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Mis experiencias como editor y autor en revistas históricas (con referencia particular a Past & Present)

Resumen

Este texto registra mis ideas sobre el trabajo editorial realizado en revistas académicas del área de historia con especial atención a la producción sobre Latinoamérica. Estas reflexiones están basadas en mi participación en el comité editorial de Past & Present, una de las principales revistas de historia del mundo, en mi investigación en los archivos de esta revista y en mi conocimiento de los procesos de evaluación y edición de artículos y revistas dedicados a la historia de América Latina.

Alan Knight (1946-); Past & Present (periódico); historia; publicación científica

Resumo

Este texto registra minhas ideias sobre o trabalho editorial realizado em revistas acadêmicas da área de história, com especial atenção à produção sobre América Latina. Tais reflexões se baseiam na minha participação no comitê editorial de Past & Present – uma das principais revistas de história do mundo –, em minha pesquisa nos arquivos dessa revista e no meu conhecimento dos processos de avaliação e edição de artigos em revistas dedicadas à história da América Latina.

Alan Knight (1946-); Past & Present (periódico); história; publicação científica

Abstract

This text registers my thoughts on the editorial work done in academic journals in the area of history. These are made with special attention to the production on Latin America. The basis of my reflections are my participation in the editorial committee of Past & Present, one of the main history journals in the world, my research on the archives of this journal, and my knowledge of the processes of review and edition of journals devoted to Latin American history.

Alan Knight (1946-); Past & Present (journal); history; scientific publication

Para comenzar con una metáfora disparatada: las revistas históricas son tanto la sangre vital como un barómetro indicador de la historiografía académica o profesional. Al decir esto, mantengo la distinción convencional entre la historia hecha por profesionales, normalmente en las universidades, conforme las reglas académicas, y la historia “popular”, de mayor atractivo. En realidad, hay una tercera categoría: la historia “oficial”, también de supuesto alcance; los libros de texto escolares son el caso más obvio. El Estado revolucionario mexicano del pasado, igual que el Estado chino actual, era/es una máquina productora de historia oficial con rasgos revolucionarios y nacionalistas. En México, esta producción oficial casi ha cesado;1 en 2010, la precaria celebración del (bi)centenario de la Independencia y la de la Revolución de 1910 reveló que el mercado ha remplazado al Estado, no necesariamente con resultados positivos, conforme las obras tradicionales de mitología oficial – a veces pesadas pero sustanciales – han cedido a publicaciones cursi y superficiales, a la venta en librerías de aeropuertos o tiendas de Sanborns,2 que se ufanan de derrumbar antiguos mitos, mitos que ningún historiador serio ha tomado en serio desde hace años.3

Por supuesto, la distinción entre la historia profesional/académica, por un lado, y la popular/comercial, por otro, no es absoluta; hay libros o historiadores que cruzan la brecha, pero son muy pocos, ya que la historia profesional/académica no tiene – y probablemente jamás tendrá – un alcance amplio y popular, mientras que la historia popular/comercial – gran parte de la cual trata, al menos en Gran Bretaña, de la historia sobre las guerras o sobre los Grandes Hombres (y unas pocas Grandes Mujeres) – no cuadra con la metodología académica en cuanto a su estilo, su investigación en archivo, sus bibliografía y citas; y, me atrevo decir, nunca cuadrará, no obstante ciertos esfuerzos de las editoriales académicas para popularizar sus publicaciones (lo que en inglés se llama dumbing-down).4

Más que los libros, las revistas históricas representan, repito, la sangre vital y el barómetro de esta historia profesional/académica. Los lectores son pocos (la revista Past & Present – de ahora en adelante P&P – es algo raro ya que tiene una lista de alrededor de cinco mil suscriptores, 80% en línea), y la revistas dependen, típicamente, de las compras hechas por bibliotecas (más que nada, las de las universidades) y subsidios, también universitarios (por ejemplo, Hispanic American Historical Review recibe un apoyo de la editorial de La Universidad de Duke). Por supuesto, los autores no cobran – sus artículos son un bien público – si no pagan por el privilegio de ser publicados, conforme el nuevo régimen de “acceso abierto” (que mencionaré hacia el final de mi presentación). Es decir, la economía de las revistas, con sus subsidios e insumos gratuitos, es algo raro en el mundo actual capitalista, que sigue, en muchos países, un estilo neoliberal.

Sin embargo, las revistas son clave, porque ofrecen un foro para la investigación novedosa, promocionando así las carreras y, tal vez, “el conocimiento”. Las revistas históricas quizás no gozan del prestigio y de la palanca que poseen sus equivalentes científicos y social-científicos (por ejemplo, Nature, el British Medical Journal, o la American Political Science Review), en parte porque los historiadores – y quienes evalúan a los historiadores – todavía consideran el libro, generalmente la monografía de un solo autor, como clave del éxito académico. Pero, gran parte de la producción histórica consiste en artículos de revista (y, muchas veces, éstos se reencarnan como capítulos de libros, levemente disfrazados); unos pocos artículos alcanzan el codiciado estatus de “seminales”, gozando de una influencia muy por encima de su extensión. P&P puede ufanarse de algunos: como los dos artículos de E.P. Thompson sobre la economía moral de la muchedumbre inglesa y la disciplina de tiempo y trabajo de la industria capitalista;5 en mi caso, fue el artículo seminal de Gallagher y Robinson sobre el imperialismo del libre comercio publicado en 1953 y que solamente tiene 15 páginas, lo que me encaminó hacia la historia de América Latina.6

Los artículos de revista también pueden provocar respuestas y debates, estimulando así la circulación de la sangre vital historiográfica (un buen ejemplo, también sacado de P&P, sería el debate sobre la llamada “crisis general del siglo XVII”, que provocó la elaboración de varios artículos y, al fin, de un libro).7 Los artículos de revisión, que sobrevuelan y comentan sobre un campo de investigación particular, también contribuyen al avance, algo lateral e indirectamente (caminando de costado como un cangrejo), de la dialéctica historiográfica (supongo que la historiografía sí avanza, aunque sea menos directamente que las ciencias duras). Los artículos también posibilitan una circulación más rápida de las ideas (no todas acertadas, por supuesto); revistas como el Bulletin of Latin American Review son abiertas a “trabajo-en-progreso”, incluso de investigadores más jóvenes; de esta manera, las revistas posibilitan la difusión de nuevas investigaciones, adelantándose a la lenta producción monográfica. A mi parecer, hay muchos temas históricos que son más apropiados para el formato del artículo – formato que, en la venerable tradición de ensayistas como Bacon y Montaigne, Hume y Carlyle, se presta a un argumento preciso en torno de una cuestión particular (como, por ejemplo, la economía moral de la muchedumbre inglesa o el imperialismo del libre comercio). Los libros suelen ser más prolijos, más discursivos, más obesos.

Por supuesto, propongo aquí un “tipo ideal” de artículo, que muchos, siendo miopes, farragosos y carentes de claras conclusiones, no alcanzan a serlo. Pero muchos libros son iguales (un buen – es decir, mal – ejemplo sería la obra del conocido historiador hispanista inglés Hugh Thomas o, para darle su título honorífico completo, Lord Thomas de Swynnerton, que, siendo prolija, descriptiva, y torpemente tradicional, demuestra que a veces la historiografía puede retroceder en vez de avanzar).8

En vista de la rápida circulación de productos (es decir, de sumisión a publicación: un asunto clave en toda revista), las revistas ofrecen un buen barómetro de las cambiantes modas historiográficas. Para otra ponencia, escrita para un coloquio en Bogotá en 2013, tracé la trayectoria de P&P, apuntando un cambio claro (pero nada sorprendente) hacia la historia cultural en los años recientes, aunado a una expansión de la historia moderna (en vez de antigua, medieval o “moderna-temprano”); una expansión determinada en parte por el hecho sencillo que, desde la fundación de P&P en 1952, el período moderno (es decir, post-1789) ha crecido 64 años, o sea 28%.9 En cuanto a los cambios cuantificables, queda claro que la revista se ha vuelto más voluminosa, igual que los artículos individuales y, más que nada, las citas. Casi nos enfrentamos a una crisis de obesidad historiográfica. Los títulos de los artículos también se han vuelto más prolijos, literarios, a veces pretenciosos y, por tanto, opacos. Todo esto no obstante repetidos compromisos por parte del consejo editorial para conseguir artículos más cortos, incisivos y con títulos sencillos y prosaicos.

Un resumen reciente de las publicaciones de Hispanic American Historical Review, hecho por Eric Van Young, el historiador latinoamericanista de la Universidad de California-San Diego, demuestra una trayectoria algo parecida: en particular, el compromiso inicial con la historia de elites, constituciones y hechos políticos (la norma durante la primera mitad del siglo XX) dio lugar a perspectivas más socioeconómicas, desde abajo y desde la periferia (por tanto, los campesinos y obreros, rebeldes y bandidos, remplazaban a los reyes, virreyes, militares y próceres republicanos); mientras que desde 1980 (más o menos) despegó la historia cultural, conllevando un mayor énfasis en el género, la religión, el recreo y la identidad.10

Por supuesto, la trayectoria no es tan sencilla: en vez de pensar en ondas sucesivas, cada una remplazando a la previa, quizás tiene más sentido imaginar un proceso de sedimentación, conforme nuevos estratos se echan encima de los más viejos, que permanecen, medio cubiertos. Y a veces la cambiante moda historiográfica fomenta la excavación de viejos estratos: así es que hemos visto el renacimiento reciente de la historia político-electoral del siglo XIX, producto tanto de nuevos paradigmas interpretativos como de la (re-)democratización de América Latina. Igualmente, la nueva manía por la historia “transnacional” muchas veces involucra un regreso a la historia internacional – ¡incluso diplomática! – de antaño, aunque esté disfrazada con una nueva terminología de moda. Sin duda, un resumen de los libros monográficos (por ejemplo, la lista de la editorial de la Universidad de Duke) ostentaría tendencias parecidas, pero las revistas ofrecen una medida particularmente útil y eficiente para medirlas a través del tiempo.

Una razón final es que las revistas son ejemplos por excelencia de lo que Jack Hexter llama “la evaluación por pares”,11 conforme la cual los historiadores evalúan el trabajo de sus colegas o ‘pares’, funcionando de esta manera como porteros (en inglés: gatekeepers) y, quizás, guardianes, del control de calidad. Por supuesto, los manuscritos de libros también son evaluados; aunque mi impresión es que la evaluación de libros es más subjetiva, y los propios autores a veces pueden influenciar el proceso, cosa rara en el caso de las revistas. Además, las editoriales universitarias, no obstante su supuesto compromiso con la investigación desinteresada, se preocupan cada vez más por sus ventas y su perfil, por tanto se esfuerzan para tratar temas y enfoques de moda – por ejemplo, la historia cultural, la historia transnacional – a veces con su jerga particular, poco comprensible; al mismo tiempo que insisten en manuscritos más cortos, más accesibles, a veces – para utilizar la frase inglesa – dumbed-down (en castellano: “intelectualmente empobrecidos”). Al menos, así me parece el panorama en EEUU, la principal fuente anglófona de historia de América Latina. Las cosas son diferentes, por ejemplo, en México, donde, de acuerdo a mi propia experiencia, las editoriales (principalmente universitarias) conceden mayor autonomía al autor e investigador, no piden cambios en el texto (más allá de correcciones específicas) y tienen menos preocupación por el impacto de sus publicaciones en el mercado.

Por contraste, las revistas son coordinadas y controladas por académicos más o menos autónomos (a menos que sus mecenas editoriales armen un golpe de Estado, como pasó en 2009 con The Journal of Peasant Studies). Es cierto que P&P – igual que otras revistas que he conocido de primera mano, como el Journal of Latin American Studies – son entidades auto-gobernadas, dirigidas por los propios académicos. De hecho, P&P es poco común en el sentido de estar constituida como una especie de cooperativa obrera, donde todos los manuscritos recibidos son evaluados internamente, “en casa”, por los miembros del comité editorial (de menos de treinta personas) y muy raramente son enviados a gente fuera del comité. Tomando en cuenta que P&P cubre la historia de todo el mundo, desde la Antigüedad a la historia contemporánea (cosa rara entre las revistas, siendo la revista francesa Annales: Histoire, Sciences Sociales el otro caso clave), eso quiere decir que tenemos que leer y evaluar mucho más allá de nuestros propios campos de conocimiento “experto”. Por tanto, habitualmente tengo que evaluar artículos que tratan sobre la India, China, África, y los EEUU – no me permiten tocar ni Inglaterra ni Europa – pero creo que ésta ha sido, para mí, una obligación que ha ampliado mis horizontes y proporcionado algo de terapia intelectual.12

La justificación de este procedimiento es que existe una categoría de “artículo al estilo P&P” que, como un buen vino tinto Beaujolais, los cognoscenti pueden detectar y apreciar, aún cuando se trata de campos de investigación algo ajenos. Es una justificación quizás algo nebulosa, pero encarna un mérito indudable: un “artículo al estilo P&P” quiere decir uno que pueda interesar y pueda ser leído por el mítico “lector general”, no solamente por los expertos, y que no se pierde en pequeñeces bibliográficas ni se envuelve en jerga pesada. No afirmo que siempre tenemos éxito en este loable objetivo; pero defendería tanto el principio, como la práctica, ya que – a mi parecer – uno de los pecados notables de la historiografía (académica) actual, que se ve claramente en ciertas revistas, es sucumbir a modas interpretativas – quizás pasajeras – y caer en la jerga correspondiente. En este caso, la autonomía académica no garantiza la calidad; al contrario, hay revistas que ejercen su rol de porteros promoviendo enfoques historiográficos preferidos, hasta caer en una suerte de sectarismo, aunada a la antigua práctica de patronazgo (“premiar a tus amigos y castigar a tus enemigos”, como recomendó el estadounidense Sam Gompers a fines del siglo XIX. Pero él era líder sindical, no historiador académico).

Hemos visto como, en las ciencias sociales, el papel “portero” de las revistas académicas puede influenciar tanto las oportunidades de vida de los individuos, como la trayectoria general de las disciplinas (como la ciencia política). La historia suele ser – en términos metodológicos – menos dogmática y, en muchos casos, no necesita un vocabulario especializado, ni mucho menos una jerga inaccesible (lo que quiere decir que la jerga de los historiadores – comparada, por ejemplo, con la de los economistas, ni hablar de los físicos – muchas veces es gratuita, y sirve para ofuscar, no para aclarar; y, al mismo tiempo, sirve para identificar tribus ideológicas, cada una con sus ídolos tribales). Mi conclusión, entonces, sería que debemos resistir a la jerga y al sectarismo, cuestionar la nouvelle vague, especialmente cuando carece de precisión, y, al contrario, favorecer la diversidad, tanto de tema, cronológico/espacial, como de enfoque metodológico – es decir, historia política, económica, social, cultural, internacional etc. La historia debe ser, y generalmente puede ser, accesible al “lector general” (el objetivo de P&P que mencioné) y la claridad debe ser una meta clave para todo historiador, por muy académico y profesional que sea. En estos sentidos, creo que P&P ha sido bastante exitosa (no voy a mencionar otras revistas que, a mi parecer, han fallado; pero quisiera subrayar que las dos principales revistas latinoamericanas en el Reino Unido – Journal of Latin American Studies y Bulletin of Latin American Research – también tienen una trayectoria loable). Que es una manera de decir que las fallas que he mencionado son más obvias en los EEUU, donde, paradójicamente, la supuesta cultura de un “individualismo robusto” se sitúa algo incómodamente al lado de una academia donde la moda, la jerga y el pensamiento colectivo son manifiestos, en cierta medida fomentados, por el proceso de evaluación anónima de las revistas académicas (podría citar unas anécdotas personales escalofriantes pero prefiero no hacerlo).13

Vuelvo finalmente a ciertos aspectos prácticos de las revistas. Para esto, cuento con mi experiencia de primera mano en P&P (25 años en el comité editorial), más la investigación que hice en el voluminoso archivo de la misma revista (casi 400 cajas) que se encuentra en la Biblioteca Bodleian de la Universidad de Oxford. Dado el tamaño del archivo, escogí varios artículos sobre América Latina, en parte para evaluar el proceso de evaluación (por ejemplo, durante los años 1960 y 1970), en parte para indagar por qué hemos publicado pocos artículos latinoamericanos, y si la escasez refleja una falta de interés o, peor aún, un prejuicio contra la historia latinoamericana (o “periférica”). Esto porque así me habían preguntado en el coloquio en Bogotá antes mencionado. Mi conclusión es que tal prejuicio no existía (tampoco existe ahora); la poca publicación reflejó la poca oferta de manuscritos dedicados a América Latina, que a su vez probablemente derivó de la percepción que P&P era una revista especializada en la historia de la Europa temprano-moderna. Tal percepción (que también existe en los EEUU), es correcta; o, mejor dicho, era correcta, pero se ha mantenido aún cuando – como mencioné – este énfasis ha disminuido (conforme la historia moderna y contemporánea ha sobrepasado la temprano-moderna), y nuestra publicación en el campo de América Latina ha crecido algo, en parte porque el tamaño de la revista ha crecido: en la última década, hemos publicado 15 artículos sobre América Latina, es decir 1,5 por año (calculo que las revistas Journal of Latin American Studies y Bulletin of Latin American Research, especialistas en América Latina, publican ocho veces más artículos históricos). Vale mencionar que hay una tendencia parecida – modesta pero prometedora – en cuanto a la historia estadounidense.

Una segunda pregunta que me hicieron en Bogotá fue: ¿Por qué P&P no cuenta hoy en día con esa gran pléyade de historiadores que ostentaba hace unas décadas (Christopher Hill, Eric Hobsbawm, Edward Thompson, Lawrence Stone, John Elliott etc.). La respuesta obvia es que, como dijo Keynes, a fin de cuentas, todos estamos muertos (de estos cinco, sólo sobrevive Elliott, jubilado pero todavía activo; Hobsbawm murió hace cuatro años, cuando tenía 95 años). Este inevitable ciclo generacional tiene, en el caso de P&P, una dimensión, por así decirlo, paradigmática. La revista nació como vástago del Grupo de Historiadores del Partido Comunista de Gran Bretaña, del cual Hill, Thompson, Hobsbawm y otros fueron miembros (Hill y Thompson dejaron el Partido en 1956, después del “discurso secreto” de Khruschev en que se criticaba a Stalin y la invasión de Hungría, pero Hobsbawm se quedó). Por tanto la revista tenía a principios un carácter claramente izquierdista y marxista (aunque siempre fue un marxismo flexible y abierto); pero el contenido marxista pronto se diluyó (el abandono del lema “una revista de historia científica”, en 1958, fue un botón de muestra) y, conforme la junta editorial creció y se renovó, se volvió más diversa, en términos tanto ideológicos como nacionales. También se volvió más respetable; adquirió un puñado de sirs (es decir personas con títulos de caballero) y ahora tiene un retrato colectivo de varios veteranos de la revista colgado en el National Portrait Gallery en Londres. No obstante, todavía retiene una imagen algo progresista (hoy en día, quizás más liberal que socialista o marxista) y, como mencioné, ha seguido fiel a su noción del artículo “estilo P&P”, accesible al “lector general”, y tratando temas amplios en vez de pequeñeces escolásticas.

La mecánica de la publicación ha cambiado bastante durante la vida institucional de P&P (es decir, desde 1952): la comunicación electrónica ha remplazado la lentitud del correo postal, con sus demoras y riesgos de cartas extraviadas. De la misma manera que los artículos se han vuelto más largos, densos y detallados (lo que no quiere decir mejores), el proceso colectivo de evaluación también es más elaborado y prolijo (varios de los fundadores eran notablemente concisos – por no decir bruscos – en sus evaluaciones); también hay mayor diversidad en el comité editorial – a principios era una suerte de eje Oxford/Londres, pero hoy en día cuenta con representantes en los EEUU, Holanda, Alemania e Israel.

Pero son las continuidades que me llaman la atención (no obstante el nuevo contexto tecnológico). La necesidad de “publicar o perecer” es más exigente hoy en día, y en todas partes del mundo, ampliada por los sistemas nacionales de evaluación, como en el Reino Unido, México y Colombia – sistemas que a veces combinan cierto dirigismo de arriba con evaluaciones algo arbitrarias por gente no tan calificada. Pero queda claro (en los documentos del archivo de P&P) que los autores siempre se han impacientado con demoras y críticas, mientras que los editores siempre han luchado con evaluadores tardíos y a veces claramente inconsistentes. Tres conclusiones derivadas de mi investigación en este archivo – pero quizás obvias: el trabajo del editor es difícil e ingrato; aún la flor y nata de la profesión puede ser muy falible; y la lucha para alcanzar la claridad, la brevedad y la accesibilidad es tan antigua como la revista – es decir, una lucha continua.

Una consideración final tiene que ver con el “acceso abierto”. Como lo veo (y no soy experto, pero he consultado a los expertos), esto no es – para P&P – un problema serio. Quizás la revista es afortunada en tener una circulación – y por tanto un ingreso – amplio y estable (que utiliza para subsidiar la publicación de libros y mantener unas becas posdoctorales). No parece que ni la circulación ni el ingreso han sido afectados por el acceso abierto (es decir, por el requisito que, después de un breve periodo, todo el contenido debe ser accesible gratis). La perspectiva escalofriante de autores obligados a pagar una cuota sustancial para ser publicados no se ha realizado. No sé si en este sentido P&P es un caso insólito (si lo es, me costaría trabajo entender por qué). No nos enfrentamos al “fin de la civilización tal como la conocemos”; y, de hecho, el resultado – la libre circulación de nuestra investigación – me parece una meta positiva. Con cuya conclusión algo optimista, termino.

  • 1
    GILBERT, Dennis. Rewriting history: Salinas, Zedillo and the 1992 textbook controversy. Mexican Studies/Estudios mexicanos, v.13, n.2, p.271-97, 1997.
  • 2
    La cadena mexicana de tiendas y restaurantes, pionera del consumismo de la clase media.
  • 3
    KNIGHT, Alan. The myth of the Mexican Revolution. Past and Present, n.209, p.223-273, 2010.
  • 4
    Surge la pregunta: si los nuevos medios electrónicos (blogs y websites) servirán para difundir el conocimiento académico mucho más ampliamente en el futuro. Tengo mis dudas, debido no tanto a factores económicos (costo y accesibilidad) sino también al carácter y a la complejidad de ese conocimiento. Es igual con otras disciplinas: las ciencias sociales (por ejemplo, la antropología, la economía y la ciencia política), ni hablar de las ciencias duras (como es el caso de la biología, la química y la física). Por supuesto, los nuevos medios podrán difundir resúmenes de la investigación y de los debates actuales; pero, como es bien sabido, los resúmenes son otra cosa, y muchas veces son tildados de ser superficiales e incluso engañadores.
  • 5
    THOMPSON, E.P. The moral economy of the English crowd in the eighteenth century. Past & Present, n.50, p.76-136, 1971; THOMPSON, E.P. Time, work-discipline and industrial capitalism. Past & Present, n.38, p.56-97, 1967.
  • 6
    GALLAGHER, John; ROBINSON, Ronald. The imperialism of free trade. Economic History Review, v.1, n.6, p.1-15, 1953. Aparte de su brevedad, el artículo es notable por su estilo elocuente y por su falta de una sofisticada teoría económica, dos virtudes que, hoy en día, raras veces se ven en revistas denominadas “ecónomicas”.
  • 7
    ASTON, Trevor (Ed.). Crisis in Europe, 1560-1660: essays from Past and Present. London: Routledge and Kennan Paul, 1965. Aunque este volumen se enfoca en Europa, la revista publicó artículos que también trataban sobre la “crisis general del diecisiete” en América Latina, particularmente en México/La Nueva España. Vale mencionar que Trevor Aston, coordinador de este volumen, fue, durante muchos años (incluso los que he revisado en el archivo de la revista), el editor principal de P&P, por tanto, responsable de la amplia correspondencia con autores y otros miembros de la revista; tarea onerosa – como voy a mencio-nar – que llevó a cabo de una manera concienzuda y cumplida.
  • 8
    Dos ejemplos: THOMAS, Hugh. Conquest: Moctezuma, Cortés and the fall of old Mexico. New York: Simon and Schuster, 1993; y THOMAS, Hugh. Who’s who of the conquistadors. London: Cassel, 2000. Vale mencionar que su primer libro de historia – The Spanish Civil War (London: Eyre and Spottiswoode, 1961) – tuvo y todavía tiene muchos méritos. Sin embargo, en general sus obras, y el conocimiento de su carrera como historiador, indican que no llegó a involucrarse en la cultura y la vida de América Latina y tuvo cierta renuencia de pasar un tiempo en el continente para realizar sus investigaciones. Como se diría irónicamente en el inglés del siglo XIX: “perhaps the air of Latin America did not agree with him”.
  • 9
    KNIGHT, Alan. Las revistas históricas y América Latina: una perspectiva europea/inglesa. Anuario Colombiano de Historia Social y del al Cultura, v.40, n.1, p.67-97, 2013.
  • 10
    VAN YOUNG, Eric. Two decades of anglophone writing on colonial Mexico. In: Van Young, Eric. Writing Mexican history. Stanford: Stanford University Press. p.83-126, 2012.
  • 11
    HEXTER, J.H. Doing history. London: Allen & Unwin. p.82, 1971.
  • 12
    En este contexto, vale mencionar que, mientras que P&P no es una revista autodesignada “multidisciplinaria”, sí ha publicado artículos antropológicos (escritos por antropólogos); y, dada la amplitud de su contenido histórico, a través de los tiempos y de las culturas, muchos artículos, no obstante su carácter “histórico”, incluyen dimensiones antropológicas, sociológicas, arqueológicas y económicas (pero – huelga decir – no econométricas).
  • 13
    Cuando envié un artículo a una revista de historia latinoamericana (de gran renombre), los tres evaluadores dieron una decisión marcadamente dividida (en inglés, split decision, al estilo del boxeo): dos en favor, uno en contra; y en contra de una manera contundente áspera y despreciativa (“mejor enviarlo a una revista literaria”, y cosas por el estilo). Claro, hubiera sido imposible reconciliar estos juicios opuestos, por tanto el editor – persona sensata y cumplida – sugirió que el crítico escribiera una versión de su informe para publicarlo en la revista, dándome la oportunidad de contestar su ataque, sugerencia que acepté desde luego. Pero cuando el crítico (démosle un nombre ficticio: professor J. Deere) produjo su versión “pública”, fue un pálido reflejo del original, de tono suave, que propuso nada más que una ligera matización de mi argumento (para seguir la metáfora pugilista, “he pulled his punches”). Claro, contesté, no vale la pena entrar en un debate público con este disparo de pistolita de juguete (entre otras cosas, el público no entendería el por qué del debate); mi idea fue contestar el cañonazo original (y anónimo). Pero desprovisto de su anonimato, el professor Deere no tenía ganas; por tanto, el debate nunca tuvo lugar. La anécdota sugiere (a) que el anonimato permite disparates algo caprichosos; (b) que el sistema de “juicio de pares”, no obstante sus muchos méritos, no es infalible (podríamos citar las palabras de Winston Churchil sobre la democracia: “es el peor sistema, a parte de todos los demás que se han ensayado”); y (c) el buen sentido del editor es clave en toda revista.

Fechas de Publicación

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    Oct-Dec 2016
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