ABSTRACT
This article presents, through a provocation to nine historians from different institutions and countries, the impact of the pandemic on their profession and on the field of history. Their reflections were developed from three questions: (1) In what ways has living under the current pandemic affected your historical writing or thinking? Has it brought new questions to the fore or pushed you to rethink some of your past work?; (2) (How) should historians engage in public affairs relating to the current pandemic context? Should historians be involved in policymaking? Is it appropriate for historians to play active roles in the media or should we step back and let our publications speak for themselves?; (3) What historical themes, perspectives, and topics are missing from the historiography published/produced during these pandemic years? What pieces/kinds of work have you most appreciated?
Keywords:
History; pandemic; scientific communication; health; profession
RESUMO
Esse artigo apresenta, a partir de uma provocação a nove historiadoras e historiadores de diferentes instituições e países, o impacto da pandemia sobre o seu ofício e sobre o campo da história. As suas reflexões foram desenvolvidas a partir de três perguntas: (1) De que maneiras viver sob a pandemia atual afetou seus escritos ou sua reflexão histórica? Isso trouxe novas questões à tona ou o incentivou a repensar alguns de seus trabalhos anteriores?; (2) (Como) os historiadores devem se envolver nos assuntos públicos relacionados ao contexto pandêmico atual? Os historiadores devem se envolver na formulação de políticas públicas? É apropriado que os historiadores desempenhem papéis ativos na mídia ou devemos recuar e deixar que nossas publicações falem por si mesmas?; (3) Que temas históricos, perspectivas e tópicos estão ausentes na historiografia publicada / produzida durante esses anos de pandemia? Quais textos ou tipos de trabalho você mais apreciou?
Palavras-chave:
História; pandemia; comunicação científica; saúde; profissão
RESUMEN
El artículo presenta, a partir de una provocación a nueve historiadores de diferentes instituciones y países, el impacto de la pandemia y su oficio, y sobre el campo de la historia. Sus reflexiones fueron desarrolladas partiendo de tres preguntas: (1) ¿De qué forma vivir con la pandemia actual afectó sus escritos o reflexión histórica? ¿Esto trajo nuevas cuestiones o le incentivó a repensar algunos de sus trabajos anteriores? (2) (¿Cómo) los historiadores se deben involucrar en los asuntos públicos relacionados al contexto pandémico actual? ¿Los historiadores deben envolverse en la formulación de políticas públicas? ¿Es apropiado que los historiadores desempeñen papeles activos en los medios o debemos mantenernos al margen y dejar que nuestras publicaciones hablen por sí mismas? (3) ¿Qué temas históricos, perspectivas y tópicos están ausentes en la historiografía publicada/producida durante estos años de pandemia? ¿Cuáles textos o tipos de trabajos usted más apreció?
Palabras Clave:
historia; pandemia; comunicación científica; salud; profesión
Mariola Espinosa
(1) Vivir durante la pandemia actual me ha dado la oportunidad, quizás un poco forzosamente, de pausar y reevaluar mis proyectos intelectuales. En el caso de nosotros los historiadores de la medicina y la salud este es un momento en el cual lo personal, lo profesional, y lo intelectual convergen - por esto no se pueden separar estos elementos de la vida. Personalmente me he enfocado en crear un hogar saludable para mi familia y eso ha causado que no pueda dedicar todo el tiempo usual para la escritura. Pero en el proceso de evaluar lo que estamos pasando, pienso constantemente en la historia de las epidemias sobre la cual he escrito en el pasado, y sobre la cual enseño regularmente. También he cambiado la manera en la cual enseño esta historia. Los estudiantes de hoy se identifican más fácilmente con lo que estudiamos en el pasado. Cuando les hablo de la manera en la cual se le echaba la culpa a los extranjeros o a las comunidades marginadas por traer epidemias, o cómo las autoridades escondían los primeros casos de enfermedad para evitar pánico, en vez de juzgar el pasado sienten un poco de simpatía y más entendimiento. Estas dos situaciones - en el salón y en el hogar - me han hecho revisitar mi trabajo escrito sobre fiebre amarilla y evaluar la manera en la que lo presento al público en general. La pandemia me ha dado la oportunidad de participar en más conversaciones públicas con otros historiadores enfrentando situaciones similares. Conversaciones que nos ayudan a entender la relevancia de nuestro trabajo cómo historiadores en la presente crisis.1 1 La Asociación Americana de Historia, por ejemplo, ha creado una bibliografía de las actividades públicas de los historiadores sobre el tema del COVID-19. Esta incluye videos, editoriales, artículos, presentaciones en televisión y otros medios públicos. Disponible en: https://www.historians.org/news-and-advocacy/everything-has-a-history/a-bibliography-of-historians-responses-to-covid-19. Acceso en: 31 jul. 2021.
(2) Hace tiempo que nos encontramos en un momento en el cual nos sentimos forzados a justificar el valor de las humanidades.2 2 Ver por ejemplo Grafton (2011) y Norton y Grossman (2021), entre otros. El valor de la historia va más allá de aprender del pasado para enfrentar el presente. La pandemia de COVID-19 nos ha presentado una situación en la cual debería ser más fácil de articular ese valor, especialmente para nosotros los historiadores de la medicina y la salud. Somos los historiadores los que podemos ayudar a explicar cómo el conocimiento médico científico sobre una enfermedad y su tratamiento cambia a través del tiempo utilizando historias sobre enfermedades del pasado. Nuestro conocimiento histórico ayuda a los políticos y salubristas a entender el porqué de las reacciones públicas a dictámenes de salud. No seremos epidemiólogos, pero nuestra pericia al ser historiadores es nuestra contribución para ayudar a crear políticas informadas por hechos y por evidencia crítica. A la vez que he notado un renovado interés en mi trabajo es apropiado ponerlo en una perspectiva actualizada y participar en conversaciones con médicos, científicos, salubristas y políticos para conversar con el público en general. También es nuestra responsabilidad brindar atención a los otros problemas y regiones que están siendo ignorados por la atención a una sola enfermedad y la saturación de información sobre los Estados Unidos y Europa. Los que basamos nuestros estudios en otras partes del mundo tenemos que continuar insistiendo que los políticos y salubristas no se olviden de la importancia de las conexiones con regiones y personas que no tienen el acceso a las vacunas, o el capital que rige la salud global - para mantener al frente de la conversación y de decisiones la carga social desigual de las enfermedades.
(3) Primero que nada, he visto una proliferación de expertos en la historia de la medicina y de las epidemias. Me encanta ver el interés que ha crecido en este tema. Pero muchas veces estos escritos no desglosan el trabajo de los que llevamos décadas analizando el tema. Por eso a veces terminan recreando narrativas mayormente triunfalistas, historias enfocadas en regiones muy localizadas. Pero de todos modos es bueno que atraigan más lectores a nuestro ámbito. También existe el problema de la desigualdad laboral que permite que la mayoría de las publicaciones sean por académicos y, vamos a ser claros, hombres, en posiciones establecidas, que no son los que mayormente ocupan posiciones académicas mas precarias y que no han tenido que enfocar sus esfuerzos a educar los niños en casa o cuidar familiares enfermos, entre otros deberes. Me encantaría ver más estudios que se originen desde un punto de vista global. Las epidemias, aunque locales, suelen tener una perspectiva que transciende barreras nacionales y lingüísticas. La historia del conocimiento médico sobre el COVID-19, por ejemplo, debe ser una historia que incluya los intercambios intelectuales de conocimiento internacionales. El trabajo que más he apreciado durante la pandemia ha sido el que nos hace ver el pasado en estos términos - trabajos en los cuales vemos personas envueltas en diferentes ámbitos de la medicina y salubridad interactuando y comunicándose entre ellas para entender su presente y nuestro pasado. También he apreciado mucho el interés en conversaciones entre historiadores que se enfocan en diferentes partes del mundo y diferentes temas. Ha sido muy interesante ver cómo reconocidos al igual que nuevos colegas se han sentado virtualmente a conversar sobre diferentes temas para hacer sentido de lo que estamos sufriendo hoy.3 3 Algunos buenos ejemplos de compilaciones re-evaluando la historia en relación a la pandemia actual se encuentran en el “Special issue: reimagining epidemics”, del Bulletin of the History of Medicine (2020), y la serie Testimonios Covid-19 publicada en los ejemplares de revista História, Ciências, Saúde - Manguinhos comenzando con el volumen 28. La perspectiva histórica nos puede ayudar mucho, y la perspectiva actual nos ha abierto una nueva ventana para entender la humanidad del pasado.
Reinaldo Funes Monzote
(1) Ante todo, quiero agradecer la invitación a participar en esta conversación acerca de la incidencia de la pandemia en nuestra profesión. Al momento de iniciarse me encontraba en la fase final de una estancia como profesor visitante en la Universidad de Yale, entre 2015 y 2020. Una de mis actividades en ese período consistió en impartir un curso titulado “Cuba: Historia y Cultura”, que incluía un viaje al país con los estudiantes durante dos semanas de marzo. En 2019 partimos para La Habana conociendo de la existencia de la pandemia. Pero nadie dentro del grupo tuvo la menor idea de la gravedad de la situación hasta que recibimos cuatro días después la llamada urgente de Yale indicando que había que retornar de inmediato porque se cerraría el campus y los estudiantes tendrían que ir para sus casas. Entonces todo cambió de repente y hubo que pasar de la fase de incredulidad a la de adaptación e incertidumbre.
Desde luego, lo primero fue acoplarnos a la nueva circunstancia de continuar el curso de forma online. Pienso que este paso de la enseñanza presencial a la virtual fue menos traumático gracias a que ya existía la tecnología para asumir de forma rápida ese cambio. Es una diferencia fundamental respecto a otras epidemias en el pasado. Así que a la vez que teníamos que recurrir a los métodos más tradicionales para evitar contagiarnos, como el tapabocas, las nuevas tecnologías de la información nos permitieron continuar inmersos en el mundo interconectado en el que vivimos. Sin embargo, hay que pensar en las enormes diferencias entre países en cuanto al acceso a las plataformas y recursos digitales.
Es muy pronto para saber cuánto puede influir la pandemia en la forma en que escribimos y pensamos la historia. En mi caso, como historiador ambiental, prefiero fijarme más en sus conexiones ambientales en términos generales y no solo en los impactos en la salud humana. Me interesa mucho la confluencia entre una crisis que afecta a los seres humanos de forma individual y colectiva con la crisis más amplia que abarca al conjunto de la vida en nuestro planeta. Creo que la pandemia puede servir para reforzar las voces de alerta sobre la fragilidad del antropocentrismo dominado por el optimismo tecnológico y la ideología del crecimiento económico infinito. Aunque al mismo tiempo sean la misma tecnología y la ciencia las que hacen posible los medios para combatirla, como las vacunas o los ventiladores de las Unidades de Cuidados Intensivos.
La pandemia puede impulsar llamados como el que hacen Guldi y Armitage en su Manifiesto por la Historia (2016) (The History Manifesto, 2014) por nuevos rumbos en la profesión hacia una mayor intervención pública, el retorno del interés por la larga duración, las obras de síntesis, la interconexión entre lo local y lo global, así como servir de estímulo al uso de las herramientas digitales y de visualización (GULDI; ARMITAGE, 2016; GULDI; ARMITAGE, 2014).
(2) La pregunta que solemos hacernos sobre el rol de la historia en la esfera pública es muy pertinente en las actuales circunstancias. Hemos visto como ha resurgido el interés por épocas pasadas en que se produjeron eventos similares, como la llamada “gripe española” de 1918. Noticias en los medios, reedición o publicación de libros sobre el tema, entrevistas a sus autores o estudiosos del tema. Sin embargo, hay que enfrentar el hecho de que el papel de la historia como “maestra de la vida” ha perdido terreno en una sociedad en la que se privilegia lo inmediato, lo sensacionalista y la banalidad.
Está claro que la influencia pública de los historiadores palidece frente a representantes de otras profesiones como los periodistas, los economistas o los propios políticos, para no hablar de los “famosos” del mundo del espectáculo y la farándula. A pesar de esto, pienso que la historia como profesión debe desempeñar un papel importante en los debates públicos y la elaboración de políticas. Vuelvo al tema de las problemáticas ambientales. Sin la ayuda del conocimiento histórico sobre como surgió y evolucionó la crisis socioambiental que nos afecta hoy a escala local y global, poco se podrá lograr para fomentar en la población la necesaria conciencia ambientalista para afrontar los grandes retos actuales y futuros en ese sentido.
Para hacer un buen trabajo histórico se necesita tiempo para la investigación y la preparación de los resultados en forma de libros o artículos, que son la principal forma de materialización de nuestro trabajo. Y esto choca con la velocidad en que se mueven hoy las noticias y los efectos muchas veces paralizantes o distorsionantes de las redes sociales (o anti-sociales), que impiden analizar con profundidad los hechos. Frente a la avalancha de superficialidad, tengo la impresión de que historiadoras e historiadores buscaran tener una incidencia mayor en dichas redes. Precisamente el contexto de la actual pandemia puede contribuir a la transición desde los medios académicos tradicionales hacia la divulgación de lo que hacemos por otras vías. Por ejemplo, en fechas recientes tuve la oportunidad de participar en programas online promovidos por colegas de Brasil como el de Regina Horta con el título de “Conversa animal” y el Laboratorio de Historia e Natureza de la Universidade Federal do Rio de Janeiro, gracias a la invitación de Lise Sedrez y sus alumnos.4 4 AS4ESTAÇÕES: Conversa animal con Reinaldo Funes Monzote, 29 abr. 2021. 1 video [1 h. 3 min.]. Publicado por el canal As Quatro Estações de YouTube. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=MjquWlIAYnc&t=2692s. Acceso en: 23 jun. 2021; y FRONTERAS de mercancías e historia ambiental de América Latina y del Caribe - Reinaldo Funes Monzote, 15 abr. 2021. 1 video [58 min.]. Publicado por el canal Laboratório História e Natureza de YouTube. Disponible en: https://youtu.be/97XW-2FXfZ0. Acceso en: 23 jun. 2021. Podemos tener la certeza de que serán nuestros estudiantes los encargados de consolidar estos primeros pasos que pueden conducir a una mayor incidencia de la historia profesional en los medios audiovisuales y digitales.
(3) Es difícil tener una idea de cuánto puede influir o no la COVID-19 en enfoques o líneas de investigación presentes y futuras, más allá de la historia de la medicina y la salud. Quiero recomendar al respecto los comentarios de Marcos Cueto (2020)DUMOULIN, Olivier. O papel social do historiador. Da cátedra ao tribunal. Belo Horizonte: Autêntica, 2017. y Guillermo Castro Herrera (2020) publicados como parte de un número especial dedicado a la pandemia por la revista HALAC (2020), por iniciativa de los editores Sandro Dutra e Silva y Marina Miraglia.5 5 HALAC - Historia Ambiental, Latinoamericana y Caribeña, v. 10, edición suplementaria, 2010. Disponible en: http://halacsolcha.org/index.php/halac. El volumen recoge textos de 16 reconocidos autores que ofrecen sus lecturas de la pandemia en perspectiva histórica y ambientalista.
Un efecto positivo podría ser un renovado compromiso por conectar nuestros temas de investigación con la actualidad. Esto pude constatarlo bien pronto a raíz de una invitación a participar en un fórum de Agricultural History (2020), para dialogar sobre las intersecciones entre historia de la agricultura e historia animal (WAY; OKIE; FUNES MONZOTE; NANCE; ROSENBERG; SPECHT; SWART, 2020). El inicio de los intercambios coincidió con la declaración de la pandemia, por lo que el tema estuvo presente en muchas preguntas y respuestas. Fue una coincidencia debatir a la vez que éramos testigos de una crisis sanitaria provocada presuntamente por el consumo de animales salvajes y agudizada por padecimientos de salud como diabetes o hipertensión arterial ligados al modelo agroalimentario industrial.
Entre los asuntos que me gustaría ver más reflejados en debates académicos, están la desigualdad y las vías para su reducción, como la “renta básica”, así como las disparidades entre países ricos y países pobres. Y desde luego esta coyuntura nos refresca que el imperialismo existe. Como historiador cubano no puedo pasar por alto que el gobierno estadounidense bajo la administración Trump aprovechó la pandemia para reforzar aún más el embargo/bloqueo económico hacia la isla del Caribe, a fin de lograr sus viejos objetivos de la Guerra Fría. Al regresar a Cuba desde noviembre de 2020 he podido ser testigo directo de los efectos de esa política sumados a la crisis de la COVID-19. A pesar del mundo virtual exacerbado por el virus, la vivencia personal sigue siendo relevante para nuestra profesión como historiadores.
Mónica García
(1) La pandemia redujo en un 90% el tiempo que tenía asignado para investigar. Colombia, con casi 44 millones de habitantes, carece de centros de investigación histórica o universidades de investigación. Entre las 300 instituciones de educación superior (IES) del país - más del 70% de carácter privado - sólo hay 27 programas de pregrado en Historia, 13 programas de Maestrías y 4 Doctorados. Tan solo el 22% de las IES cuentan con “acreditación de alta calidad”, certificado emitido por el Ministerio de Educación colombiano considerando, entre otras variables, la investigación. La investigación histórica en Colombia se hace entonces en muy pocas universidades de docencia, universidades cuyo sostenimiento depende en más del 90% de las matrículas de sus estudiantes. La tendencia a la reducción demográfica de la población estudiantil universitaria antes de la pandémica (-0,2 en 2018 y -1,8 % en 2019) se agravó por la crisis económica de la pandemia: la pobreza monetaria aumentó en 6,8 puntos porcentuales, esto es, de 18.5 millones en 2019 se pasó a 21 millones de pobres en 2020. Ante este panorama, algunas universidades privadas tomaron medidas de choque como reducir las contrataciones de profesores temporales o catedráticos y transferir sus clases a los profesores de planta quienes sostenemos la investigación - que es lo mismo que decir que quienes tenemos el privilegio de hacer investigación lo hacemos a costa del tiempo de profesores contratados casi a “destajo”. Muchos tuvimos que abandonar o posponer investigaciones en curso. La precariedad de la investigación histórica en Colombia agravada por la pandemia, más la coyuntura social colombiana, hizo que la pregunta por el sentido de la investigación histórica se me apareciera como acuciante.
Ciertamente, cuando me llegó la invitación a esta entrevista en mayo, 2021, no sólo Colombia estaba atravesando el tercer y más crítico pico pandémico: estábamos en medio de un paro sin precedentes por su extensión en el tiempo, más de un mes, y por su alcance nacional. El desacierto del presidente Iván Duque de proponer una reforma tributaria en medio de la crisis pandémica y económica, y que incluía colocar impuesto a productos básicos de la “canasta familiar”, lanzó a los sindicatos y jóvenes a las calles el 28 de abril. Los manifestantes, cansados de lo que los jóvenes llamaron un país sin futuro, obviaron las advertencias de los gobernantes sobre el riesgo de contagio por SARS-CoV-2 que causarían las aglomeraciones. Esas movilizaciones no eran sino la continuación de las ocurridas en 2019 lideradas por los jóvenes quienes reclamaban al gobierno acceso a la educación y al trabajo, el cumplimiento de los acuerdos de paz que firmó el Estado colombiano con la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-FARC en 2016 para poner fin a más de 50 años de guerra civil y la finalización de la represión policial en las protestas. Las movilizaciones del 2021, luego de un año de confinamientos y cuarentenas impuestas para mitigar la pandemia, expresaban entonces un descontento generalizado ante el cual el SARS-CoV-2 resultaba un mal menor. Paulatinamente, otros movimientos sociales se irían sumando al paro, desde colectivos femeninos hasta las minorías indígenas.
Los Misak, un pueblo indígena ubicado en el suroccidente colombiano (Cauca), constituido por casi 22.000 personas, se unieron al paro tumbando las estatuas de los conquistadores españoles. Iniciaron con la de Sebastián de Belalcázar, ubicada en la ciudad de Santiago de Cali (28 de abril) y luego se movilizaron a Bogotá para derribar la de Gonzálo Jiménez de Quesada, fundador de la ciudad (7 de mayo). Según los Misak, ese acto buscaba reivindicar tanto la memoria histórica de su pueblo, de los caciques indígenas asesinados por la corona española, como el poder para gobernar desde los pueblos y “no desde las minorías de élite como las autoras de la reforma tributaria” que desató el paro nacional. Igualmente protestaban por los asesinatos sistemáticos de líderes sociales del Cauca desde la firma de los acuerdos de paz. El 16 de septiembre de 2019 los Misak habían realizado un juicio histórico a Belalcarzar por genocidio, despojo y acaparamiento de tierras, violación masiva de mujeres con su ejército, por el “mestizaje resultado de la violencia”.
Ante este profundo cuestionamiento a la narrativa histórica - y no sólo la que se despliega en espacios públicos sino también en nuestros currículos de enseñanza -; ante la fragilidad de la investigación histórica en mi país, y ante el contexto de movilización social sin precedentes, cabía entonces preguntarse, para qué la historia? Puede la historia contribuir a disminuir el sufrimiento?
En Meditaciones pascalianas (1999) Pierre Bourdieu platea que la “objetividad” en ciencias sociales es reconocer que los investigadores producimos conocimiento desde una fractura: la que nos separa del trabajo necesario para vivir y reproducirnos - esto es comer, vestirnos etc. Es el trabajo de otros lo que nos permite sentarnos a estudiar, pensar e investigar. Así, el conocimiento producido a partir de dicha fractura sería necesariamente incompleto o - para usar una palabra obsoleta quizás en su uso, pero no en su contenido - ideología: es conocimiento atado a una situación de privilegio. ¿Cómo, entonces, la posición de privilegio desde la que hacemos investigación histórica explicaría los objetos de investigación que proponemos, los enfoques teóricos y metodológicos que escogemos, las explicaciones que construimos y los análisis que hacemos? ¿Cómo, nuestras trayectorias personales, intelectuales y las presiones del mundo laboral definen dichas elecciones? ¿Cómo con dichas elecciones estamos contribuyendo a la igualdad o desigualdad, a transmutar el sufrimiento? De hecho, historiadores de la salud pública y la medicina como yo nos hacemos estas preguntas a propósito del trabajo de los médicos, científicos o trabajadores de la salud que investigamos, pero difícilmente nos las hacemos sobre nuestro propio trabajo histórico, como si estuviéramos por fuera de las mismas determinaciones que imputamos a nuestros sujetos de investigación.
(2) … [silencio]
Hay problemáticas sobre el papel de la ciencia y la historia en nuestras sociedades que trascienden la coyuntura de la pandemia. En Colombia la inversión en ciencia y tecnología es marginal: en 2019 fue del 0,24% del PIB, muy por debajo del gasto de los países miembros de la OCDE y aún de la región. Si bien se creó un Ministerio de Ciencia a comienzos del 2020, la realidad es que estamos lejos, tanto los políticos como la población en general, de reconocer que la ciencia - incluidas las ciencias humanas y sociales - son relevantes para la política pública. Contrario a lo que pasó en Brasil, en Colombia el gobierno nacional y las autoridades locales se apoyaron en la epidemiología y la salud pública para el manejo de la actual pandemia pero este es un caso excepcional y coyuntural de participación de la ciencia en política pública. Es significativo que quizás el único proyecto de interés público nacional que podía demandar la experticia histórica, la Comisión de la Verdad, entidad del estado creada un año después de firmados los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC y que busca “el esclarecimiento de los patrones y causas explicativas del conflicto armado interno que satisfaga el derecho de las víctimas y de la sociedad a la verdad” no incluyera a ningún historiador. Dicha comisión trabaja en paralelo con la Jurisdicción Especial para la Paz - JEP cuya función es conocer los delitos cometidos en el marco del conflicto armado y administrar la justicia transicional para lograr la paz y la no repetición. No es extraña la ausencia de los historiadores en la Comisión. Como dije al comienzo, la historia - y la ciencia en general en Colombia - es marginal. La enseñanza de la historia fue eliminada de los currículums de los colegios (enseñanza básica y media) desde 1984 para unirla con “geografía, ciencias sociales, constitución política y democracia” en una asignatura general llamada “ciencias sociales”.
Quizás la Comisión de la Verdad logre, paradójicamente, hacer más relevante el conocimiento histórico para la política pública en Colombia. Me pregunto si será posible apropiar para la historia el argumento de los científicos del cambio climático de que la ciencia es condición necesaria de la política. Podríamos hacer esfuerzos más sistemáticos de comunicación fuera de los círculos académicos y publicaciones especializadas, aprovechando las humanidades digitales y la historia pública. Los historiadores de la ciencia, la medicina y la salud pública podríamos arriesgarnos a investigar temas de interés contemporáneo y en los que involucremos a actores del sector salud o científicos que tendrían injerencia en la política pública. Ludwikc Fleck en su bello libro sobre como se origina un hecho científico (1935), indicó que los temas y problemas que resultan relevantes para la ciencia en un momento dado - podríamos decir, para las ciencias humanas y sociales también - surgen del círculo de los no expertos mientras que Steven Shapin (1990)SHAPIN, Steven. Science and the public. In: OLBY, R. C. et al. (eds.). Companion to the History of Modern Science. London: Routledge, 1990. p. 990-1.007. nos ha recordado que, quien en últimas legitima la ciencia es precisamente el público.
(3) Desconozco esa historiografía. He tratado de ponerme al día sobre la ciencia del siglo XX, en concreto sobre complejidad, teoría de sistemas y teoría de redes, así como algunos de sus impactos en la historiografía (v.g.; FERGUSON, 2018FERGUSON, Niall. The square and the Tower. Networks, hierarchies and the struggle for global power. New York: Peguin Press, 2018.). En Combates por la historia (1953) Lucien Febvre destacaba la pertinencia de que los historiadores estemos al tanto de la ciencia de nuestros tiempos, habida cuenta de las conexiones y préstamos entre ciencia e investigaciones históricas. Este argumento tiene relevancia mayor para los historiadores de la ciencia, medicina y salud pública que consideren relevante participar en debates contemporáneos y en política pública.
Finalmente, sobre las preguntas que la pandemia y la coyuntura social colombiana me hicieron inaplazables, estoy buscando si, además de la tradición marxista, los estudios poscoloniales - a los que apenas si me estoy aproximando -, me pueden dar luces sobre las formas en que los historiadores estaríamos usando conceptos y reproduciendo prácticas generadoras de diferencias y jerarquías - de sufrimiento. [Había aplazado la investigación de temas colombianos para explorar aspectos de la salud pública internacional y norteamericana, observando lo que los norteamericanos dicen y hacen sobre sí mismos (2021)]. He empezado con Frantz Fanon (1961). Estoy ansiosa por ver qué me enseña de mí, de los académicos y del sentido de la historia, este fascinante psiquiatra.
Ana Carolina Vimieiro Gomes
(1) O roteiro é sabido. Desde março de 2020, a vida de milhões de pessoas do planeta foi tomada de assalto pela existência do impulso evolutivo de um vírus, SARS-CoV-2, causador de uma doença respiratória, COVID-19, em muitos casos fatal, que se tornou pandêmica e causadora de uma crise sanitária global. No desdobramento da crise, a ciência tem sido peça central no desenrolar do enfrentamento da pandemia e suas consequências sociais, econômicas e políticas.
Como historiadora das ciências biomédicas, acontecimentos dessa crise têm me suscitado duas questões a serem exploradas na minha escrita da história: o caráter tecnocientífico da produção do conhecimento e gênero e ciência. É novidade na história das ciências tamanha velocidade na decifração da estrutura do vírus, na corrida pelo desenvolvimento em vários países das vacinas (com tecnologias inovadoras como são aquelas que usam RNAm modificado), as formas com que foram testadas, laboratorial e clinicamente, e apresentadas e vendidas pela indústria farmacêutica aos países, na forma de produto biotecnológico e solução decisiva no enfrentamento do vírus. Tais realizações se relacionam historicamente com a tecnociência, que, desde os anos 1970, é categoria usada pelos estudiosos da ciência para explicar a supremacia da tecnologia sobre a ciência e o fenômeno do amálgama entre tecnologia, ciência e racionalidade econômica. A pandemia expôs na carne o caráter tecnocientífico do conhecimento biomédico atual e uma das suas facetas perversas, em termos biopolíticos, que é o seu poder de gerir a vida e a morte. Como não pensar na cloroquina... ela também tem colocado em evidência novos arranjos no modus operandi da ciência, como é o caso das novas formas de publicação de resultados de pesquisa parcialmente concluídos, fonte de desinformação.6 6 Ver interessante artigo do jornal português Público sobre um dos efeitos adversos da urgência de publicar e divulgar conhecimento sobre o SARS-CoV-2, que é a centena de artigos que foram posteriormente invalidados: FREITAS, Andrea Cunha. Covid-19: há mais de 100 artigos científicos invalidados ou corrigidos. Público, 26 jun. 2021. Disponível em: https://www.publico.pt/2021/06/26/ciencia/noticia/covid19-ha-100-artigos-cientificos-retirados-corrigidos-1967862. Acesso em: 18 jul. 2021.
Torna-se interessante questionar, portanto, em termos históricos, de que forma a comunidade científica brasileira passou a ser capturada pela racionalidade tecnocientífica, de que maneiras ela tem se manifestado na produção de conhecimento local, quais as resistências a ela, ou, por exemplo, como a sua lógica tem influenciado na tomada de decisões de políticas de saúde pública ou financiamento de pesquisas.
Não posso deixar de manifestar aqui outro impacto da pandemia que é o prejuízo à produtividade científica das mulheres, sobretudo daquelas que têm que gerir o trabalho acadêmico com o cuidado de outras pessoas em casa.7 7 GARCIA, Janaina. Produção científica de mulheres despenca na pandemia - de homens, bem menos. UOL, Tilt, Ciência, 26 maio 2020. Disponível em: https://www.uol.com.br/tilt/noticias/redacao/2020/05/26/pandemia-pode-acentuar-disparidade-entre-homens-e-mulheres-na-ciencia.htm. Acesso em: 20 jun. 2021.
A pandemia exacerba uma desigualdade de gênero na ciência já conhecida. Ao mesmo tempo, entretanto, pululam notícias do envolvimento e protagonismo de mulheres cientistas envolvidas na pesquisa sobre o vírus, no desenvolvimento de vacinas, na hercúlea luta por informar a população e por políticas públicas contra a pandemia. Nesse cenário, que também me afeta pessoalmente como mulher cientista, é que meu olhar tem sido cada vez mais dirigido para a presença de uma legião de mulheres na ciência, e que historicamente têm tido o seu trabalho tornado invisível, obscurecido e desvalorizado epistemologicamente ( KELLER, 1983KELLER, Evelyn Fox. A Feeling for the Organism: the life and work of Barbara McClintock. San Francisco: Freeman, 1983.). E sem buscar heroísmos ou excepcionalidades, é urgente contar mais histórias de cientistas brasileiras, tentando lançar luz às suas experiências, vivências e afetos investidos no fazer científico, apesar das desigualdades.
(2) Should (deveria) na pergunta implica uma resposta que engendra proposições de diretrizes de como um historiador deve atuar e, assim, definir uma função social do historiador e da História no presente - que aliás tem a sua historicidade (DUMOULIN, 2017DUMOULIN, Olivier. O papel social do historiador. Da cátedra ao tribunal. Belo Horizonte: Autêntica, 2017.). As perguntas chamam pois a uma reflexão sobre o papel que o historiador deveria ter e, com isso, propor engajamento ético-político, conferir sentido e utilidade à natureza do trabalho histórico e suas intervenções na sociedade atual. Na história das ciências, há também a explícita expectativa de que ela não se restrinja a explicar o passado, mas também traga respostas à ciência do presente. Contudo, não me sinto com expertise necessária (como é o caso, por exemplo, de pesquisadores atuantes em história pública) para produzir uma resposta com vocação diretiva aos historiadores.
Quero aqui, todavia, destacar iniciativas institucionais já existentes na comunidade de historiadores brasileiros que, se não são intervenções explícitas na opinião pública ou na formulação de políticas públicas, lançam ao público mais amplo questões históricas com potencial de se pautar debates públicos importantes para o cenário atual. Dentre elas merecem destaque as diversas inciativas de comunicação pública do conhecimento histórico, que implicam novos formatos de publicação e nova linguagem para se falar a outros públicos.
Várias revistas acadêmicas de História têm tido essa preocupação de conectar a produção acadêmica às formas contemporâneas de comunicação. Para citar algumas: recentemente a revista Historia da Historiografia incluiu no seu projeto editorial iniciativas de comunicação de conteúdos relacionados à história e às humanidades em geral: o Portal de Humanidades HHMagazine8 8 Disponível em: https://hhmagazine.com.br. . A revista História, Ciência e Saúde - Manguinhos9 9 Disponível em: http://www.revistahcsm.coc.fiocruz.br/. , no âmbito da história da ciência e da saúde, mantém uma estrutura profissional de divulgação, na qual, desde 2013, publica conteúdos em ciência e saúde, não só relativos à própria revista, que alcançam vários públicos.
Não se trata, portanto, de deixar as publicações acadêmicas falarem por si, mas transpor o conhecimento histórico para a cultura de comunicação atual (como as redes sociais ou ambientes virtuais, por exemplo) com potencial de alcance fora do universo acadêmico. A meu ver, são esforços que, ao mesmo tempo, tentam enfrentar os desafios da divulgação da história do conhecimento hoje - ameaçada pelos negacionismos histórico e científico tão em voga -, ou seja, dentre eles: preservar o seu regime de cientificidade; a expressão da complexidade dos fenômenos sociais do passado; a visibilidade de testemunhos de grupos sociais marginalizados e silenciados; sem simplificações, pretensões de verdades últimas ou generalizações universalistas.
Por fim, ainda sobre a História, Ciência e Saúde - Manguinhos, quero chamar atenção para o editorial do número de abril/junho de 2021, que apresenta o balanço de acessos à revista em 2020. Os acessos dobraram: mais de 3 milhões em comparação a 1,5 milhões em 2019 (CUETO, 2021DUMOULIN, Olivier. O papel social do historiador. Da cátedra ao tribunal. Belo Horizonte: Autêntica, 2017.). Obviamente, por ser uma revista em história da saúde, a pandemia foi impulsionadora dessa maior visibilidade, dentro e fora da academia. Porém, na minha opinião, isso ocorreu também pelos méritos da sua poderosa estrutura de comunicação científica da História (vide, no caso da pandemia, a seção “História e coronavírus” no blog e “Testemunhos Covid” na revista).
(3) Tenho sentido falta da publicação de estudos de fôlego sobre a história do campo da virologia no Brasil, em detrimento a muitos estudos sobre a história das doenças viróticas como febre amarela, dengue, gripe, etc. Zika talvez seja uma exceção. Na Revista Brasileira de História, São Paulo, v. 39, n. 82, 2019, há um excelente artigo do pesquisador da Casa de Oswaldo Cruz, Rômulo de Paula Andrade (intitulado “Uma floresta cheia de vírus!”), que trata do Laboratório de Vírus de Belém e sua relevância no cenário global dos estudos em virologia, desde os anos 1950. Porém, é anterior ao período pandêmico. Seria muito interessante ver mais trabalhos, numa perspectiva dos Science and Technology Studies, sobre instituições e grupos de pesquisa em virologia, suas redes científicas internacionais e o papel dos pesquisadores brasileiros e da ciência brasileira em pesquisas na virologia desde a segunda metade do século XX.
No que diz respeito a publicações relacionadas a epidemias e à pandemia atual, destaco um número especial, Second Look, publicado pela ISIS (de acesso gratuito), em dezembro de 2020 (v. 111, n. 4). Os editores propuseram a 13 pesquisadores escrever sobre os livros (publicados há pelo menos dez anos), os quais eles estão relendo e reconsiderando à luz da pandemia. Os próprios editores destacam a esperada evocação de clássicos da história das epidemias como: o livro de Charles Rosenberg, The Cholera Years: the United States in 1832, 1849 and 1866, publicado em 1962, ou Nancy Tomes, The Gospel of Germs: men, women, and the microbe in American Life, de 1998. Outro destaque é um livro sobre a história do higienismo e da saúde pública na China, Ruth Rogaski’s Hygienic Modernity: meanings of health and disease in Treaty-Port China, 2004. A identificação da China com doenças infecciosas, a partir de termos estigmatizantes e racistas, tem raízes históricas que remontariam a meados do século XIX (HUI; LAVINE, 2020). É interessante acompanhar como a releitura à luz do presente reatualiza as questões históricas trazidas nas obras e aquelas dos pesquisadores leitores.
Portanto, considero este número especial um interessante exercício de revisão e crítica historiográfica e de exploração de obras que voltam a fazer (ou passam a ter) sentido no presente contexto.
Vivek Neelakantan
(1) I commenced my career as an historian of Indonesia in 2006 at the University of Iowa, when I embarked on a new line of research for my Masters’ thesis on the history of smallpox in Indonesia. At the time, an unanswered question in the existing historiography of smallpox was the recrudescence of smallpox in Indonesia in 1947, subsequent to its virtual elimination towards the end of the colonial era in the Dutch East Indies (1937). When the World Health Organization (WHO) launched the Intensified Smallpox Eradication Program in 1967, Indonesia was one of the four endemic foci of the Organization apart from the Horn of Africa, Brazil, and India (NEELAKANTAN, 2010). The WHO - in collaboration with the central government - eradicated smallpox in Indonesia by 1974 through a dual strategy of surveillance for infectious cases, and containment of those already infected. The eradication of smallpox from Indonesia inspired the last phase of the eradication campaign in India (1975-1977).
My PhD thesis at the University of Sydney (2009-2014), examined the ways in which public health became entangled in Cold War and nation-building. 1950s. Soon after the transfer of power to the Indonesian republic was completed in 1949, the country was faced with numerous challenges such as epidemics of smallpox, on one hand and the control of endemic diseases such as malaria, tuberculosis, yaws, and leprosy, on the other. The independence of Indonesia coincided with the Cold War. The US - in its bid to contain the spread of USSR influence in Southeast Asia - corelated poverty and ill health in the region with the growth of communist ideology. To this effect, it aided disease eradication programs (particularly malaria) to purchase the loyalties of leaders of newly independent countries. On the contrary, Indonesia sought to achieve a delicate equilibrium between maintaining its sovereignty in health and a certain openness to foreign aid.
In my earlier research, I focused on national health. But pandemics have known no political borders. It has been argued that Southeast Asia is a microcosm of global health, given the sheer diversity in terms of culture, political regimes, and epidemiological profiles. Hosting complex human-animal interactions, and population movements across porous borders, governments of the region have struggled to mount a regional response to emerging diseases, particularly coronavirus. The case of COVID-19 in Southeast Asia posed both challenges and opportunities for regional integration. The ASEAN - Association of Southeast Asian Nations, a regional grouping established in 1967 - has evolved institutional mechanisms for sharing of epidemiological data across the region, in conformity with the WHO’s Revised International Health Regulations (2005). Nevertheless, responses of ASEAN member states to the pandemic since 2020 have been varied and are contingent on several factors such as the nature of government, the demographic structure of population, porosity of borders, or migration. The COVID-19 pandemic has forced me to rethink the history of disease from a regional perspective.
(2) I think historians have a complex relationship with policymaking. Although history provides context to understand the current COVID-19 crisis in the light of geopolitical rivalry between the US and China, it would be naïve to draw facile comparisons between COVID-19 and past pandemics such as SARS (severe acute respiratory syndrome, 2003), influenza (1918), or bubonic plague (1896).
I do not think the current pandemic has lessons for the future. History-as-lessons approach pivots on the assumption that epidemics are structurally comparable events (PECKHAM, 2020). Drawing parallels between past pandemics and COVID-19 constrains planners’ ability to grasp specific space and time variables that drive contemporary disease emergence.
In India, for e.g., during the first wave of the COVID-19 pandemic in 2020, the central government invoked the provisions of the colonial-era legislation, the Epidemic Disease Act of 1897. The Act was first introduced in the city of Bombay to combat bubonic plague at the time. The Governor of Bombay delegated discretionary powers to local governments to implement disease control measures. The powers conferred to health officials included the rights to search suspected plague cases in homes and among railway passengers, disinfections, and the prevention of social gatherings. The Epidemic Diseases Act was formulated nearly 124 years ago. The factors leading to the spread of communicable disease have changed over the century. The Act, for instance, neither takes into account air travel nor does it engage with the dynamics of inter-state and intra-state migration. The Act does not set a clear criterion for the definition of a “dangerous epidemic disease.” The Epidemic Diseases Act is purely regulatory in nature. It specifies the power of government in managing pandemics but is silent on human rights of individuals that come into play in the management of a pandemic.
I think historians need to engage with the media to correct its distortions about the past. Again, referring to the Indian context of COVID-19, it is important for historians to be wary of selective appropriation of colonial-era legislation by policymakers. The socio-economic and political context of the bubonic plague outbreak in colonial Bombay (1896) differed drastically from the current COVID-19 context due to the reasons outlined above.
(3) I think neglected tropical diseases such as river blindness and yaws are missing from the historiography produced during these pandemic years. I would like to elaborate on yaws, a non-venereal form of syphilis. The disease is caused by a spirochete bacterium treponema pertenue. When the WHO was established in 1948, an estimated 50 to 100 million people in Southeast Asia, Nigeria, the Caribbean, and Brazil were yaws-afflicted. During the 1950s, Indonesia had launched a two-pronged anti-yaws strategy that consisted of: (a) yaws detection at the village level in densely-populated Java, using paramedical personnel and treatment of infectious cases and their contacts with penicillin injections; and, (b) total mass treatment of the entire population, using penicillin injections, in the Outer Islands where the population was more dispersed. The two-pronged strategy was successful in virtually eliminating yaws by the early 1960s. Flawed epidemiological strategies such as the administration of penicillin shots only to those exhibiting yaws lesions were responsible for the comeback of the disease in Indonesia by the late 1960s. By the 1990s, yaws had been banished to the status of a neglected tropical disease such that the elimination campaign became a victim of its own success (NEELAKANTAN, 2014). The current WHO anti-yaws strategy envisions the use of a single dose of antibiotic azithromycin to treat the disease. But, the absence of of a cheaper generic version of the drug and lack of coordination between the central and local governments have hindered yaws elimination in Indonesia.
I have particularly appreciated philosophical reflections on the pandemic. With the development of COVID-19 vaccine candidates, a lingering question remains as to how the COVID-19 pandemic would end. Although historian Charles Rosenberg contended in 1989 that epidemics start at a moment in time, proceed on a stage limited in space and duration, follow a plot line of increasing and revelatory tension, move to a crisis of individual and collective character, then drift toward closure, epidemics might be instead approached as unsettling, seemingly endless periods during which life has to be recomposed (LACHENAL; THOMAS, 2020). Guillaume Lachenal and Gaetan Thomas note that in the African context, epidemics neither have beginnings nor ends. Throughout the colonial period, epidemiologists struggled with metaphors and categories to account for recurring outbreaks of smallpox, yellow fever, or sleeping sickness. Colonial doctors termed these diseases as grandes endémies whereas tropical medicine manuals referred to them as endemo-epidemic diseases. In other words, one’s outbreak is the others’ endemic flare-up. In a similar vein, Dora Vargha and Jeremy Greene contend that at their worst, epidemic endings are a form of collective amnesia, transmuting the disease that remains someone else’s problem. Many epidemics have only ended through widespread acknowledgment of the disease’s endemic state. For instance, although the Maldives and Sri Lanka might have eliminated malaria in 2015 and 2016 respectively, outbreaks of the disease have not ceased elsewhere in South Asia.
Oluwatoyin Oduntan
(1) Certain particulars mark the current pandemic from disease outbreaks of the past. While the pace of the coronavirus is unprecedented, global awareness of it spread rapidly. Information technology made people and governments aware of the disease and permitted preparation to mitigate its impacts and consequences. Advances in biomedical technology have also reduced the helplessness that marked earlier pandemics. The fatality from this pandemic is likely to be less devastating than earlier global pandemics.
Historians can take as much pride in their contributions as biomedicine can for the vaccine. As the coronavirus spread, people looked to scientists to explain its pathology, and to historians for the wide contexts of its social manifestations and impacts. Through academic and public seminars, in journal and newspaper articles, in multimedia presentations and through social media, scholars employed historical knowledge to reveal the connections between disease on the one hand, and wide-ranging themes of personal experience, social relations and political economy on the other. In doing so, historians anticipated the implications of the pandemic at local, national, and global contexts.
However, historians have had to operate in an environment of unprecedented deluge of data, opinions and disinformation, which challenge their professional authority and their claim to authenticity. The information glut is also happening at a time when historians are debating the accuracy of old narratives and the implication of imperial structures and institutions like the archive, historical methodology and scholarship, etc., on how the past is recovered and narrated. The pandemic has therefore generated much disciplinary and personal introspection about what historians do, how they do it, and to what purpose.
In my study of African history, the pandemic has confirmed scholarly awareness of the depth of colonialism in how lives and historical experiences are framed. That imperialism endures is known, but it has been further validated by the lopsided devastation of coronavirus on colonized groups and their limited access to the vaccine. Africanists also recognize that imperialism is sustained by imposed narratives such as the typical explanation of poverty as the cultural incapacity of the poor, rather than as the violent imperialism, untold genocide, grand theft, and intellectual manipulation of colonization that affects their lives in the present. The pandemic further revealed that the structure of the modern state, its economic system and bureaucratic infrastructures serve to entrench racial privileges and imperialistic domination. Its pretentions to knowledge, science, human rights, and justice are ideological tools of control.
While these issues were known well before the pandemic, the need to decolonize knowledge has become more urgent and has energized a global movement demanding that disciplines defend their bona fides as egalitarian institutions, and their claims to humanistic knowledge. Such examination is increasingly percolating the history of medicine which is central to European self-conception of racial difference, and Western claims to have built (and therefore) own and lead the modern world.
This new thrust of decolonization, however, runs the risk of falling into the doldrums of earlier anti-colonial or Postcolonial efforts, which by trying to find equality within the epistemological spheres crafted by Western ideology, failed to transcend imperialistic power. My view is that Westernized knowledge must be deconstructed at the root of its construction, from the point of its extraction, at the heart of its claims to difference and superiority. Historians must highlight the inclusiveness of society, the shared resources and innovation of its making, and its shared impacts.
These thoughts guide my current project on the history of modern medicine in Africa. It overcomes the conventional narrative which was carefully crafted as “great European doctors on African bodies,” making medicine a foreign European cultural injection into, and benefaction to an assumedly traditional African healing culture, against which Africans react in marvel or resistance. By recovering the roles of Africans at the very origins of modern medicine, we deny that modern medicine is racial and provide for a continuous stream of medical innovation by which Africans provided healing globally and not in Africa alone. By decolonizing and deracializing medicine, we anticipate a human (not racial) history of medicine.
(2) Given the broad implications of the pandemic, the responsibility of historians needs to shift from providing historical legitimization and naturalization to institutions of government that act as patrons and benefactors of research. Although much historical methodology is rooted in Eurocentrism, decolonization of knowledge offers a pathway to recover accuracy and provide society with clearer explanations and options.
Historians have conventionally functioned within disciplinary and methodological structures, with relics of 19th century Positivism, which constraints historians from playing public policy roles. The idea that the reality of the past can only be found in situ and in the context of its era derives from and has privileged Eurocentrism. Through decolonization, historians can be unchained from much disciplinary strictures to provide for unrestricted interpretations of the past. Old disciplinary exclusions such as fiction, mythologies, and common lore must find space, at least as representations of lived experience. History must cease to be the story of progress alone; it must provide for all kinds of change including circulatory ones. Being human must be adequate as a historical subject. It is only then that the discipline can resonate with a broad spectrum of the public and be representative of the cumulative human experience.
Such adjustments can transform our publications and dissemination of knowledge. While journal articles and academic books remain the main forms of professional interaction, consulting and teaching, the public realm should not be denied the benefit of historical research. Shorter length books, written in less academic jargons can help redress the near absence of professional history in public discourse. Publishers should be encouraged to publish general-reader editions of suitable academic treatises.
Specifically for the pandemic, our teaching and publications must reflect the most accurate history of medicine. This emphasizes that disease pathogens undermine our social and political inventions. While microorganisms are real and natural, our political systems, social orders, national boundaries, racial, ethnic, class and tribal identities, are constructions. By implication, they can be reconstructed. Highlighting our capacity to change can help overcome race-based theories of disease causation and spread, manage the imperialistic tendencies that locks countless people in poverty, and enable the more responsible view of our shared existence with the environment.
These trends are already evident in historiography since the pandemic. Teachers have needed to supplement or even displace the traditional full-length articles with shorter snippets and other iconographies. Comics, blogs, Tweets, etc., now occupy portions of our teaching repertoire. In the same vein, many historians use social and professional media on the web to disseminate their research and to express their views on social issues.
(3) The historiography of the pandemic is slowly evolving but its linkages to social issues are evident. Studies reveal a conception of pathogenesis different from popular political deflections to visitation and invasion theories. By adopting a broad environmental framework, studies represent pandemics as the consequence of environmental disequilibrium caused by global connections, international trade, and migration. They see how ignorance, deception, and the incapacity of national governments to effectively mobilize their citizens weaken the known mechanisms for controlling the virus. They reflect on the pandemic’s devastation on weak and marginalized peoples with limited access to public resources.
An evolving field of interest to historians is the volume of data being generated about individual experiences of the pandemic. Using social media platforms scholars can look forward to a pool of evidence on wide ranging themes including life and death, social isolation and depression, and processes of innovative living and adaptation; all from the perspectives of people who experienced them. This promises an alternative public archive that can overcome the conventional archives most of which are layered and structured prejudicially.
Historians can deploy their competence towards anticipating a post-pandemic world. This is a germane concern as societies across the world transit from pandemic-era restrictions; one which history is especially capable of providing answers for. Patterns from old epidemics and pandemics are evolving. They include the enhancement of governmental power through the policing of compliance, the reinforcement of elite influence and wealth, mass migrations, exploration, increase in global competitiveness and conflict, constructions and reinforcement of sectionalism and identity, etc. As with pandemics of the past, politicians and charlatans of various hues will advance selective perspectives of the past in attempts to structure society for further exploitation. In the same vein, opportunities will evolve to breakdown old unjust social orders and to renegotiate social equality. Applied historical study can help ensure that the past does not repeat itself. The discipline can provide the background for a fair post COVID-19 pandemic world.
Okezi T. Otovo
(1) Living through a real-life, non-textual pandemic proved an eye-opening experience for many of us who study the social, community, and human aspects of health and medicine in the past. Unprecedented personal and professional challenges certainly gave me a new lens on historical inquiry. But, of course, it took time to get here. Like most people around the world during the early months on the pandemic, my concerns felt much more immediate than historical. I worried about the health and safety of myself, my family, and my loved ones. I also worried about my friends and neighbors as the pandemic unfolded amidst an extremely volatile and threatening political context in the US, particularly for African Americans and Latinos. With time and after sifting through an avalanche of information and misinformation, the context of the pandemic led to rethinking both the form and the purpose of my historical work. Most importantly, contemplating the realities of living during a pandemic sparked new questions in my ongoing pursuit to write Black women’s history, understand and analyze their diverse experiences within changing political and social circumstances, and center their intellectualism and varied epistemologies over time.
Thinking through the pandemic pushed me to consider more carefully the relationship between persistent vulnerabilities to health concerns caused by structural, environmental, and political factors; critical moments of exceptional vulnerability - such as pandemics, state-sanctioned violence, and individual morbidity; and the strategies Black families and communities employ that thread through both types of conditions. Rather than think of pandemics or disease in general as episodic points in the timeline of an individual life or of a community or national trajectory, centering Black lives compels us to consider crisis and vulnerability as contingents within a spectrum of familial and group strategies and activism. The line of thinking has deepened my interest in interdisciplinarity and the absolute necessity of humanistic inquiry to characterize and address public health disparities.
In methodological terms, the pandemic has forced many of us to reflect on our privileged position as scholars with the ability and resources to travel for access to our primary materials. Just as we counseled our students, we needed to find creative approaches and to think critically about how we construct evidenced-based answers to our research questions. Pondering access also entails a consideration of whose records and resources are being captured by the turn to digitization and whose memories and registers are being left out. In my case, I have been challenged to think about how to ask questions that relate my understandings of Brazilian history to US history such that I can experience and experiment with local sources.
(2) One of the most important professional lessons that 2020 and early 2021 has taught me is to rethink the means and meaning of public engagement. As historians, we know that our research, teaching, and publications enhance collective knowledge, disrupt or reinforce entrenched biases, and contextualize current events. That truth is never more evident than in moments of political turmoil, social crisis, and societal danger. The past remains such a potent font of legitimacy, subjectivity, and values - it is clearly a minefield. The push and pull between politics and technical expertise, as well as the weight placed upon society’s most vulnerable who are caught in the middle, looks all too familiar to those of us who study race, inequality, and health over time. Not only should historians be involved in policymaking and media, but our perspectives and approach to conceptualizing and defining social problems are desperately needed. Policymaking is only one arena where historians’ insights need to be amplified, however. We also need to think beyond policy and engaging general audiences to broaden our expectations of what it means to be publicly engaged scholar and find new ways to connect our knowledge and skills to contemporary needs. This may mean working in unfamiliar spheres and with community partners outside the academy.
Historians who specialize in disease remind us that exceptional events, like uncontrolled pandemics, are human-made catastrophes and not natural ones. As Medieval Historian Ellen F. Arnold has argued, pandemics expose existing social structures, values, and networks.10 10 ARNOLD, Ellen F. Pandemics of the past, 4th may 2020. 1 video [1h. 3 min.]. COVID-19 OWU Exploration. We’re all in this together: an interdisciplinary exploration of the coronavirus pandemic. Ohio Wesleyan University. Available in: https://www.owu.edu/academics/covid-class/. Accessed: 20 jun. 2021. It is little surprise therefore that systemic and structural inequalities guided the course of the COVID-19 pandemic long before it began. For Afro-descendants in both Brazil and the United States, the disproportionate casualties (human, financial, and communal) of the pandemic have proven yet another illustration of the entanglement of the past and present “that has racism at its core” (ARAÚJO et al, 2020, p. 192).
Sabrina Thomas challenges us to expect and require more of our scholarship in the face of the devastation wrought by the pandemic and the reality that its consequences will be seen and felt for years to come (THOMAS, 2021, p. 630). In my case, I have thought a great deal about how humanities expertise can be placed into collaboration and service with organizations and experts that make direct impact on health conditions. As a result of those efforts, I became involved in a number of research and community projects seeking to reduce racial bias in obstetric and pediatric care. Rather than work that is additional to or a departure from my historical scholarship, the exigencies of the COVID-19 pandemic have encouraged me to see a new kind of utility and value in historical thinking that melds productively with practice.
(3) From my own viewpoint on the state of historical literature, I expect the pandemic to inspire new studies on structural racism and health disparities. I think we will gain insights from our colleagues in medical anthropology and sociology to consider racial bias in health care as a systemic corollary to disparities in social determinants of health while maintaining an emphasis on change and continuity over time. Moreover, we have few historical studies that interpret health activism among among Afro-descendant actors, analyzing moments of crisis - such as epidemic and pandemic conditions - alongside persistent experiences such as disparate access to care. Similarly, we need more studies that analyze the work of Black alternative healers and practitioners whose methods may have overlapped with or diverged from biomedical norms.
The COVID-19 vaccine controversy has already provided a compelling illustration of this type of approach. In the United States for example, Black citizens’ deeply justified distrust of the medical community resulting from centuries of abuse, neglect, and misuse has emerged as a serious topic among public health experts seeking to boost confidence in vaccination. As Dan Royles has demonstrated, historians have essential insight to contribute to this dialogue. Further, in addition to non-medical activists, the pandemic teaches us that we need historical studies of the complex and varied public health roles played by Black doctors, nurses, midwives, doulas, and other biomedical and alternative professionals, especially within changing political landscapes. Overall, the disparities that the pandemic has painfully laid bare should inspire new research on how structurally disadvantaged communities organize, lobby politically, and leverage their own resources and expertise for collective health when and where state will is insufficient or absent.
Patricia Palma
(1) A inicios del 2020 me mudé a vivir y trabajar a Arica, una ciudad chilena fronteriza con Perú y a 2,000 kilómetros de Santiago, la capital. A las pocas semanas comenzó la pandemia y la frontera con Perú se cerró quedó cerrada, poniendo fin a un flujo migratorio y comercial importante para los habitantes de Arica y Tacna (Perú).
La actual pandemia me ha llevado a reflexionar sobre cómo vivir una enfermedad, y especialmente una epidemia, fuera de las capitales y en espacios fronterizos. Quienes vivimos en regiones muchas veces estamos obligados a tener que viajar para acceder a tratamiento médico. En Arica, por ejemplo, la falta de especialistas y la poca oferta genera que muchos debamos viajar a Santiago. De igual modo, quienes no pueden costear el tratamiento médico en Arica viajan a Tacna para acceder a un tratamiento más accesible (LIBERONA; TAPIA; CONTRERAS, 2017). El cierre de la frontera internacional y la limitación de los vuelos domésticos ha tenido un impacto en la salud de la población fuera de la capital, y que en un tiempo más podremos analizar en toda su magnitud. Quizás lo más importante es que la pandemia ha expuesto la desigualdad en el acceso a salud, algo que esperemos cambie en el futuro.
Esta epidemia también ha afectado mi trabajo académico. En los últimos meses, he cambiado el área de mi investigación hacia las regiones, especialmente en temas de salud, migración y frontera. Sobre el tema de salud, he retomado mis investigaciones en torno a la peste bubónica y cómo esta afectó a la población del sur del Perú y norte de Chile entre 1903 y 1905. Este tema me había interesado desde hace algún tiempo, pero fue durante el último año en que comencé a retomarlo e investigar de forma más sistemática. Recuerdo claramente la editorial de un periódico de Pisagua, un pueblo costero en el norte de Chile, que en febrero 1905 se lamentaba que además de la difícil situación que vivían por la enfermedad, se sentían en completo abandono por las autoridades y el Gobierno. Desde mi doble condición de historiadora y residente en provincia, este tipo de reclamos tienen mucho más sentido para mí.
Al igual que para otros historiadores, los últimos meses han sido muy complejos para realizar investigación histórica, pues las bibliotecas y archivos han estado en su gran mayoría cerrados. Ello sin duda ha afectado mi trabajo, pero también me ha obligado a pensar en alternativas. Una de ellas ha sido a trabajar con archivos digitales, los cuales se han expandido mucho durante los últimos meses (PALMA, 2021). Otra alternativa ha sido contar con un equipo de trabajo especialmente en Lima. Mis ayudantes en Perú han sido clave para acceder y ampliar mis investigaciones ante la imposibilidad de viajar personalmente. Finalmente, la pandemia fue una oportunidad para investigar diversos procesos históricos en Arica, pues los archivos han abierto paulatinamente. Así, pese a las dificultades inherentes, vivir en pandemia ha sido una gran oportunidad de aprender e investigar sobre historia local y trabajar en equipo.
(2) En los meses que siguieron a la pandemia observamos un interés sin precedentes hacia quienes investigamos sobre salud pública y epidemias en América Latina. Medios de comunicación y espacios académicos comenzaron a preguntarse cómo había vivido la población local la experiencia de enfermar en el pasado. Se organizaron charlas, talleres, números especiales en revistas; la historia de la salud se volvió protagonista. En este proceso, muchos historiadoras e historiadoras han intentado explicar a un público general estos procesos, haciendo comparaciones y demostrando las resistencias que existen en la actualidad a medidas sanitarias, por ejemplo, el proceso de vacunación.11 11 Quisiera destacar uno de los primeros ciclos de entrevistas/conversatorios sobre historia de la salud realizadas por la historiadora argentina Marcela Vignoli iniciado en marzo del 2020 y transmitidas en vivo a través Instagram. Este ciclo dio origen al libro Epidemias y endemias en la Argentina moderna. Diálogos entre pasado y presente. (2020).
Considero que nuestras investigaciones no hablan por sí mismas y es necesario un acercamiento a quienes realizan las políticas de salud. Sin embargo, esos espacios de acercamiento entre la academia y aquellos que desarrollan políticas públicas siguen siendo muy escasos. Creo que en este aspecto tenemos una gran responsabilidad. Precisamente, observo dos grandes problemas en la escasa presencia de historiadores en asuntos públicos y medios de comunicación. El primero se refiere al sistemas de evaluación académica de muchos países de América Latina, entre ellos Chile, donde resido. Cada vez más, la publicación en revistas indexadas gana más relevancia a la hora de ser evaluados o adjudicarnos fondos de investigación. La llamada “vinculación con el medio” es deseada, pero tiene una menor valoración en comparación a los papers académicos en revistas indexadas. Ello ha llevado a que muchos académicos privilegien exponer los resultados de sus investigaciones solamente en un tipo de formato: los papers. Los libros de difusión y la participación en comités asesores y de expertos son menos valorados. Ante un exceso de labores que realiza un docente o investigador en su día a día, no hay que extrañar que se privilegie aquellas actividades que son más valoradas por el sistema universitario. Esperemos esto cambie en los siguientes años. El segundo problema que observo es que los historiadores no siempre contamos con las herramientas (o el interés) para comunicar a un público amplio y no especialista los resultados de nuestras investigaciones. Hay una demanda de la gente por conocer hechos históricos, pero para ello se requiere obras de difusión, en lenguaje simple, un nicho que ha sido llenado por otros especialistas, como periodistas, o en el caso de la salud, por médicos.12 12 La lista es extensa, en esa línea recomiendo el libro escrito por el periodista chileno Juan Luis Salinas, El peso de la sangre: viaje personal al SIDA (2019).
(3) Creo que hay mucho de la historiografía producida en pandemia que aún no ha sido publicada: los procesos editoriales toman tiempo, y posiblemente en los próximos años, podremos realizar una reflexión más profunda sobre la historiografía que ha surgido como respuesta a la pandemia actual. Destaco el trabajo que ha realizado la revista História, Ciência, Saúde - Manguinhos, la cual incorporó una sección en su revista titulada “Testimonios Covid-19”, donde diversos historiadores y especialistas compartían reflexiones sobre la epidemia.
Quisiera mencionar algunos temas que me parecen importantes de abordar en este campo de investigación, y ojalá más investigadores se animen a reflexionar sobre ello. El primero se refiere al racismo. Hay elementos que se repiten entre una epidemia y otra, y sin duda la culpabilización de las víctimas es una constante. El perfil del culpable cambia, a veces son pobres, otras asiáticos, otras migrantes internos, pero siempre se responsabiliza a un grupo de la población. Las epidemias sacan a relucir el racismo y xenofobia con la que convivimos día a día. La prensa y las redes sociales se transforman en una vitrina donde libremente y sin argumento científico se culpa a ciertos sectores de la población por la diseminación de enfermedades. Esperemos que los próximos años las investigaciones pongan énfasis a los conflictos raciales, especialmente en un continente tan diverso como el nuestro. En esa misma línea, me parece importante incorporar la variable género a las investigaciones de historia de la salud. Las mujeres han sufrido una importante carga durante la epidemia, madres, cuidadoras, académicas, la carga ha generado un impacto en su salud y su trabajo. Por ejemplo, un estudio publicado a fines del 2020 demostró que los envíos de publicaciones académicas al American Journal of Public Health habían aumentado durante la pandemia, pero esta misma exacerbó los desequilibrios de género en la academia (BELL; FONG, 2021). Lo mismo sucedió en la revista ISIS enfocada en historia de la ciencia y medicina13 13 Disponible en: https://hssonline.org/report-on-isis-submissions-and-gender-during-the-pandemic/ . Faltan estudios centrados en América Latina, pero es muy posible que esta situación se repita. Finalmente, creo que es importante centrarnos en cómo la población recibió y respondió a políticas de salud restrictivas. Una historia de la salud “desde abajo” siempre es compleja de realizar, especialmente por acceso a las fuentes de información. Entender cómo la gente común y corriente vivió los procesos de enfermar y pandémicos nos permite evaluar el alcance de las políticas de salud.
Rodrigo Turin
(1) Na medida em que eu já tinha como tema de pesquisa as temporalidades contemporâneas, a pandemia acabou por fazer convergir, de modo intenso e tenso, as dimensões da experiência e do conhecimento, da vida cotidiana e dos objetos de pesquisa. Mais especificamente, essa convergência entre história vivida e história conhecida se deu através de dois fenômenos para os quais a pandemia serviu de catalisador: de um lado, a aceleração do tempo promovida pelas políticas neoliberais-autoritárias e pelas novas tecnologias; de outro lado, a irrupção de um tempo catastrófico, promovida pela crise climática e pela exploração extensiva da natureza. No mesmo movimento em que se intensificou a redução da vida ao ambiente digital, abolindo o espaço e comprimindo o tempo - com aulas, reuniões, palestras, orientações em ambientes virtuais -, tornou-se também mais explícita e urgente a dimensão de uma imensa realidade geofísica que, durante muito tempo, se manteve fora das minhas preocupações historiográficas. Ao mesmo tempo, portanto, uma acelerada desmaterialização das relações sociais e uma brutal materialização das condições mínimas da existência no planeta.
A coexistência dessas duas formas de temporalidade na pandemia, em suas vinculações e tensões, reforçou a percepção de que não é mais possível mantê-las separadas analiticamente. Um dos efeitos disso, me parece, é que a divisão instituída na universidade moderna entre ciências humanas e naturais deixa de ser apropriada para enfrentar essa nova condição de historicidade. O que não implica afirmar a pura negação de suas respectivas tradições e linguagens, mas antes a necessidade de buscar pontos de cruzamento que possibilitem reconfigurá-las de modo relacional, em função dos novos desafios e das demandas que se colocam. A própria pandemia, nesse sentido, é bastante reveladora dessa nova condição, uma vez que ela aciona e entrecruza diferentes dimensões da realidade que recusam um recorte demasiadamente arbitrário entre o que é social e o que é natural, entre o que é histórico e o que é não-histórico, entre o que é humano e o que é não-humano.
Nesse sentido, a experiência da pandemia tem me levado a buscar pensar e experimentar novas formas e sentidos para a pesquisa e o ensino de história. Minhas pesquisas anteriores sobre a história da historiografia e sobre teoria da história estão sendo, em grande parte, ressignificadas em função desse presente pandêmico e do horizonte catastrófico que se desenha. Se há alguns anos o meu foco estava em delimitar os contornos da crise institucional da disciplina histórica, provocada pelas políticas neoliberais que afetam o sistema universitário e escolar, hoje me parece que a escala do problema se revela muito maior, praticamente uma escala geológica, implicando a condição de possibilidade de qualquer história possível. Se isso representa uma ameaça sem precedentes, também não deixa de se apresentar como um momento crucial de reinvenção dos modos de viver, produzir e narrar histórias.
(2) Os historiadores precisam, mais do que nunca, engajar-se na esfera pública. Isso não quer dizer que todos devam se ocupar disso, muito menos que precisem abdicar de suas pesquisas e aulas em função dessa forma de atuação. O que o contexto da pandemia veio reforçar, no entanto, ainda mais no contexto político brasileiro, é a necessidade de um maior comprometimento da comunidade de historiadores - e da universidade, de modo geral - com a dimensão das políticas públicas e da cidadania. Durante os meses de confinamento e em meio ao descaso do Estado e aos negacionismos de toda espécie, presenciamos uma forte participação de historiadores nas redes sociais, em plataformas audiovisuais e em veículos de comunicação. Como parte da migração da vida para o mundo digital, vimos uma explosão de lives, palestras e debates envolvendo historiadores de diferentes regiões e sobre os mais variados temas. Acredito que essas formas de engajamentos devam permanecer, mesmo após o fim da pandemia, ainda que em um ritmo menor.
Um ponto que me parece urgente discutir, contudo, antes da questão mais abstrata e normativa de se os historiadores devem ou não se ocupar de assuntos públicos, é interrogar as condições de possibilidade dessa forma de atuação. E perguntar-se por essa condição de possibilidade implica enfrentar tanto uma dimensão interna à comunidade, como uma dimensão externa. Um primeiro ponto é em que medida os modos atuais de formação e de produção historiográfica - universitária e escolar - permitem que os historiadores possam dedicar seu tempo a participar de debates públicos ou mesmo investir suas carreiras em divulgação cientifica e em outras formas de atuação midiática? Quando os critérios de avaliação profissional levam os historiadores a terem que se voltar apenas a formas determinadas de produção, e sempre buscando aumentar os níveis de sua performance de produtividade, fica difícil cobrar que eles, individualmente, se responsabilizem em expandir sua atuação na esfera pública. Cobrar isso é reproduzir o ethos sacrificial que vem marcando as relações trabalhistas nas últimas décadas.
O outro ponto diz respeito à arquitetura dos meios de comunicação e, principalmente, às plataformas digitais que reestruturam aquilo que entendíamos como esfera pública. O oligopólio global concentrado em meia dúzia de empresas de tecnologia, cujos tamanhos, estrutura e influência já fazem com que devam ser vistas como quase Estados, coloca-se hoje como um desafio fundamental com o qual os historiadores devem lidar. Em que medida a arquitetura dessas plataformas permite que ocorra um debate público, no qual os historiadores teriam voz, para além de circuitos bastante limitados e predeterminados de audiência? O que hoje fica claro é o teto relativamente baixo que confina o alcance desses debates e cujos limites dificilmente podem ser transpostos por um simples voluntarismo de indivíduos. E aqui me parece que uma luta urgente é não apenas entrar no debate público, mas realizar ações e alianças - envolvendo toda a comunidade científica e para além dela - visando às condições de existência de uma esfera pública democrática, envolvendo questões como soberania algorítmica e democracia digital.
(3) De modo geral, acredito que a historiografia tem apresentado um conjunto bastante variado de temas e perspectivas, desde as mais clássicas e que permanecem pujantes - como a historiografia da escravidão - às mais novas, como as vinculadas às dimensões tecnológicas, de gênero e da história pública. Afirmar as faltas ou ausências em determinada disciplina sempre é um ato que envolve uma perspectiva pessoal e uma disposição de política disciplinar. Um tema, no entanto, me parece ainda muito pouco tematizado pela historiografia: a questão climática e do Antropoceno. Com exceção de alguns importantes trabalhos, a historiografia como um todo não parece ainda ter enfrentado e incorporado de modo suficiente as implicações dessa mudança planetária que estamos vivendo de forma cada vez mais acelerada. Diferentemente de outras disciplinas das humanidades, como a Antropologia ou a Filosofia, que já possuem um acúmulo considerável de referências e reflexões acerca do tema, a historiografia ainda parece apresentar certa relutância em enfrentar esse problema, confinando-o a entradas especializadas.
Essa relutância, talvez, esteja relacionada às possíveis implicações que a atual crise ambiental traz à disciplina da História. Afinal, como ressaltou Reinhart Koselleck (2013), o próprio conceito moderno de história é fruto de uma desnaturalização do tempo, promovendo uma distinção entre o tempo da natureza (em sua dimensão geológica) e o tempo da história (o “estudo dos homens no tempo”, como disse Marc Bloch). Além disso, toda a dimensão pedagógica da disciplina, que orientou e justificou sua inserção social, ancorou-se na equação básica desenvolvimento-cidadania, ou seja, cabia à disciplina oferecer um repertório narrativo aos indivíduos que possibilitasse a sua formação tendo em vista um processo histórico de emancipação e liberdade via progresso, tomando a natureza como um palco mais ou menos estável e quase inesgotável.
O que a crise climática nos coloca hoje, justamente, é a necessidade de ultrapassar as distinções entre história e natureza, humanos e não-humanos, assim como redesenhar as formas de inserção didática e pública da história, visando à elaboração - em conjunto com os diversos agentes envolvidos - de novas formas de historicidade. No lugar de conceitos como o de “desenvolvimento” e “progresso”, por exemplo, precisamos pensar em noções alternativas, como a de “habitalidade”, assim como em novas políticas do tempo. Nessa chave, tenho apreciado muito ler trabalhos como os de Dipesh Chakrabarty (2021) a respeito de um nova condição de historicidade planetária; as pesquisas e reflexões da história ambiental; os trabalhos de história global a respeito das formas de exploração da natureza e sua relação com a constituição de um “sistema-mundo” capitalista; mas, acima de tudo, os textos e as intervenções de Ailton Krenak, Eliel Benites, David Kopenawa, Sonia Guajajara, entre tantas outras e outros que têm tanto a dizer sobre esse momento. Afinal, elaborar outras formas de historicidade que nos permitam viver nas ruínas do nosso presente não pode consistir apenas em elucubrações teóricas ou em pesquisas metódicas, mas também implica na adoção de uma ética da escuta e no alargamento dos espaços de diálogo - com todas as fricções, tensões e descobertas que isso possa implicar para os historiadores e sua tradição disciplinar.
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1
La Asociación Americana de Historia, por ejemplo, ha creado una bibliografía de las actividades públicas de los historiadores sobre el tema del COVID-19. Esta incluye videos, editoriales, artículos, presentaciones en televisión y otros medios públicos. Disponible en: https://www.historians.org/news-and-advocacy/everything-has-a-history/a-bibliography-of-historians-responses-to-covid-19. Acceso en: 31 jul. 2021.
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2
Ver por ejemplo Grafton (2011) y Norton y Grossman (2021), entre otros.
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3
Algunos buenos ejemplos de compilaciones re-evaluando la historia en relación a la pandemia actual se encuentran en el “Special issue: reimagining epidemics”, del Bulletin of the History of Medicine (2020), y la serie Testimonios Covid-19 publicada en los ejemplares de revista História, Ciências, Saúde - Manguinhos comenzando con el volumen 28.
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AS4ESTAÇÕES: Conversa animal con Reinaldo Funes Monzote, 29 abr. 2021. 1 video [1 h. 3 min.]. Publicado por el canal As Quatro Estações de YouTube. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=MjquWlIAYnc&t=2692s. Acceso en: 23 jun. 2021; y FRONTERAS de mercancías e historia ambiental de América Latina y del Caribe - Reinaldo Funes Monzote, 15 abr. 2021. 1 video [58 min.]. Publicado por el canal Laboratório História e Natureza de YouTube. Disponible en: https://youtu.be/97XW-2FXfZ0. Acceso en: 23 jun. 2021.
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5
HALAC - Historia Ambiental, Latinoamericana y Caribeña, v. 10, edición suplementaria, 2010. Disponible en: http://halacsolcha.org/index.php/halac.
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6
Ver interessante artigo do jornal português Público sobre um dos efeitos adversos da urgência de publicar e divulgar conhecimento sobre o SARS-CoV-2, que é a centena de artigos que foram posteriormente invalidados: FREITAS, Andrea Cunha. Covid-19: há mais de 100 artigos científicos invalidados ou corrigidos. Público, 26 jun. 2021. Disponível em: https://www.publico.pt/2021/06/26/ciencia/noticia/covid19-ha-100-artigos-cientificos-retirados-corrigidos-1967862. Acesso em: 18 jul. 2021.
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11
Quisiera destacar uno de los primeros ciclos de entrevistas/conversatorios sobre historia de la salud realizadas por la historiadora argentina Marcela Vignoli iniciado en marzo del 2020 y transmitidas en vivo a través Instagram. Este ciclo dio origen al libro Epidemias y endemias en la Argentina moderna. Diálogos entre pasado y presente. (2020).
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12
La lista es extensa, en esa línea recomiendo el libro escrito por el periodista chileno Juan Luis Salinas, El peso de la sangre: viaje personal al SIDA (2019).
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13
Disponible en: https://hssonline.org/report-on-isis-submissions-and-gender-during-the-pandemic/
Publication Dates
-
Publication in this collection
10 Dec 2021 -
Date of issue
Sep-Dec 2021
History
-
Received
23 Aug 2021 -
Accepted
23 Sept 2021