Open-access Antigüedades prehispánicas peruanas en la creación de una “prehistoria” chilena: el caso de la colección Sáenz

Resumen

En 1895, Nicolás Sáenz propuso al gobierno chileno la venta de una colección de objetos “incaicos” traídos desde Lima; adquisición aprobada en 1897. Pese a las dificultades ocasionadas por la Guerra del Pacífico, el Museo Nacional (Chile) continuó adquiriendo antigüedades peruanas, siguiendo una tradición de estudios comparados de cultura material. Dentro del marco del evolucionismo social, estas antigüedades servían como medida de civilización, con la cual contrastar la cultura material de los pueblos prehispánicos de Chile. Este artículo analiza la adquisición de la colección Sáenz, como un punto cúlmine de un proceso de tránsito hacia a una arqueología enfocada en las nuevas adquisiciones territoriales post guerra del Pacífico.

Nicolás Sáenz (1841-1896); Museo Nacional de Historia Natural (Chile); antigüedades peruanas; evolucionismo social; pueblos prehispánicos

Abstract

In 1895, Nicolás Sáenz proposed to the Chilean government to purchase a collection of “Inca” objects brought from Lima. This acquisition was approved in 1897. Despite the difficulties caused by the War of the Pacific, the Museo Nacional de Historia Natural (Chile) continued to acquire Peruvian antiquities, following a tradition of comparative studies of material culture. Within the framework of social evolutionism, these antiquities were a measure of civilization, a reference from which to evaluate the material culture of the pre-Hispanic peoples of Chile. This article analyzes the acquisition of the Sáenz collection as the culmination of a process of transition towards an archeology that focused on the new post-war territorial acquisitions in the Pacific.

Nicolás Sáenz (1841-1896); Museo Nacional de Historia Natural (Chile); Peruvian antiques; social evolutionism; prehispanic peoples

Las colecciones arqueológicas del Museo Nacional, 1 durante el siglo XIX, tuvieron un rol relevante en dar a conocer el pasado prehispánico y ofrecer una narrativa de identidad a la nación-Estado chilena. El paradigma evolucionista social predominante en la época fue instrumental en permitir la clasificación de los artefactos en categorías comparativas de desarrollo social, las cuales permitieron, por una parte, incrementar las nociones de profundidad temporal de desarrollo de las culturas locales, mientras que, por otra, sustentaron la creación de un pasado prehispánico que justificaba el rol de las élites y su eurocentrismo. Derivado de las ideas de Darwin y promovido por exponentes como Spencer, Morgan y Lubbock, la clasificación de sociedades bajo parámetros de desarrollo unilineal y progresivo fue un hito relevante en la legitimación de los estados nacionales, el colonialismo y el racismo científico (Trigger, 2009). Más allá de su rol ideológico, la perspectiva evolucionista comparada entre sociedades, también permitió avanzar en la compresión de la antigüedad del ser humano y su cultura, además de generar en América las primeras interpretaciones y clasificaciones arqueológicas basadas en la cultura material de los pueblos prehispánicos, yendo por primera vez más allá del límite temporal impuesto por las crónicas de la época de la conquista hispana.

En este artículo argumentamos que la clasificación comparativa de los pueblos prehispánicos de Chile requería de un referente de comparación en base a la cultura material extranjera, en donde lo andino catalogado como “incaico”, tenía un rol predominante. Tal situación requería disponer de colecciones extranjeras, que sirvieran como patrón comparativo para el estudio científico. Al mismo tiempo, las colecciones extranjeras permitieron diversificar la exhibición del Museo Nacional y presentar a la institución como un referente global de cultura (Schell, 2009, 2013), dejando en evidencia el cómo la circulación de objetos hizo posible el desarrollo de los museos y la ciencia en el contexto hispanoamericano. Ante la falta de estudios acabados y catálogos arqueológicos, las colecciones de cultura material fueron fundamentales en la interpretación del pasado. De las múltiples colecciones de los Andes centrales que ingresaron al Museo Nacional a través de donaciones y compras, la más relevante fue la de Nicolás Sáenz, adquirida en 1897. Esta colección marca el cierre de un proceso por el cual la cultura material del Perú fue fundamental para comparar los artefactos prehispánicos locales y así interpretar su “grado de civilización”, bajo los esquemas evolucionistas de la época.

En el presente artículo, seguimos la línea de la obra de Stephanie Gänger (2009, 2014, 2018) y Patience Schell (2009, 2013), buscando aportar a la historia de los coleccionistas de “antigüedades” prehispánicas y al rol de los museos una identidad del Estado-nación. Sin embargo, en este artículo queremos además contribuir a detallar el cómo la construcción de un pasado nacional se realizó en base a un marco evolucionista social, utilizando la cultura material extranjera como medio de comparación con lo local. También aportamos entregando datos inéditos acerca del origen y composición de la colección de antigüedades de Nicolás Sáenz, la cual si bien no fue partícipe fundamental de los debates y discusiones científicas del periodo, sí marca un punto de transición en el proceso de adquisición de colecciones del Perú, justo antes de pasar a una etapa de mayor énfasis hacia la exploración y estudio de los nuevos territorios adquiridos en el “Norte Grande” tras la Guerra del Pacífico (ver Gänger, 2009).

La interpretación arqueológica comparativa en el siglo XIX

La información que proporcionaban las crónicas hispanas sobre el proceso de conquista y los encuentros con los pueblos nativos estaban influenciados por una noción de similitud que llevaba a razonar sobre estos pueblos “aduciendo semejanzas, verdaderas o caprichosas, con las culturas europeas, pruebas para corroborar tesis monogenistas o difusionistas y estrechas secuencias temporales y causales” (Gerbi, 1975, p.18). Durante el siglo XVIII, se generaron debates sobre la historia del Nuevo Mundo que cuestionan la autoridad y fiabilidad de las fuentes tradicionales respecto a las sociedades prehispánicas, los cuales se centraron en los estudios de los sistemas de escritura como pruebas tangibles para reconstruir, en base a conjeturas, las migraciones y los acontecimientos del pasado (Cañizares-Esguerra, 2007). Sin embargo, hacia la segunda mitad del siglo XIX existían muy pocos referentes sobre la cultura material de las sociedades prehispánicas. Entre los pocos libros de referencia publicados para el mundo andino destaca el libro Antigüedades peruanas , de Rivero y Tschudi (1851), el cual fue la primera gran síntesis de la cultura material de los Andes, destacando el pasado imperial incaico. De hecho, Mariano Rivero fue uno de los impulsores del primer museo del Perú, inaugurado en 1826, promoviendo la idea de que el Estado fuese el propietario de los vestigios arqueológicos de la nación, contribuyendo a un proyecto de identidad nacional (Asensio, 2018; Riviale, 2015). La publicación de dicho libro, que se acompaña de un atlas de ilustraciones coloreadas, fue un importante referente para el establecimiento de una visión sinóptica del pasado prehispánico, el cual aún en dicha época no iba más allá de los incas en términos de temporalidad. Destaca también el libro Peru: incidents of travel and exploration in the land of the incas , de Ephraim Squier (1877), el cual ofrece un importante estudio y descripción de la arquitectura de diversos sitios arqueológicos del Perú, además de ilustrar iconografía y artefactos.

En el caso de Chile, un punto relevante en el desarrollo de la interpretación arqueológica a partir de la cultura material del pasado acontece con la creación de la Sociedad Arqueológica de Santiago (1878) y la publicación del libro Los aborígenes de Chile , en 1882 (Orellana, 1996). Este último libro es clave en los inicios de la interpretación arqueológica en Chile, en donde el historiador José Toribio Medina (1852-1930) da cuenta explícita de que para estudiar el pasado profundo de la nación existía una carencia de cronistas que entregasen una base histórica, siendo por ello una necesidad el estudio de la cultura material del pasado: “Estas huellas de nuestros aborígenes, por regla general, es necesario buscarlas en los sepulcros que encierran sus restos desagregados, i después de largas i repetidas observaciones, llegar a una síntesis que nos permita establecer de una manera siquiera aproximada el grado de adelanto que alcanzaron” (Medina, 1882, p.XI). A la vez que manifiesta la importancia de los artefactos del pasado, Medina (p.XI) también pone énfasis en la idea de su rápida desaparición por parte del progreso moderno y por la falta de interés de la población: “Pero en Chile, pueblo pobre i atrasado, esos restos [arqueológicos] son mucho más escasos, i lo que es peor, mucho menos importantes i han seguido desapareciendo ignorados, merced a la incuria e ignorancia de nuestros antepasados, i en proporción creciente a medida que las exigencias de la industria o de la agricultura se iban haciendo sentir”. En cuanto al tema interpretativo, Medina manejaba un marco teórico relacionado al evolucionismo social y utilizaba el esquema de las “Tres Edades”, piedra, bronce, hierro, creado por el danés Christian Thomsen y popularizado por sir John Lubbock (1872), quien a su vez estuvo fuertemente influenciado por las ideas darwinianas aplicadas a la evolución humana (Trigger, 2009). Siguiendo tal enfoque, Medina planteaba el caso inca como cúspide de la evolución social andina y el mayor referente de avance civilizatorio. De hecho, él afirma que las zonas con mayor “adelanto” se deberían a la influencia de dicho imperio: “En Chile, a la época de la conquista española, existían dos zonas que habían alcanzado diverso grado de adelanto: la parte norte del país, merced a la conquista i a la influencia de la civilización incásica, se hallaba en la edad del bronce, en tanto que el sur apenas si alcanzaban a la edad de la piedra pulimentada” (Medina, 1882, p.XV).

Fuera de su manejo de fuentes históricas, gran parte del libro de Medina se basa en la cultura material proveniente de las colecciones del Museo Nacional en Santiago, de su colección personal, de artefactos en poder de coleccionistas privados y de los mencionados textos de referencia de Rivero y Tschudi (1851) y Squier (1877). Sobre todo con el libro de Rivero y Tschudi, la referencia y comparación de ilustraciones de artefactos es constante. De esta forma, Medina (1882) establecería una serie de influencias culturales y tecnológicas que los incas habrían introducido en Chile, como por ejemplo, en el caso de los anzuelos, “los peruanos introdujeron en Chile el uso del metal para estos utensilios” (p.187), hablando de calzado menciona que “los peruanos introdujeron la ojota, uchuta, que era a modo de las alpargatas” (p.411); y que “en Copiapó, Vallenar, Illapel i en el mismo Aconcagua, los objetos que contienen traicionan manifiestamente un pronunciado carácter peruano” (p.261). Estas aseveraciones son inferencias que demuestran el potencial de la cultura material desde un punto de vista comparativo a gran escala. Si bien con el conocimiento arqueológico actual se sabe que los artefactos de metal estaban presentes en el territorio de Chile muchos siglos antes de los incas, Medina planteaba que ellos representan el inicio de la “Edad del bronce”, consolidando el uso de metales dentro de su área de conquista e influencia. Por otra parte, aunque Medina plantea a los incas como una civilización avanzada, entendía su influencia no como un caso de transmisión cultural, sino bajo un enfoque militarista bajo el cual subyace un discurso nacionalista. De hecho, Medina (1882, p.329) se plantea la pregunta sobre el máximo avance en Chile de los “soldados” del “ejército peruano”, en pleno contexto de la Guerra del Pacífico, subyaciendo de modo implícito una especie de paridad con respecto a la invasión chilena del Perú en dicho momento. Más que un afán de revancha, estaba imbuida la idea de que las invasiones eran impulsoras de civilización, justificando así de modo ideológico los acontecimientos del momento.

Contemporáneo a Toribio Medina, el historiador Diego Barros Arana (2000, p.31), en su Historia general de Chile , de 1884, toma una postura similar de interpretación sobre el pasado prehispánico al establecer que: “El suelo chileno fue ocupado hasta la época de la conquista incásica del siglo XV, por bárbaros que no habían salido de los primeros grados de la Edad de Piedra”. En su opinión, marcada por una visión primitivista sobre el mundo indígena, los “hombres salvajes’’ que habitaban el territorio chileno eran ajenos al progreso y carecían del desarrollo intelectual para explotar los recursos naturales del territorio. Barros Arana (2000, p.54) señala que:

Sin duda los indios de Chile eran entonces tan bárbaros como las tribus más groseras que los conquistadores hallaron en América. Pero la historia, la falta de noticias seguras, no puede describir sus costumbres. El indígena que conocemos por los más antiguos documentos, había estado en contacto con una civilización extraña y superior [la incaica], que indudablemente modificó sus hábitos de alguna manera. El historiador … no puede distinguir en la situación social que hallaron los conquistadores europeos, la parte que correspondía al estado primitivo de la nación, y a cuál revolución por que ésta acababa de pasar.

Como se aprecia en la cita anterior, para el autor, la influencia incaica tuvo un rol decisivo en la entrega de un carácter “civilizatorio” a los pueblos indígenas de Chile, atribuyéndoles incluso la expansión de la agricultura, la irrigación y la alfarería: “El territorio conquistado debió ser sometido a la explotación industrial de una raza más inteligente y más civilizada. Los peruanos, esencialmente agricultores, hallaron un terreno fértil que solo necesitaba ser regado en la estación seca… Hicieron allí lo que habían practicado en el Perú, esto es, sacaron canales de los ríos y cultivaron los campos” (Barros Arana, 2000, p.57). A esto agrega que: “Se debe a los vasallos del inca la introducción de la alfarería o fabricación de vasijas de barro, industria que nosotros consideramos rudimentaria, pero que denota un gran progreso en el desenvolvimiento de la civilización primitiva” (p.63).

Durante casi todo el siglo XIX, no existía una visión temporal profunda del pasado prehispánico más allá de los incas. Si bien el mismo Medina presenta posible evidencia de la coexistencia del hombre con fauna extinta “antediluviana” bajo la lógica bíblica de la creación, en general, tanto para él como para los investigadores del Perú, se reconocía que existía una diversidad de culturas en el territorio andino, pero se asumía que estas eran contemporáneas a la época inca, como parte de su imperio. En esto contribuyó la falta de preocupación por la estratigrafía, el contexto y las asociaciones entre artefactos obtenidos por los coleccionistas, en donde solo hacia la década de 1890 comienza un estudio más sistemático sobre la antigüedad temporal pre-incaica (Gänger, 2014). A principios del siglo XX, el arqueólogo alemán Max Uhle le daría un fuerte impulso al estudio de la arqueología en Perú, elaborando una de las primeras cronologías relativas de los pueblos prehispánicos previos a la época inca en base a excavaciones estratigráficas (Ramón, 2005; Kaulicke, 1998). Este sería un punto fundamental en el origen de la arqueología moderna en Perú, destacando también la fuerte influencia de Julio C. Tello, entre 1915 a 1940, quien trabajaría en darle una unidad cultural de origen a las culturas andinas, con énfasis en la creación de una identidad nacional (Asensio, 2018).

En función de lo anterior y considerando la relevancia de la adquisición de colecciones arqueológicas del Perú como marco comparativo para la interpretación del pasado y para fines de exhibición museográfica, continuaremos con el análisis de la colección de Nicolás Sáenz y su compra por parte del Museo Nacional entre 1895 a 1897. Esta fue la mayor adquisición de artefactos arqueológicos extranjeros realizada por el museo y constituye el clímax de una etapa marcada por la interpretación basada en el evolucionismo social y el nacionalismo post Guerra del Pacífico. Las fuentes utilizadas en este estudio provienen de los archivos administrativos, inventarios y colecciones arqueológicas del Museo Nacional de Historia Natural de Chile, además de documentos del Archivo Nacional de Chile y del Museo Etnológico de Berlín (Ethnologisches Museum, Berlin).

El Museo Nacional y sus colecciones de “antigüedades”

Hacia principios del siglo XX, el Museo Nacional contaba con un importante número de artefactos arqueológicos y etnográficos de Chile y del extranjero. Al analizar los registros de inventario del museo, consolidados en la década de 1920, podemos ver que hasta 1927 había 6.334 artefactos arqueológico-etnográficos registrados, de los cuales Chile representaba el 59,1% de la colección con referencia de origen, mientras que Perú el 27,7%. El resto de la colección correspondía a artefactos de otras partes de Sudamérica, Polinesia, África y en menor medida Europa. Como vemos, casi 1/3 de la colección del museo correspondía a artefactos de Perú, sobre todo en función de la colección adquirida a Nicolás Sáenz. Fuera de Sáenz, otros coleccionistas que donaron colecciones peruanas al museo fueron Rafael Garrido, Luis Montt, Francisco San Román, Carlos von Patruben, Exequiel Allende, Eduardo Lira, José Toribio Medina, entre varios otros. En general, los artefactos arqueológicos del Perú contribuyeron a generar una visión comparada entre lo supuestamente “incaico” y lo nacional, no solo en lo referido a la exhibición del Museo Nacional, sino que también en cuanto a publicaciones científicas, en donde destaca el ya mencionado libro Los aborígenes de Chile , de Medina, y también algunas publicaciones de Rodulfo Philippi (1808-1904).

Es importante destacar que Rodulfo Philippi, como director del Museo Nacional, no solo se interesó por la taxonomía biológica, sino que también tuvo un rol importante en dar cuenta de la relevancia de la cultura material para la interpretación del pasado y la necesidad de acrecentar las colecciones de la institución. De modo similar a Medina, él también afirmaba:

Oigo con frecuencia contar que se ha hallado sepulcros de los antiguos indios con sus huesos, con ollas, ídolos, útiles de piedra, bronce i cobre, que se pierden por la incuria de las personas que hallan tales cosas, lo que es de lamentar, porque estos restos dan una idea más exacta i cabal del estado de la industria i civilización de los habitantes de Chile anteriores a la conquista, que las narraciones de los antiguos historiadores de nuestra patria, i son interesantísimos, cuando se comparan con restos de los antiguos peruanos, quiteños, mejicanos etc. El filósofo i el historiador sabrán sacar de estos restos resultados importantes, i por eso debo sentir doblemente que en muchísimos casos ellos se pierden porque las personas que los encuentran no saben apreciar la importancia que tienen (Carta..., 31 ago. 1876).

Asimismo, Philippi manifiesta la necesidad de que el Estado pueda hacerse cargo y salvaguarde el patrimonio arqueológico, solicitando al gobierno que se envíe una circular dirigida a los funcionarios públicos e ingenieros de ferrocarriles, puentes y caminos para “hacer recojer los objetos arriba mencionados, así como también los huesos fósiles de los animales antediluvianos, que pudieren encontrar en los trabajos cuya ejecución les está encargado, i de remitirlos al Museo Nacional” (Carta…, 31 ago. 1876). Dejando de considerar a los objetos prehispánicos del Museo Nacional como simples antigüedades, Philippi publicó diversos artículos sobre algunas colecciones antropológicas, yendo más allá de su faceta de naturalista. Entre sus obras más destacadas sobre el tema están: Ídolos peruanos (1879), “Antropología americana: una cabeza humana adorada como dios entre los jívaros (Ecuador): comunicación del doctor don Rodulfo A. Philippi” (1872), “Arqueología americana: sobre las piedras horadadas de Chile” (1884), “Aborígenes del Perú: artículo sobre sus perros” (1886b), “Aborígenes de Chile: artículo sobre un pretendido ídolo de ellos” (1886a), “Observaciones sobre una clase de ornamentación prehistórica, y sobre pinzas prehistóricas” (1889). Específicamente en este último artículo, Philippi (1889) aplica el evolucionismo social al comparar el “estado de desarrollo” de los pueblos indígenas de Caldera y su cultura material, con aquella de los eslavos de Brandenburgo, llegando a concluir que “en puntos tan distantes del globo la industria había llegado, pues, al mismo resultado, seguía empleando útiles de piedra, cuando ya había alcanzado a trabajar el cobre o el bronce, i, en el caso especial de que se trata, los changos del norte de Chile y los eslavos de Brandenburgo, usaban la misma forma y hasta el mismo tamaño en las puntas de sus flechas de piedra y en sus pinzas de metal” (p.111). Este es un caso típico de la perspectiva comparada del evolucionismo social del siglo XIX, el cual posicionaba en una escala de desarrollo los pueblos del pasado, utilizando en este caso sus atributos de cultura material relacionados a sus capacidades tecnológicas y artísticas. En este sentido, el descubrimiento de América presentó a los europeos una oportunidad para comparar a los bárbaros lejanos con aquellos más cercanos a sus lugares de origen, para establecer una relación entre el mundo moderno y el antiguo a través del estudio de costumbres que parecían ser similares (Schnapp, 2011). Otro punto relevante es que, así como Medina, Philippi también utilizaría la obra de Rivero y Tschudi, como un referente de contraste y comparación para la interpretación de la cultura material nacional y extranjera del museo. Es de notar que, a pesar de la incursión de Philippi en sus estudios sobre artefactos prehispánicos, él desarrollaría un trabajo mucho más sistemático con las colecciones de historia natural; en efecto, en las exhibiciones de carácter arqueológico-etnológico del Museo Nacional, como aquella de 1878 cuando se inaugura el nuevo edificio en la Quinta Normal, estarían mucho más enfocadas en el anticuarismo y exotismo que en una clasificación o interpretación coherente de los pueblos y culturas del pasado (Garrido, 2018).

Más allá del marco interpretativo del evolucionismo, se evidencian también las influencias del clasicismo dentro de la interpretación del pasado prehispánico de América. Durante el siglo XIX, se hace recurrente la comparación de lo inca con lo europeo, así como con otras civilizaciones como la egipcia o la etrusca. Estas interpretaciones tienen en parte su origen por la educación humanista recibida por arqueólogos, anticuarios y naturalistas tanto europeos como americanos.

Personajes como Wilhem Reiss, Alphons Stübel o Max Uhle compararon el pasado inca con el pasado griego y romano, siendo considerados pueblos culturales – debido a sus obras monumentales y organización política – y por tanto, a un mismo nivel con las culturas clásicas (Gänger, 2006). Dicha actitud también se manifiesta en la interpretación de las antigüedades peruanas, como la realizada por el coleccionista Emilio Montes, quien revaloriza los objetos del Cuzco gracias a sus similitudes con las piezas encontradas en las excavaciones de Pompeya y Herculano. Para Montes, la cerámica de los Andes había alcanzado un estado de perfección equivalente a la de Grecia o Etruria, al “ser ‘idénticas’ en sus formas, esmaltes, dibujos y relieves a las antigüedades clásicas. Los ojos más expertos de los anticuarios europeos habían errado más de una vez en atribuir a una vasija proveniente de las huacas del Cuzco a la isla de Pafos o a la ciudad de Cortona” (Gänger, 2014, p.59).

Los avances en las excavaciones arqueológicas realizados en Pompeya y Herculano parecieron inspirar los potenciales descubrimientos arqueológicos de la cultura incaica; de allí que Rivero y Tschudi (1851, p.309) llamen a los sabios y artistas del Perú a aunar esfuerzos con el gobierno para desenterrar “la civilización peruana del polvo que la cubre, como Pompeya y Herculano en estos últimos tiempos, de la lava que por tantos siglos las sepultaba”. Esta referencia resalta el impacto que estas excavaciones representaron para el desarrollo de la arqueología, ya que este descubrimiento supondría ver el pasado de otra manera: se requería excavación, restauración y conservación a una escala industrial más que artesanal, prefigurando así la arqueología en su sentido moderno (Schnapp, 2011).

Para el caso de las antigüedades chilenas, estas son interpretadas como piezas de inferior valor artístico en comparación con las antigüedades que provienen del Perú. Para Philippi el nivel de las piezas mapuches está en inferioridad a las peruanas. En su “Aborígenes de Chile: artículo sobre un pretendido ídolo de ellos”, refuta la posibilidad de que este ídolo, considerado de mayor calidad artística, se trate de una pieza enterrada en territorio chileno, sino que podría tratarse de una pieza llevada allí por los indios provenientes del Perú en una expedición (Philippi, 1886a). Por otra parte, son muy escasas las comparaciones entre las piezas prehispánicas encontradas en Chile con los referentes estéticos de la cultura clásica. Excepcionalmente, Philippi atribuye a una estatua de mármol blanco encontrado en una huaca en Vichuquén las características de un ídolo griego, como forma de exaltar el valor estético de la pieza y describirla en términos relativamente familiares para el público que visita el Museo, 2 pero observaciones de este tipo son poco frecuentes en las fuentes.

Desde un punto de vista orientado hacia el nacionalismo, tras la Guerra del Pacífico (1879-1883), existía una polaridad en la representación del imperio Inca desde despóticos y usurpadores como en el caso del historiador Benjamín Vicuña Mackenna, mientras que para otros investigadores, como Diego Barros Arana, los incas trajeron civilización a una población local supuestamente primitiva y carente de ella (Pavez, 2015). Por tanto, Chile se identificaría con una cultura joven homologable a la Germania en su momento de enfrentamiento con Roma, el imperio que ya había alcanzado su decadencia (Gänger, 2011; Pavez, 2015).

En tal sentido, la historia comparativa de los indígenas habría proporcionado a los académicos un espejo que les permitía usar el presente para reflejar el pasado, y así las antiguas culturas germanas serían homologables a algunas culturas americanas, las que a su vez proporcionarían elementos para comprender mejor a los habitantes originarios de las zonas no romanizadas de Europa (Schnapp, 2011).

En Chile, tras este momento de mayor auge nacionalista y gracias a la emergencia de disciplinas como la arqueología y la antropología, se hizo imperativo conocer la real influencia incaica sobre las culturas locales desde un punto de vista empírico. Dicha tarea fue continuada por nuevos investigadores como Ricardo Latcham, Max Uhle, Tomás Guevara o Aureliano Oyarzún durante las primeras décadas del siglo XX, tanto a través del Museo Nacional de Historia Natural como a través del Museo de Etnología y Antropología (Polanco, Martínez, 2021).

A pesar de las influencias del nacionalismo chileno de fines del siglo XIX, el Museo Nacional siguió interesado en la adquisición de antigüedades provenientes del Perú, por la contribución que estas podrían prestar en el estudio de la cultura material prehispánica de Sudamérica. Y fue así que durante este periodo, en paralelo al intenso trabajo arqueológico efectuado en las nuevas posesiones territoriales chilenas de post-guerra (Gänger, 2009), se concretó además la adquisición de una espectacular colección arqueológica, perteneciente al profesor y anticuario limeño, don Nicolás Sáenz.

La colección arqueológica de Nicolás Sáenz

Nicolás Sáenz Bueno (1841-1896) fue profesor y director del Liceo Peruano en Lima, institución privada de educación superior, 3 y uno de los más importantes coleccionistas de antigüedades prehispánicas del Perú en el siglo XIX. Además de Nicolás Sáenz, destacaban entre los coleccionistas de dicho país, Ana María Centeno, Emilio Montes, José Caparó, José Condemarín y Christian Gretzer, todos quienes clasificaban sus colecciones de antigüedades como “incaicas”, debido a la falta de conocimiento cronológico preincaico (Gänger, 2014, 2018). En dicha época en Perú, las colecciones arqueológicas más importantes estaban en manos de privados más que en museos del Estado. Dado los escasos recursos y problemas administrativos del Museo Nacional de Lima durante el siglo XIX (Asensio, 2018), dicha entidad no tuvo la capacidad de acercarse a los coleccionistas privados con el fin de adquirir sus colecciones, quedando en un lugar marginal respecto al desarrollo de la arqueología y la interpretación del pasado prehispánico. 4 Si bien los coleccionistas poseían artefactos prehispánicos como “reliquias” de goce estético y como signos de distinción social (Asensio, 2018), ellos también tuvieron un rol importante en la identificación de la función, nombres autóctonos e interpretación del uso de los artefactos de sus colecciones aunque, como mencionamos, recurrieron al clasicismo europeo para resaltar sus valores estéticos y asemejar su importancia con ejemplares grecolatinos (Gänger, 2014).

En cuanto a la colección de Nicolás Sáenz ( Figura 1 ), esta se compone de alrededor de 1.123 artefactos, en donde la alfarería representa un 43,5% del total general, seguido por un 27,4% de artefactos de metal, un 9,9% de textiles, un 8,9% de artefactos de madera, un 7% de artefactos líticos, entre otros representados en porcentajes menores:

Figura 1
Piezas arqueológicas pertenecientes a la colección de Nicolás Sáenz (Colección Museo Nacional de Historia Natural; fotografía de Francisco Garrido; imagen sin derechos de autor)

De todos ellos, la mayoría procede de la costa norte del Perú y puede ser atribuida a las culturas Moche y Chimú, aunque también hay artefactos Inca, Chancay, Tiwanaku, entre otros. Sobre la procedencia de la colección, la mayor parte de las piezas no indican el lugar de obtención; sin embargo, de los lugares con registro se mencionan las localidades de Trujillo y Chimbote como las más recurrentes. En menor medida se mencionan las localidades de Santa, Piura, Ancón, Tacna, Cuzco, Pisco, Lambayeque, Puno, Casma, Nepeña, Lurín, Lima etc. A pesar del diverso origen de dicha colección tanto en temporalidad como en geografía, la colección fue titulada como de “antigüedades incaicas” al momento de su adquisición, en concordancia con las ideas de la época. Esta situación es similar a la colección de José Mariano Macedo, la cual a pesar de ser denominada como incaica, sólo un 5% del total podría ser catalogado como Inca (Gänger, 2018). Como signo de autenticidad y garantía, gran parte de las vasijas cerámicas de la colección presentaban un sello timbrado en su base con tinta azul, el cual dice “Antigüedades peruanas de Nicolás Sáenz” ( Figura 2 ), como forma de asegurar su propiedad y autenticidad bajo la reputación de su dueño. Sin embargo, al parecer Nicolás Sáenz no habría participado directamente en la obtención de los objetos de su colección, ya que cuando fue consultado en Chile por la comisión de expertos que recomendó su compra si alguno de los objetos fue excavado directamente por él desde “huacas”, Sáenz respondió “ninguno, todos han sido comprados” (Informe…, 10 ene. 1896). Así podemos ver que Sáenz debió haber tenido contacto con diversos intermediarios que le vendieron colecciones principalmente desde la costa norte del Perú. Por otra parte, la posesión de la colección en su casa que también funcionaba como liceo, sugiere que Sáenz le pudo haber dado un uso pedagógico con sus estudiantes.

Figura 2
Sello de propiedad “Antigüedades peruanas de Nicolás Sáenz”, vista inferior de una vasija cerámica de Trujillo (Colección Museo Nacional de Historia Natural; fotografía de Francisco Garrido; imagen sin derechos de autor)

La colección de Nicolás Sáenz representó a la nación peruana en la Exposición Universal de París de 1878 (Catálogo…, s.f.-b), en la cual incluso el pabellón del Perú estaba inspirado en arquitectura Inca y de Tiwanaku (Riviale, 2015). Posteriormente esta colección fue exhibida en la Exposición Nacional de octubre de 1892, celebrada en Lima en el marco del cuarto centenario del descubrimiento de América. Sáenz fue parte de los comisionados responsables de la organización de la Sección de Arqueología y Antropología de la exhibición, siendo además uno de sus principales expositores (Rodríguez, 2016). La colección Sáenz compartió lugar en conjunto con la colección Montes y la colección Ortega, pero por su magnitud ocupó todo un salón del Palacio de la Exposición. En la publicidad de la exhibición se hacía énfasis en que ambas colecciones eran muy superiores a las de los mejores museos del mundo, como en el caso del Museo Etnológico de Berlín, y que además cada una de ellas superaba fácilmente los $100.000 soles en precio (Riviale, 2015). El objetivo de dicha exhibición de “antigüedades” era mostrar el pasado Inca como una época civilizada, pero inconclusa, articulando una narrativa prehispánica a imagen y semejanza de las élites de dicho presente (Rodríguez, 2016).

Si bien los grandes coleccionistas del Perú eran figuras públicas conocidas en su país, la posibilidad de adquirir recursos y reconocimiento internacional, llevó a algunos de ellos a ofrecer sus colecciones a museos del extranjero. A esto se suma además el imaginario y romanticismo en Europa y Norteamérica sobre las antigüedades incaicas, lo que ayudó a crear un mercado global de alta demanda (Gänger, 2018). Entre los más destacados están los coleccionistas Mariano Macedo, Miguel Garcés, Emilio Montes y Ana María Centeno, quienes negociaron la venta de sus colecciones con el Museo Etnológico de Berlín, el Columbian Museum of Chicago y el American Museum of Natural History (Gänger, 2014; Riviale, 2015). Nicolás Sáenz también intentó vender su colección a Berlín, escribiendo diversas cartas al etnólogo alemán Adolf Bastian durante el año 1888 (Gänger, 2014). En ellas, Sáenz (Carta…, 6 oct. 1888) promovía su colección como “tal vez la mas escogida que se ha formado hasta hoy …, porque como mi objeto de formarla no fue otro que el de estudiar la civilización de los antiguos peruanos en sus propios artes pero no en el estado naciente de aquella, sino en la época de su mayor adelanto, solo he coleccionado lo que concurría a mi propósito”. La comunicación entre Nicolás Sáenz y Adolf Bastian continuó en 1889 en donde Sáenz envía un catálogo general de cuatrocientos objetos de la colección en conjunto con fotografías de ejemplo, por los cuales pide la suma de $2.500 soles (Carta…, 23 abr. 1889). En las fotografías entregadas por Sáenz a Bastian, 5 se aprecia cómo las piezas arqueológicas fueron montadas en un estudio con un fondo neutro de tela y organizadas por categorías como huacos retratos, moldes de vasijas, metales etc. Posiblemente la negociación de venta con el Museo Nacional en Chile también haya involucrado el envío previo de fotografías, pero desafortunadamente no tenemos evidencia al respecto.

Fuera de las ventas a museos, Sáenz realizó ventas de muebles, arte y antigüedades a privados a través de remates. Con fecha del 18 de mayo de 1886, Sáenz remató en su casa de calle de la Caridad, cuadra de Junín 194, muebles antiguos estilo “Luis XVI” forrados en seda, “Luis XV” forrados en terciopelo, espejos, mesas, jardineras, alfombras, cuadros al óleo de “Basano, Pedro de Cortona, Rivero y Merino”, además de objetos de historia natural como moluscos, instrumentos de física, bustos de personajes célebres y “antigüedades de mérito” (Remate…, 17 mayo 1886). No sabemos si este tipo de venta fue una práctica frecuente para Sáenz, pero es posible que por el tipo de objetos que incluyen aparatos de física y de historia natural, se trate del remate de los objetos del liceo que él dirigía, el cual funcionaba en el mismo inmueble de su domicilio.

La venta de la colección al Museo Nacional en Chile

Como ha sido analizado en detalle por Stephanie Gänger (2014), a fines del siglo XIX existía una fuerte competencia entre museos internacionales por asegurar la posesión de piezas arqueológicas del Perú, dentro un proceso internacional de mercantilización de las “antigüedades” prehispánicas. En dicho marco el Museo Nacional de Chile a cargo de Philippi tenía en la mira colecciones que eran disputadas por museos de EEUU y Europa, como forma de internacionalizar su museo y mantener un estándar cosmopolita a nivel local.

Si bien no conocemos los detalles exactos de cómo Nicolás Sáenz llegó a contactarse con Rodulfo Philippi para el ofrecimiento de la colección, es posible que este último haya obtenido la información de su existencia del mismo Adolf Bastian, con quien también mantenía contacto desde la década de 1870 (Philippi, 1870). Luego del fracaso de la venta de la colección a Berlín, Nicolás Sáenz propuso la venta de su colección al gobierno de Chile para el Museo Nacional. El compromiso de venta se concretó durante noviembre de 1895, para lo cual viajó desde Lima hasta Santiago junto a su familia y a su colección. 6 En Santiago, su colección sería evaluada por un comité de expertos, el cual decidiría sobre la conveniencia de su compra. El interés del Ministerio de Instrucción Pública por adquirir dicha colección para el Museo Nacional era tal, que se decidió que el gobierno pagaría por los gastos de conducción, flete e instalación de los objetos en el país (Carta…, 20 nov. 1895). Entre tales gastos estaba también se consideró el viaje de Nicolás Sáenz y su familia a Chile, lo cual también fue pagado por dicho ministerio (Carta…, 27 abr. 1896).

Es interesante analizar algunos de los puntos principales que Sáenz promocionaba en el catálogo que acompañaba el ofrecimiento de la colección al Museo Nacional donde se conjuga la descripción y listado de los artefactos junto a algunas observaciones e interpretación sobre los mismos. El encabezado del catálogo parte diciendo que la procedencia de la mayoría de los objetos es de la región de Chimbote, mientras que los objetos de cobre y plata serían de Pachacamac. En la parte final del catálogo, Sáenz da cuenta del reconocimiento recibido por su colección en la Exposición Nacional de Lima, además del precio de oferta al que la ofrece al museo, los años que tomó el formar dicha colección y la garantía de su autenticidad: “Esta selecta colección, que obtuvo el primer premio en la Exposición de [18]92, le ha costado al que suscribe cuatro mil libras (4.000) y veinte años de trabajo, y se vende con 50% de pérdida, esto es por £2.000 garantizando su autenticidad” (Catálogo…, s.f.-a).

En cuanto a la descripción que Nicolás Sáenz hace de los objetos de su colección, destaca su mención a la alfarería figurativa cuyas piezas representan actividades cotidianas del pasado: “En su mayor parte figuras que representan hombres, animales, costumbres, utensilios de toda especie, interesantes alegorías” (Catálogo…, s.f.-a). La mayor parte de los objetos posee solo un nombre genérico como “ídolo”, “sortija”, “adorno de cabeza”, “ollita”, “vaso”, “plato”, “mortero”, “tejidos” etc. Sin embargo, en algunos objetos hay una descripción más extensa con una explicación de su uso. Entre estos destacan las “orejeras”, las cuales, por ser poco comunes, aparecen con una definición más extensa: “Llámanse orejeras a esos gruesos cilindros que a manera de aretes usaban los indios. Estas orejeras tienen en la parte anterior un gran disco, tallado i con incrustaciones si son de madera y cincelados cuando son de metales” (Catálogo…, s.f.-a). En otros casos, la descripción es más extensa para dar cuenta de la función del artefacto: “Anchos anillos con cascabeles que colocados en un palo sirven de chinesco. Dos de estos representan ciervos cuyas cabezas son muy correctas” (Catálogo…, s.f.-a). También tenemos otro caso en el cual el detalle a resaltar se relaciona al carácter único del instrumento: “Laminador de porfirita de 34cm de largo. Este rarísimo instrumento más perfecto que el chamborote que aún usan algunos plateros, ha llamado la atención de los anticuarios. Es el único que hasta hoy se ha encontrado en las huacas” (Catálogo…, s.f.-a). De la misma forma, Sáenz compara algunas de sus piezas con las de otros coleccionistas para resaltar su valor, como el caso de un mosaico: “Buho, precioso mosaico de malaquita, lapizlásuli, pirita de fierro, oro y concha. Un mosaico inferior a este, que representa un idolito, compró en el Cuzco don Emilio Montes en 800 pesos y lo ha vendido hace poco al coleccionista Dr. Caparo Muñoz, cuzqueño, en 20 águilas americanas” (Catálogo…, s.f.-a). Finalmente, una pieza de metal y cuerdas de la costa norte del Perú, Sáenz la interpreta como un quipu, enfatizando así el carácter incaico de la colección: “Adorno para llevarlo colgado del cuello. Consta de hilos de cuentas de diferentes tamaños, que prenden de una vara de plata y terminan en su parte inferior en pinzas de cobre en forma de pinzas y pescaditos de nácar. Esta pieza debe ser un quispus [ sic ] o la historia de una familia” (Catálogo…, s.f.-a).

Cuando la colección arribó al Museo Nacional en Santiago, fue necesario construir estantes y pagar obreros para su construcción, para lo cual se gastó la suma de $49.95 (Carta…, 24 ene. 1896). En el intertanto, se comisionó a un grupo de expertos que realizaría su evaluación. Dicha comisión estuvo formada por don Rodulfo A. Philippi, Joaquín Santa Cruz, Julio Bañados Espinosa, Luis Montt, y José Toribio Medina, con el objetivo de que se “informe sobre su mérito i la conveniencia que hace en adquirirla, indicando el precio que por ella pudiera darse” (Carta…, 30 dic. 1895).

Más allá del juicio sobre el mérito patrimonial de la colección, era importante poder fijar su precio a la brevedad “con el fin de solicitar con oportunidad al Congreso los fondos del caso, cuando se discuta el presupuesto que debe rejir en el presente año” (Carta…, 3 ene. 1896).

La evaluación de la colección por parte del comité fue hecha durante los primeros días de enero de 1896. Fue aprobada su adquisición, argumentando que muchos de los objetos ofrecidos no tenían representación previa en el Museo Nacional, con particular énfasis en aquellos de plata y oro. Sin embargo, en dicho informe también se argumenta que

hemos notado al mismo tiempo graves defectos que disminuyen mucho su valor. Ningún objeto tienen letrero que indique su proveniencia y no existe catálogo alguno de los objetos… (y en relación a la compra de objetos a terceros) … esto explica cómo hay en la colección, sobre todo en la parte cerámica, un grandísimo número de objetos, quizás la mitad, que al juicio unánime de la comisión son falsificados; el señor Sáenz ha sido cruelmente engañado por los fabricantes i vendedores de antigüedades. Así para dar algunos pocos ejemplos, un vaso usado hasta el hoy día en España, hay figuras con mustachos, hay cuatro cornetas de greda cocida; entre los tejidos una buena parte son de fábrica mui reciente seguramente no han estado sepultados cuatro siglos en las huacas. Creemos superfluo entrar en más detalles (Carta…, 24 ene. 1896).

Por ello, la comisión estima que solo convendría comprar la colección bajo un precio no superior a las 1.500 libras esterlinas, en vez de las dos mil pedidas por Sáenz. Es relevante dar cuenta que el criterio utilizado para avalar la autenticidad de la colección estaba principalmente basado en el conocimiento de artefactos prehispánicos andinos obtenido a partir de las colecciones pre-existentes del Museo Nacional, como a su vez, en el ya mencionado catálogo Antigüedades peruanas , de Rivero y Tschudi (1851). Es por ello, que algunos de los juicios como el de las “cornetas de greda cocida” que califican como falsificadas, es por el desconocimiento local de las trompetas cerámicas Moche, o bien los personajes con mostachos, que en muchos casos pueden representar una figura con una nariguera metálica de la misma cultura o algún personaje nazca. Esta calificación de la presencia de falsificaciones en la colección fue lo que llevó al comité a rebajar el precio ofrecido, pero es interesante que tales piezas no fueron apartadas de la colección y aún permanecen en el Museo Nacional de Historia Natural.

Dado el visto bueno para la compra de la colección, se comenzó a proceder con el trámite de adquisición. No sabemos los detalles de la negociación con Nicolás Sáenz acerca de la aceptación del precio final de venta, pero es posible que esto haya sucedido en algún momento durante 1896. Desafortunadamente para Sáenz, su salud empeoró cada vez más durante su estadía en Santiago, falleciendo el 19 de noviembre a las 8 de la noche debido a “un carcinoma cervical” (Certificado…, 1896). Por el tipo de enfermedad, es plausible pensar que quizá haya comenzado a manifestar síntomas antes de su llegada a Chile y que también haya sido una de las razones que lo motivaron a ofrecer su colección y aventurarse a viajar con ésta.

El fallecimiento de Nicolás Sáenz fue una situación adversa para la familia, quienes debieron formar una sucesión para poder continuar con el trámite de la venta y culminar un proceso que llevaba prácticamente un año. Finalmente, con fecha del 6 de marzo de 1897, se resolvió lo siguiente por medio del decreto n.539:

La tesorería fiscal de Santiago pagará a la sucesión de D. Nicolás A. Sáenz la suma de veinte mil pesos ($20.000) que el ítem 26 de la partida 137 del presupuesto de Instrucción Pública consigna para compra de una colección de antigüedades incásicas. Dicha suma será entregada una vez que, por medio de un certificado del Director del Museo Nacional, se compruebe la entrega de la referida colección. Refréndese, tómese razón i comuníquese. Errázuriz – Elías Fernández (Carta…, 6 mar. 1897).

Rodulfo Philippi estaba complacido con la compra, felicitando como la “liberalidad del supremo gobierno ha enriquecido al museo de colecciones de muchísimo valor” (Carta…, 24 abr. 1897).

Del mismo modo, Philippi expresaba que la colección de antigüedades peruanas “es la admiración de los visitantes” (Schell, 2009), a pesar de sus quejas de falta del espacio necesario para exponerla completa a la vista del público. Con el tiempo, la colección de Nicolás Sáenz se convirtió en el centro de la “colección americana” del museo y fue exhibida como de diversas formas hasta la década de 1980. En sus años dentro del museo, esta colección también fue parte de canjes para obtener nuevas colecciones extranjeras. Es así como, en 1930, el Museo Nacional realizó un canje de piezas arqueológicas con el Museum of the American Indian, que en aquel entonces pertenecía a la Heyes Foundation. En dicho canje, al menos seis piezas de la colección Sáenz que incluían dos vasos keros, un prendedor o tupu de metal y madejas de fibra textil, fueron parte del intercambio. De este modo se consiguieron piezas arqueológicas de EEUU y algunas partes de América Central, las cuales permitieron diversificar e internacionalizar aún más la colección de la institución.

Si bien en épocas posteriores llegarían de modo esporádico al museo nuevas colecciones del Perú, la compra de la colección Sáenz marca un ciclo final de grandes adquisiciones de colecciones de los Andes centrales. Luego de ello, gran parte del esfuerzo de adquisición de colecciones y exploración arqueológica se enfocaría en los nuevos territorios del norte adquiridos con posterioridad a la Guerra del Pacífico, como una forma de “conquistar” un nuevo pasado para la nación chilena (Gänger, 2009).

Consideraciones finales

Al estudiar el caso de la colección Sáenz en cuanto a su adquisición y el rol que cumplían las colecciones extranjeras en la interpretación del pasado nacional, podemos explorar los paradigmas científicos del anticuarismo y coleccionismo en su tránsito hacia la profesionalización de la arqueología. La consolidación institucional del Museo Nacional en Chile le entregó un rol relevante en la creación de una “pre-historia” a partir de sus colecciones arqueológicas, yendo más allá de la información proporcionada por los escritos de las crónicas hispánicas. Esto se dio, principalmente, gracias al uso del método comparativo derivado del evolucionismo social del siglo XIX por el cual se realizaron los primeros esquemas de clasificación para poner las culturas chilenas dentro de una línea temporal de estadios evolutivos, los cuales no estuvieron exentos de una buena dosis de racismo científico en cuanto a la comprensión del mundo indígena local.

Con el trabajo de José Toribio Medina se comenzó a utilizar el Sistema de las Tres Edades de Thomsen, popularizado por Lubbock, en función de la comparación basada en atributos físicos de los artefactos y sus materialidades (piedra versus metales). De este modo el Chile prehispánico fue situado en la Edad del Bronce para el caso del norte, mientras que en la Edad de Piedra la zona sur. La primera era representada por los incas y de ellos era necesario tener colecciones representativas que complementaran la poca información bibliográfica existente sobre su cultura material.

Por otra parte, se manifiesta durante el siglo XIX una línea de interpretación clasicista donde las antigüedades incaicas son comparadas con la perfección artística de la cultura clásica grecorromana, estableciendo un referente difícilmente alcanzable por los restos materiales de las culturas prehispánicas del sur Chile. En contraposición, el nacionalismo imperante tras la Guerra del Pacífico asimila el legado incaico como parte de un imperio decadente a semejanza de la antigua Roma, mientras Chile se identifica con una joven Germania. Sin embargo, la especialización de las disciplinas llevó a la búsqueda de nuevas respuestas empíricas sobre la influencia incaica en el territorio chileno y a un estudio más exhaustivo sobre la cultura material de los pueblos andinos.

La colección Sáenz representa la culminación de un proyecto intelectual, el cual no estuvo exento de colonialismo en su explicación sobre el supuesto carácter más primitivo de los habitantes prehispánicos del sur comparados con los del norte, mientras que la victoria en la Guerra del Pacífico contribuiría a cerrar el ciclo de la “conquista peruana” del tiempo inca. Al mismo tiempo que dicho proceso sucedía en Chile, es importante destacar que en el Perú solo después de la Guerra del Pacífico cambia la idea de los incas en el imaginario social. Así, estos se convirtieron en parte fundamental de un nacionalismo étnico que los concebía como “ancestros nacionales”, para promover la idea de una continuidad del esplendor imperial del pasado con el presente (Gänger, 2018).

Si bien el Museo Nacional poseía, previo a la colección Sáenz, diversos artefactos prehispánicos del Perú, creemos que su adquisición fue concebida como un paso natural en la misión del museo y su rol en exhibir el desarrollo evolutivo de los Andes. Sin embargo, la adquisición de la colección Sáenz acontece justo en el momento en que el estudio y la exploración de los territorios obtenidos después de la Guerra del Pacífico toma un rol principal en la agenda arqueológica como una forma de integrar un pasado foráneo a la historia nacional (Gänger, 2009). Esto termina desplazando a un segundo plano la adquisición directa de colecciones de los Andes centrales, tanto por un tema de priorización de recursos, así como por un tema de interés de investigación interno en el museo. En efecto, en 1897, Rodulfo Philippi deja la dirección del museo en manos de su hijo Federico, el cual a diferencia de su padre se aleja del estudio de las culturas prehispánicas. Si bien el Museo Nacional había incorporado en su reglamento de 1889 que tendría dos divisiones, historia natural y etnografía, no sería hasta la década de 1910 cuando se implementa un área de antropología propiamente tal cuyo primer encargado sería Leotardo Matus. En dicho lapso de tiempo además aparecieron importantes nuevos actores en el panorama arqueológico local como Max Uhle, Martín Gusinde y Aureliano Oyarzún, quienes, desde el Museo de Etnología y Antropología, competirían fuertemente con el monopolio del Museo Nacional en la interpretación del pasado nacional (Polanco, Martínez, 2021).

De este modo, tanto la colección peruana como el resto de la colección internacional fueron adquiridas como parte del crecimiento de la institución y aportaron nuevo conocimiento científico durante el siglo XIX. Estas colecciones dieron paso a una nueva forma de interpretación de las antigüedades prehispánicas, en donde el pasado indígena de Chile podría situarse en comparación a una escala regional y global de desarrollo, contrastando con la autoimagen de avance y civilización de la élite urbana decimonónica.

Tabla 1
Colección de Nicolás Sáenz

AGRADECIMIENTOS

Agradecemos a la doctora Stefanie Gänger por su amabilidad al facilitarnos apuntes de la documentación sobre Nicolás Sáenz depositada en el Ethnologisches Museum (Berlín) y en el Archivo Nacional del Perú. Agradecemos el apoyo del Museo Nacional de Historia Natural (Chile) por la utilización de su archivo y colecciones antropológicas. Financiamiento recibido: Fondecyt iniciación n.11170033; Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (Anid).

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  • CARTA al ministro de Chile en Lima, v.1096. Ministerio de Instrucción Pública, 1843-1900 (Archivo Ministerio de Educación, Santiago de Chile). 20 nov. 1895.
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  • TRIGGER, Bruce. A history of archaeological thought. Cambridge: Cambridge University Press, 2009.

NOTAS

  • 1
    Actualmente Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), desde 1929.
  • 2
    “Hachas de piedra i de cobre; un pequeño ídolo de mármol blanco, que representa al Dios sentado i con las piernas agarradas cerca de las rodillas; el peinado es como el de los ídolos griegos; fue encontrado en una huaca cerca de Vichuquén junto con jarros, ollas i platos” (Guía…, 1878, p.35).
  • 3
    El Liceo peruano estaba ubicado en calle de Junín, número 194, Lima (Holtig, 1876), y es distinto al Liceo peruano del Callao, fundado en 1883 por Elvira García y García, el cual fue una de las primeras instituciones de educación pública femenina del Perú.
  • 4
    El Museo Nacional dejó de funcionar luego de la ocupación de Lima en 1880. El siguiente museo que reimpulsó el interés del estado peruano por la arqueología sería el Museo Nacional de Historia, creado en 1905 (Asensio, 2018).
  • 5
    Las fotografías de la colección Sáenz recibidas por Adolf Bastian están disponibles en las colecciones digitales del Museo Etnológico de Berlín y pueden ser consultadas en http://www.smb-digital.de , bajo el término de búsqueda “Nicolas Saenz”. El fotógrafo fue Rafael Castillo de Lima, el mismo que tomó las fotografías de estudio de la colección de Mariano Macedo enviadas a Berlín (Gänger, 2014).
  • 6
    Nicolás Sáenz y su familia residieron en calle Gálvez 5A, actual calle Zenteno, Centro de Santiago.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    05 Set 2022
  • Fecha del número
    Jul-Sep 2022

Histórico

  • Recibido
    7 Mayo 2021
  • Acepto
    30 Set 2021
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Casa de Oswaldo Cruz, Fundação Oswaldo Cruz Av. Brasil, 4365, 21040-900 , Tel: +55 (21) 3865-2208/2195/2196 - Rio de Janeiro - RJ - Brazil
E-mail: hscience@fiocruz.br
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