Resúmenes
Este ensayo presenta las nuevas tendencias de los feminismos en Chile y analiza cómo pasaron a ser parte del texto social. El trabajo discute el hecho de que los discursos feministas, luego de la dictadura (1973-1990), continúan sin cuestionar la categoría "mujeres", que generaliza y suprime las diferencias de clase y raza entre ellas mismas. Tal presupuesto es analizado frente al acuerdo de los gobiernos democráticos chilenos con los intereses de la oligarquía y de la iglesia católica en la manutención del status quo.Parte de este compromiso viene restringiendo los discursos feministas a la estructura familiar nuclear, de forma que temas como clase, raza y sexualidad no alcanzan a ser enteramente problematizadas. En la medida en que las feministas chilenas no están cuestionando su lugar de enunciación, problemas como derecho reproductivo o el acceso de las mujeres al espacio público continúan siendo vistos desde una perspectiva privilegiada, que anula las discriminaciones existentes entre las mujeres.
feminismo chileno; discriminación de raza y clase; discursos feministas; género; post-dictadura
This essay is about the new trends on Chilean feminisms and how they have become part of the social text. The paper discusses how feminist discourses after dictatorship (1973-1990) remain without putting into question the category of "women" as a generalization that erases class and racial differences among women. This is analyzed in the context of the compromise made by Chilean democratic governments with the interests of oligarchy and the Catholic Church in order to maintain the status quo. Part of this compromise has constrained feminist discourses to the nuclear family frame, within which class, race and sexuality cannot be fully problematized. Since Chilean feminists are not questioning their place of enunciation, problems such as reproductive rights or women access to the public space continue to be seen from a privileged perspective that obliterates the existing discriminations among women.
Chilean Feminism; Race and Class Discrimination; Feminist Discourses; Gender; Post-Dictatorship
ARTIGOS
¿Es el Chile de la post-dictadura feminista?
Is post-dictatorial Chile feminist?
Verónica Feliu
University of California, Santa Cruz
RESUMEN
Este ensayo presenta las nuevas tendencias de los feminismos en Chile y analiza cómo pasaron a ser parte del texto social. El trabajo discute el hecho de que los discursos feministas, luego de la dictadura (1973-1990), continúan sin cuestionar la categoría "mujeres", que generaliza y suprime las diferencias de clase y raza entre ellas mismas. Tal presupuesto es analizado frente al acuerdo de los gobiernos democráticos chilenos con los intereses de la oligarquía y de la iglesia católica en la manutención del status quo.Parte de este compromiso viene restringiendo los discursos feministas a la estructura familiar nuclear, de forma que temas como clase, raza y sexualidad no alcanzan a ser enteramente problematizadas. En la medida en que las feministas chilenas no están cuestionando su lugar de enunciación, problemas como derecho reproductivo o el acceso de las mujeres al espacio público continúan siendo vistos desde una perspectiva privilegiada, que anula las discriminaciones existentes entre las mujeres.
Palabras clave: feminismo chileno; discriminación de raza y clase; discursos feministas; género; post-dictadura.
ABSTRACT
This essay is about the new trends on Chilean feminisms and how they have become part of the social text. The paper discusses how feminist discourses after dictatorship (1973-1990) remain without putting into question the category of "women" as a generalization that erases class and racial differences among women. This is analyzed in the context of the compromise made by Chilean democratic governments with the interests of oligarchy and the Catholic Church in order to maintain the status quo. Part of this compromise has constrained feminist discourses to the nuclear family frame, within which class, race and sexuality cannot be fully problematized. Since Chilean feminists are not questioning their place of enunciation, problems such as reproductive rights or women access to the public space continue to be seen from a privileged perspective that obliterates the existing discriminations among women.
Key Words: Chilean Feminism; Race and Class Discrimination; Feminist Discourses; Gender; Post-Dictatorship.
Cualquier intento por entender las relaciones entre el pensamiento feminista y el tejido social en el Chile de la postdictadura implica entrar en un complejo entramado de actores/actoras, organizaciones, políticas, propuestas, pensamientos, definiciones. Entramado unas veces coherente y consistente, otras disperso y contradictorio. La mayoría de las críticas que se han ocupado del tema coinciden en determinar una transformación dentro del feminismo producida con el término del régimen militar en 1990.1 Hasta ese momento, como lo consignaron una y otra vez sus mismas protagonistas en numerosos escritos durante la década del 80, el feminismo habría sido un movimiento.2
Movimiento social de mujeres que se genera en tanto doble respuesta - o resistencia - al gobierno, por una parte, y al sistema patriarcal, por otra. Las mujeres, en su lucha (conjuntamente con los partidos políticos) contra la dictadura, habrían creado, paralelamente, un accionar identitario que las habría constituido en sujetos sociales con visibilidad pública. Todo ello en nombre de "las mujeres" como categoría esencial que habría reunido a diversas "sujetas" de variadas y, a veces opuestas, trayectorias, biografías, orígenes, tendencias. La democracia, al implantar un sistema neoliberal que le proporciona escasa plataforma de acción y decisión a la sociedad civil, habría entonces delineado otro mapa de posibilidades, en el cual el movimiento de mujeres habría tendido a reposicionarse, transformarse, y, en muchos casos, dispersarse.3
Tal vez uno de los primeros problemas a plantear para entender este reposicionamiento, sea, precisamente el carácter de política identitaria que adoptara el movimiento al final de los años 70 y durante toda la década del 80. A diferencia de los movimientos feministas de Estados Unidos y Europa, el chileno (como en otros países latinoamericanos) se va a ubicar en el espacio público de la dictadura como "movimiento de mujeres" y no como feminismo. Ello, en gran parte, para acceder en el discurso, tanto como en el accionar, a aquellas actoras que no se identificaban con los postulados del feminismo pero sí con el llamado liberador (bajo el lema de "democracia en el país y en la casa") de resistencia a un sistema opresor que las tenía relegadas y subyugadas más que a sus compañeros masculinos. Entonces, cuando la dictadura termina, la readecuación tendrá que pasar por una redefinición de ese concepto, y, es notorio, cómo la palabra feminismo aparece en el lenguaje empleado de manera consistente y recurrente.
En los análisis que se hicieron del movimiento durante los años 80, se tuvo siempre muy presente la división entre la práctica y la teoría que tenían su fundamento en el feminismo. La práctica se identificó con el trabajo de base, con el accionar conjunto con las mujeres de más escasos recursos, así como con la protesta callejera, la movilización masiva, los actos de disidencia. Como contrapartida, la teoría se producía en los centros de estudios y se publicaba - escasamente - a través de medios y/o editoriales alternativos, financiados en su mayoría con fondos extranjeros. A este desfase o contradicción fue a lo que Julieta Kirkwood llamó los nudos del saber feminista, proponiendo un pensamiento desde el accionar precisamente para deshacer esos nudos, puesto que
A conflictos innumerables, reflexiones innumerables. Se requiere entonces complejizar desde la forma en que se dieron concretamente los problemas hasta como han sido traspasados al plano de la teorización... El feminismo es tanto el desarrollo de su teoría como su práctica, y deben interrelacionarse. Es imposible concebir un cuerpo de conocimientos que sea estrictamente no práctico.4
Al entrar en la década de los 90 esta dicotomía parece difuminarse, en tanto desaparece en un gran porcentaje el trabajo de base realizado por las organizaciones, así como la conexión con las mujeres de sectores populares. En palabras de Ríos Tobar, Godoy y Guerrero,
En la medida en que aumentan las diferencias políticoestratégicas, y el debate respecto de la relación con el Estado y el sistema político cobra centralidad, la preocupación por integrar a mujeres populares a los espacios feministas - un objetivo central durante los ochenta - tiende a perder prioridad en los discursos y estrategias de una mayoría de feministas. Este hecho es sin duda resentido por las feministas populares, las que no logran identificarse con ese debate polarizado y optan por buscar otros espacios para su accionar político.5
A ello se le suma la generalizada desmovilización de activos dirigentes y dirigentas de los distintos sectores sociales. Esta se produce en los primeros años de la transición como reacción (y por cansancio) después de una prolongada e intensa actividad política durante todos los años de la dictadura.
Por otro lado, el proceso de transición democrática abre ciertas brechas antes impensables, y permite que algunas feministas - destacadas dirigentas en sus respectivos partidos de centro y de la izquierda moderada - se inserten en el ámbito político y accedan a algunos puestos de poder y representación en el gobierno. Asimismo, se crea en 1991 una instancia orgánica con características de ministerio, llamada Sernam (Servicio Nacional de la Mujer), a través de la cual se canalizan los denominados "temas de la mujer".6
En la medida en que desaparece el enemigo común de la dictadura, el movimiento de mujeres se dispersa, desdibujándose, en gran medida, como actor social. Muchas profesionales que se identificaron con los postulados feministas se distanciarán de sus partidos políticos, y, por lo mismo, de toda agencia en el espacio público. Por otra parte, un grupo de feministas (en su mayoría dirigentas políticas de sus partidos) optará por "institucionalizarse", mientras otras generarán un sector disidente que preferirá la "autonomía" como alternativa a la "institucionalización".7 Conjuntamente, desaparece el proyecto común basado en la concepción utópica del "todas somos mujeres / todas somos iguales". Y, en consecuencia, aparecen las diferencias que dividen al movimiento irreconciliablemente. Como explican Ríos, Godoy y Guerrero,
Se produce así una creciente desarticulación e invisibilidad del feminismo en tanto actor colectivo en la esfera pública y una consolidación de espacios y estrategias microsociales de activismo que enfatizan la introspección.8
Esa introspección va a ser la reflexión en torno a los contenidos del feminismo, sus intereses y objetivos, junto con el abandono de la política identitaria. Sin embargo, en el nuevo análisis que se hace desde dentro del feminismo, aunque se destacan y respetan las diferencias, se reitera, contradictoriamente, una identidad femenina homogeneizante, esta vez bajo la categoría de "género". Así, los años 90 van a ser el escenario de una extensa producción discursiva, que va incluso más allá del feminismo, en la que el concepto de "género" se va a convertir en una suerte de abstracción incuestionada, a veces, carente de contenido. Claudia de Lima Costa lo explica así para un ámbito más amplio que el puramente chileno:
The use of the category of gender in many instances introduced a change simply of label, not of content: that is, studies continued to conceptualize woman as a preexisting essence, not taking into account how the category is constructed both socially and relationally. Moreover, beyond failing to breakdown the divisive walls of the traditional disciplines via more interdisciplinary practices, the increased focus on gender studies (as opposed to women's or feminist studies) also signaled a growing depoliticization of academic feminism that further accentuated the rift between "theory" and "praxis" and consequently deepened the tension between feminist academics and activists.9
Lo que ocurre es que, si bien se analizan y deconstruyen las diferencias en el discurso y las prácticas al interior del feminismo (lo que ha llevado a muchos a usar el plural "feminismos"), la perspectiva, el lugar desde el que se habla, retoma, en la post-dictadura, su postura totalizadora. De esta forma, el lugar de enunciación es siempre un sitial que no reconoce su privilegio, por tanto se define en oposición a un patriarcado dominante frente al cual todas las mujeres aparecen como víctimas. Bajo esta categoría genérica, entonces, desaparece el cuestionamiento de la especificidad de los individuos formados bajo diversas, y a veces opuestas, circunstancias políticas, económicas, culturales y/o raciales. Y ello es así, en tanto lo que precisamente no se cuestiona, como apunta Claudia de Lima Costa, es el lugar desde el cual se construye el poder/saber.10
Las autoras Ríos, Godoy y Guerrero, en su acucioso análisis del devenir y devenires del movimiento de mujeres en Chile, recalcan:
A diferencia de lo que ocurre en otros países de la región, en Chile la transición implica la asunción al poder de una coalición que incluye a partidos de izquierda que históricamente habían mantenido fuertes lazos con grupos feministas. La relación con el Estado implica, en el caso chileno, una cercanía aún mayor y más compleja que en otros países. Aquí se entrelazan vínculos político ideológicos con otros de índole laboral/profesional y personales generando una compleja y muchas veces promiscua red de relaciones.11
En este sentido, las mujeres que participaron del movimiento social contra la dictadura ya pertenecían a los mismos partidos políticos bajo cuyos aleros detentan hoy ciertos puestos de poder en la democracia. Al mismo tiempo, esas mujeres también pertenecían a una elite intelectual que hoy se encuentra en la universidad, en los diversos programas de estudios de género, al igual que en las organizaciones no gubernamentales y algunos medios de comunicación. Así, lo que puede parecer un cambio, no es otra cosa, en mi opinión, que un proceso lógico, es más, lo que ocurre en la transición no se diferencia en gran medida de lo que ocurría antes. Tanto hombres como mujeres acceden a espacios públicos gracias a la práctica adquirida, desde la oposición, en la clandestinidad. La dictadura significó, para todos ellos, un entrenamiento, un sentar las bases de lo que vendría después. En este sentido, la crítica que se le hace al feminismo desde los sectores más "autónomos" es muy similar a la que se le hace a la izquierda desde las posiciones más antiorgánicas. En ambos casos, la crítica proviene de miembros que participaron de las alianzas, y que se han visto excluidos de los espacios de decisión. Pero, asimismo, son posturas que consideran una traición a los principios del movimiento, el aceptar la ideología del neocapitalismo y las leyes del mercado como un status quo inamovible e incuestionable. Tanto las feministas autónomas como la izquierda que no participa de las coaliciones de gobierno consideran que la única forma auténtica de hacer política y provocar cambio social es estando fuera de las estructuras de poder.
En este proceso de reposicionamiento y redefiniciones, sin embargo, los feminismos aún no ahondan en un análisis de clase, en gran medida por temor a regresar a los discursos marxistas del pasado. Más aún, las problemáticas raciales, a diferencia de lo que ha ocurrido en la última década en los debates en Brasil o en Bolivia, por ejemplo, están totalmente excluidas de los discursos feministas prevalentes. Ello refleja, también, lo que ocurre en los más diversos ámbitos de la esfera pública, en los cuales la palabra raza parece ser un término que incomoda, un concepto que se puede aplicar a otros - otros países, otras culturas - pero no al ámbito local.
Hace ya más de 20 años, en este sentido, Cherrie Moraga hacía hincapié en que,
en un mundo dominado por los blancos, no es fácil librarse del racismo y de nuestra propia internalización de él. Siempre está ahí, personificado en quien menos esperamos refregárselo. [...] Es mucho más fácil graduar las opresiones y crear una jerarquía, antes que asumir la responsabilidad de cambiar nuestras propias vidas. Nosotras no hemos sido capaces de exigir a las mujeres blancas, en particular a las que dicen hablar por todas las mujeres, que se responsabilicen de su propio racismo.12
Esta falta de debate en torno a las diferencias de clase y raza al interior del pensamiento feminista dominante en Chile tiene directa relación con un centralismo generalizado en la elaboración de los más diversos discursos. Santiago, la capital, es el eje de todo modelo, así como el referente aludido por antonomasia, de tal manera que, para muchos discursos, Chile se vuelve sinónimo de su capital.13 Y, al desaparecer la referencia a otras regiones, otras perspectivas, otras realidades raciales, culturales y sociales, muchas veces queda fuera, también, la comparación con otros países de la región. Como bien lo explica Silvia Rivera Cusicanqui en el contexto boliviano:
En sociedades postcoloniales [...] el proceso de despojo étnico o deculturación impuesta (y autoimpuesta) ha creado situaciones de autonegación que constituyen, en sí mismas, marcas de etnicidad, pero que también evocan la aspiración de una etnicidad ajena. En tal sentido [...] la etnicidad se define también por sus fronteras, es decir, por aquellos espacios de interacción con "otros", que obligan o inducen a afirmar (o esconder) la propia diferencia.14
Sin embargo, se pueden notar algunas excepciones. Desde las ONGs, o fuera de ellas, hay mujeres que han optado por un feminismo más global con prácticas concretas, como es el caso de la historiadora Edda Gaviola, quien, hasta hace poco, fuera la directora de CALDH (Centro para Acción Legal en Derechos Humanos) en Guatemala, defensora incansable de los derechos humanos de los indígenas, y en particular de las mujeres indígenas de ese país. Desde su posición de un "feminismo autónomo", Gaviola aboga por
Partir del desafío de resignificar lo público, donde lo político sea desde la experiencia histórica de las mujeres y no desde otros intereses, y en aquellos aspectos que están limitando y cercenado su posibilidad de libertad. Sólo de esta manera se podrá impedir que se vuelva a parcelar y fraccionar esa experiencia concreta que significa ser mujeres, pues con ello se pierden las pistas para abordar y transformar la realidad desde otra lógica y desde otra visión e interpretación de la realidad.15
Por otro lado, las feministas dentro de la academia, y también fuera, se están leyendo unas a otras, y los encuentros internacionales proporcionan una productiva plataforma para el intercambio de ideas, y la "traducción" de pensamiento.16 Como dice Sonia Alvarez, estos encuentros, "have served as critical transnational sites in which local activists have refashioned and renegotiated identities, discourses, and practices distinctive of the region's feminisms".17 Asimismo, en los circuitos intelectuales también se ha dado un diálogo fructífero que traspasa fronteras, sobre todo en dirección Norte-Sur, avalado por lo que se conoce como la "crítica cultural". En palabras de Nelly Richard,
Es justamente para explorar lo marginado por ese registro (las operaciones de riesgo con que ciertas poéticas y estéticas buscan diagramar rupturas figurativas, saltos conceptuales y mutaciones subjetivas), que algunos preferimos hablar de "crítica cultural".18
Por otro lado, han proliferado las organizaciones de feministas de las nuevas generaciones que en sus barrios o en sus campus universitarios han encontrado una plataforma de lucha y un lenguaje más radical y activista, muchas veces contradiciendo el discurso de género académico o institucionalizado. Ellas son, entre otras, las Feministas Tramando, Memoria Feministas Autónomas, Colectiva Las Kllejeras, Movimiento Feminista Lilith, y la Coordinadora Feministas Jóvenes. Estos grupos se han abanderado en los derechos reproductivos de todas las mujeres, reivindicando el derecho al aborto; están siendo activas en sus campañas contra el femicidio no sólo en Chile, sino en toda la región; y reclaman, entre otros, los derechos de los homosexuales y lesbianas así como los del pueblo mapuche y de los inmigrantes a ser reconocidos por el gobierno y tratados con igualdad.19
Ahora bien, aún cuando el acceso a los medios y a las plataformas que proporciona la globalización permite el intercambio y la apertura de fronteras culturales tanto como ideológicas, en Chile, el debate del y sobre el feminismo (salvo algunas excepciones) de la postdictadura sigue restringido a lo local, de manera muy similar al debate político de las distintas esferas. El efecto que este localismo tiene en las corrientes de pensamiento feminista de mayor acceso a los medios de comunicación, a las instituciones gobernamentales, a la academia y/o las ONGs, se traduce muchas veces en una visión unidimensional y distorsionada que no cuestiona la posición de privilegio de su poder/saber. De hecho, se produce algo muy similar a lo que apunta Kia Caldwell para el contexto del feminismo brasileño, en tanto,
A falta de pesquisa integrada sobre raça e gênero significa que as experiências de vida das mulheres negras raramente são examinadas. Uma consequência disso é a falta de estudos teóricos ou empíricos sobre como o privilégio de "ser branca" opera nas vidas de mulheres brancas no Brasil.20
Lo que ha ocurrido en el Chile de la post-dictadura es que, en cualquier discurso que pretenda acceder al espacio público (y, más aún, si lo que busca es influir en la toma de decisiones), persiste una cierta imposibilidad de desprenderse de la lógica y perspectiva oficiales, indefectiblemente impregnadas de la visión de los sectores más conservadores. Ello, porque como lo consignara Tomás Mulián, la transición chilena a la democracia se lleva a cabo en forma de pacto, o consenso, lo que producirá una "democracia protegida" y una "jaula de hierro".21 Y lo que fue la oposición a la dictadura, para tomar el poder, va a transar con varios otros sectores, cuya voz y perspectiva permearán todos los debates de la nueva democracia. Entre ellos están: la derecha que detenta el poder económico, los militares y la iglesia católica.
Poco tiempo después del fin del gobierno militar, se convirtió en algo común decir que la iglesia, que durante la dictadura estuvo del lado de los oprimidos y marginados, al término de ésta se había sentido con el derecho de "pasar el platillo" y recoger una recompensa por el esfuerzo desplegado. Sea con ánimo revanchista o no, lo cierto es que es notorio cómo la iglesia católica ha sido no sólo una de las instituciones más protagónicas de la transición chilena, sino que, imperceptiblemente, un dictamen permanente en el uso de vocabulario, conceptos, lenguaje y voces, en los diversos espectros públicos y privados. Ha sido dentro de la lógica impuesta por la iglesia que, de hecho, se han planteado ciertos problemas como "temas" a discutir y sobre los que dictar leyes. Y, las políticas públicas de género se han tenido que ajustar a las reglas de un campo de juego trazado por la concepción cristiano-burguesa de una sociedad sustentada en la familia-núcleo como su pilar fundamental.
Chile es un país donde el nivel de escolaridad superior es muy alto entre las mujeres. Asimismo, en el ámbito laboral, las mujeres se encuentran cada vez más colocadas en los más diversos tipos de trabajo. En el año 2002, las casas en las cuales la mujer era la jefa del hogar (incluso si el hombre permanece cohabitando) excedían el 30%. Y, en un país en el que sólo en el año 2004 se legalizó finalmente el divorcio, el número de nulidades matrimoniales llevado a cabo cada año excede toda expectativa.22
Sin embargo, las discusiones que han llevado al tapete los "temas de mujer" han estado frecuentemente circunscritas a la familia nuclear como una instancia natural indiscutible, base de toda legislación y derecho. En este sentido, Margarita Pisano, miembra fundadora del feminismo autónomo, va a hablar del "feminismo patriarcal" y de "cómo tenemos incorporado el patriarcado hasta la médula de los huesos [...] porque somos parte de la sociedad y estamos colonizadas en ella".23 Las voces disidentes (dentro del feminismo) han buscado sus canales alternativos de difusión, e incluso han vuelto a reivindicar la calle para expresar su disidencia y para apelar a los sectores más desinformados de la sociedad civil, cuando ha sido necesario. El casi total monopolio de los medios de comunicación en manos de la oligarquía conservadora, sin embargo, hace muy difícil que esas voces sean oídas e incluidas en los debates.
Un ejemplo de ello fue la controversia producida en septiembre de 2006 a raíz de la aprobación del gobierno de Michelle Bachelet de la llamada "píldora del día después", la que, hasta esa fecha, se vendía en farmacias, y se entregaba en los servicios públicos de salud sólo en caso de "violación".
Por un lado, los medios de comunicación, que por semanas dieron amplia cobertura al tema, lo apartaron una y otra vez de su contexto de clase, a pesar de que hasta la aprobación de la ley sólo las mujeres de clase alta podían tener acceso a la píldora por su alto costo. Por otro, las voces oficialistas (tanto mujeres como hombres) no pudieron nunca desviar el tema del ámbito moral y religioso en el que se empecinó en ponerlo la oligarquía haciendo eco de los deseos de la iglesia católica, para llevarlo al terreno de las relaciones de género. Sin embargo, la presidenta fue enfática, en cuanto a que lo que se debía considerar era
[...] que los jóvenes inician su vida sexual entre los 15 y 17 años [...] que el 13,6 por ciento de las menores de 14 años son madres; que anualmente nacen 40 mil niños de mujeres menores de 19 años; que un 45 por ciento de todos los niños nacidos vivos lo hacen fuera del matrimonio y que estos porcentajes aumentan al 85 por ciento en las madres de entre 15 y 19 años.24
Los datos hablan por sí solos, y la valentía de encararlos con una solución tan poco popular como una píldora tachada de "abortiva" por los sectores más conservadores, es loable. Sin embargo, las feministas que han penetrado los puestos de poder, las que se han "institucionalizado", desaprovecharon la oportunidad para sacar todo el peso de la responsabilidad que, incluso, el gobierno le estaba dando a las mujeres por un problema social que compete de igual manera a los hombres. En mi opinión, esta, como pocas otras, era una coyuntura idónea para plantear las desigualdades de género en el terreno de la sexualidad. Junto a la insistencia que se puso en el embarazo adolescente, como un tema de salud pública, no hubo mención a cómo la sexualidad se maneja a diario en todos los medios de comunicación desde la perspectiva del poder masculino y su libertad de elección sin consecuencias. Por lo tanto, se permitió que el debate, del que formaron parte algunas feministas, redundara en el tradicional discurso que carga de culpabilidad a la mujer siempre que se trata de sexualidad. Asimismo, tampoco fueron debatidas las diversas realidades que la familia nuclear enfrenta según el contexto cultural, social y racial en el que se encuentra. Por cuanto en circunstancias económicas desventajosas, las mujeres se ven expuestas muchas veces a situaciones de precariedad y abandono según las cuales el mismo concepto de familia, así como también el de sexualidad y el de derechos reproductivos, deben ser completamente replanteados. En concreto, en el debate sobre la píldora del día después no fue abordado el problema de las relaciones sexuales forzadas o no deseadas a las que, en ocasiones, pueden verse sometidas las jóvenes (y especialmente las que por su situación social carecen de una red de apoyo) por sus parejas, y a veces, incluso por miembros de su propia familia. Del mismo modo, se podría haber aprovechado la oportunidad para hacer hincapié en el hecho de que la obligación a aceptar irreflexiva e incondicionalmente una nueva vida, desconociendo los derechos reproductivos de la madre y sus condiciones materiales y psicológicas para acoger a un nuevo ser, es un atentado en contra de la misma estabilidad familiar que se quiere salvaguardar.
En marzo de 2007, casi un año después del Decreto Supremo de Bachelet que autorizaba la aplicación de las Normas Nacionales de Regulación de la Fertilidad, y luego de acalorados debates, legisladores de la derecha presentaron un recurso de inaplicabilidad en su contra. A lo que se oponían era a la obligatoriedad impuesta a los consultorios públicos de salud de "prescribir y entregar de forma gratuita anticonceptivos tradicionales y de emergencia a todas las mujeres que los solicitaran", incluidas las adolescentes que, a partir de los 14 años, podían solicitar la píldora en los consultorios públicos sin necesidad de la autorización de sus padres. Pese a todas las predicciones, el Tribunal Constitucional (TC) acogió el requerimiento presentado por los parlamentarios derechistas, señalando, incluso en contra de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que tanto los dispositivos intrauterinos como la píldora del día después son "abortivos". El TC es uno de los organismos creados por la dictadura que la democracia ha heredado en su pacto de "jaula de hierro", y cuyos miembros, además de ser diez hombres y sólo una mujer, representan los sectores más conservadores del espectro político nacional, algunos de los cuales pertenecen al Opus Dei, rama de la iglesia católica que ha permeado todos los puestos de poder en los años de la democracia.
El martes 22 de abril de 2008, más de 15.000 personas salieron a las calles de Santiago a protestar en contra del fallo del TC, mientras otras protestas se producían simultáneamente en las principales ciudades del país. La mayoría de los medios consideró la masividad de esta manifestación sin precedente en los años de democracia. La respuesta debe leerse como una contundente muestra de la desconexión entre la sociedad civil y las doctrinas que aún rigen los comportamientos en el Chile del nuevo milenio. Pero también se debe observar como un signo de que las políticas de género siguen topando con un techo de vidrio que las mismas feministas han ignorado para acceder a los puestos de poder. Muchos han exigido que se reforme la constitución para eliminar del Tribunal Constitucional su poder para decidir sobre la vida, la sexualidad y la reproducción de las personas. Desde el término de la dictadura, sin embargo, no ha habido ningún intento de parte de los gobiernos democráticos por modificar la constitución ni en esta ni en ninguna otra materia.25
Muchos se han referido a esta red de contradicciones como una hipocresía nacional, la cual produce una esquizofrenia entre la estructura más venerada por el oficialismo - la familia - y su creciente deterioro interno, el que, evidentemente, permea todas las otras relaciones sociales. Ahora bien, la dicotomía y la contradicción se producen entre los discursos y la realidad, tanto como dentro mismo de esos discursos. Es la misma contradicción que se da entre un país con una población homosexual cada vez más visible y activa, y la ausencia de campañas consistentes de prevención contra el Sida, o de políticas de género que confronten directamente la discriminación sexual.26 O, la que ha llevado a las trabajadoras sexuales a constituir uno de los gremios más sólidos de Latinoamérica, en un contexto en el cual la palabra aborto, por ejemplo, está totalmente erradicada de la esfera pública. El mismo escenario en el cual dos mujeres ministras (una de Asuntos Exteriores, y la otra de Defensa) fueron las candidatas más presidenciables para las elecciones del año 2006, mientras en los medios de comunicación, las propias mujeres se planteaban si el trabajo político era compatible con la maternidad.27
En 1994, se promulgó una ley sobre "violencia intrafamiliar". El año 2005 esta fue actualizada con una nueva ley que "tipifica como delito, y no como simple falta, las agresiones en el hogar", con lo cual se crearon los Tribunales de Familia, los Centros de la Mujer y las Casas de Acogida en diversos lugares del país. La reactualización de la ley fue producto de una investigación del propio Sernam, la cual estableció que el
50 por ciento de las chilenas confiesan haber sido golpeadas, que cuatro de cada 10 mujeres sufren maltrato psicológico y que entre 25 y 32 por ciento han sido agredidas a puntapiés, arrastradas o recibido golpizas. En cuatro regiones del país, incluyendo a la Metropolitana (Santiago), la agresión más recurrente es de carácter psicológico, mientras que la violencia sexual afecta entre 14,2 y 16,6 por ciento de las mujeres y niñas consideradas en la investigación. Por cada 10 encuestadas, se consignan entre siete a ocho casos de mujeres que en algún momento fueron forzadas a tener relaciones sexuales.28
Sin embargo, a pesar de las cifras, Soledad Rojas, coordinadora de la Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual, afirma que en 2008 todavía existen una serie de trabas que la justicia impone a las mujeres en casos de abuso sexual o físico. Las trabas, paradojalmente, vienen de la misma legislación arriba mencionada. Rojas explica que el delito de abuso sexual o físico contra una mujer es el único crimen en Chile que debe pasar por un tribunal (el Tribunal de Familia) antes de pasar al sistema penal y convertirse en delito. Más aún, sólo si el Tribunal de Familia califica el hecho como delito, la mujer puede tener acceso a una Casa de Acogida. Antes de ello, si la mujer abandona el hogar en la noche no puede acceder a la protección del Estado, ya que no se ha determinado un crimen en su contra.29
Estas incongruencias dentro de las políticas de género hacen urgente, hoy más que nunca, que las feministas abran un debate sobre clase y raza, que supere la dicotomía mujer/ patriarcado, y que se haga cargo de la problemática del saber/poder al interior de las relaciones que se establecen entre las mismas mujeres. Mientras el feminismo no retome el cuestionamiento de sus "nudos" (que se iniciara en la lucha contra la dictadura), sus discursos van a continuar siendo, como dice Raquel Olea, "hablas dislocadas, torcidas [...] Hablas cruzadas por el poder de lo instituido y el designio de "un cuerpo que lucha por su signo", como dice un verso de la poeta Eugenia Brito".30 Ahora bien, se hace también imprescindible salir de la dicotomía feminismo institucionalizado/feminismo autónomo que ha permitido a muchos sectores del feminismo convertirse en espectadores pasivos (desde la crítica) de las políticas de género. Esa posición privilegiada de la mirada desde fuera es otro lugar no cuestionado en los discursos, y que hoy goza de una institucionalidad casi paralela a la de los espacios de gobierno. Desde la construcción de un lenguaje muchas veces hermético, hasta la abstracción de la disidencia, los diversos y variados feminismos han tejido redes de complicidad con los mismos discursos de poder que pretenden deconstruir. De este modo, el cuestionamiento pasa por los lugares de enunciación, tanto como por la recepción. En los debates que están por venir, los diferentes feminismos tendrán que analizar (y deconstruir) sus propios lenguajes para establecer también el sitial de privilegio en el que se sitúan los receptores de sus discursos. De esta manera, tal vez el circuito cerrado del pensamiento feminista encuentre vías de inserción más acordes con las necesidades de la sociedad civil. Lo que haría imaginable un país al menos en vías de ser feminista.
[Recebido em novembro de 2007 e aceito para publicação em fevereiro de 2008]
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Fechas de Publicación
-
Publicación en esta colección
05 Feb 2010 -
Fecha del número
Dic 2009
Histórico
-
Acepto
Feb 2008 -
Recibido
Nov 2007