La experiencia clínica revela que aún frente a la enfermedad orgánica, la referencia exclusiva a la anatomía, a la fisiología, y hasta a la genética, no es suficiente para que comprendamos el sufrimiento de nuestros pacientes. Para alcanzar la esencia de este sufrimiento, es necesario que consideremos que. a partir del cuerpo real, anatómico, fisiológico, se configura un otro cuerpo, un cuerpo imaginario, que se constituye a partir del desamparo primordial, a través de la relación con un otro ser humano. Según ese proceso, el niño constituye su subjetividad tornándose un ser deseante, social, de la cultura. La disociación entre cuerpo anatómico y fisiológico y el cuerpo imaginario instaura una fisura a través de ta cual se deshace la subjetividad, preparando el camino para la experiencia melancólica. Esa perspectiva revela que el enfermar implica en una dimensión identificatoria e intersubjetiva La enfermedad de un individuo repercute, obligatoriamente, en el conjunto familiar a través de la genealogización del síntoma y del reordenamiento de las representaciones transgeneracionales. De este modo, es importante que consideremos esas experiencias para que comprendamos que el viesgo genético real, revelado por la ciencia, está mediado por la vivencia de un viesgo imaginario que determina las representaciones individuales y sociales de la enfermedad, y de hecho, en algunos casos, las posibilidades de su manifestación así como de su curso.