de género de los trabajos queda inscrita en una supuesta objetividad de las categorías sociales a través de la cual se configura la representación que consideramos “normal”.
La progresiva incorporación de las mujeres al espacio laboral remunerado podría interpretarse como una oportunidad de transformación de estos patrones sexualizados, generando una creciente igualdad de los roles de género, una mayor autonomía y la participación de las mujeres en los ejes sobre la toma de decisiones. Sin embargo, encontramos una realidad muy distinta, marcada por una doble segregación laboral (Campos-Serna et al., 2013). Por una parte, una segregación horizontal en la que las mujeres se concentran en determinados sectores de la producción, y por otra, una segregación vertical marcada por la división jerárquica del poder, donde las mujeres tienen asignadas ocupaciones menos calificadas. En este escenario las mujeres ingresan con una situación desfavorecida en el mercado laboral, ya que continúan gravadas por un “impuesto reproductivo” (Palmer, 1991) que fomenta su posición de dependencia en la familia. Resultado de este proceso es el modo en el que las instituciones sociales promueven la estructuración y sostén de una matriz de responsabilidades de provisión y de cuidado según el sexo/género, así como las representaciones que los sujetos construyen acerca de dicha estructura (Faur, 2006).
En definitiva, las instituciones que regulan las políticas de conciliación entre la familia y el empleo se sustentan en representaciones sociales donde el sujeto de la conciliación no es un sujeto neutro, sino femenino. Por esta razón, las medidas frente al conflicto empleo-familia se han dirigido principalmente a las mujeres, lo que ha provocado una feminización del problema de conciliación. En estas condiciones, la conciliación, lejos de convertirse en un derecho para las personas trabajadoras, es una carga para las mujeres, que deben “conciliar” su faceta profesional con el trabajo no remunerado de cuidados que tradicionalmente les han sido atribuidos por su rol de género (Molina-Hermosilla, 2016).
Un ejemplo de esta regulación política de las representaciones sociales de los roles de género, es el estudio islandés del año 2010 sobre la relación empleo-familia (Rafnsdóttir, 2010), en el que se muestra cómo la mayoría de las mujeres expresan el conflicto que les supone el derecho y deseo de independencia, así como la liberación frente a la responsabilidad de apoyar a la familia. Esta situación se ve fomentada por unas políticas e instituciones públicas que definen a las mujeres como miembros de la familia en lugar de individuos autónomos.
Los primeros estudios sobre la conflictiva relación entre empleo-familia datan de finales de los años 70, con la teoría de la permeabilidad asimétrica (Pleck, 1977) basada en la asimetría existente en la frontera entre empleo y familia, a partir de ideas, emociones y, actitudes surgidas en cada uno de estos dominios. Aunque el concepto “conflicto empleo-familia” (CEF) no fue acuñado hasta mediados de los 80 como un conflicto de rol en el que las presiones que resultan del trabajo remunerado y las presiones familiares, son mutuamente incompatibles (Greenhaus; Beutell, 1985). Estas primeras teorías analizaban el CEF desde una perspectiva unidireccional enfatizando en la forma negativa en que las responsabilidades familiares afectaban al desarrollo laboral. Progresivamente estas teorías fueron incorporando una visión bidireccional donde el empleo puede interferir en la familia y la familia puede interferir en el empleo (Frone, 2000).
Estudios más recientes han prestado especial atención a la expresión en la salud de dicho conflicto, así por ejemplo la “teoría de la conservación de recursos” (Hobfoll, 2001) argumenta que el CEF conduce a problemas de salud debido a que los recursos se pierden tratando de conseguir un equilibrio entre ambos espacios, dando lugar a un impacto negativo sobre el bienestar físico y psicológico, que se expresa en dolores de cabeza, fatiga, ansiedad, depresión e irritabilidad (Lapierre; Allen, 2006).
Siguiendo la propuesta de la “teoría de los roles sobre el estrés organizacional” (Kahn et al., 1965), los efectos negativos en el bienestar físico y psicológico, surgen cuando un rol se sobrepone a otro, por esta razón las dimensiones de la salud que más se ven afectadas por el CEF son las psicólogicas, expresadas en un estado de ánimo cambiante e irritable; la salud física, con presencia de cansancio físico, dolores de cabeza y problemas gástricos, como también la salud social manifiestando dificultades en las relaciones interpersonales, como discusiones frecuentes y retraimiento (Álvarez; Gómez, 2011). Desde la “teoría de los roles” (Kinnunen; Geurts; Mauno, 2004), se plantea que CEF se expresa de diferente manera según género. Esta diferenciación en la expresión del conflicto puede tener su origen en las diferentes expectativas creadas socialmente según los roles de género asignados. Así, las mujeres condicionadas y obligadas a asumir la mayor carga familiar, generan una determinada sintomatología frente al hecho de que su familia pueda verse alterada, por el tiempo que pasen en el trabajo remunerado, situación que no se reproduce en los roles masculinos (Cifre Galego; Vera Perea; Signani, 2015).
A la hora de investigar sobre el CEF en el contexto latinoamericano, conviene tener en cuenta que el incremento de la participación laboral femenina se ha generado a través distintas coyunturas convergentes: la reestructuración económica, la flexibilización de las relaciones laborales y la globalización de los mercados (Guadarrama, 2008). La desregulación y la inestabilidad laboral predominante, se manifiesta en relaciones más instrumentales con el empleo, así como en la emergencia de nuevos espacios de identificación de hombres y mujeres en los que la antigua separación entre el espacio de trabajo remunerado y el espacio fuera del mismo, entre mundo doméstico y mundo extradoméstico, pierde sentido en la medida en que ambos espacios se superponen en múltiples combinaciones.
En Ecuador, la tasa de actividad femenina aumentó desde un 32% a un 53% entre 1990 y 2017 (CEPALSTAT…, 2018). Sin embargo, este incremento en la presencia de las mujeres en el mercado laboral no se ha visto reflejado en las políticas públicas. En este sentido, no se evidencian modificaciones en las leyes relacionadas con la conciliación empleo-familia, salvo las ya establecidas: licencia paternidad y maternidad, licencia de lactancia y licencia para funcionarios públicos por calamidad doméstica.
De manera paralela, la falta de datos a nivel poblacional ha limitado el desarrollo de estudios epidemiológicos que analicen la prevalencia del CEF y su asociación con la salud desde una perspectiva de género, y que, a su vez, apoyen al diseño de las políticas de conciliación en el Ecuador. En el año 2016 se elaboró la I Encuesta sobre Seguridad y Salud en el Trabajo (I-ECSST) en Quito (Gómez-García, 2017) y en el 2017 en Guayaquil, con el objetivo de reconocer las condiciones de trabajo y el estado de salud de la población trabajadora. Así, el presente artículo pretende exponer a través del análisis de los datos de la I-ECSST, cómo estos desequilibrios entre la vida familiar y laboral se expresan en la autopercepción de la salud física y mental de la población trabajadora, particularmente en las mujeres.
Por todo lo anteriormente expuesto, los objetivos de este estudio son identificar las características personales y laborales asociadas con el CEF, analizar la relación entre el CEF y el estado de la salud, determinando del mismo modo si los patrones de asociación difieren según género.
Métodos
Diseño y población de estudio
La I-ECSST se elaboró con una muestra de 1790 personas trabajadoras afiliadas a la seguridad social de todos los sectores de actividad económica, con edad igual o mayor a 18 años y residentes en las ciudades de Quito y Guayaquil. La selección de la muestra siguió un procedimiento aleatorio estratificado en múltiples etapas. El cuestionario fue administrado por personal capacitado a través de entrevistas personales en el domicilio de las personas participantes, entre abril y junio de 2016 en Quito, entre marzo y mayo de 2017 en Guayaquil. Para el presente estudio, se excluyó a las personas de quienes no se tenía información sobre su ocupación y a la población trabajadora agrícola, debido al número limitado de casos (n=33). La muestra finalmente analizada estuvo conformada por 854 mujeres y 875 hombres.
Variables
Conflicto empleo-familia
El CEF fue registrado en el cuestionario a través de la pregunta: “La realización de su trabajo ¿interfiere en su vida familiar?” Las opciones de respuesta fueron “sí”, “en parte” y “no”. La variable fue dicotomizada combinando las categorías “sí” o “en parte” para indicar exposición a CEF.
Estado de salud
Se incluyeron seis indicadores del estado salud. La salud autopercibida fue recogida con la pregunta: “¿Cómo considera usted que es su salud?” con seis opciones de respuesta. Las categorías de respuesta “excelente”, “muy buena” y “buena” se agruparon para indicar buena salud autopercibida, y las categorías “regular”, “mala” y “muy mala” para indicar mala salud. El estado de salud mental se midió con la pregunta dicotómica “La salud mental, que incluye tensión, depresión y problemas emocionales ¿durante el último mes ha sufrido algunos de estos problemas?” Adicionalmente, se determinó la presencia de los siguientes síntomas: dolor de cabeza, dolor de espalda o problemas digestivos en el último mes. Por último, los accidentes de trabajo se recogieron a través de la pregunta “¿en el último año, ha sufrido algún accidente de trabajo?”
Características sociodemográficas y laborales
Las características sociodemográficas consideradas en el estudio fueron: edad (categorizada en 18-30, 31-50 y más de 50 años), también se consideró la ciudad de residencia (Quito y Guayaquil). Las características laborales se establecieron en función de la categoría ocupacional, codificadas en tres esferas de acuerdo con las nueve grandes categorías originales de la Clasificación Internacional Uniforme de Ocupaciones (CIUO): (1) alta (Gerentes y Profesionales), (2) media (técnicos y profesionales de nivel medio, profesional administrativo, trabajadores de servicios o vendedor) y (3) baja (trabajadores en actividades agrícolas, ganaderas y pesca, trabajadores operarios o artesanos, operadores de maquinaria industrial, como también trabajadores en actividades elementales y de apoyo); las horas semanales de trabajo remunerado (<30, 30-40 y >40 horas); y el tipo de turno (diurno y nocturno/rotativo/extendido).
Análisis estadístico
En primer lugar, se examinaron las diferencias según el sexo para todas las variables dependientes e independientes a nivel bivariado, aplicando el test de ji-cuadrado. En segundo lugar, se identificaron los factores sociodemográficos y laborales asociados al conflicto empleo-familia mediante la aplicación de modelos de regresión de Poisson con varianza robusta, incluyendo como variables principales la edad, ciudad, categoría ocupacional, horas semanales de trabajo remunerado y tipo de turno. Por último, para analizar la relación entre el CEF y los problemas de salud se aplicaron modelos de regresión de Poisson con varianza robusta, obteniendo las razones de prevalencia crudas (RPc) y ajustadas por las condiciones sociodemográficas y laborales (RPa), con sus intervalos de confianza del 95% (IC 95%). Para ajustar las diferencias con la población objetivo, en todo el proceso se tuvo en cuenta la ponderación de acuerdo al sexo y la ciudad. Los análisis se realizaron con el software estadístico Stata versión 11.
Resultados
En el Cuadro 1 se presentan las características generales de la población de estudio de acuerdo al sexo. La mayor parte de la población es menor de 51 años y se concentraba en la categoría ocupacional media (63,6% de los hombres y 71% de las mujeres). Una mayor proporción de hombres trabajaban más de 40 horas semanales (29,5% frente al 18% de las mujeres) y en turnos de trabajo nocturnos, rotativos o extendidos (33,6% frente al 22,3% de las mujeres). El 36,9% de los hombres y el 35,8% de las mujeres declararon que su empleo interfiere con su vida familiar. La prevalencia de mala salud autopercibida fue de 10,2% en los hombres y 10,8% en las mujeres. Las mujeres reportaron con más frecuencia mala salud mental en relación a los hombres (20% vs 13,7%), dolor de cabeza (47,2% vs 40,3%), dolor de espalda (60,7% vs 56,5%), mientras que los accidentes de trabajo fueron más frecuentes en hombres en relación a las mujeres (15,2% vs 8,3%).
El Cuadro 2 muestra la relación entre las características sociodemográficas y laborales con el CEF. En ambos sexos, el CEF se asoció a los tipos de turno nocturno, rotativo o extendido (RPa=1,45; IC 95%: 1,16-1,8 en los hombres y RPa=1,36; IC 95%: 1,07-1,74 en las mujeres), pero no a la edad y la categoría ocupacional. En las mujeres, se observó un gradiente de aumento de la prevalencia de CEF conforme incrementa el número de horas de trabajo remunerado semanal.
Número (n), prevalencia (%) y asociación (razones de prevalencia) del conflicto empleo-familia según edad, ciudad de residencia, categoría ocupacional, horas de trabajo remunerado semanal y tipo de turno, de acuerdo al sexo. I Encuesta sobre Seguridad y Salud en el Trabajo de Quito y Guayaquil, 2016-2017
En el Cuadro 3 se puede apreciar la relación entre el CEF y el estado de salud según sexo. Tanto en hombres como mujeres, el CEF se asoció con mala salud autopercibida (RPa=1,68; IC 95%: 1,13-2,5 y RPa=1,88; IC 95%: 1,24-1,87, respectivamente), mala salud mental (RPa=1,94; IC 95%:1,38-2,74 y RPa= 2,27; IC 95% 1,68-3,07, respectivamente), dolor de cabeza (RPa=1,37; IC 95%: 1,16-1,62 y RPa=1,50; IC 95%: 1,29-1,75, respectivamente) y dolor de espalda (RPa=1,21; IC 95%: 1,07-1,38 y RPa=1,38; IC 95%: 1,23-1,55), aunque en todos los casos la magnitud de la asociación fue mayor en las mujeres. En las mujeres, el CEF también se asoció a problemas digestivos (RPa=1,65; IC 95%: 1,17-2,34). En ninguno de los dos sexos, se observó una asociación estadísticamente significativa con los accidentes de trabajo.
Discusión
Los hallazgos de este estudio ponen de manifiesto que la proporción de hombres y de mujeres que perciben que el empleo interfiere con su vida familiar es similar. Además, muestran un claro gradiente de aumento de la prevalencia de CEF en las mujeres según incrementa el número de horas de trabajo remunerado. Por otro lado, el CEF se asocia a la mayor parte de problemas de salud en ambos sexos, aunque esta asociación es mayor en el caso de las mujeres.
Los resultados del presente estudio coinciden con la mayoría de estudios previos que han encontrado muy poca o ninguna diferencia en el CEF percibido entre hombres y mujeres (Byron, 2005; Shockley et al., 2017). Se han discutido múltiples teorías sobre la relación entre el género y el CEF percibido. Un reciente metaanálisis basado en más de 350 estudios respalda dos de las diversas perspectivas teóricas existentes que explican esta relación: la visión racional y la perspectiva de la permeabilidad asimétrica (Shockley et al., 2017). De acuerdo con ambas teorías, es más probable que los hombres en relación a las mujeres experimenten CEF debido a que, por un lado, ellos dedican una mayor cantidad de horas al trabajo remunerado y, por otro lado, crean límites más débiles en torno a la esfera familiar, permitiendo que esta se vea afectada por los problemas en la esfera laboral. Dado que estas teorías por sí solas no explican la falta de diferencias entre mujeres y hombres en el CEF percibido, este metaanálisis además propone teorías complementarias, que incluyen mediadores con efectos opuestos a las horas de trabajo y a los límites familiares. Por ejemplo, en concordancia con un metaanálisis previo que incluyó 142 estudios (Michel et al., 2011), observó que la autonomía laboral, que es más frecuente entre los hombres, tiene una asociación negativa con el CEF. Asimismo, en línea con los hallazgos del presente estudio, este metaanálsis propone que a pesar de que los hombres le dedican más horas al trabajo remunerado, finalmente no experimentan más CEF que las mujeres debido a que la asociación entre las largas horas de trabajo de remunerado y el CEF es mayor en ellas. Otros estudios incluso han cuestionado la ausencia de diferencias entre hombres y mujeres observadas en estudios previos, ya que al analizar únicamente a la población que trabaja a tiempo completo, han encontrado que son las mujeres quienes presentan una mayor dificultad en compaginar la vida laboral y familiar (Hämmig; Bauer, 2009).
La inexistencia de diferencias en la frecuencia de CEF percibido entre hombres y mujeres debe interpretarse en un contexto en el que las responsabilidades de “conciliar” están diferenciadas. Es decir, el mayor grado de responsabilidad en el trabajo del hogar asumido por las mujeres frente al realizado por los hombres, está claramente definido en la lógica de la división por género del trabajo. En el marco de una sociedad patriarcal, no se considera que los hombres deban organizar su tiempo en función del trabajo doméstico y de cuidados. Por ejemplo, en el caso de la opinión de la sociedad española sobre el reparto del trabajo y la crianza, el Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS, 2010), muestra cómo ante el dilema de que uno de los dos miembros de la pareja tenga que trabajar menos horas para ocuparse de las labores domésticas y de la descendencia, el 45,7% de las personas encuestadas afirmaban que debería ser la mujer; frente al 20,9% que optaba por “cualquiera, indistintamente” y un 10,2% que opinaba que “quien tuviera el trabajo peor remunerado”. En el contexto latinoamericano, el escenario no es más alentador. A pesar de los cambios significativos en los arreglos familiares durante las últimas décadas, incluido el aumento de los hogares encabezados por mujeres y parejas con dobles ingresos, el diseño de las políticas sociales se basa aún en el modelo tradicional de sostén de familia (Arriagada, 2007). En consecuencia, mientras los hombres destinan más tiempo al trabajo remunerado, las mujeres continúan realizando la gran mayoría del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, independientemente de su situación en el mercado laboral. Según la Encuesta de 2012 sobre el Uso del Tiempo en Ecuador, mientras las mujeres dedican 31 horas a la semana al trabajo no remunerado, los hombres dedican 9 horas (INEC, 2018). En este contexto de una clara división de género del trabajo y de acuerdo a la “teoría de las expectativas de los roles de género” (Duxbury; Higgins, 1991), posiblemente, los hombres y las mujeres en el presente estudio otorgan distintos valores a la familia y al empleo, siendo ellos menos sensibles a las intrusiones en el rol familiar en relación a las mujeres. En este sentido, se esperaría que las mujeres refieran con mayor frecuencia CEF, en contraposición a las teorías de la visión racional y la perspectiva de la permeabilidad asimétrica.
En el presente estudio, el trabajo a turnos, en ambos sexos, y los largos horarios de trabajo, sólo en el caso de las mujeres, se asociaron al CEF. En este sentido, destaca el claro gradiente de incremento de la prevalencia de CEF conforme aumenta el número de horas de trabajo remunerado, sólo en las mujeres. En concordancia, la mayor parte de estudios previos han observado una asociación entre los largos horarios de trabajo y un pobre equilibrio entre el trabajo remunerado y la vida privada, siendo esta asociación más consistente para las mujeres (Artazcoz et al., 2013). Asimismo, existe amplia evidencia sobre el impacto del trabajo a turnos sobre el CEF tanto para los hombres como para las mujeres (Albertsen et al., 2008). Las largas horas de trabajo remunerado y los trabajos a turnos han sido reconocidos como uno de las principales fuentes de CEF dada la dificultad que generan en el cumplimiento de las demandas familiares. Así, las largas horas de trabajo remunerado no permiten cumplir físicamente con las expectativas de las demandas familiares y, a su vez, generan tensión por la preocupación de no cumplir con dichas expectativas (Greenhaus; Beutell, 1985). Estos hallazgos, en conjunto con las perspectivas consideradas, sugieren que los factores que contribuyen al desarrollo del CEF son distintos para los hombres y las mujeres. Sin embargo, parece ser que estas múltiples y complejas relaciones entre el trabajo y la familia, determinan que hombres y mujeres perciban con similar frecuencia que el trabajo interfiere en su vida familiar.
Cabe destacar que a pesar de que en ambos sexos se observó asociación entre el CEF y diversos problemas de salud, esta asociación fue mayor en las mujeres. Los estudios disponibles no muestran resultados concluyentes sobre desigualdades de género en la relación CEF y la autopercepción de la salud. Varios estudios han observado asociación entre el CEF con diversos indicadores de la salud física, mental y salud autopercibida, pero no han encontrado desigualdades según género (Frone, 2000; Winter et al., 2006). Sin embargo, estudios prospectivos más recientes muestran que el CEF predice una mala salud autopercibida, sólo en el caso de las mujeres (Leineweber et al., 2012). Otros estudios han observado que las mujeres tienen una mayor probabilidad, en relación a los hombres, de presentar peores indicadores de salud mental (incluyendo cansancio emocional, ansiedad y depresión) (Leineweber et al., 2012; Magnusson Hanson et al., 2013), dolores de cabeza y problemas musculoesqueléticos (Griep et al., 2016; Hämmig et al., 2011).
Existen diferentes mecanismos que podrían estar operando en la relación observada entre el CEF y los daños a la salud en la población de estudio. Por ejemplo, según la anteriormente mencionada “teoría de la conservación de recursos” (Hobfoll, 2001), tanto hombres como mujeres pueden presentar reacciones relacionadas con el estrés cuando se pierden recursos valiosos; como por ejemplo, tiempo, dinero o empleo, al tratar de alcanzar el equilibrio entre la esfera laboral y familiar. No obstante, el mayor efecto en contra de la salud en las mujeres que perciben CEF podría explicarse en base a dos teorías no excluyentes entre sí: la teoría de los roles (Duxbury; Higgins, 1991) y el modelo esfuerzo-recuperación (Van Hooff et al., 2005). En este sentido, la salud de las mujeres estaría afectada por la tensión experimentada, que resulta de la dificultad de cumplir con las expectativas sociales asignadas a las mujeres; así como por la falta de oportunidades de recuperación luego del esfuerzo designado al trabajo remunerado. En correspondencia, estudios previos (Arias-de la Torre et al., 2016), sugieren que el peor estado de salud física y mental observado en las mujeres que tienen que combinar el trabajo remunerado y no remunerado podría deberse al conflicto de rol y la sobrecarga de trabajo que ellas enfrentan. De hecho, en Ecuador, cuando se tienen en cuenta tanto el trabajo remunerado como el no remunerado, las mujeres trabajan 22 horas más que los hombres (INEC, 2018). Ello sugiere que esta doble carga de trabajo se traduce tanto en la ejecución de mayor cantidad de actividades, que resulta en menor tiempo para descansar, como en estrés ante la preocupación de la responsabilidad de cuidar una familia y trabajar de manera remunerada, incrementándose así el riesgo de desarrollar problemas de salud en las mujeres.
Los hallazgos de este estudio deben ser interpretados tomando en cuenta algunas limitaciones metodológicas. En primer lugar, su diseño transversal no permite descartar un sesgo de causalidad inversa. Además, la única pregunta empleada en la I ECCTS para medir CEF no permitió distinguir entre la clase del conflicto (basado en el tiempo, originado en la tensión o relativo al comportamiento), lo cual se ha encontrado que difiere según el género (Shockley et al., 2017). Otra limitación importante es la falta de estratificación en el análisis según clase social ocupacional dado el reducido número de casos estudiados. En este sentido, se ha observado un mayor impacto del CEF en la autopercepción de la salud en las mujeres con menor nivel socioeconómico (Kobayashi et al., 2017). Adicionalmente, no se examinaron dimensiones que permitirían obtener una mayor comprensión de los determinantes de la percepción del CEF en hombres y mujeres, así como de su relación con el estado de salud en ambos sexos. Por ejemplo, numerosos estudios han encontrado que la exposición a los factores de riesgo psicosocial, tales como, como el conflicto de rol, ambigüedad de rol, apoyo social de compañeros y de supervisores están asociados al CEF (Michel et al., 2011). Dada la persistente segregación de género del mercado, como se ha observado en revisiones previas (Campos-Serna et al., 2013), los hombres y las mujeres del presente estudio podrían estar expuestos a una desigual distribución en la exposición a los factores de riesgo psicosocial, lo que podría explicar, en parte, la manera en que ambos sexos experimentan el CEF. Tampoco fue posible analizar varios factores de la esfera familiar, tales como: el conflicto de rol, la ambigüedad de rol, la sobrecarga de trabajo, el apoyo familiar y el apoyo de la pareja, que en anteriores estudios han mostrado estar asociados con el CEF (Michel et al., 2011). Finalmente, hay que tener en cuenta que, debido a las características de la población objeto de la encuesta, este estudio no incluyó a las personas con empleos informales, que generalmente tienen peor estado de salud y peores condiciones de trabajo, así como de empleo que quienes tienen arreglos formales (Ludermir; Lewis, 2003). Al mismo tiempo, se ha identificado que la informalidad interacciona con los trabajos no remunerados de cuidados (claramente relacionados con el CEF), generando importantes desigualdades de género en la salud (López-Ruiz et al., 2016). Pese a las anteriores limitaciones, este es el primer estudio sobre la prevalencia del CEF percibido y su relación con la salud de la población ecuatoriana, que toma en cuenta las desigualdades de género. Además, se basa en una muestra representativa de las ciudades con mayor densidad poblacional del Ecuador e incluye distintos sectores de actividad y ocupaciones.
Consideraciones finales
En definitiva, este estudio muestra que la frecuencia con que hombres y mujeres perciben que el empleo interfiere con su vida familiar es similar. Además, observó una clara asociación entre el CEF y diferentes indicadores de la salud, siendo esta situación más desfavorable para las mujeres. Estos resultados alertan sobre la necesidad de generar políticas y medidas por parte de todos los agentes implicados, especialmente las empresas y las instituciones públicas, para lograr una corresponsabilidad real en los cuidados. De esta manera, tanto mujeres como hombres podrían conciliar de una mejor manera la vida laboral y familiar, teniendo como resultado la desaparición o mitigación tanto de los problemas de salud como de las desigualdades en salud encontradas.
La reflexión crítica sobre el impacto del CEF en la salud de hombres y mujeres que ofrece este artículo, reconoce las limitaciones de la metodología utilizada. En este sentido, es necesario contar con investigaciones que incorporen escalas diseñadas para medir el conflicto en sus diferentes formas, lo que permitiría profundizar en los distintos antecedentes del CEF en hombres y mujeres. De la misma forma, se requieren futuros estudios que incluyan a la población con empleo informal y que consideren la intersección del género con la clase social. Adicionalmente, dada la compleja relación entre la esfera laboral y familiar, se deberían examinar las diferentes fuentes de conflicto en ambas esferas. Por ejemplo, en línea con anteriores propuestas metodológicas para estudios de trabajo, género y salud (Artazcoz, 2014), se sugiere incluir variables que permitan abordar la división sexual del trabajo doméstico y familiar, tales como, estado civil o de convivencia, responsabilidad principal en el cuidado de las personas dependientes, número de horas de trabajo doméstico y de cuidados, y persona que aporta más ingresos al hogar. La evidencia generada a partir de estos estudios permitirá un enfoque y conocimiento más integral del CEF en los hombres y las mujeres, así como de su impacto en la salud.
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Fechas de Publicación
-
Publicación en esta colección
17 Jul 2020 -
Fecha del número
2020
Histórico
-
Recibido
18 Ene 2019 -
Revisado
12 Feb 2020 -
Acepto
20 Feb 2020