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1413-7704
1980-542X
EdUFF - Editora da UFF
Resumo:
O artigo oferece um olhar sobre alguns estudos dedicados à política dos peronistas entre 1945 e 1955. Observa que os atores deixaram de ser caracterizados como “passivos” para serem imaginados como “agentes” que se opõem a uma “estrutura”. Essa dualidade é, no entanto, problemática no momento de caracterizar o conjunto de atividades que vários peronistas produziram como política situada. O artigo, à luz do giro pragmático, propõe descrever a atuação de atores competentes, imersos em contextos plurais não evidentes. Nesse registro da ação situada, as instâncias concretas de criação e transformação do peronismo tornam-se observáveis sem ter que recorrer a fórmulas definidas por sua falta de definição frequentes na importante bibliografia sobre o assunto.
- Observenlá - indica el General -. Vean esos ojos. Ocupan casi toda la cabeza. Son ojos muy extraños, de cuatro mil facetas. Cada uno de esos ojos ve cuatro mil pedazos diferentes de la realidad. A mi abuela Dominga le impresionaban mucho. Juan, me decía, ¿qué ve una mosca? ¿Ve cuatro mil verdades, o una verdad partida en cuatro mil pedazos? Y yo nunca sabía qué contestarle…(Martínez, 2015, p. 279)
Más allá del consenso pasivo
Las primeras aproximaciones académicas a esa familia de fenómenos políticos latinoamericanos que llamamos “populistas” imaginaron una vinculación estrecha con etapas del “desarrollo” económico de los países “periféricos”. Este enfoque de inspiración funcional-estructuralista suponía que la adhesión política de las masas había tenido un origen en los cambios de la morfología social, efecto de procesos de modernización económica a partir de los cuales amplios sectores poblacionales habían debido reubicarse. En el caso argentino, Gino Germani interpretó que los migrantes internos que se habían trasladado del campo a las ciudades como efecto de la industrialización por sustitución de importaciones en la década de 1930 habían constituido una masa anómica que encontró en el coronel Juan D. Perón a un nuevo patrón, encuentro que les había facilitado una rápida, aunque conflictiva, integración a la vida urbana y moderna. Eran los trabajadores “nuevos”, los recién llegados, quienes habían sido cautivados por el peronismo. (Germani, 1962; Di Tella, 2003).
Una segunda generación de académicos argentinos discutió estas ideas. El apoyo suscitado por el peronismo fue visto por ellos como parte de una estrategia racional de las dirigencias obreras, quienes habrían aprovechado una oportunidad singular para conquistar un lugar político y social que no habrían podido alcanzar por otras vías. El peronismo, entonces, más que una identificación asumida por masas desarraigadas, hacía su aparición como una opción consciente del movimiento obrero organizado, quien vio en el proyecto de un coronel del Ejército la posibilidad de concretar sus anhelos de larga data, y que aprovechó una ocasión única como fue la de 1945 para hacerlo (Murmis; Portantiero, 1971). La tesis de la manipulación de masas dejaba lugar a una tesis que subrayaba la agencia de los viejos dirigentes sindicales. Los estudios que se realizaron en esta dirección se ocuparon de los primeros años de la experiencia histórica peronista, de los orígenes. Al interpretar que la opción del movimiento obrero se había fundado en un error de óptica (puesto que su impulso político obrero habría sido “sobredimensionado” en el contexto singular de 1945, asunto que se supone demostrado por el hecho de que el peronismo sofocó rápidamente la participación obrera), la pesquisa de los modos de acción obrera durante la década se concentraron mayormente en las luchas económicas y menos en la dimensión política (Del Campo, 1983; Torre, 1989, 1990). Los verdaderos planes que el líder tenía para los trabajadores en el concierto peronista se habrían mostrado de manera temprana, aplacando toda posibilidad de autonomía, más allá de que las luchas económicas se mantuvieran encendidas (Doyon, 2006). Estudios más recientes sobre la vida obrera durante el primer peronismo profundizaron esta dirección argumentativa, aunque lo hicieron demostrando los límites de truncar la agencia de los trabajadores peronistas después de los primeros años, confirmando que las resistencias y la organización baja se sostuvieron incluso hasta la caída de Perón en septiembre de 1955, y que esa vitalidad fue imprescindible para comprender la perdurabilidad del peronismo (Fernández, 2005; Rubinstein, 2006; Acha, 2008; Garzón Rogé, 2012; Gutiérrez, 2012; Schiavi, 2014; Contreras, 2015; Nieto, 2015; Carrizo, 2016; Lichtmajer; Gutiérrez; Santos Lepera, 2016).
Investigaciones sobre las organizaciones políticas del peronismo, por su parte, vivieron una deriva semejante, al acentuar crecientemente las resistencias y los conflictos acaecidos en el Partido Peronista en respuesta a las avanzadas de los organismos centrales de mando (Mackinnon, 2002; Aelo; Quiroga, 2006; Prol, 2009; Barry, 2009; Aelo, 2010; Melón Pirro; Quiroga, 2014). El peronismo había tenido un partido con internas, con listas, con conflictos, con tensiones, elementos todos ellos que constituían la prueba de una vitalidad que en el pasado le había sido negada en la historiografía, cuando la clásica formulación de Félix Luna lo había condenado a la inexistencia como objeto digno de investigación, al apuntar que nunca había existido más que un “cadáver lujosamente velado” (Luna, 1984, p. 60). También los heterogéneos estudios de las experiencias del peronismo en las provincias argentinas subrayaron en diferentes modos la presencia de resistencias locales a los avances nacionales, a la centralización y a la pérdida de poder de los elencos vernáculos a manos del gobierno federal, así como la importancia de las particularidades de los casos que no podían ser englobados en las totalizaciones “nacionales” (Tcach, 1991; Macor; Iglesias, 1997; Kindgard, 2001; Rafart; Masés, 2003; Macor; Tcach, 2003; Bona; Vilaboa, 2007; Healey, 2011; Salomón, 2012; Gutiérrez; Rubinstein, 2012; Macor; Tcach, 2013; Camaño, 2014; Garzón Rogé, 2014; Alonso, 2015; Marcilese, 2015).
Desde diversos ángulos para enfocar el peronismo, entonces, se hizo frecuente la distinción de dos entidades peronistas diferenciadas: un poder superior, cuya pulsión arrolladora era intensa pero no implacable, y unas adhesiones bajas que se resistían de manera activa a ser devoradas por la primera, aspecto este último que reflejaría una persistente aspiración de autonomía y participación de esos actores que se encontraban en las antípodas.
En paralelo a las derivas historiográficas, la inicial mirada estructuralista sobre el primer peronismo también fue cuestionada por investigaciones de inspiración posestructuralista. Estos trabajos propusieron abordar los discursos y los imaginarios como un aspecto central de la atracción de las masas, explicando que su éxito habría radicado en la particular combinación de sentidos y sentires que se encontraban presentes en la sociedad argentina y que fueron articulados desde el poder, inaugurando una nueva experiencia política con potencialidades hegemónicas (Laclau, 1978; Sigal; Verón, 1986; De Ipola, 1989). El giro lingüístico ofreció una posibilidad de responder a la supuesta “ambigüedad” del peronismo al abandonar las problemáticas preguntas sobre su correspondencia con determinados grupos sociales e incluso sobre su materialidad histórica diversa. Sin embargo, más allá de las alertas en torno a la necesidad de comprender lo político como siendo constituido desde arriba y desde abajo en un doble proceso, la recepción de las interpelaciones del peronismo quedó en un plano marginal en el que se leyeron buenas hipótesis pero faltaron etnografías.1
Estudios más recientes inscriptos en una línea de indagaciones sobre la discursividad del populismo argentino intentaron contrarrestar ese escaso margen de acción en el que quedaban los actores ante la fuerza totalizante de las lógicas políticas. Estos trabajos coinciden en la necesidad de reparar el problema apuntando que el sujeto popular no habría acatado o respondido simplemente a la interpelación hegemónica, si no que la capacidad de demandar e imprecar el cumplimiento de demandas al peronismo habría sido una manera de agenciar sobre las propias subjetividades (Melo, 2008; Barros, 2009; Groppo, 2009; Vargas, 2011; Barros, 2013). La capacidad atribuida al pueblo peronista para rearticular discursos sociales modificó la imagen de lo que antes había sido pensado como masas en disponibilidad, y permitió abordar complejos procesos de subjetivación e identificación política con el populismo, que en la visión utilitarista de la opción por Perón quedaban poco explicados o reducidos al recuerdo nostálgico de un momento originario.
En otro andarivel, desde un cultural turn of politics, se analizaron los procesos de identificación política de las masas con el primer peronismo a partir de la institución de ciertos avatares del poder populista: cómo se “mitificaron” fechas y personajes y cómo el estado fue “politizado” (Ciria, 1983; Plotkin, 1993; Macor, 2009). El análisis de los planes de gobierno, las operaciones ideológicas y la propaganda oficial del peronismo permaneció menos permeable a los cuestionamientos que ponían en duda el carácter pasivo de las masas frente al fenómeno peronista. La “recepción” de los desplazamientos de sentido operados por el peronismo fue una deuda reconocida, justificada por las limitaciones que imponían las fuentes documentales. Sin embargo, una respuesta implícita habitaba las nociones utilizadas para dar cuenta de los rituales políticos como “rituales de refuerzo”, de las conmemoraciones como instancias de fijación de “ficciones”, y de las “representaciones” oficiales como instancias de “domesticación” de los sentidos colectivos (Plotkin, 2007).
La pregunta por la recepción de los mensajes, las políticas y los avatares peronistas era una pregunta por la agencia, una pregunta por lo que hacían los seguidores del peronismo con lo que Perón ofrecía. Una reacción a este problema fue ofrecida por Daniel James en su estudio sobre la historia de vida de una mujer peronista de la emblemática comunidad trabajadora de Berisso, en donde el historiador llegó a la conclusión de que la narrativa melodramática había oficiado traductora de complejas experiencias de clase y de género a lenguaje peronista (James, 2004). Otros investigadores siguieron esta línea de indagaciones para atender a la cultura popular como instancia clave para comprender las especificidades de la política peronista, las estructuras de sentimiento en juego en su configuración, y los modos en los que se atravesaron las tensiones sociales despertadas durante esos años (Chamosa, 2010; Karush; Chamosa, 2010; Elena, 2011; Karush, 2012; Milanesio, 2014; Adamovsky, 2015). La idea de una co-constitución entre peronismo y peronistas aligeraba el peso de Perón en la forja del peronismo, y ofrecía a los peronistas la capacidad de apropiarse de modos sui generis de los elementos existentes en la cultura popular para asimilar la nueva experiencia política como propia, a la vez que modificarla.
El tema de la agencia de los peronistas, como se ve, no es un tema nuevo en los estudios académicos sobre la primera década. Desde las posturas más cercanas a la idea de consenso pasivo, que no han desaparecido por completo, hay una larga variación hacia posturas que ven distintos tipos de agencia. Esa agencia puede ser estrategia, resistencia, rearticulación discursiva o apropiación cultural. Se trata de reacciones más o menos eficaces en relación a un poder peronista que es frecuentemente postulado como exterior a los actores que operan esas defensas. El objetivo de este artículo es proponer un modo alternativo a los enfoques dualistas del peronismo que permita evadir una concepción externalista del mismo a la hora de describir la acción de los peronistas. Para ello incorporamos principios de historia pragmática.2 Se trata de seguir a actores competentes que forjan de modo continuo e intersubjetivo modos de ser compartidos en cursos de acción que nunca son evidentes y que no pueden ser explicados a partir de elementos externos a sí mismos. Los sentidos de la acción, desde esa perspectiva, no podrían ser definidos de antemano, dado que siempre están haciéndose y pueden, cuando las fuentes documentales así lo permiten, ser descritos complejamente, revelando de ese modo funcionamientos concretos posibles. Confiamos en que la política (en femenino, en contraposición a lo político) de los peronistas podría ser vista de ese modo en sus rasgos polimórficos y cambiantes, sin tener que apelar a fórmulas definidas por la indefinición (como las de “contradicción”, “oxímoron”, y “sobredimensionamiento”, por ejemplo), y a partir de una pluralidad de dimensiones emplazadas a diversas escalas por los propios actores.
Para llegar a esas conclusiones, profundizaremos primero en algunos de los problemas que los estudios relativos a las “prácticas” encontraron para ofrecer a los actores un lugar mayor en su propia historia y, más en general, en los inconvenientes de asumir ciertas ideas normativas acerca de cómo debería haber funcionado la política en el peronismo para captar dinámicas sociales poco accesibles desde esas miradas. Avanzaremos siguiendo propuestas innovadoras que, sin embargo, no han desmontado imágenes dualistas y externalistas del peronismo. Las dificultades de estos abordajes se pueden observar al incursionar en el estudio de la acción situada. A partir de un ejemplo, intentaremos perseguir secuencias de acción en curso que permiten, según creemos, captar que la política entre los peronistas difícilmente podría ser comprendida en términos de “pasividad” o de “agencia” sin perder capacidad para describir qué estaban concretamente haciendo los actores cuando actuaban.
¿Tomamos en serio a los actores del peronismo?
Los intentos por encasillar al populismo como un tipo de movimiento, régimen o ideología con orígenes sociales determinados, formas específicas de liderazgo, un contenido ideológico o una agenda pública parecidos, e incluso como un “estilo”, nunca dejaron de ser una tarea problemática. La riqueza de las discusiones horadó la posibilidad de sostener el empeño en descifrar una esencia de la cual sería necesario detectar los componentes inmutables mínimos. Estudios que probaron esos andariveles pronto expusieron sus desacuerdos e incomunicaciones, viéndose obligados a enlistar excepciones que desarmaban las clasificaciones y que reponían una vez más la necesidad de discutir el concepto (Conniff, 1981; Vilas, 1988; Álvarez Junco; González Leandri, 1994; Mackinnon; Petrone, 1998; Hermet, 2001; Weyland, 2001; Abromeit et al., 2015).
Quisiéramos evocar un reciente esfuerzo por clarificar estos problemas, no porque queramos entablar aquí una conversación con la profusa bibliografía relativa al populismo latinoamericano, sino porque ese trabajo propuso una respuesta en términos de “prácticas”. Se trata de un artículo de Robert Jansen que postuló una clave de lectura para no disolver las particularidades de los casos a la vez que realizar una formulación conceptual consistente. El autor gestó una definición mínima sobre el populismo: “un proyecto político de amplio alcance que moviliza a sectores sociales marginalizados a través de acción política públicamente visible y contenciosa, mientras articula una retórica nacionalista anti-élite que pone en valor a la gente común” (Jansen, 2011, p. 82). Para poder atribuir la caracterización de populista a una experiencia política, desde esta definición, resulta necesaria una combinación entre movilización popular y retórica populista. A partir de esa definición los análisis de las experiencias concretas evadirían la infertilidad a la que conduce toda revisión de los procesos políticos a los que se les pregunta por su esencia, en lugar de interrogarles por sus modos.
Al estipular a priori cuáles serían los contornos de las prácticas políticas definitorias del populismo (movilización popular y retórica populista), sin embargo, la propuesta de Jansen no consiguió eludir el problema que se proponía sortear. Esto queda claro a la luz del ejemplo escogido por el autor: el primer peronismo. Esta experiencia debería ser catalogada como populista, según el sociólogo, únicamente entre 1943 y 1949, momento en el que la movilización popular inicial que caracterizó al fenómeno peronista en sus orígenes habría cesado. El problema es que esa conclusión sólo puede tener sentido en función de una definición abstracta de lo que fue la movilización popular durante el peronismo. A la luz de la evidencia empírica relevada por la historiografía evocada más arriba, la afirmación resulta rebatible: la movilización en el peronismo fue cambiando su fisonomía, pero en ningún momento parece haberse aplacado (Rein et al., 2009).
El problema que imponen ciertas nociones a nuestros modos de observar la movilización popular desplegada durante el peronismo fue abordado por Omar Acha en un artículo en el que cuestionó la utilidad de la definición clásica de sociedad civil para comprender el activismo peronista durante la década de 1945-1955 (Acha, 2004). En lugar de haber sido objeto del aplacamiento estatal, el historiador demostró la vigorosidad, densidad y extensión que cobró la vida asociativa durante el período, al mismo tiempo que enfatizó su irreductibilidad a las categorías de análisis que separaban a la sociedad civil del estado como entidades autónomas y enfrentadas. La categoría de sociedad política, noción que podía expresar mejor la complejidad de los lazos que las asociaciones establecieron con la política para vincularse con el estado peronista, mostró beneficios para la caracterización de la politicidad de un abigarrado mundo social durante la década que antes había sido “invisible” desde otras herramientas interpretativas. Diversas instituciones no estatales (la Confederación General de los Trabajadores, la Fundación Eva Perón y, en general, un conjunto variado de asociaciones) no requerían de una mirada que las redujera a la sociedad civil y que, eventualmente, las examinara como objetivo predilecto de la contaminación de parte del estado peronista. Para comprender formas específicas de la hegemonía política del peronismo y desandar miradas normativas sobre el funcionamiento de la política, el artículo de Acha propuso salir del esquema que establecía de antemano cuál era la relación posible entre asociacionismo, política y peronismo y, por lo tanto, cuál era el lugar de los actores “desde abajo” en la producción de ese vínculo.
Esa urdimbre asociativa existente en la Argentina peronista mostró su extensión cuando Perón convocó a la población a enviar solicitudes, entre diciembre y enero de 1951-1952, para que fueran contempladas por el estado de cara a la confección del II Plan Quinquenal de gobierno. En las cartas en las que un vecino o una unidad básica solicitaban al gobierno la construcción de una escuela para el barrio o una caja de medicamentos, el historiador descubrió una agencia capaz de convivir con el impulso autoritario de las cúpulas peronistas, una “sociedad civil activa” que podía “coexistir en los intersticios de una hegemonía autoritaria” y cuyas prácticas podían “ser animadas políticamente por una identidad política que proclama el corporativismo” (Acha, 2004, p. 228). El diálogo académico se establecía con una tesis vigente sobre la vida asociativa en el siglo XX argentino como menguada o amputada por el peronismo, forma ideológica emparentada con la idea de consenso pasivo. Por el contrario, el peronismo había activado en la sociedad una vitalidad política alejada de la idea del asociacionismo como conjunto de “nidos democráticos” capaces de sostenerse en tiempos de restricción de las libertades políticas (De Privitellio; Romero, 2005).
El peronismo permitió a sus adherentes elaborar disidencias y reclamos amparándose en las consignas que él mismo había difundido. La apropiación popular de consignas como “la tierra es para quien la trabaja” o “en la Argentina los únicos privilegiados son los niños”, por ejemplo, fue vista por Acha como una toma de la palabra peronista, como una agencia baja de compleja sofisticación. Los actores manipularon una serie de consignas para construir legítimamente su lugar de enunciación en función de realizar demandas al Estado peronista. No obstante, en la idea de que los peronistas tomaron la palabra, la dimensión agéntica continuó siendo una instancia secundaria a una creatura primera cuya autoría se encontraba en otro sitio. Las estructuras, las cúpulas del poder, lo alto de la política, Perón, algo más allá… incluso si se subrayaba que esa creatura había terminado siendo desbordada por la actividad de una sociedad política imposible de contener. Los peronistas resultaban ser ingeniosos bricoleurs de un peronismo mayormente pautado en otro lugar, cuyas capacidades consistían en moverse en el interior de una experiencia cuya gramática había sido creada en otra parte.
Desde la publicación de este importante trabajo, muchas de las investigaciones mencionadas anteriormente han intentado avanzar en la dimensión local o situada de la experiencia política peronista, discutiendo conceptualizaciones rígidas propias de una matriz moderno-centrada para pensar la política. La imagen de un peronismo totalizador que prosperaba sobre un tejido social ralo se hizo sospechosa a la luz del trabajo empírico y hermenéutico de esas investigaciones. La pulseada historiográfica sobre la pasividad pareció ganada. Los cuestionamientos, sin embargo, con frecuencia permanecieron planteados en un vocabulario reivindicador de “autonomías”, “sociedad civil”, “democracia partidaria” o “ciudadanía política”. Vemos allí a un peronismo (un peronismo alto, de cúpulas) atacar a otro peronismo (bajo) que intenta defenderse en nombre de aquellas banderas (o que al menos hubiera querido defenderse). Los actores peronistas tienen renovada importancia, pero para destacar en ellos una agencia de la cual ya conocemos el sentido: negociar, resistir, tomar la palabra. Estas posibilidades ensayadas en la bibliografía tienen un rasgo común. Suponen una existencia dual del peronismo: lo alto y lo bajo, lugares en donde se alojaría lo estructural del peronismo y la agencia de sus actores respectivamente. Un texto de Matthew Karush (2016) sintetizó esa conceptualización de manera ejemplar imaginando al peronismo como una estructura dual.
La dualidad de la estructura imaginada por William Sewell (2005), de quien Karush tomó el concepto clave, proviene del hecho de que modela y es modelada por las prácticas de los actores. Hay una tendencia fuerte a la reproducción de las estructuras a la vez que un riesgo permanente de transformación. Las estructuras producen la agencia aunque esa agencia, en nuevos contextos, sea capaz de modificar los esquemas constitutivos de la estructura. La propuesta de pensar al peronismo como estructura dual permite ofrecer una formulación teórica precisa acerca del rol de los peronistas en el peronismo. Esa noción permite rechazar la idea de consenso pasivo de las masas, y convoca a indagar en los modos históricos de una interrelación en movimiento. El peronismo como estructura habría producido agencia, agencia que a su turno habría reproducido la estructura, pero que, a la vez, habría amenazado a cada paso con transformarla. Un marco interpretativo como este podía explicar los orígenes del peronismo como un “encuentro entre una apelación desde arriba y discursos y demandas movilizados desde abajo” en el que los trabajadores abrazaron la causa de Perón, en el lenguaje del melodrama más que en el de la reconciliación de clase. En ese cortocircuito de voluntades entre Perón y sus seguidores y gracias a la contingencia de 1945, la “agencia popular modeló al peronismo en el momento de su creación”. Luego de 1946 los peronistas se dedicaron mayormente a “reproducir el peronismo”: “hablando el lenguaje del peronismo”, los peronistas “hicieron sus propias demandas e impulsaron sus propias agendas”. Luego de 1955, apunta el historiador, “el equilibrio entre el control desde arriba y la contestación desde abajo habría cambiado de manera decisiva, dando vía libre a los peronistas para imbuir al peronismo de sus propios significados” (Karush, 2016, p. 208-209). Se explica claramente que la dualidad del peronismo no sólo se establecía entre un arriba y un abajo, entre una estructura y una agencia, sino también entre el control y la contestación.
En las perspectivas dualistas, la agencia de los peronistas tiene un sentido contrario al de la estructura peronista. La convivencia de aquella agencia baja con un peronismo que buscaba reducir el poder peronista a un monolítico vértice alimentado de deferencia, burocracias y sueños totalizantes suele ser explicada, lo ha apuntado Nicolás Quiroga (2012), apelando a la idea de “tensión” entre dos peronismos que pujan en distintas direcciones ideológicas y que le otorgan a la concreta experiencia histórica ese carácter inasible que desde las ciencias sociales se le ha atribuido. Una clasificación, a nuestro entender prematura, de los actores como formando parte de un peronismo bajo (resistente, con vocación de autonomía, popular) o de un peronismo alto (alejado de las bases, con vocación de poder, disciplinador) sirve de molde para agrupar diversas experiencias históricas como manifestaciones de esa dupla en múltiples geografías y en toda suerte de objetos de análisis.
Si abordamos el peronismo en la dimensión pequeña localizada la distinción entre un peronismo bajo y un peronismo alto muestra sus forzamientos. ¿Los grupos de dirigentes en la localidad eran lo alto del peronismo? ¿Lo eran frente a los militantes peronistas de los barrios, de los clubes, de los sindicatos de los cuales muchas veces participaban? ¿Lo eran frente a los dirigentes nacionales, Perón, Evita, los miembros del Consejo Superior Peronista? ¿Acaso los sindicalistas que llegaban a ser diputados provinciales eran lo bajo? ¿Lo eran para sus compañeros de partido abogados y médicos? ¿Lo eran para sus vecinos o familiares que observaban el lugar que habían alcanzado? Una mirada en términos de roles plurales, de lugares que no signan posiciones más que en el desarrollo de las interacciones situadas e históricas, podría mejorar las respuestas que ofrecemos a los problemas que esas preguntas evidencian. El examen de las experiencias peronistas en la dimensión pequeña puede permitir describir las relaciones de poder en diferentes planos a partir de la observación de la acción en situación que fabrica sus propios contextos y que viaja a través de ellos de modos no evidentes. Así, las topografías sociales como explicación de comportamientos específicos que derivarían de esas ubicaciones pueden ser descartadas y, en su lugar, podemos preguntarnos por la producción de topografías nativas para pensar las relaciones al interior del peronismo.
El estudio de la acción situada durante el primer peronismo se distingue de la más frecuente búsqueda de una agencia baja. Los grupos no anteceden en la mirada historiadora a su conformación como tales, sino que es a partir de la acción intersubjetiva de los actores que se establecen (siempre de modo provisorio, siempre “haciéndose”) los sentidos específicos que crean, sostienen y transforman las identificaciones políticas. El peronismo deja de ser entonces la explicación de la acción de los peronistas (se comportaban de determinado modo porque eran peronistas). Al contrario, es en el plano de la acción en donde podemos observar cómo se creó, transformó y modificó el peronismo.
Registrar sin aprioris el pasado como si fuera un presente en glissement no es tarea sencilla, y mucho menos lo es cuando nuestro único acceso son fuentes documentales por definición incompletas.3 Sostenemos, sin embargo, que el estudio de cómo se crearon en el presente de la acción ciertos modos de ser en el peronismo puede constituir un horizonte de investigación para evadir nociones que aportan confusión a lo que sabemos sobre el peronismo, como las de “incoherencia”, “oxímoron”, “contradicción”, “tensión”, “ambivalencia” etc.4 Esas nociones son posibles en una mirada analítica que se considera capaz de comprender la acción de los actores más allá de ellos mismos, no en una perspectiva emic sobre lo que sucede en el plano de la acción en donde las contradicciones, críticas, tensiones y ambivalencias apuntadas por los nativos pueden ser pensadas como instancias especialmente fértiles para ingresar al estudio de las competencias críticas de los actores para intervenir y producir mundos plurales (Boltanski, 2009).
Atender al peronismo desde una perspectiva que tiene como horizonte registrar las secuencias de acción específicas permite captar con mayor facilidad formas de negociación, sutiles prácticas de la disidencia, convenciones para representar el poder y las lealtades, los lenguajes de la legitimación, las cartografías de enmarañados conflictos colectivos, zonas neutras a la autoridad peronista. Las fronteras del objeto de estudio deben entonces ser capaces de expandirse y ajustarse a medida que la investigación lo requiera, y no estar predefinidas de antemano. Esa flexibilidad es un requisito tanto para la definición acerca de qué es político y qué no lo es como para los alcances territoriales en los que los actores emplazan su acción.
Avanzaremos en el próximo apartado en un ejemplo concreto que permite ilustrar aspectos relativos a cómo se constituyeron de modo situado durante los años del primer peronismo problemas públicos y enjeux políticos, asuntos que contribuyeron a instalar como válidos y eficaces ciertos modos de actuar en la política peronista. Proponemos atender a la dimensión creativa de la acción intersubjetiva de los actores en la configuración del peronismo, alejándonos de enfoques dualistas. Veremos de qué manera se elaboró la política, sin apelar a factores externos del mundo social en estudio o a fuerzas explicativas abstractas, a partir de críticas y ajustes nativos impulsados por facciones de un peronismo localizado, creando situacionalmente modos específicos y complejos de dirimir sus disidencias y acuerdos a distintas escalas.
Creación, críticas y ajustes de lo que está sucediendo
Tomaremos como ejemplo una constelación de eventos que tuvo lugar en la provincia argentina de Mendoza entre 1948 y 1949 de cara a las elecciones de gobernador. Los núcleos peronistas que se habían desprendido en 1945 de la Unión Cívica Radical impulsaban la candidatura para la primera magistratura provincial del senador nacional Lorenzo Soler. En cambio, otros grupos insistían en que debía restarse poder a ese grupo hasta entonces dominante y profundizar el curso de la revolución en el peronismo local en un sentido más obrerista. Estos últimos, en su mayoría ex laboristas, no disponían de un nombre que consideraran candidateable.5 Cualquiera de sus hombres podría quedar opacado a la sombra de Soler y además no reuniría fácilmente a su alrededor a la enorme cantidad de pequeños grupos que ejercitaban la identificación con el peronismo en contra del grupo entonces gobernante. El nombre que les fue ofertado en alguno de sus viajes a Buenos Aires fue el del teniente coronel de intendencia Blas Brisoli, un militar del círculo íntimo del presidente, que en algún período de su vida había vivido en Mendoza. Dos elementos de su trayectoria se constituyeron, en el contexto preelectoral de la segunda mitad de 1948, en credenciales habilitantes para fundar su candidatura. El primero de ellos era que presidía la Dirección General de Asistencia y Previsión Social para Ferroviarios, cargo que facilitó que pudiera recorrer los más de mil kilómetros que separan a Mendoza de Buenos Aires con diversos objetivos oficiales. El segundo de esos elementos era su estrecha relación con Perón, en tanto jefe del despacho de la Presidencia, posición que hacía indudable su cercanía con el corazón del peronismo.
Más allá de los intentos de delegados políticos enviados por el peronismo central para concertar un candidato común en la localidad, no hubo acuerdos entre las facciones, y pronto comenzaron a operar simultáneamente una Junta Pro Candidatura Soler y otra Pro Candidatura Brisoli.6 El interventor local del Partido Peronista tuvo que recordar a afiliados y dirigentes que no estaba permitido propiciar postulaciones en nombre de la organización hasta tanto las autoridades partidarias no hubieran tomado una decisión al respecto. Esta orden fue desacatada por los brisolistas, quienes señalaron que ellos no se ajustaban a esas órdenes porque sostenían a su candidato por fuera de la estructura del Partido Peronista.7 Los simpatizantes de Soler, a su vez, culparon al interventor partidario de tener un trato permisivo con los brisolistas, y lo denunciaron ante el Consejo Superior, exigiendo su reemplazo por un “ciudadano imparcial”.8 Poco después, la Junta Pro Soler acató la orden partidaria y se disolvió.9 El acatamiento no duraría sino hasta que observaron, durante una visita oficial en la que Brisoli llegó a la provincia para realizar un acto público de gobierno y atender reuniones con diversos grupos peronistas, que no habían conseguido gran cosa dando muestras de obediencia. Volvieron entonces a proponer un nuevo candidato, menos vistoso que Soler, pero con un perfil más parecido al de Brisoli, el coronel Ricardo O. Schaumann.
La invitación a participar de un acto político en favor de Schaumann decía “interpretar el sentimiento de Mendoza que desea para sí un gobernante mendocino”. La consigna ponía en cuestión la candidatura de Brisoli impugnando su condición de no ser mendocino. El orador principal de ese acto indicó que “no repudiaban” la candidatura de sus adversarios “como indigna” ya que se trataba de un “digno colaborador de nuestro gran presidente”, pero opinaban “que le falta una condición indispensable para ser gobernador de Mendoza: la de ser mendocino”.10 La mendocinidad de los precandidatos fue construida entonces como un enjeu político que posibilitaba una impugnación solapada a los designios de las autoridades partidarias a partir de argumentos que no podían ser acusados de indisciplina ni de falta de “lealtad”. El caso es revelador de cómo las disidencias fueron elaboradas de manera creativa por los actores, con el objetivo de transitar por esas zonas neutras de la autoridad peronista en las que los cuestionamientos eran realizados protegiéndola al mismo tiempo públicamente. Si no estaba permitido hacer valer los deseos políticos propios (cosa que hubiera podido ser leída como parte de la vieja política, de la “política caudillista”) en nombre de la legitimidad de la lucha interna abierta o a través de reclamos de mayor democracia y participación, en cambio parecía permitido traducir el malestar en un código no abiertamente faccioso. Los contrarios a la candidatura de Brisoli dieron en ese momento un buen ejemplo de lo que la sociología de la crítica ha llamado una “montée en généralité”, es decir, de un desplazamiento de la escala en la que reclama importancia el cuestionamiento producido por los actores (Boltanski; Thévenot, 1991; Thévenot, 2016). La acción realizada es ilustrativa de las sofisticadas competencias de los actores para moverse en los intersticios de la autoridad peronista.
Elogios y deferencia hacia Perón, Eva Perón y altos mandos fueron herramientas para condenar a los peronistas de la facción contraria en el plano local y reivindicar lo que consideraban reivindicable de un movimiento plural y heterogéneo, muchas veces identificándose con “el verdadero peronismo” y descartando lo que no querían reivindicar. La convocatoria al acto en el que se lanzó la candidatura de Schaumann, por ejemplo, ofrecía “vivas” a Perón y a Eva Perón que difícilmente podrían ser descritas como momentos de mera expresión de la “lealtad” a los líderes carismáticos. Se trataba de actos destinados a situar el desacuerdo en el marco del peronismo, a encuadrar los alcances de la decisión de continuar oponiendo un candidato a la gobernación al interior de la fuerza política que, por los gestos públicos del partido en relación a Brisoli, parecía ya haber tomado la decisión. Esos “vivas” eran una respuesta, además, a quienes los acusaban de no acatar las órdenes partidarias (de no impulsar ninguna candidatura).
Podríamos pensar que la postulación de Schaumann guardaba relación con las internas y las tensiones del peronismo local, más que con el hecho de que Brisoli hubiese nacido en Chivilcoy. Sin embargo, no podríamos decir que se trató del enmascaramiento de los verdaderos motivos para la acción. La postulación era posible justamente porque lo era en esos términos. Fue en el aspecto de la mendocinidad o no mendocinidad de los candidatos que la disputa local se hizo posible y que pudo ser escalada por los mismos actores hacia diversos planos de lectura. Fue una disputa que pudo darse en función de los términos en los que se dio, porque el tema se había convertido exitosamente en el modo de tensionar el tablero electoral del peronismo en la localidad, despegándolo de sus implicancias en la escala “nacional”. La localidad de los candidatos no era entonces un enmascaramiento de la lucha facciosa sino un problema de la política, producido por los actores en el plano local, que era necesario atender para todos aquellos que quisieran participar de las definiciones. El tema pronto se trasladaría a la campaña electoral en su conjunto, a la contienda con los demás partidos políticos locales, quienes también comenzaron a reparar en la condición de mendocinos de sus propios candidatos.11
El éxito que tuvo la crítica impulsada por los peronistas contrarios a la candidatura de Brisoli puede dimensionarse en el hecho de que su efectiva postulación requirió finalmente de ciertos ajustes. El asunto de la mendocinidad había conseguido ser instalado, movilizado, como problema público, es decir, había dejado de ser una operación práctica de ciertos peronistas para contrariar la decisión del peronismo nacional de imponer un candidato e invertir el peso local de las facciones en pugna. También se convirtió en un problema en torno al cual intervino un espectro más amplio y numeroso de actores sociales. Cuando la candidatura fue formalmente anunciada por el Partido Peronista, las gacetillas enviadas a la prensa local se ocuparon de presentar una trayectoria personal, familiar y militar de Brisoli fuertemente signada por su vínculo con la provincia cuyana:
Nació en la provincia de Buenos Aires. Al fallecer su padre, sus familiares se trasladaron a Mendoza y él vino con ellos. Trabajó aquí con su hermano, pero éste tuvo dificultades insalvables en la industria que había emprendido de tal manera que se vio obligado a cerrar las puertas. A partir de entonces, el señor Blas Brisoli trabajó como obrero en Tunuyán, en esta ciudad, en Uspallata y en Maipú. Por entonces cumplió el servicio militar y quedó asimilado como cabo en una de las unidades con asiento en Mendoza. Por entonces comenzó su preparación de autodidacta y cursó estudios en la Universidad Popular de esta ciudad, institución de la cual fue alma, en muchos conceptos. Participó en un concurso para optar al cargo de subteniente de administración. El señor Brisoli resultó primero en esa justa de estudiosos y fue ascendido. Así comenzó la carrera de administración del Ejército. Ya teniente primero, se le destinó a Buenos Aires, donde ha cumplido diversas funciones durante muchos años en el Ministerio de Guerra. Luego de la revolución del 4 de junio, desde noviembre de 1943, ocupa el cargo de director general de Asistencia y Previsión Social para Ferroviarios y al hacerse cargo de la presidencia de la República, el general Juan D. Perón, pasó a hacerse cargo de la jefatura del despacho presidencial.12
No había fechas ni detalles en la creación de este vínculo entre Brisoli y Mendoza. No se puntuaba si había pasado allí un par de años o incluso algunas décadas. La gacetilla ofrecía una narrativa en la que se establecía una relación causal entre el haber vivido en esas tierras y los inicios de una brillante carrera militar que lo llevarían a escoltar desinteresadamente a Perón. El tema de la mendocinidad fue el objeto principal de su discurso de cierre de campaña, en donde el candidato ofreció al público la más lograda versión de esa narrativa. Había aceptado el ofrecimiento del Partido Peronista para ser candidato por el peronismo con el único objetivo, decía, de retribuirle a Mendoza una deuda contraída durante la vida:
Yo he aprendido aquí, a temprana edad, a ganarme el pan con el sudor de mi frente, como simple obrero; yo he conocido aquí la varonil responsabilidad de sostener, con amor filial y tesón inquebrantable, el hogar familiar deshecho por la prematura desaparición de su jefe; yo he sabido aquí lo que es hurtar horas al sueño para dedicarlas al estudio, tras largas jornadas de trabajo; yo he aprendido en Mendoza a forjar el carácter en el yunque del sacrificio; yo he visto nacer aquí mi vocación indomable y aquí he escalado, paso a paso, a fuerza de voluntad, amor y renunciamiento, los primeros peldaños en la carrera militar; yo he vivido en Mendoza las horas inolvidables de una juventud henchida de idealismo y he atesorado afectos de duración eterna; en la tierra mendocina me hice hombre, para mí mismo, para mi hogar y para mi patria; y en tierra mendocina reposan los restos de mi santa madre. He ahí las razones de mi amor por este pueblo.13
Los peronistas, la política y las escalas de la acción
Asumimos una aproximación a la política que se opone a miradas reificantes de “lo político” que lo representan como “una cosa en sí misma, cerrada, autónoma y claramente circunscrita, cuya integridad, autenticidad (y por lo tanto calidad política) serían (y deberían ser) garantizadas por la existencia y la definición de fronteras netas, trazadas a priori” que delimitan qué es político y qué no lo es (Berger; Gayet-Viaud, 2011, p. 9). Preferimos no determinarlo a priori y avanzar sobre la política en femenino como el conjunto de las actividades que van siendo definidas de tal modo por los actores involucrados en su realización concreta (Palmeira; Barreira, 2006, p. 9).
Lo que podría haber sido pensado como una nota de color, como apenas un gesto infrapolítico, como anécdota de una campaña electoral en el interior argentino, accesoria a una “verdad” del peronismo por la cual las candidaturas se instalaban desde arriba hacia abajo sin miramientos, aparece desde esta perspectiva como una instancia de producción de la política de pleno derecho, sin topografías ni límites preestablecidos. Los actores en ese marco ya no son personajes secundarios de lo que sucede, víctimas o resistentes, sino protagonistas de una realización práctica continua e intersubjetiva del peronismo tal como históricamente fue haciéndose.
Podría objetarse que cualquier candidato que gozara de la aprobación de Perón, a partir de 1948, habría resultado exitoso en las luchas internas. Seguramente sí. Lo que venimos argumentando no contradice el contenido de esa objeción, pero no encuentra en el poder del líder (ni en la fuerza de la lógica carismática, ni en el derrame de específicas concepciones peronistas de la política14) una causa para explicar que esto fuera una posibilidad validada y sostenida por miles de peronistas en distintos cursos de acción a lo largo de la década. Es en otro orden de preguntas en el que nos hemos interrogado acerca de cómo la autoridad peronista se creó, se afirmó y se ajustó involucrando a las diversas operaciones críticas impulsadas por actores heterogéneos y a múltiples escalas del peronismo. El proceso de construcción de esa autoridad sobrepasó, por supuesto, la voluntad de los actores individuales, pero no puede ser pensado en términos de creencias políticas o sujeciones mentales o afectivas a una bandera inventada por un taumaturgo. Conviene buscar los fundamentos del funcionamiento de la autoridad en el peronismo en la organización social de la experiencia situada que los mismos actores fueron tramando en sus interacciones, tal como el ejemplo escogido ilustró.
¿Qué hacían los peronistas cuando hablaban de la importancia de ser oriundo del lugar en el que se pretendía ser candidato? La respuesta debe ser enredada, curiosa, atenta: si pueden ser vistos como resistiendo a los embates centralizantes del poder federal o aprovechándolos coyunturalmente para su propio beneficio, también deben ser vistos como reforzando esa centralidad de la autoridad peronista al modular las disidencias políticas en esos términos. Si pueden ser vistos encubriendo sus “verdaderas” motivaciones, es innegable que pensar en términos de enmascaramiento reduce la potencia de la acción producida por estos actores competentes para impugnar formas de ser en el peronismo y crear otras nuevas. Si las razones enunciadas por los nativos parecen simples operaciones prácticas de actores calculadores de corto alcance, también se pone de manifiesto la importancia de tomarlos en serio en tanto que esos motivos que ofrecieron hicieron la política tal como históricamente tuvo lugar, fue vivida y practicada.
Allí en donde la historiografía ha visto deferencia, también podría haber habido desobediencia; en donde se ha visto férreo control partidario, podríamos captar intentos por calmar áridas situaciones de conflictividad interna; en donde se han subrayado discursos ambivalentes, podría haber habido menos ambigüedad y más mensajes hojaldrados hacia grupos específicos; en donde hemos visto peronismos en pugna, intentando dirimir sus “contradicciones”, podría haber habido una cocina intensa de prácticas y de legitimidades disputadas pero a fin de cuentas compartidas. El problema no puede quedar a la deriva del sentido que, como analistas, queramos darle a la acción de los peronistas. Hemos argumentado que la mejor brújula es la que proponen los actores cuando los observamos actuar y no los aprioris de la investigación (Bazin, 2017). Los mapas de poder, en este sentido, ya no son externos a la acción de los peronistas, ni la definen y organizan en función de una grilla interpretativa exógena. Constituyen el lugar que habitan y producen los actores en el curso de su acción, cursos de acción que requieren ser comprendidos de modo interno, dado que es en ese plano en donde se hace descriptible qué es lo que los peronistas estaban realmente haciendo cuando hacían cosas que ellos mismos emplazaban a múltiples escalas.
Versiones anteriores de este trabajo fueron discutidas en el seminario “Influence et contre-influence aux XXe et XXIe siècles : études d’histoire des pratiques”, de la École des Hautes Études en Sciences Sociales; en un panel organizado por el proyecto PIP-CONICET “Juegos de escala en la organización del peronismo: experiencias a ‘ras del suelo’, trayectorias y articulaciones, 1943-1957”, en la Universidad Nacional de Mar del Plata; en una reunión del proyecto UBACYT “Política, asociaciones y espacio público: prácticas y representaciones en el peronismo (1943-1976)”; y en el V Congreso de Estudios sobre el Peronismo, que tuvo lugar en la Universidad Nacional del Noreste. Agradezco especialmente las conversaciones con Yves Cohen sobre diversos aspectos de este artículo. Las lecturas de Étienne Anheim, Matthew Karush y Omar Acha permitieron perfilar los argumentos. El manuscrito también se benefició de los comentarios de otros colegas que asistieron a las reuniones mencionadas, así como de pertinentes señalamientos apuntados por las evaluaciones de pares.
Fuentes documentales
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Comparative Politics
34
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22
2001
1
Las dificultades del esquema de Ernesto Laclau (2005), así como sus potencialidades, han sido destacadas por Matthew Karush (2016).
2
Al referirnos a una “historia pragmática”, aludimos una galaxia de reflexiones relativas al conocimiento histórico a la luz de diversas corrientes de pensamiento pragmático-praxeológico (Cerutti, 2008; Chateauraynaud; Cohen, 2016; Garzón Rogé, 2017).
3
La idea del pasado como un presente en glissement es del inspirador trabajo de Bernard Lepetit (1995).
4
Estas nociones son utilizadas ampliamente en la bibliografía sobre el primer peronismo. Ver a modo de ejemplo, más allá de sus diferencias y del innegable valor de los aportes que suponen para el conocimiento de la experiencia histórica del primer peronismo, las introducciones de dos libros centrales del área (Karush; Chamosa, 2010; Macor; Tcach, 2013).
5
Las consideraciones nativas acerca de por qué no disponían de una figura “candidateable” han sido exploradas en otros escritos (Garzón Rogé, 2014). Allí mencionamos las impugnaciones sociales y políticas internas que habitaban al arco peronista, por las cuales un trabajador no podía ser un senador nacional o gobernador de una provincia. Un escándalo de ese tipo se había planteado en Mendoza en 1946 cuando los radicales renovadores no permitieron que los laboristas asumieran los cargos para los que habían sido elegidos.
6
Estas juntas aprovechaban cualquier evento político para manifestar sus adhesiones. Por ejemplo, a un acto peronista organizado por el Plan Quinquenal prestaban su apoyo el “Centro Vanguardia Peronista a través del Instituto Cultural Faustino Picallo” (Picallo era el gobernador y estaba ampliamente compenetrado en la candidatura de Soler) y la “Comisión de Industriales Teniente Coronel Blas Brisoli”. Los Andes, 04/08/1948.
7
Los Andes, 14/08/1948.
8
Los Andes, 16/08/1948.
9
Los Andes, 26/08/1948.
10
“Discurso de Carlos Ochoa Castro en el acto para propiciar la candidatura del Cnel. R. Schaumann” transcripto en el diario Los Andes, 09/09/1948.
11
“Propaganda del Partido Demócrata de Mendoza” publicada en el diario Los Andes, 15/10/1948.
12
Este perfil fue seguramente guionado por el Partido Peronista. Los Andes, 21/09/1948.
13
“Discurso del candidato del Partido Peronista” transcripto en el diario La Libertad, 28/11/1948.
14
El “encuadramiento” de la diversidad peronista ha sido abordado por múltiples investigaciones que no podemos retomar aquí. Señalemos que la fuerza de un polo carismático que terminó imponiéndose sobre un polo democrático refiere al trabajo de Moira Mackinnon (2002). La idea de que el peronismo se “encuadró” gracias a la difusión de “concepciones peronistas de la política” nos remite a la obra de Fernando Balbi (2007).
Autoria
Mariana Garzón Rogé
Universidad de Buenos Aires (UBA), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Buenos Aires, Argentina. E-mail: mariana.garzon.roge@gmail.comUniversidad de Buenos AiresArgentinaBuenos Aires, ArgentinaUniversidad de Buenos Aires (UBA), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Buenos Aires, Argentina. E-mail: mariana.garzon.roge@gmail.com
Universidad de Buenos Aires (UBA), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Buenos Aires, Argentina. E-mail: mariana.garzon.roge@gmail.comUniversidad de Buenos AiresArgentinaBuenos Aires, ArgentinaUniversidad de Buenos Aires (UBA), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Buenos Aires, Argentina. E-mail: mariana.garzon.roge@gmail.com
Como citar
Rogé, Mariana Garzón. Olhos de mosca. Peronistas, política e os lugares de ação (1945-1955). Tempo [online]. 2019, v. 25, n. 2 [Acessado 17 Abril 2025], pp. 342-362. Disponível em: <https://doi.org/10.1590/TEM-1980-542X2019v250203>. Epub 15 Jul 2019. ISSN 1980-542X. https://doi.org/10.1590/TEM-1980-542X2019v250203.
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