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Castro, Nayelli. Hacerse de Palabras. Traducción y filosofía en México (1940-1970). Ciudad de México: Bonilla Artigas Editores, 2018, 253 p.

Castro, Nayelli. Hacerse de Palabras. Traducción y filosofía en México (1940-1970). Ciudad de México: Bonilla Artigas Editores, 2018. 253 p.

El nuevo libro de Nayelli CastroCastro, Nayelli. Hacerse de Palabras. Traducción y Filosofía en México (1940-1970). Ciudad de México: Bonilla Artigas Editores, 2018, 253 p., Hacerse de palabras. Traducción y filosofía en México (1940-1970), viene a demostrar el vigor de las investigaciones traductológicas en América Latina. El espacio de diálogo que supone RELAETI, red en la que Castro es agente activa, articula iniciativas provenientes de varios países de la región y evidencia una forma de investigar original, con particular énfasis en la historia intelectual y un sello teórico que no es el europeo. Estos trabajos, muchos de ellos de valiosas investigadoras, han tenido la capacidad de realmente integrar ámbitos disciplinarios, una punta de lanza tradicional de la Traductología/Estudios de Traducción, que no siempre se obtiene en las investigaciones concretas. No menos importante para el desarrollo de la tesis doctoral de Castro, realizada en la Universidad de Ottawa y editada ahora como este libro, es el bagaje de investigaciones y debates con los que establece el diálogo.

En el caso de este libro, se debe tener en cuenta la formación académica de la autora, en filosofía, lenguas y traducción, que desde el vamos aborda el objeto de estudio con un conocimiento especializado de la conformación del campo filosófico en México, al que le agrega una mirada traductológica rigurosa. La variedad de fuentes a las que recurre incluye catálogos, revistas, libros, correspondencias y entrevistas, al tiempo que se apoya en la historización que la propia filosofía ha hecho de sí misma en México. Así, la autora articula trabajos anteriores, tal vez no expresamente traductológicos (la corta edad de nuestra disciplina hace que estas anotaciones suenen ambiciosas), pero que contribuyen a que avance a buen puerto. El mérito del libro, por lo tanto, es hacerlo desde el punto de vista interdisciplinario, pero no por ello menos específico, de la traductología.

En Hacerse de palabras. Traducción y filosofía en México (1940-1970), la filosofía se entiende como “una disciplina académica construida por un conjunto de actores con intereses teóricos específicos” (18). La delimitación temporal, expresa desde el título, se funda en el momento excepcional para la filosofía en ese país: auge editorial, inmigración republicana desde España y fundación de instituciones claves para la disciplina en México (13), así como en el proceso de delimitación de una filosofía propia (14). Castro analiza las prácticas traductivas –no solo la traducción, sino todos los paratextos que la acompañan/discuten– y, por lo tanto, los discursos que se proyectan sobre ellas –en varias ocasiones por parte de los filósofos traductores. La organización en capítulos del libro provee de una complejización progresiva: presenta el problema, pone a los actores en escena, los enfoca en sus prácticas traductivas e intelectuales, para luego centrarse en todo lo que acompaña al texto filosófico: la dimensión paratextual. En el “Epílogo”, como un retorno, Castro presenta el trasfondo de la conformación de una forma de filosofar en español.

En el capítulo I, “La filosofía traducida o el ritual de la autenticidad”, Castro nos introduce al problema de la autenticidad de la filosofía en español, pero sobre todo en México, desde una perspectiva discursiva. Reconstruye hitos y transiciones. Su mirada filosófica y traductológica es también atenta a las ricas investigaciones y debates anteriores sobre el asunto, por lo que no hay aquí la sensación de “estar inventando la rueda” de la que pecan algunos enfoques de la traductología, más interesados en leyes generales que en situarse primero dentro del campo que pretenden abordar. Así, en el cuadro de situación que delinea Castro en el primer capítulo:

hacer filosofía implicó también participar en el debate sobre su carácter extranjero, sobre su transplante, asimilación y adaptación a la realidad mexicana, pero también sobre la autenticidad u originalidad a la que se podía aspirar. (30)

Están allí también las pugnas por el centro del poder, enfrentamientos entre lo mexicano y lo europeo, lo universal y lo local, y, no menos importante, entre lo mexicano y lo indígena, en rebuscados movimientos del campo intelectual que la autora muestra con dominio y capacidad de localizar el lugar de la traducción. En ese sentido, Castro realiza un diagnóstico del momento intelectual estudiado, detectando todo tipo de contradicciones como el hecho de que “el uso constante de la traducción no se explicite sino metonímicamente […] permitió que el espacio en el que se practicó, la traducción no solo no se cuestionara sino que prosperara” y en ese sentido, habría tenido “como artífices a los mismos filósofos que ponían en tela de juicio la originalidad de la producción intelectual local” (36).

Ya el Capítulo II, “Traductores en escena y tras bastidores”, ofrece un retrato de los sujetos insertos en el campo intelectual. Es destacable la familiaridad de Castro con esos actores, no desde un didactismo introductorio, sino desde la inserción de cada traductor –es en particular interesante la discusión de la autora sobre los “autorretratos y de las miradas retrospectivas de estos sujetos”– en un debate intelectual y filosófico muy bien delineado. Traducir y construir una obra propia, como argumenta, fueron actividades mucho más relacionadas de lo que el discurso sobre la traducción y los propios actores, con oscilaciones, quisieron reconocer. Castro es consciente de que hay dos niveles a ser analizados: la práctica en sí y lo que de dicha práctica se enuncia, tanto en el momento histórico, como en las investigaciones subsecuentes.

Al detenerse en la labor de cuatro importantes figuras, José Gaos, Eugenio Ímaz, Wenceslao Roces y Adolfo Sánchez Vázquez (coautores y “reconstructores” de la filosofía, 46), Castro pone de relieve cómo la traducción, en tanto práctica y en tanto objeto del discurso, puede ser central o quedar opacada por la labor intelectual netamente autoral. En este sentido, cobra especial importancia la función educativa que la traducción adquiría en una tradición académica, la mexicana, que enseñaba sobre todo lo producido en otras lenguas.

En el Capítulo III, “Hacerse de palabras”, se hace aún más evidente la solvencia que tiene Castro para transitar entre la historia de la traducción y el discurso historiográfico de la propia filosofía en México. Asimismo, la autora se desplaza por las esferas de la academia, la intelectualidad, los traductores, la producción editorial, la crítica e incluso la prensa, esa red que, siguiendo su planteo, es la que en definitiva produce, hace uso y discute los textos traducidos: “traducir filosofía fue hacerse de palabras no solo porque traducir permitió forjar jergas teóricas y apropiárselas en la cátedra o en los escritos personales, sino también porque estas traducciones posibilitaron el intercambio polémico” (59).

En definitiva, este capítulo rastrea cómo la traducción provee de los términos para el debate mexicano. Al centrarse, una por vez, en la fenomenología, el historicismo, el existencialismo, el neokantismo, la filosofía analítica, el marxismo y la escolástica, Castro detecta los puntos nodales del debate filosófico según las décadas abordadas y expone el papel que tuvieron determinados traductores y traducciones en la conformación del campo intelectual, en el entendido de que “las traducciones refractan la actividad intelectual de las comunidades en que se inscriben” (91).

El cuarto capítulo del libro, “La vocación enunciativa”, es en el que funciona cabalmente el método de Castro. Aquí se centra en las figuras de los filósofos traductores mexicanos, una “comunidad intelectual volcada hacia la tarea de traducir, publicar y difundir ideas filosóficas en torno a las cuales cerró filas, adaptándose a las formas sancionadas de la expresión filosófica” (p.93). Lo hace por la vía del análisis de los discursos de acompañamiento, o una noción amplia de paratexto, de ciertas obras filosóficas y dentro del contexto de tensiones específicas del medio intelectual. Conforme avanza el desarrollo, la autora logra destacar la centralidad de la traducción en esos debates. Al elegir esta dimensión, y no la de traducciones en sí, logra abordar un corpus más extenso en torno a tres corrientes filosóficas (filosofía grecolatina, existencialismo y marxismo), pero mantiene la rigurosidad en el abordaje del plano discursivo, localizado e historizado. Es más, esta mirada es particularmente fructífera para detectar los aspectos traductivos que surgen en prólogos, notas, y demás elementos paratextuales analizados.

Por una parte, el análisis de los discursos de acompañamiento de las obras filosóficas ayuda a visualizar la escasa conciencia de estos con respecto a las implicaciones traductológicas que llevan como marca. Asimismo, habla del desarrollo intelectual y editorial de México como plaza traductora de filosofía, con debates que solo ocurren por la magnitud y vigor de la industria editorial, la intelectualidad y la academia entre 1940 y 1970. Ejemplo de lo anterior son las “Normas” de José Gaos para la colección Textos Clásicos de Filosofía del Fondo de Cultura Económica, un manual en extremo detallado, exigencia “tal vez desmedida” (100), que solo podría surgir en un medio con madurez para las tareas de traducir, prologar, editar y publicar. Por cierto, hay una variable más en este accionar, que es el prestigio intelectual que emana del escribir prólogos, notas, etc., a la filosofía traducida, en tanto, a través de los discursos de acompañamiento, “se buscó definir tanto a los lectores como a los productores de los discursos traducidos” (99).

La investigación de Castro ilumina, por ejemplo, la proliferación discursiva en los “márgenes” de la filosofía clásica traducida, así como la pretensión de autenticidad de estos “conenunciadores” traductores en relación a la reconstrucción de la Antigüedad filosófica. Se detiene también en la conformación del existencialismo, del “Heidegger mexicano”, y del marxismo (con la escasez de elementos paratextuales y el afán cientificista). Concluye que en filosofía se superaría, de manera consciente, el esquematismo del original-traducción (169), algo que podría ser herencia, justamente, de las traducciones y los diálogos de la red de filósofos mexicanos a los que se aboca el libro.

Sobre el final, como ya dijimos, hay un “Epílogo” en el que Castro, cambiando el punto de vista, da cuenta de la relación del español con la filosofía, exploración del “vínculo entre una manera de concebir la filosofía y la lengua en que esta puede expresarse, como el papel que la traducción puede y debe desempeñar en consecuencia” (192). La autora, sin embargo, es consciente de que hay una diferencia de América con relación a España, lo que “implica confrontar la inevitable expansión de la lengua de la mano del imperio” (195).

En suma, a lo largo de la investigación y de la forma en que es presentada en el libro, se percibe rigurosidad en los procedimientos, productividad en los análisis y excelente capacidad de síntesis una vez presentados los resultados. Castro, sin duda, se afianza en este libro como una de las investigadoras claves de la traductología en América Latina. Su propia formación de base en filosofía, por cierto, refuerza el acercamiento a la historia cultural por medio de la traducción. Deja en evidencia una avanzada discusión de los términos en que se labra la filosofía en el campo intelectual mexicano (la filosofía como una disciplina con mayor consciencia de ello), y le otorga a esta constatación el lente traductológico.

Para un lector/a no mexicano/a, se podría señalar que faltaría en el estudio contextualización de los actores y las polémicas a los que la autora les dedica mayor atención, de forma de no restringir el aporte de la investigación a este país. Aunque ciertas informaciones puedan parecer evidentes para los/las implicados/as en los debates filosóficos e historiográficos a los que alude en el libro, en ciertos momentos la inserción en la traductología latinoamericana se opaca por esta carencia. Otro punto a ser reconsiderado (¿vicio de tesis?) sería adaptar la “Introducción”, tal vez un poco general, y localizar el objeto de estudio ya desde el principio. De todos modos, nada de esto merma la originalidad del libro de Castro y su capacidad de enfocar el plano general y particular para el avance de la investigación. Al ofrecer los retratos de algunos actores de esa traducción de filosofía en México, Castro nunca pierde de vista el cuadro general que pretende abordar. Eso es un punto alto del libro: en todo momento la selección y el foco en elementos productivos para la investigación reportan al “hacerse de palabras” vía traducción.

Referências

  • Castro, Nayelli. Hacerse de Palabras. Traducción y Filosofía en México (1940-1970) Ciudad de México: Bonilla Artigas Editores, 2018, 253 p.

Datas de Publicação

  • Publicação nesta coleção
    23 Abr 2021
  • Data do Fascículo
    Jan-Apr 2021

Histórico

  • Recebido
    08 Set 2020
  • Aceito
    20 Nov 2020
  • Publicado
    Jan 2021
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