Open-access La Sociología hostigada. ¿Por qué la extrema derecha la elige como enemigo público?

A sociologia sob ataque: porque é que a extrema-direita a escolhe como inimigo público?

Sociology under fire: Why does the extreme right choose it as a public enemy?

Resumen

El presente artículo explora algunas de las razones esgrimidas por las derechas para el ataque a la Sociología en el espacio público argentino centrado en los medios de comunicación y las redes sociales. El foco inicial de la pesquisa recupera el contexto de los meses del primer cuatrimestre de 2023 pero avanza en una genealogía de las impugnaciones que la disciplina experimentó desde su constitución. Sostenemos que la Sociología posee características como disciplina y proyecta intervenciones sociales que confrontan los programas desplegados por las derechas. Dadas las condiciones de la comunicación pública contemporánea en las cuales se inscriben los ataques en su contra, examinamos la relativa persistencia de los embates contra la Sociología con atención a su supuesto carácter “marxista”. Finalmente sostenemos que en las cualidades epistémicas de la disciplina sociológica y en su “eficacia social” para el señalamiento de desigualdades radican las razones que las derechas buscan neutralizarla.

Palabras Clave: sociología; derechas; marxismo; racionalidad; incidencia pública

Resumo

Este artigo explora algumas das razões apresentadas pelas novas direitas para o ataque à sociologia no espaço público argentino ladeado pela mídia e pelas redes sociais. O foco inicial da investigação recupera o contexto dos meses do primeiro trimestre de 2023 mas avança numa genealogia dos desafios que a disciplina tem vivido desde a sua constituição. Afirmamos que a sociologia tem características como disciplina e projeta intervenções sociais que confrontam os programas implantados pela direita. Dadas as condições da comunicação pública contemporânea em que se inscrevem os ataques contra ela, examinamos a relativa persistência dos ataques contra a sociologia com atenção ao seu suposto carácter “marxista”. Por fim, sustentamos que as razões que a direita procura neutralizar residem nas qualidades epistêmicas da disciplina sociológica e na sua “eficácia social” para apontar desigualdades.

Palavras-Chave: sociologia; direitas; marxismo; racionalidade; advocacia pública

Abstract

This article explores some of the reasons given by the New Right for the attack on sociology in the Argentine public space flanked by the media and social networks. The initial focus of the research recovers the context of the months of the first quarter of 2023 but advances in a genealogy of the challenges that the discipline has experienced since its constitution. We maintain that sociology has characteristics as a discipline and projects of social interventions that confront the programs deployed by the political right. Given the conditions of contemporary public communication in which the attacks against it are inscribed, we examine the relative persistence of the attacks against sociology with attention to its supposed “Marxist” character. Finally, we maintain that the reasons that the political right seeks to neutralize lies in the epistemic qualities of the sociological discipline and in its “social effectiveness” for pointing out inequalities.

Key words: sociology; rights; Marxism; rationality; public advocacy

Introducción

El 30 de mayo de 2023, #Marx ocupó los puestos 1 al 5 en Twitter Argentina entre el mediodía y las 6 de la tarde aproximadamente. #Sociología, #Weber y #Durkheim también se contaron entre las primeras 20 tendencias. Todo había comenzado por el posteo de alguien que se define como libertario -aunque no da más señas personales, propio de una cuenta creada para evitar responsabilizarse por los comentarios emitidos- que contaba que a su hermano lo hacían leer a Marx en la materia de Sociología General del Profesorado de Educación Física de la Universidad Nacional de La Plata, y sostenía que eso era “adoctrinamiento”. Tuvo más de 3 millones de reproducciones. Esto se replicó en medios digitales de esa ciudad.

Entre el 19 de febrero y el 30 de abril del mismo año, medios porteños, cordobeses, tucumanos, entre otros del país, que incluyen a los de mayor tirada, reprodujeron un estudio que informaba que Sociología era la segunda carrera con más arrepentidos de haberla cursado, un 72%. Esa información era el resultado de una encuesta realizada por la plataforma ZipRecruiter a 1500 estadounidenses que buscaban empleo, y que fue posteada el 3 de noviembre de 2022 en su blog. El 19 de diciembre de ese año, el sitio Laboratorio de Periodismo de la Fundación Luca de Tena de ABC, el diario español de tendencia conservadora, había publicado esa información en castellano, y entre febrero y marzo de 2023 hicieron lo propio los diarios del mismo país, Marca y ABC, y algunos medios latinoamericanos.

Estos ataques se produjeron en un año electoral en la Argentina, cuando se eligen presidente, gobernadores, intendentes y legisladores nacionales; con un avance del voto a las derechas; y una derechización del debate público en general, situación similar a la de otros países latinoamericanos y de otras regiones del mundo (Waisbord, 2018b).

La pregunta - problema que procuramos responder es la siguiente: ¿Por qué en la esfera pública argentina -en la que los medios de comunicación y las redes sociales son instituciones centrales- la Sociología fue atacada duramente todos y cada uno de los meses del primer cuatrimestre de 2023?

Nuestro argumento es el siguiente: Elementos constitutivos de la Sociología como disciplina y su incidencia social efectivamente se contraponen a los programas de las derechas, aunque no por las razones que éstas esgrimen en sus ataques.

Para desarrollarlo, seguimos el siguiente orden. Primero, explicitamos nuestro enfoque sobre la Sociología y caracterizamos las condiciones de la comunicación pública en que se producen los ataques en su contra. En segundo término, caracterizamos los hostigamientos a la disciplina en comparación con la historia de los ataques que padeció en América Latina y otras regiones del mundo, ahora y en otros momentos históricos, para demostrar que no son originales ni temporal ni espacialmente. Luego, examinamos si tiene asidero empírico la caracterización como marxista que hacen algunos de los cuestionamientos a la Sociología: con ese fin, reconstruimos la historia de la ciencia en la región y el país para mostrar que el marxismo es una entre otras corrientes y que, salvo en ciertos períodos específicos, no fue la corriente dominante. En cuarto lugar, si los motivos explícitos de los ataques no tienen sustento empírico, buscamos las razones en otras características de la disciplina para demostrar que, efectivamente, hay elementos constitutivos de la Sociología que se contraponen al programa de las derechas. Finalmente, además de en las cualidades epistémicas de la disciplina sociológica, buscamos las razones de los ataques también en su eficacia social: en ese sentido, sostenemos que, si bien la disciplina no tiene tantos egresados/as/es ni estos suelen ocupar lugares de poder relevante ni en el estado ni en el mercado, sus desarrollos teóricos han incidido eficazmente en el debate público y político poniendo de relieve las desigualdades e injusticias entre clases, géneros, etnias y países.

1. Las condiciones del debate público

Evitamos establecer a priori una nominación distintiva y unívoca de la identidad del/de la/e sociólogo/a/ue. Por el contrario, son definidas como tales todas las personas que, con diferentes saberes, credenciales, trayectorias y miradas sobre la disciplina, se presentaron y fueron reconocidas como sociólogos/as/ues. Según este criterio pragmático que es adoptado en otros trabajos sobre el tema, como el de Blois (2018), sociólogo/a/ue es quien se define y es reconocido como tal.

Concebimos este proceso de modo agonístico, con tensiones y pujas de poder entre agentes que ocupan posiciones de diferente poder relativo en ese sistema de relaciones conflictivo. El enfoque elegido para comprender los ataques al campo de la disciplina en Argentina y América Latina asume que se trata de un sistema de relaciones competitivo, con sus diferencias sociales, institucionales e ideológicas. Esto permite abordar el sistema de relaciones de los/as/es sociólogos/as/gues en el país y la región, y lo que está en disputa que es -entre otras cosas- la definición misma de la disciplina, y comprenderlo en el marco de procesos socio-políticos más amplios y complejos. (Costa y Mozejko, 2001)

De estos procesos más amplios, hay dos que hoy afectan especialmente a la disciplina: el avance de las derechas como opción de gobierno y en organizaciones sociales y culturales; y los problemas de comunicación pública: la desinformación, el anticientificismo, los negacionismos históricos, los discursos de odio y el desprecio a la corrección política, que funcionan de manera articulada entre sí y se relacionan estrechamente, entre otros factores, con la reacción conservadora (Autora, 2022). Entre las posturas anticientíficas, se destacan los ataques a las Ciencias Sociales en general y a la Sociología en particular.

Muchos/as/es sostienen que, en este momento histórico, el paradigma de la comunicación pública está en crisis. Esta situación se ha denominado la Era de la Post-Verdad, que se define como una ruptura del consenso social sobre cómo definir la verdad basándose en hechos empíricos y argumentos lógicos (Waisbord, 2018a). La Era de la Post-Verdad no hace alusión a cierto tipo de discursos falsos o engañosos de manera aislada, sino a la situación estructural de conflicto entre diversos regímenes de verdad, a la puesta en crisis del paradigma moderno de la verdad como argumentación racional basada empíricamente en los hechos (Waisbord, 2018a). No obstante, sostenemos que los desafíos al consenso colectivo no sólo se refieren a la forma de definir lo que se acepta como verdad objetiva, sino también a la forma de definir lo que se evalúa como justicia fundada en los derechos humanos y la democracia en tanto valores socialmente consensuados, y lo que se acepta como autenticidad o sinceridad personal respecto a los propios sentimientos y experiencia subjetiva (Segura, 2022).

El equivalente de las noticias falsas para los discursos históricos y científicos son los posicionamientos que cuestionan las afirmaciones científicas, como los discursos antivacunas y terraplanistas, y los negacionismos históricos (Di Cezare, 2023). Las impresiones subjetivas, los datos sin sustento empírico, las teorías conspirativas, las falacias lógicas, la manipulación de datos y análisis y las citas de declaraciones de falsos expertos se oponen al discurso científico. El anticientificismo difiere del escepticismo y del sentido crítico que son inherentes a la actividad científica (Waisbord, 2022). También difiere de la crítica social a algunos aspectos de la producción científica y de las demandas sociales de mayor participación de las personas históricamente excluidas, inclusión de diferentes saberes, transparencia en sus procedimientos y mayor discusión sobre sus objetivos y fines (Waisbord, 2022). El anticientificismo también es diferente de las pseudociencias, disciplinas o teorías que pretenden ser científicas sin serlo realmente -como la astrología o la parapsicología-, lo que las lleva inevitablemente a chocar con las teorías científicas aceptadas (Diéguez Lucena, 2022). El anticientificismo consiste en rechazar el consenso científico con argumentos que no pertenecen a la propia ciencia. Implica el negacionismo de los conocimientos, tecnologías y productos científicos.

Estos ataques operan de manera organizada, orgánica, y, al mismo tiempo, generan las condiciones para su multiplicación inorgánica, casual, espontánea (Alcaraz, Beck, Elman, Hernández, Rodríguez & Vallejos, 2021). Está demostrada la actividad de think tanks, organizaciones no gubernamentales (ONGs) y agrupaciones internacionales de extrema derecha que financian a organizaciones y líderes de opinión de diversas regiones del mundo, y que producen ejes discursivos y propuestas de acciones que luego son replicadas en distintos países. Entre los más influyentes en América Latina se cuentan la Red Atlas con sede en Virginia, Estados Unidos, y CitizenGo con sede en Madrid, España (Waisbord, 2018b; Fisher & Plehwe, 2013). Ese accionar coordinado y las posibilidades tecnológicas que ofrecen las plataformas digitales de redes sociales favorecen la reproducción reticular, masiva e instantánea de mensajes similares (Segura, 2022).

Estos discursos se producen contra determinados grupos sociales. Está ampliamente demostrado en países latinoamericanos (Amnesty, 2018) y en otros lugares del mundo (Posetti, Aboulez, Bontcheva, Harrison & Waisbord, 2020) que la articulación de informaciones falsas, hechos alternativos, discursos odiantes e incorrección política acosa especialmente a las personas que pertenecen a sectores sociales históricamente vulnerabilizados y más desaventajados socialmente: mujeres y disidencias sexuales, personas racializadas y empobrecidas. Esto incide también en sus posibilidades de participación en el espacio público. La reacción conservadora se produjo en el marco de una avanzada del fascismo que considera que ciertos grupos sociales son superiores a otros y que, por lo tanto, los otros son prescindibles y, en última instancia, eliminables (Garzón, 2022). Los ataques apuntan, asimismo, contra las élites políticas, intelectuales, científicas, artísticas, periodísticas y militantes tradicionales de diverso signo político -especialmente a las de izquierda y progresistas- que promueven la ampliación de derechos para esos sujetos o, al menos, aceptan o -aún menos- no cuestionan abierta y explícitamente esos avances y aceptan las reglas de juego democrático electorales y comunicacionales. Sus “enemigos comunes” son “las defensoras y defensores de derechos humanos, las y los partidarios de la intervención del Estado, las feministas y demás representantes del progresismo” (Alcaraz, Beck, Elman, Hernández, Rodríguez & Vallejos, 2021). Esta reacción contra la política, la ciencia y la cultura está relacionada con la asociación de estos campos con ideas de transformación y renovación, y el cuestionamiento del statu quo. (Segura, 2022)

Por eso, los problemas de la comunicación pública son expresión en el debate público de los desafíos políticos que presentan las derechas. Sus discursos reponen una retórica conservadora y reaccionaria cuyas obstinaciones por la demonización del rival político y las profecías pesimistas e intransigentes ocluyen cualquier debate abierto en los marcos democráticos consensuados (Hirschman, 2010). Desde las movilizaciones contra las medidas preventivas del contagio de COVID-19, se difundieron “retóricas antipolíticas, antiestatales, antiigualitarias y antiderechos” que lograron interpelar a importantes sectores sociales (Martínez, 2022). Usan “consignas y militancia antigénero” y construyen “enemigos comunes” (Alcaraz, Beck, Elman, Hernández, Rodríguez & Vallejos, 2021). Son “antipopulistas reaccionarios” (Kessler, Vommaro & Paladino, 2022: 655). Su enemigo común es el “peligro populista”, cuyo epicentro sería Venezuela y la “chavización”, pero que se irradiaría en toda la región; y reaccionan -muchas veces de forma virulenta- a lo que consideran atropellos de ese populismo y sus aliados en temas de género, religión y derechos LGBTQI (Kessler, Vommaro & Paladino, 2022).

2. Una ciencia incómoda

La reacción conservadora descripta avanzó sobre diversas zonas del discurso público, especialmente mediante intervenciones de impugnación, cuando no lisa y llanamente mediante ataques violentos. Si el foco de esas agresiones han sido instituciones, personas, valores o proyectos que reivindican un posicionamiento a favor de la ampliación de derechos y de reconocimiento de diversidades, la investigación sobre lo social devino objetivo privilegiado de la vocación anticientificista de las derechas. Como mencionamos, esta voluntad de disolución de los procedimientos de verificación propia de la Post-Verdad resulta de un movimiento aunque no enteramente novedoso en sus resultados, singularmente potente en sus pretensiones: la pretensión de las derechas por ganar “la batalla de las ideas” (Corcuff, 2021). En ese marco, no sorprende que la Sociología sea objeto de embates frecuentes en distintos países y en diferentes tradiciones académicas.

El libro de Gérald Bronner y Etienne Géhin publicado en 2017 provocó no pocas reacciones en el universo intelectual francés. Si bien la propuesta de inspeccionar algunos debates epistemológicos medulares de la disciplina no resultó especialmente original, sus abiertas afrentas contra lo que define como “determinismo” así como también su oposición a cierto “aislacionismo” de la Sociología respecto de las ciencias cognitivas atrajo el interés tanto académico como mediático en lo que fue reconocido como un “libro-acontecimiento”. Entre los nodos centrales de la crítica que plantea el libro surge el uso polémico del título “El peligro sociológico” para referir a algunos de los supuestos sesgos que denuncian los autores de los cuales se derivan algunas conclusiones más amplias como, por ejemplo, aquella que enlaza la perspectiva de la “sociológica crítica” a la “cultura de la excusa”. Las imputaciones que siguieron al debate abierto por ese libro recuperaron algunos lugares comunes que ligaban la sociología de la dominación y la explotación social a la negación de responsabilidades legales de los individuos o al abandono del mérito como criterio de asignación de recursos económicos o simbólicos.

Como lo notó Brandmayr (2021), los marcos de ese debate se inscribieron en las sucesivas intervenciones públicas que, desde 2015, realizaron agentes académicos pero también de medios de comunicación masiva y de la política sobre el estatuto de la Sociología en Francia. En esa discusión, el libro de Bernard Lahire (2016) fue una expresión más de las posiciones que “defendían” a la disciplina sociológica de los ataques más diversos. En esta última perspectiva, las razones para los ataques a la Sociología se fundaban en su característica intrínseca de iluminar las desigualdades sociales y los modos de explotación, exponiendo los intereses de ciertos grupos dominantes de la sociedad. Aunque éstos ataques a la Sociología no resultaron enteramente nuevos, la coyuntura abierta luego de los ataques terroristas del 13 de noviembre de 2015 en París, actualizó algunas de las imágenes disponibles sobre la Sociología como lo evidenció el Primer Ministro francés, Manuel Valls, al rechazar cualquier “excusa sociológica o cultural” que pudiera justificar los atentados.

Este episodio francés sirve para una exploración sobre las conexiones entre la estructura epistemológica de la Sociología, el carácter científico de su método y la caladura de sus objetos de estudio y los modos históricamente efectivos en los cuales es o fue imputada negativamente. Así las cosas, la “incomodidad” de la Sociología permite preguntarse por las bases conceptuales y prácticas de su inquietante presencia en los medios universitarios pero también evidenciar que, lejos de reducirse a esa imagen de ciencia “apologista” o “justificadora”, el lugar público de la disciplina ha sido objeto de disputas desde posiciones políticas, ideológicas y teóricas muy diversas.

El señalamiento de la “peligrosidad” de la Sociología ha sufrido variaciones históricas que, pese al grado de institucionalización de la disciplina a lo largo del siglo XX, no han desaparecido y frecuentemente emergen con renovados bríos (Fabiani, 2021). No son pocos los casos donde las Ciencias Sociales en general, y específicamente la Sociología, han sido asociadas al hiper-relativismo moral o directamente contrarias al orden cívico desde posiciones del poder político o económico.

En el origen mismo del proyecto de Auguste Comte, su propuesta de una “filosofía positiva” y de la Sociología en tanto constructo epistemológico máximo tuvo una recepción optimista entre juristas, algunos naturalistas y periodistas; aunque negativa y casi nula entre los integrantes de las Facultades de Letras y Filosofía que despreciaban las credenciales de la nueva ciencia de Comte. La vida inicial de la Sociología durante el Segundo Imperio fue extra-universitaria a la sombra de las disciplinas más prestigiosas como la Historia o la Filosofía, lo que paulatinamente cambió durante la Tercera República francesa (Heilbron, 1995).

La consolidación de la Sociología en la segunda mitad del siglo XIX supuso su progresiva diferenciación de las Ciencias Naturales y el mundo literario, constituyendo una “tercera cultura” que, sin embargo, enfrentó impugnaciones diversas, de acuerdo a los contextos nacionales. Así, la jerarquía de las disciplinas en tradiciones nacionales como la inglesa o la alemana permitieron a Lepenies (1994) ponderar los grados efectivos de receptividad y rechazos que la Sociología provocó en diversas zonas de la producción cultural: desde la ambivalente postura de John Stuart Mill o los críticos literarios como F. R. Leavis en el mundo británico, hasta el círculo de poetas reunidos en torno a Stefan George en Alemania. En los casos de ambos países, la inicial desconfianza respecto de la sociología se fundaba en que la consideraban un saber “menor”, cuya “fascinación positiva” por la acción humana le impedía acceder a la legitimación necesaria.

En efecto, se reconsideraron las credenciales de la Sociología desde inicios del siglo XX: en tanto que Émile Durkheim devino promotor de una Sociología de la moral, los ataques desde algunos sectores conservadores y católicos fue especialmente furibundo. Los ataques se centraron en la posibilidad de que la Sociología se presentase como “moral científica laica” y contraria a las premisas religiosas católicas.

En tanto, una rápida revisión del recorrido institucional de la Sociología en Argentina permite observar su inestable estatuto frente a otras disciplinas existentes en el sistema universitario pero también ante quienes la asociaban a un saber incómodo cuando no, abiertamente “subversivo” (Blanco, 2006; Blois, 2018). El proceso de institucionalización de la Sociología en Argentina reconoce en la creación de la carrera en la Universidad de Buenos Aires un hito fundamental promovido por Gino Germani que, sin embargo, supuso una renovación intelectual e institucional cuestionada tempranamente desde ángulos diversos. En estos casos, las críticas provenientes de los ensayistas y escritores vinculados a los modos de intervención intelectual propios de la Filosofía, la Literatura o la Historia, y que desconocían las credenciales científicas del “nuevo saber”, provenían tanto de las figuras encumbradas de la élite cultural (de Martínez Estrada a Mallea) como de aquellas que reclamaban atención sobre la dimensión popular (Jauretche o Hernández Arregui). En ambos casos, las críticas al “cientificismo” y la “obsesión por las encuestas” de la Sociología de Germani evidencian el rechazo por lo que el conocimiento científico representaba pero también funge como indicador de las tensiones en el interior del campo intelectual argentino (Blanco & Jackson, 2015).

Aunque con otros argumentos, desde las interpretaciones más ortodoxas del marxismo-leninismo que Rodolfo Ghioldi representaba en el Partido Comunista Argentino, la impugnación de la Sociología como “moda burguesa” evidenció a la vez una disputa político-ideológica aunque también intelectual y generacional. La igualación de la Sociología de la “Gran teoría” de Parsons con el proyecto germaniano en la UBA impulsó diatribas y críticas desde rincones diversos pero, a diferencia de la mirada de la dirigencia comunista, muchos que reivindicaron a Charles Wright Mills como antídoto contra el “empirismo abstracto” o a Antonio Gramsci contra el elitismo descomprometido, centraron sus esfuerzos en disputar los sentidos de Sociología en vías de “pluralización teórica” (Sidicaro, 1991) antes que un ataque a la posibilidad misma de la práctica disciplinar. El singular valor de la “Radical Sociology” en el contexto argentino y, en buena medida, en el latinoamericano se fundó en que permitió una crítica a cierto mainstream de la disciplina sin por ello renunciar a las posibilidades que ésta permitía. Del mismo modo, los cuestionamientos a la “Sociología pura” que concitó los reclamos de figuras del campo nacional-popular y de la nueva izquierda tanto para rechazar una práctica despolitizada de la disciplina cuanto para denunciar la intromisión del financiamiento de la investigación social en los casos de Camelot o del Proyecto Marginalidad, proyectaron combates por los modos legítimos de definir la Sociología.

En contraposición a esas tensiones y sus diversas resoluciones, el ataque a la Sociología en particular durante el golpe cívico-militar iniciado en marzo de 1976 permite asistir a un modo de desarticulación de una cultura académica forjada durante casi veinte años en un contexto de represión ilegal estatal que mantuvo una ficción de continuidad universitaria a cambio de la regimentación social y la eliminación del disenso (Blois 2018; Romanutti & Autora, 2021). Ese ciclo de terror, seguido de la refundación encarada por quienes asumieron el papel de renovar la Sociología en los años ochenta en todo el país, debieron recomponer no sólo un universo de referencias disciplinares, una comunidad docente y estudiantil sino también el horizonte de una profesión que había sido indicada como “peligrosa” por la jerarquía militar, rasgo que la Sociología no monopolizaba sino que compartía con otras Ciencias Sociales y Humanas. Sin embargo, dado que su huidizo objeto pareció representar frecuentemente en la trayectoria universitaria y del mundo cultural argentino un tipo de indagación epistemológica cuestionable y políticamente sospechosa, no sorprende que los ataques la hayan tomado entre sus víctimas preferidas.

En síntesis, la Sociología ha sido siempre atacada, desde sus inicios y en diferentes geografías; y los orígenes y contenidos de esos ataques varían mucho (de derecha a izquierda y también desde fracciones del mundo intelectual políticamente no tan delimitables). No obstante, esos ataques tienen un rasgo común: toman la parte por el todo, fijan la identidad de la Sociología en alguno de los muchos rasgos que tiene, reducen su pluralidad a una de sus líneas. En los ataques actuales de las derechas, ese pars pro toto se expresa de manera contundente en su ataque por "marxista".

3. No tan roja

¿Qué lugar podríamos adjudicar a la tradición marxista en la historia de la Sociología en Argentina? Asumir este desafío implica definir con claridad ambos elementos. Una primera vía de acceso para identificar su ligazón es repasar las periodizaciones y los debates en la bibliografía específica sobre la historia de la Sociología argentina.

En primer lugar, ¿qué relevancia adquiere el marxismo en la historia de la Sociología argentina? Horacio Tarcus, referente de los estudios de historia intelectual centrados en los fenómenos de recepción, sostiene que la Sociología y el marxismo nacieron como dos grandes paradigmas teóricos aparentemente antagónicos en siglo XIX, pero en cuanto Ciencia Social evidenciaron una gran propensión a superponerse y hasta solaparse. La difusión del marxismo en los medios académicos y científicos argentinos quedó visiblemente relegada en el periodo de institucionalización de la Sociología en el país durante la década del 50, por la tendencia cientificista y positivista hegemónica. No obstante, en el campo académico de fines del siglo XIX los “padres fundadores” de las Ciencias Sociales argentinas como Carlos Octavio Bunge, Juan Agustín García, José Ingenieros, Ernesto Quesada se habían pronunciado extensamente sobre problemas tales como las relaciones entre socialismo y Sociología, marxismo y política o determinismo económico y leyes sociales (Tarcus, 201).

De acuerdo a la clave de lectura que sostenemos no es posible definir una “Sociología argentina” como tal, sino múltiples manifestaciones de su desarrollo, con distintas formas de trabajo en diferentes periodizaciones y su consiguiente vinculación con los procesos sociopolíticos contextuales; periodizaciones cuyos criterios de definición también son objeto de disputa. Un breve recorrido por las periodizaciones clásicas de la disciplina en el país nos permite visualizar el lugar asignado a una caracterización de supuestos teóricos y prácticas de investigación que nos permitan reconocer caracteres propios de una “Sociología marxista”.

En la periodización clásica de la Sociología argentina que propone Juan Marsal, distingue, en primer lugar, a la tradición ensayística sobre la realidad social, política y cultural argentina, con exponentes como Echeverría, Juan Bautista Alberti y Domingo Sarmiento. En un segundo momento, un desarrollo de escuelas sociológicas, principalmente la positivista, donde ubica a Ramos Mejía, José Ingenieros y Quesada, y allí reconoce a la escuela marxista expresada en la obra de Juan B. Justo (Marsal, 1963). En un tercer momento, se ubica la institucionalización de la Sociología científica, representada en Gino Germani y la fundación del Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en 1957. El mismo criterio asume la periodización que distingue un pensamiento pre-sociológico, una Sociología en las universidades y una Sociología científica. Aunque esta clasificación formulada por el propio Germani, comete una considerable superposición de etapas derivadas de un criterio externo al desarrollo propio de la disciplina que busca una correspondencia con los procesos histórico-sociales del país.

En la periodización de Delich encontramos un lugar distinto asignado a la tradición marxista en la historia de la Sociología, con el reparo que careció de una debida institucionalización. La sistematización de Delich propone etapas a modo de expresiones de diferentes estructuras de poder: una Sociología de “frac” o la Sociología de “cátedra”, una Sociología “White Collar” o “científica”, y la Sociología de los “descamisados” o “anti-Sociología”, expresadas en las cátedras nacionales de la década de 1970. Desde el planteo analítico de Delich, el panorama sociológico en la Argentina permitió la coexistencia de estas tres formas atribuidas a las prácticas disciplinarias. Este desarrollo sucesivo no implicó una abolición total de la etapa anterior pese a que estas tres representaciones, con sus consiguientes formas de hacer sociología, se definieron excluyéndose mutuamente y distinguiéndose en relación al período anterior mediante descalificaciones mutuas que negaban el carácter de interlocutores válidos. Sin perjuicio de la inexistencia de un ámbito de discusión común, cada período dispuso de un ámbito institucional de legitimidad en consonancia inherente a la polaridad política del país.

En segundo lugar, si existió una Sociología marxista en Argentina, ¿en qué medida logró institucionalizarse? Delich (2013) distingue una cuarta expresión que corresponde a la Sociología de orientación marxista, aunque la considera carente de institucionalización.

La institucionalización de ideas se produce mediante un aumento de la densidad de contactos entre personas interesadas en las mismas, cuyo corolario es el estudio y la investigación que requiere diferentes mecanismos: como la inclusión de esas obras en los planes de estudios y en grupos de investigación y la progresiva utilización de sus propuestas teóricas y metodológicas, lo que permite que gradualmente sean consideradas más que como una mera referencia (Shils, 1970). Además, un corpus de saberes con pretensiones de legitimidad en torno a un sustrato de interés común, requiere para su desarrollo y reproducción una nueva configuración en las formas de organización, en las discursividades y los modos de funcionamiento. Esta nueva estructuración se plantea en un doble sentido: en las relaciones entre actores de temporalidades diferentes (lo que induce a referir a precursores, padres fundadores del campo disciplinar) y en las relaciones que establecen con el mundo que hace a su realidad, desde donde se define una actitud en términos de problemas (Caracciolo, 2010). Nestor Kohan reconoce que el marxismo en la Argentina es una tradición “de pensamiento social, político, científico y cultural, sistemáticamente ‘olvidada’, marginada y silenciada, luego de haber sido reprimida y aplastada a sangre, tortura y fuego” (Kohan. 2015). En esa misma obra, Kohan crítica a la sociología científica y modernizadora de Germani, describiéndola como dispositivo apolítico sustentado en la fascinación embriagante de datos, que promueve la teoría burguesa de la modernización: el desarrollismo.

En síntesis, en la pluralidad de perspectivas de la historia de la Sociología argentina, queda en evidencia que el marxismo ocupa un lugar marginal y aún más en su institucionalización.

4. La ciencia molesta

Si aceptamos que los actuales ataques a la Sociología provienen de las (extremas) derechas, y que tanto esas derechas como los ataques tienen las características que tienen los casos mencionados al comienzo de este artículo (datos falsos o tergiversados, desprecio por la argumentación, etcétera), la pregunta por las razones de los ataques puede intentar responderse en función de características particulares de la Sociología, que hacen de ella un contrincante casi natural de estos discursos y de cualquier otro de su tipo. Esto no puede desde ya ser suficiente para explicar esos ataques pero en todo caso da el punto de referencia para una explicación más amplia: todo lo demás presupone que la Sociología es una empresa que molesta a las extremas derechas.

En primer lugar, la Sociología es un actor en lo que Bourdieu denominó “lucha por la definición legítima del mundo social” (Bourdieu, 1990: 287 y ss.). Según los contextos puede serlo con más o con menos peso pero lo es siempre por definición, por la sencilla razón de que describir y explicar lo social es su cometido específico. Si partimos del supuesto de que las nuevas derechas operan con un registro discursivo y analítico que es lo opuesto sistemático de la Sociología es comprensible que esa tensión se ponga de manifiesto, en particular en un contexto en que esas derechas se sienten empoderadas por su relativo éxito en la captura del sentido común, tal como vimos al comienzo.

La segunda razón se refiere justamente al sentido común. Sea cual sea su configuración histórica (la del sentido común) la Sociología tiende siempre a desafiarlo, incluso en aquellas de sus versiones más superficialmente empíricas: las encuestas más simples, si están bien hechas, suelen deparar datos incómodos para los prejuicios de cualquier tipo. Desde allí hasta las más sofisticadas elaboraciones conceptuales, construidas (por seguir con Bourdieu) “contra la ilusión del saber inmediato” (Bourdieu, 2002: 27), la Sociología es un revulsivo contra el sentido común y por ende contra las ideas que en él hayan arraigado -y hay buenas razones, como vimos, para pensar que las derechas políticas han alcanzado hoy un grado inéditamente elevado de captura del sentido común.

Tercero, la Sociología es, en la abrumadora mayoría de sus versiones, un discurso argumentativo y racional, que busca la validez intersubjetiva de lo que afirma. En este sentido puede considerarse parte del proyecto de la ilustración incluso en las vertientes que lo cuestionan (Bauman, 1989), puesto que todas están obligadas a fundamentar sus críticas y a defender sus posiciones con razones y con datos. Si aceptamos que las derechas desprecian el silogismo y desprecian los datos están, también en esto, en las antípodas de la Sociología. Y lo están incluso de sus vertientes más ensayísticas (González, 2000), comprometidas con otros usos del lenguaje y otras formas de validez pero nunca las del espontaneismo emotivo que busca convencer al margen de la argumentación.

Cuarto, al ser amiga del silogismo y del dato, la Sociología es también amiga de la honestidad intelectual. Hay una relación intrínseca entre el argumentar para que otro/a/e acepte mi argumento y creer yo mismo en el argumento, puesto que la creencia surge de sopesar yo mismo esos argumentos y la consistencia con que consiguen sostener mi posición. Por supuesto esto no quiere decir que la Sociología sea un mundo idílico de personas intelectualmente honestas. Pero sí que la deshonestidad se opone a su principal regla constitutiva. En este sentido, cualquier discurso que use deliberadamente datos falsos, que descarte sin razones datos contrarios a lo que afirma, que construya argumentos falaces a consciencia, es también anti sociológico.

La quinta razón es que la Sociología es un discurso pluralista, en el sentido de que admite la complejidad del mundo social y la diversidad de los puntos de vista y de las estrategias para su abordaje. Incluso las Sociologías más convencidas de su propio enfoque y menos interesadas en lo que hacen otros/as/es (esas Sociologías hiper especializadas que tantas veces cuestionamos) suponen el reconocimiento implícito de que esos otros/as/es existen y que, por ende, lo que afirman es parcial respecto de la multiplicidad de capas y dimensiones de la vida social. Ningún discurso simplista, unilateral y apodíctico, que desconozca la pluralidad de axiomáticas desde las que puede abordarse el mundo social, armoniza con la Sociología.

Esto vale para un aspecto que puede considerarse constitutivo de las extremas derechas actuales, que es su adhesión incondicional a la Economía neoclásica tal como se divulga y tiene incidencia en las discusiones públicas. Sus afirmaciones taxativas acerca de “lo que hay que hacer”, que se sustentan en un imaginario acerca del carácter universal de las relaciones y lógicas económicas, y en una epistemología naturalista abandonada hace mucho incluso en las Ciencias Naturales, es lo más opuesto que pueda imaginarse a la Sociología y a la actitud sociológica5.

De lo que se desprende una sexta razón, a saber: que la Sociología ha sido desde sus comienzos, de infinidad de maneras, un contrapunto a la idea de sociedad centrada en el individuo auto suficiente. Este modelo de sociedad está implícito en la Economía neoclásica y es inseparable de la dogmática del mercado que asumen las extremas derechas, pero también forma parte de sus diatribas contra el Estado, la política o la defensa de minorías, que operan bajo el supuesto de una libertad natural contaminada por intervenciones distorsivas. La Sociología se construye en gran medida contra la banalidad de este supuesto no solo en sus tradiciones más radicales (la crítica marxiana de la economía política -Marx, 1973) y colectivistas (la dimensión no contractual de todo contrato de Durkheim -1986), sino también en sus vertientes políticamente más próximas al liberalismo y en sus asunciones metodológicas más cercanas al individualismo. Baste recordar que Parsons construye su “teoría voluntarista” de la acción en polémica con el utilitarismo y las versiones reduccionistas del “acto unidad” (Parsons, 1968: cap. 2) y que los/as/es defensores/as más encumbrados/as/es del individualismo metodológico se esforzaron en diferenciar ese principio del individualismo moral y político (Elster, 2001: cap. 6; Boudon, 2000).

Todo lo anterior que atribuimos a la Sociología supone condiciones de producción que son muy singulares en términos temporales. Producir argumentos, elaborar e interpretar datos, y someter todo ello a prueba, análisis crítico y justificación es algo que requiere tiempo, en las antípodas de las lógicas discursivas del mundo mediático y de las redes en que abrevan las (nuevas) derechas. En este sentido, el ataque a la Sociología puede interpretarse también como un ataque a las condiciones de posibilidad de su discurso, que en las sociedades actuales no son otras que las de la Sociología pública financiada por el Estado. Es la sustracción de esa actividad -la producción de conocimiento racional sobre lo social- de los condicionantes del mercado y sus coacciones temporales lo que constituye muy probablemente el blanco real de las críticas y su objetivo político más concreto. En esto la crítica de la Sociología, que tiene algo de revanchismo y, como vimos, mucho de irracionalidad, cobra todo su sentido y muestra también su verdadero peligro, que se expande además sobre el resto de las Ciencias Sociales y sobre el pensamiento humanístico en general.

5. Su incidencia

Para buscar las razones de los ataques que la Sociología recibe de actores de derecha, luego de demostrar que los cuestionamientos explícitos que le hacen no tienen sustento empírico, y que la disciplina sociológica tiene características por las que se contrapone “intrínsecamente” a los programas de las derechas, nos preguntamos aquí por sus niveles de impacto social, por su eficacia “externa”, los niveles de su impacto público, su relevancia social. En efecto, otro de los ataques que suele recibir se vincula con la supuesta inutilidad de la formación, lo que habla de una preocupación por su efectividad.

Evaluamos esa eficacia en cuatro aspectos: (1) sus niveles de institucionalización académica y extra-académica, (2) su prestigio, (3) en la cantidad de egresados/as/es, (4) en los lugares de poder que ocupan y (5) en la incidencia que la disciplina tiene en el debate público.

Argumentamos que, si bien la disciplina no tiene una institucionalización tan desarrollada, ni son tantos sus egresados/as/es, ni estos/as/es suelen ocupar lugares de poder relevante ni en el estado ni en el mercado, sus desarrollos teóricos han incidido en el debate público poniendo de relieve las desigualdades e injusticias entre clases, géneros, etnias, países. Considerando que las derechas propician políticas sumamente inequitativas, resulta plausible que esta sea otra de las razones no dichas de la hostilidad de las derechas contra la sociología.

En primer lugar, la institucionalización académica de la Sociología en las universidades argentinas es relativamente reciente y débil con respecto a otras disciplinas. El proceso de institucionalización de esta disciplina en el país se ha consolidado desde principios del siglo XXI. Se observa un campo institucional muy fragmentado. No obstante, se ha logrado en el largo plazo una estabilidad de la enseñanza de grado y postgrado. De las 4 carreras que quedaban al finalizar la última dictadura militar, llegaron a ser 19 en la actualidad. (Pereyra, 2017) En el ámbito extra-académico, la Sociología argentina también tiene una institucionalización precaria con respecto a otras profesiones. Los/as/es sogiólogos/as/ues tienen un Colegio profesional en el país, pero es poco reconocido e, incluso, impugnado. Tampoco es una profesión que tenga una ley que la regule. En los demás países de la región los procesos fueron similares. Las primeras cátedras de sociología datan de fines del siglo XIX, desde los años 1930 comienzan a crearse escuelas e institutos universitarios de investigación, algunos postgrados y revistas académicas, y recién en la década de 1950, después de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la Guerra Fría, se consolidan los procesos de creación de carreras universitarias. Así, la institucionalización latinoamericana de la Sociología como ciencia autónoma es parte de la institucionalización de un nuevo modelo de Estado en América Latina, el estado social, interventor o populista, y un nuevo patrón de acumulación, el de las economías capitalistas en crecimiento con sistemas de bienestar. En cambio, la institucionalización a nivel regional fue temprana y fuerte. La Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) fue la primera asociación regional de sociólogos/as/ues que se formó en el mundo y perdura hasta nuestros días. Se conformó en 1950, durante el primer Congreso Mundial de Sociología, organizado por la International Sociology Association (ISA) que se había creado apenas el año anterior. (Segura, 2023)

En segundo lugar, a pesar de su lenta institucionalización como campo científico autónomo, la Sociología en los países más grandes de América Latina -por su PBI, cantidad de población y extensión territorial- es prestigiosa. En la Clasificación Mundial de Universidades QS (World University Rankings), lista de ordenamiento de casi 1.500 universidades de todo mundo que es publicada por Quacquarelli Symonds y se difunde anualmente, aunque la clasificación general de Sociología está encabezada por países anglosajones, la primera universidad latinoamericana es la Universidad Nacional Autónoma de México en el puesto 26; la segunda, la Universidad de Buenos Aires en el puesto 39; y las siguen la Universidade de São Paulo, la Universidad Católica de Chile, la Universidad de Chile y la Universidade Estadual de Campinas. Aunque el ranking debe ser matizado porque la disparidad regional de la muestra es notoria y por el sesgo que implican algunos de sus criterios, debe considerarse por la difusión que tiene cada año y el impacto en las prácticas académicas. Por ejemplo, en la alta valoración de la UBA en el ranking internacional de Sociología “prevalece el reconocimiento a la formación profesional antes que académica, lo que contradice de alguna manera el imaginario común sobre la enseñanza de la Sociología en el país” (Pereyra, 2022: 13). Sin embargo, el reconocimiento profesional de los sociólogos/as/ues de Buenos Aires “no impacta en el crecimiento esperado de las inscripciones” (Pereyra, 2022: 18).

En segundo lugar, el número de los/as/es egresados/as/es de sus carreras universitarias es bajo en relación a los/as/es de otras carreras, aunque el número de graduados/as/es en Sociología se ha incrementado en el período comprendido entre 2000 y 2015, cuando casi se triplicaron. Se puede estimar que el total de graduados/as/es en Sociología (Licenciaturas y Profesorados) desde 1961 hasta 2015 se acerca a la cifra de 10500 y se puede estimar que desde 2003 más de 2 mil nuevos doctores en Ciencias Sociales han egresado de las universidades argentinas. (Pereyra, 2017). Con estos números, la sociología está lejos de las 15 carreras universitarias de grado que, en la década entre 2010 y 2019, concentraron el 70% de los/as/es graduados/as/es de Argentina, encabezadas por Derecho, Ingeniería y Contador Público (Chequeado, 2022).

En tercer lugar, la inserción profesional de los/as/es graduados/as/es de Sociología no incluye, por lo general, lugares de poder ni en las estructuras estatales ni en las empresariales. La temprana institucionalización de la enseñanza y la investigación académica de la Sociología en el país contrasta con una profesionalización tardía y difusa. No obstante, se ha consolidado la participación de sociólogos/as/es en la academia, en ámbitos privados, y en el Estado. Si bien no hay estudios empíricos abarcativos, los existentes muestran que la trayectoria profesional de los/as/es sociólogos/as/es en Argentina tiene cuatro espacios de inserción: la docencia e investigación universitarias; organismos públicos como técnicos, especializados en manejo y análisis de datos, y en diseño, implementación y evaluación de políticas públicas; la consultoría privada; y el asesoramiento en organizaciones de la sociedad civil (Pereyra, 2017). En los demás países de América Latina, la situación es similar, aunque se han destacado algunos casos excepcionales -que, en tanto tales, confirman la regla- en los que sociólogos/as/ues llegaron a ocupar lugares centrales del poder estatal, como el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) y la actual ministra de Educación de Colombia, Aurora Vergara Figueroa (2023-).

En cuarto lugar, aunque la disciplina tiene débil institucionalización, escasa cantidad de graduados/as/es, con inserción en lugares con bajo poder social, sí es una ciencia que ha logrado incidir en los debates públicos del país y de la región; y su influencia visibiliza, nombra e interpreta las desigualdades; y esto se opone radicalmente a los programas conservadores de las derechas. En efecto, una de las preguntas centrales de la Sociología y sobre la que propone posicionamientos críticos, es sobre la estratificación y las jerarquías sociales, uno de los ejes fundamentales de la teoría elaborada por Karl Marx, uno de los autores considerados clásicos de la disciplina y que fue tendencia en Twitter Argentina a principios de 2023: ¿por qué hay diferencias, desigualdad, asimetrías y dominación en las sociedades, cómo se producen, y cómo se modifican? ¿Quiénes y por qué consideran amenazante que una ciencia se haga estas preguntas sobre el orden y el cambio social?

Esto fue así desde el primer desarrollo teórico propiamente latinoamericano: la Teoría de la Dependencia propuesta en los años ‘60 por el brasileño Fernando H. Cardoso y el chileno Enzo Faletto en su libro Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica. La Teoría de la Dependencia, el esfuerzo teórico más abarcador y universalizante producido por las Ciencias Sociales de la región, realiza un riguroso análisis de los procesos históricos de constitución de las estructuras económicas de la periferia en el orden capitalista internacional en el marco del dominio neocolonial y la división internacional del trabajo. Parte de considerar que “los cambios ocurridos en el ‘centro’ son concomitantes y encuentran expresión concreta en otros tantos cambios de la periferia”, pero advierte que “existe una ‘historia’ -y por tanto, una dinámica- propia de cada situación de dependencia” (Cardoso, 1994). Los análisis de la dependencia implicaron una visión del desarrollo desde la perspectiva del Tercer Mundo. “No existe una teoría de la dependencia independientemente de la teoría del imperialismo” ya que las situaciones de dependencia provienen de la existencia de algún tipo de expansión del capitalismo. Pretendían mostrar que “la contradicción entre las clases, en los países dependientes pasa por una contradicción nacional y se implica en el contexto más general de una contradicción de clases en el plano internacional y en las contradicciones que derivan de la existencia de Estados Nacionales” (Cardoso, 1994).

Entre fines de la década de 1990 y comienzos de los años 2000, la teoría social latinoamericana produce su segundo desarrollo propio, que no implica una aplicación de teorías elaboradas en los países centrales: la Teoría Decolonial. El peruano Aníbal Quijano propone la tesis sobre la “colonialidad del poder” en 1989. Sostiene que la finalización del período colonial no supuso la superación de las maneras de mirar y pensar que reproducen la posición subordinada y eurocéntrica impuesta en ese período. Asegura que la Modernidad en América Latina fue igual a colonialidad y a opresión. Por eso, su resolución exigiría la transformación de epistemologías con las que estructuramos nuestro pensamiento. En esa línea, el argentino Walter Mignolo hace un llamado a la “descolonización” en 2000 y 2005. Plantea la necesidad de rechazo completo de la Modernidad a partir de un “pensamiento fronterizo” propio que está dentro y fuera de la Modernidad. La Teoría Decolonial sigue teniendo importante incidencia no sólo en la región, sino también en los países centrales.

Finalmente, en las décadas de 2000 y 2010, la teoría social de la región produce un tercer desarrollo teórico propio: el Feminismo Decolonial, corriente del feminismo surgida en América Latina. Autoras como María Lugones, Karina Bidaseca, Rita Segato, Yuderkys Espinosa Miñoso, Adriana Guzmán y Ochy Curiel, entre otras, plantean la intersección de los conflictos entre género, clase y raza. Consideran que la opresión de género no es ni separable ni secundaria de raza sino constitutiva. Postulan la lógica de la interseccionalidad entre raza, género, clase y sexualidad. Se co-constituyen, por lo que no pueden entenderse de manera separada. La interseccionalidad da cuenta de las formas en que se imbrica el poder del mundo capitalista en nuestros días (Espinosa Miñoso, 2009; 2014). Sostienen la inseparabilidad e imposibilidad de compartimentar la opresión dada la imbricación de los sistemas de dominación como el sexismo, el racismo y el capitalismo en una sola matriz de dominio.

No es casual que, en la región más desigual del planeta, los tres desarrollos propios de la teoría social latinoamericana identifiquen y caractericen las desigualdades geopolíticas y de clase, raza, género; las causas que las producen y las posibles vías de transformación. Esos esfuerzos teóricos que responden a sus condiciones de producción tuvieron especial incidencia no sólo en las Ciencias Sociales y la academia de la región y de otros lugares del mundo, sino también en debates y políticas estatales, lineamientos de organismos internacionales y acciones de organizaciones y movimientos sociales. Concebir a la desigualdad como injusticia y, por ende, plantear la necesidad de revertirla, es contraria al programa político de las derechas. Si esas herramientas conceptuales y metodológicas además se difundieron como herramientas políticas, es comprensible que las derechas procuren deslegitimar a la disciplina que las produce.

Conclusiones

Al momento de cerrar la versión para referato de este artículo, el proceso electoral en Argentina está abierto. Sea cual sea el resultado, todo parece indicar que la presencia de la extrema derecha será una realidad persistente en los próximos años, por lo que la propia evolución del proceso demandará atención reflexiva e investigación.

La pregunta por las razones de los ataques a la Sociología no tiene aquí una respuesta completa y queda mucho por investigar. Por ejemplo, desde adentro: ¿cómo funcionan en concreto esos sistemas coordinados a nivel internacional y, por ejemplo, cómo y por qué se toman las decisiones puntuales (formas de coordinación, relaciones con el contexto inmediato, etcétera)? En la misma línea: lo que sucede a nivel micro a partir de esos ataques orgánicos, ¿cómo son procesados y qué prácticas e imaginarios estimulan, etcétera?

Por último, el avance de la extrema derecha y su ataque a la Sociología invita también a reflexionar sin complacencias sobre la Sociología que hacemos y sobre el modo en que puede no ya incomodar, sino contribuir a la lucha contra ese proyecto político. Observar que la disciplina está siendo atacada no implica, sin embargo, desconocer los desafíos que enfrenta hoy en Argentina y América Latina para dar respuesta no sólo a las expectativas de sus profesores/as, investigadores/as, estudiantes y graduados/as/es, sino y sobre todo para contribuir a comprender, explicar y buscar soluciones a las necesidades de nuestros pueblos.

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    Ni siquiera los discursos que fundaron la Sociología bajo la suposición del monismo metodológico, y que concibieron la relación entre ciencia y política a imagen y semejanza del vínculo entre Física e Ingeniería, llegaron jamás al grado de imprudencia asertiva que distingue a las versiones vulgarizadas del pensamiento económico oficial. Puede recordarse, a modo de ejemplo, el tono cauto de las recomendaciones políticas que Durkheim extraía de sus estudios sobre la división del trabajo o el suicidio, puesto que son desde hace más de un siglo constitutivos de la formación “de oficio” (Durkheim, 2007: 415 y ss.; Durkheim, 1928: 403 y ss.).

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    04 Oct 2024
  • Fecha del número
    Jan-Apr 2024

Histórico

  • Recibido
    03 Nov 2023
  • Acepto
    27 Feb 2024
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