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La mujer como sujeto y objeto de estudio en la historia de las ciencias sociales en México

A mulher como sujeito e objeto de estudo na história das ciências sociais

Women as subjects and objects of study in the history of social sciences

Resumen

Con la finalidad de abrir una reflexión sobre la participación de las mujeres en la historia de las ciencias sociales en México, se plantea el fenómeno de la invisibilización como el modelo de la anulación de las mujeres de la historia de las distintas actividades de la vida pública. El reconocimiento excepcional de algunas mujeres en el ámbito cultural tiene como corolario el ocultamiento de una multitud de profesionales que ayudaron al avance de las distintas disciplinas. Se propone introducir la perspectiva de género a la historia de las ciencias sociales y se muestra su presencia continua en los diversos espacios de conocimiento y apropiación del saber y, en contraste, su ausencia tanto en los puestos directivos como en los registros de los momentos fundacionales de las diferentes disciplinas que han contribuido a forjar.

Ciências sociais; México; Mulheres; Institucionalização

Resumo

Com a finalidade de iniciar uma reflexão sobre a participação das mulheres na história das ciências sociais no México, expõe-se o fenômeno da invisibilização como modelo para a desaparição das mulheres na história das diferentes atividades da vida pública. O reconhecimento excepcional de algumas mulheres no âmbito da cultura tem como corolário a desaparição e o ocultamento de uma grande maioria de profissionais que ajudaram no avanço das diferentes disciplinas. Aborda-se sua presença contínua nos espaços do conhecimento e apropriação do saber e sua ausência tanto em cargos de direção como nos registros dos momentos fundantes das disciplinas que contribuíram em forjar.

Mulheres; Invisibilização; Gênero; Ciências sociais

Abstract

On behalf of the reflection on participation of women in the history of social sciences in Mexico, the phenomenon of invisibilization is proposed as the model of the annulment of women in the history of the different activities of public life. The exceptional recognition of some women in the cultural field has as a corollary the concealment of a multitude of professionals who helped advance the different disciplines. It is proposed to introduce the gender perspective into the history of the social sciences and show its continuous presence in the various spaces of knowledge and appropriation of knowledge and, in contrast, its absence both in the management positions and in the foundational moments records of the different disciplines they have contributed to forge.

Women; Invisibilization; Gender; Social sciences

Introducción

Como una parte de la historia de la ciencia queremos reflexionar sobre un aspecto social de la misma, que consideramos prioritario: la participación de las mujeres. Y, en particular, sobre su participación en la instauración o institucionalización de las ciencias sociales en México. Consideramos que con ello podemos contribuir a un mayor conocimiento de la práctica científica y de las relaciones sociales en que se desenvuelve; pues obviar el género en estas relaciones distorsiona y deforma la realidad estudiada. Buscamos incorporar la perspectiva de género al análisis de la historia de la ciencia; en particular, a la historia de la institucionalización de las ciencias sociales en México, y con ello, enriquecer el análisis.

La historia de la ciencia en México parece no incluir o, al menos, no dar gran importancia a la participación de las mujeres sino hasta hace muy poco tiempo. Si bien pudiera pensarse que en todo el mundo las mujeres se incorporaron de manera plena a la actividad científica sólo hasta la segunda mitad del siglo XX, lo cierto es que diversos estudios contemporáneos se han ocupado de mostrar que – no sin grandes dificultades – las mujeres participaron siempre en la construcción del conocimiento, aunque sin obtener el debido reconocimiento, sea porque éste se acreditaba a otros, sea porque aquél no se consideraba científico (Alic, 1986ALIC, Margaret. (1986), Hypanthia’s heritage. Boston, Bacon Press.; Shiebinger, 1986SCHIEBINGER, Londa. (1986), “The history and philosophy of women in science: a review essay”. Signs: Journal of Women in Culture and Society, 12 (2): 305-352. y 1989SCHIEBINGER, Londa. (1989), The mind has no sex? Women in the origins of modern science. Cambridge, Harvard University Press.).

Los nombres que acostumbramos citar y reconocer cuando se habla del proceso de creación y consolidación de los centros de investigación y docencia, de las academias de ciencias en general y de las ciencias sociales en particular, o del inicio de las grandes empresas académicas, son siempre masculinos. Cuando se habla de la historia de la ciencia, escasamente, y como excepción, encontramos algunos nombres de mujeres que lograron ingresar, a pesar de estar excluidas de los centros de educación y de las sociedades de los hombres de ciencia.

Además de estas mujeres excepcionales (y excepcionalmente reconocidas), existen otras muchas que también desarrollaron aportaciones importantes al saber y el conocimiento, pero cuyo trabajo no es visibilizado por no haberse apegado a los moldes masculinos impuestos en la producción del conocimiento. El fenómeno de la invisibilización de las mujeres, no es exclusivo de las ciencias sino que, nunca está de más decirlo, es el común denominador de todos los espacios identificados con la así llamada vida pública, en prácticamente todo el mundo.

Prueba de la excepcionalidad que reviste el reconocimiento social de los personajes femeninos, más allá del campo de la ciencia, es la existencia de algunos textos que más que una curiosidad, son un registro de una forma de pensamiento. Algunos de ellos los menciona Aurora Tovar (1993TOVAR RAMÍREZ, Aurora. (1993), “Pioneras de la ciencia en México”. Comunicación presentada en el XIX Congreso Internacional de Historia de la Ciencia, 22-29 de agosto. Zaragoza, España.:3), como el Diccionario biográfico universal de mujeres célebres del escritor español Vicente Díaz Canesco1 1 . Se refiere a la obra Diccionario biográfico universal de mujeres célebres o compendio de la vida de todas las mujeres que han adquirido celebridad en las naciones antiguas y modernas, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. Contiene las biografías de las santas y mártires más célebres, con expresión del día de su fiesta: de las reinas y princesas ilustres por sus grandes hechos y sabiduría de su gobierno, o de su fatal recordación por sus maldades de las mujeres que han adquirido el nombre de “heroínas” por su valor cívico o militar, de las sabias y escritoras, con indicación de sus opiniones y sistemas de sus obras y de las mejores ediciones y traducciones que de ellas se han hecho; de las artistas célebres y, en fin, de todas aquellas que merecen una mención en la historia política, social y artística de todas las naciones, por sus talentos, valor, desgracias, virtudes o vicios: dedicado a las señoras españolas (Madrid, Imprenta de Don José Félix Palacios, 1844). ; el Ensayo de diccionario de mujeres célebres, de Federico Carlos Sáenz de Robles2 2 . Federico Carlos Sainz de Robles: Ensayo de un diccionario de mujeres célebres (Madrid, Aguilar, 1859). , y el muy reeditado Mujeres célebres, de Lucinde Mezenod3 3 . Del cual encontramos al menos tres versiones, entre las que destaca la primera en español: Lucienne Mazenod, Las mujeres célebres (trad. Juan Eduardo Cirlot, Barcelona, Gustavo Gili, 1966, 2 vols.; pero cuya última reimpresión data de 1996). . Así como a otros dos textos que tienen este mismo sentido, que son, Galería de mujeres ilustres, de Raquel Escobedo (sobre relatos precolombinos en donde participaron mujeres4 4 . Raquel Escobedo, Galería de mujeres ilustres (México, Editores Unidos Mexicanos, 1967), que no tuvimos oportunidad de revisar. ); y Mujeres notables mexicanas, la “recopilación de ochenta biografías de mujeres mexicanas publicada en 1910 por Laureana Wright” (Tovar, 1993TOVAR RAMÍREZ, Aurora. (1993), “Pioneras de la ciencia en México”. Comunicación presentada en el XIX Congreso Internacional de Historia de la Ciencia, 22-29 de agosto. Zaragoza, España.)5 5 . En realidad son 116 biografías. Cf. Laureana Wright de Kleinhans, Mujeres notables mexicanas (México, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes/Tipografías Económicas, 1910). , textos, estos últimos, que rescatan biografías y datos de mujeres memorables para bien y para mal. Pero son libros que pueden contenerlas a “todas” porque existe muy poca documentación al respecto.

También, gracias a publicaciones mucho más documentadas, como Mil quinientas mujeres en nuestra conciencia colectiva: catálogo biográfico de mujeres de México, de la propia Aurora Tovar (1996)TOVAR RAMÍREZ, Aurora. (1996), Mil quinientas mujeres en nuestra conciencia colectiva: catálogo biográfico de mujeres de México. México, Documentación y Estudio de Mujeres., hoy podemos conocer con certeza los nombres y profundizar en las vidas de algunos cientos de mujeres de la historia mexicana. Algunos otros trabajos en este sentido se han elaborado en otros países latinoamericanos, como Venezuela (Lemoine, 1986LEMOINE, Waleska. (1986), “La mujer y el conocimiento científico”. Quipu, 3: 189-211. y 1993), Puerto Rico (Azize, 1993AZIZE, Yamila. (1993), “Reflexiones históricas sobre la mujer en las ciencias y la ingeniería en Puerto Rico”. In: AZIZE, Yamila y OTERO, E. (eds.). Mujer y ciencia. Puerto Rico, Pro Mujer, pp. 1-8.) y Argentina (Barrancos, 2000BARRANCOS, Dora. (2000), “Itinerarios científicos femeninos a principios del siglo XX: solas, pero no resignadas”. In: MONTSERRAT, Marcelo (comp.). La ciencia en la Argentina entre siglos. Buenos Aires, Manantial, pp. 127-144. y 2007; García, 2006), en donde se recuperan importantes trayectos de la participación femenina dentro de las disciplinas científicas.

Entre los muy pocos nombres femeninos, realmente emblemáticos que la cultura mexicana reconoce ampliamente y sin empacho, está sin duda, junto al de Sor Juana Inés de la Cruz, el de Rosario Castellanos, escritora y diplomática mexicana nacida en 1925, en la Ciudad de México. Aunque creció en Chiapas, en el rancho de sus padres, tras quedar huérfana, a los 16 años Rosario Castellanos regresó a la Ciudad de México para estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, conviviendo ahí con una pléyade de escritores e intelectuales mexicanos y latinoamericanos, antes de emprender un temerario viaje a España en donde realiza una estancia que inicia en 1950 y concluye en 1951.

Para recibir el título de maestra en Filosofía, la joven Rosario Castellanos, con 25 años de edad, escribe en 1950 un ensayo pionero del pensamiento feminista, en el cual reflexiona sobre la relación que las mujeres tienen con las actividades culturales; un tema que permaneció entre sus inquietudes a lo largo de su vida. La obra se titula Sobre cultura femenina (1950). En este ensayo filosófico analiza la difícil posición de las mujeres en el terreno de la cultura, que las coloca en la posición de “serpientes marinas” (seres inexistentes). De esta manera, denuncia que la cultura universal es una cultura eminentemente masculina, hostil y descalificadora de las mujeres; pero destaca y recuerda que existen, a pesar de ello, un sinfín de obras y manifestaciones culturales realizadas por mujeres que han podido trascender y transgredir las prohibiciones que la sociedad y la cultura les impone como limitaciones a su creatividad.

Castellanos revisa, a este respecto, las posiciones misóginas de una larga lista de autores, desde Virgilio, San Pablo y Santo Tomás hasta Balzac, Molière, Nietzsche y Schopenhauer; frente a cuyas posturas destaca la incuestionable presencia y creatividad de autoras como Safo, Santa Teresa de Ávila, Virginia Woolf y Gabriela Mistral. Con ello, Castellanos intenta convocar a conocer este mundo de mujeres en la cultura, sus obras, sus condiciones, sus luchas contra las limitaciones; e invita a entender cómo lograron estas mujeres escapar para convertirse en creadoras y a reconstruir una historia de las mujeres que realizan creación intelectual; y mediante el conocimiento y la divulgación de estas historias, promover la apropiación de las mujeres de este mundo de la cultura.

Construir una genealogía de mujeres en la historia de la cultura y del conocimiento, visibilizar su presencia, por escasa que sea, es una tarea y una empresa en la que ella misma es, al mismo tiempo, objeto y sujeto, y una tarea que reclama la legitimación de las actividades intelectuales de las mujeres.

Mucho antes que Rosario Castellanos, la otra mujer reconocida ampliamente en el firmamento cultural mexicano, Sor Juana Inés de la Cruz, ya había hecho lo propio, durante el siglo XVII, al reivindicar la existencia de las mujeres sabias y su derecho a participar del conocimiento y el saber. Primero, al demostrar, mediante la Carta atenagórica su enorme capacidad para criticar y discutir en un plano teológico, con prelados u obispos del calibre del jesuita portugués Antonio Vieira, sobre la interpretación de los dogmas y la doctrina cristiana y, después, al elaborar en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz una biografía intelectual plagada de poderosas razones feministas sobre el derecho de una mujer letrada no sólo a criticar y a discutir, sino a la simple curiosidad intelectual y al conocimiento.

Es importante señalar que el espacio o contexto cultural desde donde lo hace (el convento, que es a fin de cuentas un sitio de reclusión de mujeres), no goza para nada del prestigio académico ni de la protección que brinda la Universidad Nacional, por lo que dichas cartas, pero sobre todo su desparpajo intelectual y la agudeza de su ingenio, mezcladas con su condición femenina y el resentido entrono político dentro de la Iglesia mexicana, se volvieron una mezcla explosiva que la llevó a silenciar de manera obligatoria su producción literaria.

Para finales del siglo XX, como parte de esta historia y de esta genealogía de mujeres destacadas, se han producido importantes investigaciones sobre varias figuras emblemáticas de la cultura mexicana, como Frida Kahlo, Pita Amor, Antonieta Rivas Mercado o Nahui Ollin, quienes junto con las antes mencionadas, constituyen sólo una pequeña muestra, visible y reconocida, a pesar de múltiples obstáculos, de un conjunto mucho más amplio, oculto por la invisibilización en que la historia y la cultura mantiene sumida la participación de las mujeres en la creación de las instituciones y en las actividades de la cultura y el conocimiento.

Existe pues, desde hace algunas décadas, la preocupación por recuperar, documentar y reconocer que la ausencia femenina en estos espacios no ha sido tan extrema como nos lo ha hecho pensar la historia o las historias oficiales. Así, muchos estudios históricos e historiográficos se han dado a la tarea de investigar, por ejemplo, la presencia de las mujeres en la literatura, en la contabilidad (de las haciendas, casas y conventos), en la Revolución Mexicana; en la medicina y el periodismo, así como en el magisterio; con la finalidad de reincorporar a las mujeres a la historia nacional (Ramos Escandón, 1992RAMOS ESCANDÓN, Carmen (comp.). (1992), Género e historia: la historiografía sobre la mujer. México, Instituto Mora y Universidad Autónoma Metropolitana.).

Así, también, otros estudios se han ocupado de analizar los espacios femeninos para la enseñanza y el conocimiento (como los conventos y las escuelas de monjas) como medios para entender la relación de las mujeres con el saber (Muriel, 1982MURIEL, J. (1982). Cultura femenina novohispana. México, UNAM/IIH.; Martínez Cuesta, 1996; Glanz, 1992GLANZ, Margo. (1992), “Sor Juana y otras monjas: la conquista de la escritura”. Debate Feminista, 5: 223-239.). De esta forma, sabemos de algunas otras mujeres, que aunque no alcanzan la misma fama y reconocimiento, están ahí, aun en el convento, como presencias femeninas en el saber. Sabemos, por ejemplo, entre otras, muy poco conocidas, de la escritora sor Luisa de San Nicolás (1594-1668), autora de crónicas e importantes hagiografías; de la enfermera y partera Josefa Antonia Gallegos, cuya biografía La abeja de Michoacán escribió José Antonio Ponce de León, según lo refieren tanto la biografía de Laurena Wright como el libro de Antonio Rubial García (2006RUBIAL GARCÍA, Antonio. (2006), Profetisas y solitarios: espacios y mensajes de una religión dirigida por ermitaños y beatas laicos en las ciudades de Nueva España. México, FCE/Unam., p. 207); y de la astrónoma Francisca Gonzaga de el Castillo (sic), redescubierta por la propia Aurora Tovar en su investigación sobre las pioneras de la ciencias mexicanas (2005), y que son sólo algunas de las excepciones absolutas que libran a medias las limitaciones del acceso al saber y sobre todo las limitaciones de la invisibilización de la historia.

La escuela es, por excelencia, el lugar para la formación de los científicos, sin embargo, durante mucho tiempo, el acceso a ella no ha sido equitativo para los hombres y las mujeres. El ínfimo alcance de la educación escolar femenina en México puede mostrarse con un dato contundente: en 1874, existían en todo el país, quince escuelas secundarias para mujeres y tres conservatorios: el de Yucatán, el de Valladolid y el de la Ciudad de México, con un total de 2300 alumnas (Cosío Villegas, en Tovar, 1993TOVAR RAMÍREZ, Aurora. (1993), “Pioneras de la ciencia en México”. Comunicación presentada en el XIX Congreso Internacional de Historia de la Ciencia, 22-29 de agosto. Zaragoza, España., p. 7).

En cuanto a la educación superior, ésta no era accesible a las mujeres, pues salvo el título de partera, el resto les estaba vedado. No fue sino hasta 1886 que se otorgó el primer grado en medicina a una mujer (Matilde Montoya); y un año antes se otorgó a otra mujer (Margarita Chorné) el primer grado en odontología, aunque ésta no era todavía una especialidad médica, estatus que consiguió hasta 1903, según afirma Lourdes Alvarado (2003)ALVARADO, María de Lourdes. (2003), “Mujeres y educación `superior´ en el siglo XIX: arranque de un proceso”. In: GALVÁN, Luz Elena (coord.), Diccionario de historia de la educación. México, Conacyt/Ciesas/DGSCA/Unam. Disponible en: http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/indart.htm, consultado el octubre 20015.
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, siguiendo a Milada Bazant y Cecilia Cano. Pero fueron efectivamente esas dos las primeras mujeres graduadas en México (Tovar, 1993TOVAR RAMÍREZ, Aurora. (1993), “Pioneras de la ciencia en México”. Comunicación presentada en el XIX Congreso Internacional de Historia de la Ciencia, 22-29 de agosto. Zaragoza, España.), en un movimiento importante que significó el inicio de la profesionalización femenina; pues de acuerdo con Rodríguez de Romo y Castañeda (2012, p. 10): “en la Escuela Nacional de Medicina de la Universidad Nacional, se graduaron 84 médicas a partir de 1887 – año en que se recibió la primera, Matilde Montoya – y hasta 1937.

En el campo del magisterio la situación es diferente y pudiera considerarse un puente para el ingreso a la trayectoria universitaria. La formación como maestras, por ser una actividad más vinculada culturalmente a las tareas prototípicamente femeninas, fue un campo al que se les permitió acceder a las mujeres, y desde el que algunas saltaron más tarde a la Escuela de Altos Estudios o a la Universidad Nacional, que había impulsado la matrícula femenina en la Escuela Nacional Preparatoria y que ya en 1910 permite el acceso a las mujeres a todas sus carreras, al menos formalmente (Alvarado, 2003ALVARADO, María de Lourdes. (2003), “Mujeres y educación `superior´ en el siglo XIX: arranque de un proceso”. In: GALVÁN, Luz Elena (coord.), Diccionario de historia de la educación. México, Conacyt/Ciesas/DGSCA/Unam. Disponible en: http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/indart.htm, consultado el octubre 20015.
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).

El porfiriato, según informa González Jiménez (2006GONZÁLEZ JIMÉNEZ, Rosa María. (2006), “Las mujeres y su formación científica en la ciudad de México: siglo XIX y principios del XX”. Revista Mexicana de Investigación Educativa, julio-septiembre, pp. 771-795., p. 778 y cuadro 2) tuvo un muy fuerte impacto en la educación básica en general y en el de las mujeres en particular, al quintuplicar el número de escuelas y triplicar la matrícula de la educación básica en el Distrito Federal. Entre 1875 y 1910 se pasó de 64 a 338 planteles y de doce mil a cincuenta mil alumnos inscritos. Así, mientras que en 1875 las mujeres inscritas eran 4,157 (o sea, el 33.9 por ciento del total), para 1910 su número se alzaba ya 26,439, lo cual representaba un poco más del cincuenta por ciento. Ello fue posible, en parte, gracias al impulso que se dio a la formación de profesoras.

CUADRO 2
Desarrollo de la Matrícula Estudiantil de la Unam en los Niveles de Educación Media Superior y Superior, por Género 1924-2015
CUADRO 1
Escuelas y Matrícula de Primaria por Sexo en el Distrito Federal, 1875 y 1910

Alvarado (2003)ALVARADO, María de Lourdes. (2003), “Mujeres y educación `superior´ en el siglo XIX: arranque de un proceso”. In: GALVÁN, Luz Elena (coord.), Diccionario de historia de la educación. México, Conacyt/Ciesas/DGSCA/Unam. Disponible en: http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/indart.htm, consultado el octubre 20015.
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plantea que hubo efectivamente un proceso de “feminización” de la carrera magisterial ligado a la consideración de que se trataba de una actividad femenina que tomaba en cuenta “la supuesta capacidad innata de las mujeres para las tareas educativas y el cuidado de la niñez;” lo cual “encajaba a la perfección con el esquema ideológico y simbólico de la sociedad porfirista.” Pero, subraya, que tal proceso también se debió “a intereses de orden económico, pues las profesoras recibían sueldos más bajos que sus compañeros varones, lo que redundaba en un atractivo ahorro para las finanzas públicas.

De acuerdo con González Lobo (2007GONAZALEZ Y LOBO, María Guadalupe. (2007), “Educación de la mujer en el siglo XIX mexicano”. Casa Abierta al Tiempo, 9 (99), mayo-junio., p. 56), “desde 1887, la Escuela Nacional Secundaria de Niñas expedía títulos de profesoras de instrucción primaria y secundaria y, en 1890, se transformó en Escuela Normal para Profesoras de Instrucción Primaria”, absorbiendo, hacia 1906, más de noventa por ciento de la matrícula femenina (González Jiménez, 2006GONZÁLEZ JIMÉNEZ, Rosa María. (2006), “Las mujeres y su formación científica en la ciudad de México: siglo XIX y principios del XX”. Revista Mexicana de Investigación Educativa, julio-septiembre, pp. 771-795., p. 782 y cuadro 3). Esto a pesar de que la Escuela Nacional Preparatoria no restringía el acceso a las mujeres y de que el gobierno estaba comprometido en impulsar la educación profesional de las mujeres. Al respecto, Lourdes Alvarado hace el seguimiento de un número importante de mujeres que ingresaron a partir de 1885 a este último plantel y entre las cuales figuran las primeras matriculadas y, posteriormente, tituladas universitarias (Alvarado, 2003ALVARADO, María de Lourdes. (2003), “Mujeres y educación `superior´ en el siglo XIX: arranque de un proceso”. In: GALVÁN, Luz Elena (coord.), Diccionario de historia de la educación. México, Conacyt/Ciesas/DGSCA/Unam. Disponible en: http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/indart.htm, consultado el octubre 20015.
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).

A nivel de la educación media superior y superior, la participación de la mujer en la matrícula de la se vuelve constante a partir de 1924, llegado a ser equivalente a la masculina en el año 2000, para superarla en el año 2005 y mantenerse por encima desde entonces (aunque los datos relativos a la matrícula escolar de la Universidad Nacional Autónoma (Unam) no representan el total nacional, sí son representativos de la evolución de la matrícula del país).

Otra parte de la educación de las mujeres mexicanas, que a principios del siglo XX se integrarán al estudio de las ciencias sociales, se lleva a cabo en la práctica laboral de algunas instituciones como el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología (fundado en 1790 y base de los museos nacionales), cuyo director, el historiador Genaro García, era, según lo recuerda Ramos Escandón (2001), un feminista de fin de siglo que escribió sobre la educación de las mujeres y contrató a algunas de ellas cuando fue director del Museo Nacional.

Tal es el caso de Isabel Ramírez Castañeda, nacida en 1881, que se convertiría en una de las pioneras de la arqueología mexicana. Cuando Genaro García se hizo cargo de la dirección del Museo Nacional (1907) y contrata a Eduard Seler para que clasifique todo el acervo, le ofrece de ayudante a Isabel Ramírez Castañeda, una maestra normalista que había asistido a las cátedras de arqueología del propio museo, que fue después ayudante de Leopoldo Batres en la misma tarea de clasificación, para lo cual obtuvo (aunque nunca devengó) una beca de la Universidad de Columbia con el fin de que trabajara como recolectora de datos para la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología (Rutsch, 2003RUTSCH, Mechthild. (2003), “Isabel Ramírez Castañeda (1881-1943): una antihistoria de los inicios de la antropología mexicana”. Cuicuilco, enero-abril., p. 8); debido a lo cual colaboró con Manuel Gamio en las exploraciones de Azcapotzalco y de Culhuacán (Gamio, 1942Gamio, Manuel. (1942), “Franz Boas en México”. Boletín Bibliográfico de Antropología Americana (1937-1948), 6 (1/3): 35-42.) al mando de Franz Boas, de quien Ramírez Castañeda fue alumna y a quien, además, sirvió como intérprete traductora, pues había aprendido náhuatl (Rutsch, 2003RUTSCH, Mechthild. (2003), “Isabel Ramírez Castañeda (1881-1943): una antihistoria de los inicios de la antropología mexicana”. Cuicuilco, enero-abril., p. 9). Al respecto escribe Ruiz Martínez siguiendo a Gabriela Cano y a Mechthild Rutsch:

Hay que resaltar que Isabel se benefició de un período de transformación en el sistema educativo mexicano, que especialmente afectó a las mujeres. Isabel era una de las treinta mujeres que estudiaron en la Escuela de Altos Estudios de la Ciudad de México, una institución inspirada en el Teacher’s College de la Universidad de Columbia en Nueva York. En esta escuela recibió lecciones de antropología y lingüística de Franz Boas. Durante las dos primeras décadas del siglo, esta institución [Altos Estudios] experimentó un importante proceso de feminización y la proporción de mujeres aumentó de un quince por ciento en 1910 a un 78 por ciento en 1924. Las mujeres que alcanzaban estudios superiores se dirigían a profesiones que no desafiaban su función simbólica como madres-cuidadoras. Como antropólogas o maestras, tenían un rol específico dentro de un proyecto nacionalista civilizador, educando a las poblaciones indígenas (Ruiz Martínez, 2006RUBIAL GARCÍA, Antonio. (2006), Profetisas y solitarios: espacios y mensajes de una religión dirigida por ermitaños y beatas laicos en las ciudades de Nueva España. México, FCE/Unam.).

Además, Isabel Ramírez Castañeda fue, al parecer, la primera arqueóloga mexicana que elaboró un artículo científico: “Apuntes acerca de los monumentos de la parroquia de Tlanepantla”, publicado en 1912 en los Anales del Museo (Rutsch, 2003RUTSCH, Mechthild. (2003), “Isabel Ramírez Castañeda (1881-1943): una antihistoria de los inicios de la antropología mexicana”. Cuicuilco, enero-abril.; Silva Roa, 2008).

Aunque su nombre prácticamente desapareció de la historia de la arqueología mexicana, debido al consabido proceso de invisibilización:

Isabel Ramírez Castañeda es la primera mujer mexicana que incorpora a la práctica arqueológica científica las primeras técnicas y métodos en el proceso de excavación, la fotografía y la estratigrafía, además del apoyo etnográfico y lingüístico para la interpretación de los hallazgos a partir de la teoría histórico-cultural (Silva Roa, 2008, p. 57).

Por su parte, la maestra Eulalia Guzmán Barrón (1890-1985) es la otra normalista pionera de la arqueología en México. Pero, al contrario que Isabel Ramírez Castañeda, quien se desarrolla en el reducido y complicado campo de las relaciones institucionales, la carrera de Guzmán no tiene límites espaciales o temporales. Ni en cuanto su formación: estudia en Estados Unidos didáctica de las matemáticas; organización escolar en Alemania y Suiza; filosofía y arqueología en México; ni en cuanto a su actividad: desde joven funda grupos de mujeres dedicadas a la política y escuelas de diferentes niveles; representa al Consejo Feminista Mexicano en el Congreso de la Liga de Sufragistas de 1922, en Baltimore, Maryland; funda la escuela para yaquis en Sonora; se une a las tareas educativas de Vasconcelos, como jefa de la campaña de alfabetización y creadora de las escuelas nocturnas; participa como ayudante de Alfonso Caso en la excavación de la Tumba 7 de Monte Albán, y durante cuatro años se dedica al estudio de los documentos de las antiguas culturas mexicanas en Europa para dedicarse los siguientes 28 a formar y enriquecer el acervo del Inah, siendo pionera en casi todas las actividades que llevó a cabo. Pero tampoco tuvo límites su tendencia hacia la libertad de pensamiento y hacia la necesidad de construir una arqueología nacional desvinculada de la disciplina heredada del colonialismo y del eurocentrismo (Silva Roa, 2006).

Eulalia Guzmán es también un caso ejemplar de la forma simplista en que el prestigio ganado por una mujer puede hacerse añicos por un error “imperdonable”, que quizás no habría tenido el mismo efecto de haberlo cometido un hombre. Ruiz Martínez resume así su relato:

[…] la carrera de Eulalia como arqueóloga, profesora y educadora se vio cuestionada e invalidada tras el controvertido hallazgo que protagonizó en 1949. Ese año declaró haber descubierto los huesos de Cuauhtémoc, el último líder azteca que luchó contra los conquistadores españoles. El hallazgo se realizó en Ichcateopan, en el estado de Guerrero. En esos momentos, la fotografía de Eulalia Guzmán como personaje esencial de este descubrimiento apareció en la página central de muchos periódicos nacionales, pero hoy su presencia en la historia de la arqueología es casi inexistente y habita las memorias de muchos mexicanos como una vieja y loca mujer. El hallazgo fue calificado como falso, envuelto en un capítulo de engaños y presiones políticas. A Eulalia se la conoce más por que hizo mal, es decir, por su mala práctica científica, que por lo que hizo – bien – como arqueóloga, maestra, intelectual y política (Ruiz Martínez, 2006RUBIAL GARCÍA, Antonio. (2006), Profetisas y solitarios: espacios y mensajes de una religión dirigida por ermitaños y beatas laicos en las ciudades de Nueva España. México, FCE/Unam., pp. 137-138).

También en las normales del país se formó otro importante grupo de mujeres mexicanas que vivieron y contribuyeron a la transición del siglo XIX al XX, participando en la creación de las profesiones en las que se comprometieron.

Algunas de las primeras periodistas, anarquistas y revolucionarias mexicanas, pertenecieron antes al magisterio nacional. Tales son los casos de las integrantes femeninas del Partido Liberal Mexicano, entre las que figura la periodista Dolores Jiménez y Muro, fundadora de varias publicaciones contrarias al régimen porfirista, entre las que destaca Fiat Lux, así como de clubes femeniles antireeleccionistas. Fue respetada por Emiliano Zapata quien la nombró generala, aunque su avanzada edad (había nacido en 1848) le impidió unirse a la lucha armada, pero no la salvó de que el ejército federal de Victoriano Huerta, la metiera a la cárcel en 1914 por sus publicaciones.

Más jóvenes, pero también maestras normalistas, sus compañeras de lucha, Elisa Acuña Rossetti y Juana Belén Gutiérrez de Mendoza participaron con los hermanos Flores Magón y Camilo Arriaga en la formación del Club Liberal Ponciano Arriaga, núcleo original del Partido Liberal Mexicano; fundaron, entre otros órganos periodísticos, el diario La Reforma, considerado el primer periódico indigenista y pelearon en la revolución al lado del zapatismo.

En 1927, Elisa Acuña Rossetti dirigió la sexta misión cultural como parte del programa de erradicación del analfabetismo. En tanto que Juana Belén Gutiérrez, fue toda su vida una periodista políticamente comprometida y tradujo a los más importantes autores anarquistas, como parte de su tarea de difundir el pensamiento político del que formaba parte. Peleó en el bando zapatista donde llegó a coronela y organizó el regimiento Victoria.

Todas estas mujeres revolucionarias abrieron brecha en el periodismo político del que fueron profesionales, pero también en el feminismo en el que militaron como grandes innovadoras sociales, que en distintos momentos se reunieron para solicitar el voto y para ampliar la participación de las mujeres en la vida política. Al respecto, afirma Laura Orellana:

De este modo, el último cuarto del siglo XIX y la primera década del siguiente fueron testigos del surgimiento de conjuntos organizados de mujeres, ya sea dirigiendo revistas, especialmente para este público, como La Siempreviva, Las Hijas del Anáhuac, El Álbum de la Mujer, periódico redactado por señoras y Violetas del Anáhuac, o constituyéndose en clubes políticos, especialmente en los primeros años del siglo XX, como el fundado por Juana Belén Gutiérrez de Mendoza (Amigas del Pueblo) y el de Dolores Jiménez y Muro (Club Femenil Antireeleccionista Hijas de Cuauhtémoc).

Por ello, no es de extrañar que el violento proceso iniciado en 1910 haya atraído a las mujeres, aunque apenas en las últimas décadas se ha comenzado a investigar su amplia participación. Tomaron las tribunas: los hospitales, el campo de batalla, la prensa. Enviaron convencidas a sus propios hijos a los campos de batalla; denunciaron las atrocidades cometidas por sus correligionarios a sus jefes; daban consejos políticos a los caudillos; se ofrecieron como mensajeras y espías; se agruparon en asociaciones literarias feministas o en clubes políticos para apoyar a facciones específicas. Las que escribieron mostraban un entusiasmo contagioso: se alentaban unas a otras para contribuir con el pago de la deuda interior del país. Cambiaron las formas tradicionales de la educación introduciendo métodos modernos como la escuela racional o el sistema Montessori; se lanzaban contra el clero por fanatizarlas y hablaban de la revolución como de la santa causa. Algunas, incluso iban más allá al exigir modificaciones legales que las beneficiaran (Orellana Trinidad, 2001ORELLANA TRINIDAD, Laura. (2001), “La mujer del porvenir: raíces intelectuales y alcances del pensamiento feminista de Hermila Galindo, 1915-1919”. Signos Históricos, (5): 109-137., p. 113).

Los actores (y su género) en la historia de la ciencia

La historia de la ciencia, del interés por el saber y el conocimiento, de su proceso de institucionalización, ha recibido una creciente atención investigativa en los últimos años. En el caso de las ciencias sociales, particularmente asociada con la intención de comprender cuál ha sido su relación con el proceso de consolidación del Estado Mexicano y con la institucionalización política.

Algunas de las preguntas que la historia de la ciencia se plantea son: ¿Dónde, cómo y por quiénes se lleva a cabo la producción científica y la formación de científicos y profesionistas? (actores, contextos y formas de organización). En cuanto a la historia de la institucionalización de las mismas, algunas preguntas son: ¿Cuáles son esos actos institucionales y fundacionales que dan nacimiento a las ciencias y quiénes son los actores (su nombre, su género) que los impulsan o los realizan?

Dónde: Los colegios superiores, las universidades y academias; los conventos y colegios de monjas, los salones, seminarios y tertulias, entre otros, son los espacios contextuados de generación de conocimiento y saber, espacios marcados por la segregación por género durante mucho tiempo y además, precisamente por ello, valorados desigualmente en cuanto al prestigio social que se les atribuye. No todos estos espacios están igualmente segregados ni todos tienen iguales niveles de prestigio en el campo del saber.

Por quiénes: Esta pregunta se dirige, precisamente a nuestra preocupación central, que podría enunciarse de la siguiente manera: ¿es verdad que las mujeres no han participado en la creación y desarrollo de las instituciones científicas y académicas?, y en su caso ¿por qué? Así pues, la pregunta es si su ausencia en este proceso es real, o si se trata, una vez más, de un asunto de invisibilización cultural. Además de buscar las explicaciones tanto de su semi-exclusión como de su semi-invisibilización.

Las indagaciones históricas sobre este tema, como ya hemos visto, no son nuevas; de hecho, la década de 1970 vendrá a cuestionar la neutralidad de los saberes y a desvelar la política del cientificismo, mostrando los intereses ideológicos inmersos, haciendo evidente la influencia de valoraciones específicas.

Los análisis de la producción de conocimiento, realizados por la sociología del conocimiento y/o por la historiografía estudian a la ciencia como proceso, estudian sus contextos de creación, y destacan que se trata de una producción situada, en el tiempo, en el espacio y en la epistemología.

Pero la década de 1970 es también, por eso mismo, la década del desarrollo del feminismo político y del “afianzamiento de las mujeres en las universidades” (Maffia, 2007MAFFÍA, Diana. (2007), “Epistemología feminista: la subversión semiótica de las mujeres en la ciencia”. Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, 12 (28): 63-98.).

Los años setenta son, asimismo, años del surgimiento de los programas y centros de estudio sobre “la mujer”, que poco a poco irán convirtiéndose en estudios de género; es decir, son los años de la institucionalización de la perspectiva feminista tanto dentro de las universidades como fuera de ellas (Bartra, 2001BARTRA, Eli. (2001), “Las mujeres y las humanidades”. In: BLANCO FIGUEROA, Francisco. Mujeres mexicanas del siglo XX: la otra revolución. México, Edicol, tomo 3.); cargando desde luego, con todo el descrédito culturalmente correspondiente, y teniendo que trabajar a contracorriente en busca de legitimidad y presupuesto. A este respecto, cabe reconocer el papel de las ONG y la oenegización del feminismo en los años ochenta, en el que se transluce el apoyo de corrientes de pensamiento y movilizaciones internacionales.

Una discusión muy interesante sobre a la institucionalización de los estudios de género se centra en torno a si éstos debieran integrarse a otras disciplinas (planes y programas de estudio e investigación), o si deben buscar convertirse en centros y programas autónomos (ghettización), a riesgo de marginalizarse (Bartra, 2001BARTRA, Eli. (2001), “Las mujeres y las humanidades”. In: BLANCO FIGUEROA, Francisco. Mujeres mexicanas del siglo XX: la otra revolución. México, Edicol, tomo 3.). Tema que, a nuestro parecer, reviste una enorme importancia en el conocimiento del proceso de institucionalización de las ciencias sociales.

La historia de las mujeres en la ciencia busca, por un lado, rescatar las contribuciones que han aportado ellas al desarrollo científico, borradas por las corrientes dominantes de la historia de la ciencia y, como parte de ello, destacar la su participación en la creación y desarrollo de las instituciones científicas. Busca, también, explicar los porqués de esta exclusión, destacando para ello el papel del acceso de las mujeres a la educación y al empleo.

Las mujeres como objeto de estudio en las ciencias

Como parte del rescate o del recuento de la presencia de las mujeres en la ciencia, es posible establecer algunos, pocos, datos. Como ya mencionamos antes, en 1996, Aurora Tovar Ramírez presenta un banco biográfico, constituido por mil quinientos casos de mujeres (mexicanas o extranjeras), cuyas fechas de nacimiento van de 1600 a 1925; que vivieron y desarrollaron actividades en México; mujeres que son reconocidas por sus actividades personales (más allá de sus relaciones de parentesco), actividades que realizan en cualquier campo. Mujeres que aparecen así, como “mujeres ejemplares”.

Ya en el plano más formal o institucional, entre las primeras profesionistas tituladas de México, Tovar menciona, entre otra a la historiadora Narcisa Trujillo, nacida en 1879. Recuerda a Eulalia Guzmán, historiadora y arqueóloga, nacida en 1890. A Emilia Müller, arqueóloga y antropóloga nacida en 1903. A la lingüista Rosa María Gutiérrez, nacida en 1905; a la matemática Rita López Llergo, nacida en 1906. Nos cuenta que en 1945 María Lavalle Urbina (nacida en 1908) fue la primera mujer que se tituló abogada en Campeche, y en 1964 fue la primera senadora del país. La primera mujer que se graduó como antropóloga fue Johanna Faulhaber en 1946; y en 1954, se recibe Alejandra Jaidar, la primera física en la Universidad Nacional Autónoma de México (Tovar, 1996TOVAR RAMÍREZ, Aurora. (1996), Mil quinientas mujeres en nuestra conciencia colectiva: catálogo biográfico de mujeres de México. México, Documentación y Estudio de Mujeres.). Pero ya para finales de la década de los 80 (ver anexo1) la proporción de titulación femenina se acerca al 50%.

Anexo 1
Titulación de Licenciatura en la Unam, 1924-2015 (por género)

Por otra parte, hay que recordar que, en los inicios del proceso de oficialización de la cultura nacional, el Ateneo de la Juventud, en el que participaron, entre otros, José Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes y Pedro Enríquez Ureña, cobra una enorme trascendencia por su vigor en la vida intelectual mexicana que lo lleva a en un largo camino que va de 1910 a 1950 a ocupar el centro la cultura mexicana. Algunos autores incluyen en el Ateneo a dos mujeres: la poeta María Enriqueta Camarillo y la pianista Alba Hernández Ogazón; pero, por lo general, estos nombres, se olvidan en el recuento y análisis del Ateneo de la Juventud (Cano, 2001CANO, Gabriela. (2001), “Las mujeres y las humanidades” In: BLANCO FIGUEROA, Francisco. Mujeres mexicanas del siglo XX: la otra revolución. México, Edicol, tomo 2.). Además, tampoco se menciona en estos análisis que la presencia femenina en las conferencias organizadas por el Ateneo era numerosa; ni se destaca la aceptación de los ateneístas de discípulas y colegas mujeres. Palma Guillén y Luz Vera fueron, sin embargo, dos muy destacadas alumnas de Antonio Caso. Luz Vera logró obtener el primer grado de doctorado en filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, en 1934, habiendo ingresado en 1910 a la misma escuela, entonces Altos Estudios. Palma Guillén fue gran amiga de los Siete Sabios, particularmente, de Manuel Gómez Morín, Lombardo Toledano y Alberto Vázquez del Mercado, y forma parte de La Generación de 1915, junto con Daniel Cosío Villegas y Narciso Bassols, de quienes también fue gran amiga (Cano, 2001CANO, Gabriela. (2001), “Las mujeres y las humanidades” In: BLANCO FIGUEROA, Francisco. Mujeres mexicanas del siglo XX: la otra revolución. México, Edicol, tomo 2.).

Contar, al menos, con algunos nombres, es un avance; pero no resuelve las dudas sobre su participación en la institucionalización de las ciencias en México, y en particular, de las ciencias sociales.

Una pregunta de investigación más específica se refiere a la relación que existe entre la exclusión de las mujeres de los espacios del saber y el momento específico de la “consagración” de las ciencias sociales en el espectro del saber aceptado y calificado como científico y oficial, o institucional, por la comunidad académica nacional.

El momento de la creación de los centros de investigación y estudio parece olvidarse de la presencia de las mujeres al decidir quiénes dirigirán sus destinos. Todo parece indicar que también en México, como en el resto del mundo, las mujeres (algunas mujeres) participaron de las tertulias y en los salones literarios y de discusión; y formaron parte de la “ciudad ilustrada”, hasta que ésta fue reconocida por la oficialidad del saber, como Escuelas, Institutos o Academias (ver, por ejemplo: La historia olvidada de las mujeres de la Escuela de Chicago, de Sivia García Dauder, 2010GARCÍA DAUDER, Silvia. (2010), “La historia olvidada de las mujeres de la Escuela de Chicago”. Reis, 131: 11-41.). Pero en los momentos fundacionales y de institucionalización, o consagración, que reconocen como oficialmente científica su labor, las mujeres quedaron fuera (Pérez, 2000PÉREZ SEDEÑO, Eulalia. (2000), “Institucionalización de la ciencia, valores epistémicos y contextuales: un caso ejemplar”. Cadernos Pagu, 15: 77-102.), y no es sino muchos años después que accederán al derecho de admisión. Y, desde luego, ellas no figuran en los puestos de decisión.

Además, como dice Eulalia Pérez Sedeño (2000PÉREZ SEDEÑO, Eulalia. (2000), “Institucionalización de la ciencia, valores epistémicos y contextuales: un caso ejemplar”. Cadernos Pagu, 15: 77-102., p. 3) la importancia y posición de una mujer en una actividad científica determinada es inversamente proporcional al prestigio del que goza esa actividad en una sociedad. A mayor el prestigio del que goza la actividad, menor el papel que juega en ésta la mujer; y al contrario, a mayor el número de mujeres en una actividad, menor el prestigio de la misma. Esto, por lo menos, hasta hace pocos años.

Los momentos fundacionales de las ciencias sociales

Consideramos conjuntamente a la antropología, a la economía, a la ciencia política, a la historia y a la sociología como parte de las ciencias sociales (además de otras disciplinas constituidas a partir de objetos de estudio particulares, como los estudios sobre la mujer, los estudios latinoamericanos, las relaciones internacionales y un largo etcétera) que se ocupan de formular teorías generales y planteamientos analíticos sobre la sociedad, y que lo hacen sobre la base de hipótesis, construcción de datos e información, que proponen conceptos y explicaciones.

La consolidación de la sociología, la antropología, la ciencia política, la economía, la comunicación, como disciplinas y profesiones es un proceso largo que se inicia con la incorporación de cursos de sociología como parte de la formación del bachillerato, luego, con la inclusión de las materias de economía y sociología en la carrera de derecho; antes de independizarse como carreras autónomas; al mismo tiempo que se desarrolla la investigación sobre lo social, sobre la base de la tradición, primero del positivismo (autores como Andrés Molina Enríquez y Miguel Othón de Mendizábal) y alimentada a partir de la segunda mitad del siglo XX con autores tan diversos como Bergson, Keynes, Boas, Marshall, Weber, Pareto y Marx (Puga, 2009PUGA, Cristina. (2009), “Ciencias sociales: un nuevo momento”. Revista Mexicana de Sociología, 71: 105-131., p. 4).

Este proceso de “institucionalización de las ciencias sociales” (Reyna, 2007REYNA, José Luis. (2007), “La institucionalización de las ciencias sociales en México”. In: TRINIDADE, Helgio (coord). Las ciencias sociales en América Latina en perspectiva comparada. México, Siglo XXI, pp. 249-328.) se compone de dos partes que se retroalimentan: por un lado, la creación de institutos de investigación y las publicaciones asociadas a ellos, y por otro lado, la profesionalización o formación especializada para dotar de conocimientos y competencias en diversos campos de lo social.

El proceso de creación de los centros de Investigación inicia después del movimiento revolucionario, con la fundación en 1917, de la Dirección de Antropología en la Secretaría de Agricultura y Fomento, creada por Manuel Gamio, y de la que se derivará, en un largo proceso, el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Después, en 1930, durante el segundo rectorado de Ignacio García Téllez (1929-1932), se crea, el Instituto de Investigaciones Sociales de la Unam del que más tarde se desprenderá la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

En 1935, la Escuela Nacional de Economía se independiza de la Escuela de Jurisprudencia, bajo la dirección Enrique González Aparicio. Desde entonces la ahora Facultad de Economía ha tenido solamente dos directoras: la doctora Ifigenia Martínez Navarrete (1966-1970) y la maestra Lilia Elena Sandoval Espinosa (1978-1981), ambas egresadas de la Unam y con posgrados, la primera en Harvard y la segunda en la propia Unam.

En 1934, el trabajo editorial que realizaba Daniel Cosío Villegas con Eduardo Villaseñor para la Sección de Economía de la Escuela Nacional de Jurisprudencia desemboca en la creación de la revista El trimestre económico y, posteriormente, del Fondo de Cultura Económica, con el propio Cosío Villegas como su director. En 82 años de existencia el Fondo de Cultura Económica ha sido dirigido solo por una mujer: la maestra Consuelo Sáizar Guerrero de 2002-2009, egresada de la carrera de Comunicación de la Universidad Iberoamericana.

En 1938, Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas fundan la Casa de España reuniendo para disponerse a la enseñanza y la investigación a importantes intelectuales españoles refugiados en México, lo que da lugar en 1940 a la constitución de uno de los centros culturales más importantes del país, el Colegio de México, con Reyes como director (1940-1959) y Cosío Villegas como secretario. Después de la presidencia de Cosío Villegas, que terminó en 1963 y hasta 2015 el Colegio de México fue presidido solamente por varones y en este último año su junta de gobierno eligió a la doctora Silvia Goriugui Saucedo, egresada de la Unam, maestra por El Colegio de México y doctora por la Universidad de Brown.

El tres de febrero de 1939, a través de un decreto presidencial se crea el Instituto Nacional de Antropología e Historia, con Alfonso Caso a la cabeza y con la finalidad de reunir en un solo organismo los diferentes departamentos y direcciones del gobierno federal dedicados a la exploración, vigilancia, conservación, docencia investigación y difusión de la arqueología, la antropología la etnografía y la historia del país. Hacia 2015 el Inah que era una de las dos grandes direcciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes pasó a formar parte de la nueva Secretaría de Cultura. Su directora actual, la doctora en historia María Teresa Franco, que había sido la primera mujer que dirigió el Instituto (de 1992 a 2000), regresó en 2013 a ocupar su dirección.

En 1942, como parte de la institucionalización del Inah, se crea la Escuela Nacional de Antropología e Historia, a partir de una fusión del Departamento de Antropología Biológica de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN, con las cátedras de Arqueología y Filología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Unam y las de Arqueología, Lenguas indígenas y Etnología que impartía la SEP en el Museo Nacional, el cual además sirve de cobijo a la nueva escuela que queda bajo la férula del Instituto Nacional de Antropología e Historia y bajo la dirección de Alfonso Caso, quien a partir de un acuerdo con el Colegio de México incorpora también la enseñanza de la historia. Aunque se da el mismo lento y paulatino crecimiento de la matrícula femenina, de la primera generación de mujeres formadas en esta institución puede afirmarse que “abrieron brecha en esta disciplina, llevaron a cabo investigaciones y formaron nuevas generaciones de antropólogos y antropólogas” (Goldsmith y Sánchez, 2014GOLDSMITH CONNELLY, Mary Rosaria & SÁNCHEZ GÓMEZ, Martha Judith. (2014), “Las mujeres en la época de oro de la antropología mexicana: 1935-1965”. Mora, 20 (1). Disponible en: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1853001X2014000100003&lng=es&tlng=es, consultado el 25/2/2016.
http://www.scielo.org.ar/scielo.php?scri...
). Quizá por ello y por la evidente ruptura con las convenciones sociales en la que se inscribió la escuela, son mayores tanto la cantidad de investigadoras reconocidas como el número de directoras de la Enah; entre ellas, destacan Mercedes Olivera, Gloria Artís y Florencia Peña Saint Martin.

En 1943, el núcleo principal del Ateneo de la Juventud (Alfonso Reyes, Ignacio, Carlos y Ezequiel A. Chávez, Antonio y Alfonso Caso, José Vasconcelos, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Mariano Azuela, Enrique González Martínez, entre otros), en pleno dominio del campo académico e intelectual de México, funda el Colegio Nacional a iniciativa del presidente Manuel Ávila Camacho. De acuerdo con su decreto fundacional, la institución, definida como el lugar de encuentro de los científicos, artistas y literatos más destacados del país, podía incluir hasta veinte miembros. No obstante, los fundadores fueron quince hombres. Aunque el número se amplió a cuarenta en 1971, desde su creación, hasta el año de 1985 el Colegio Nacional fue un club exclusivo para varones. Así que ha tenido ochenta integrantes (aparte de sus quince miembros fundadores) de los cuales solamente tres han sido mujeres: la historiadora del arte Beatriz de la Fuente que ingresó en 1985, y a cuya muerte, acaecida en 2005, el Colegio Nacional volvió a quedarse sin representación femenina; y después, la psicóloga María Elena Medina Mora, que ingresó en 2006, y la arqueóloga Linda Manzanilla que lo hizo en 2007.

El caso del Colegio Nacional se parece al de la Academia Mexicana de la Lengua que, fundada en 1875, ha tenido entre sus miembros solo a nueve mujeres (a partir de 1974, cuando ingresó María del Carmen Millán) y en 2016 tendrá una más, la novelista Rosa Beltrán (Melgar, 2015MELGAR, Lucía. (2015), “Invisibles: breve recorrido en busca de las ___ ausentes (llénese al terminar la lectura)”. Nexos, febrero.). Otro tanto ocurrió con la Academia de la Investigación Científica que, nacida en 1959 y convertida en 1996 en Academia Mexicana de Ciencias, solamente ha sido presidida por una mujer: la doctora Rosaura Ruiz, actual directora de la Facultad de Ciencias de la Unam.

En 1948, Alfonso Caso creó también el Instituto Nacional Indigenista (Paoli, 1990PAOLI BOLIO, Francisco José (coord.). Desarrollo y organización de las ciencias sociales en México, México, Unam/Porrúa.), que el gobierno de Vicente Fox convirtió, en 2000, en la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Entre 1998 y 2000, la hoy embajadora en la India, Melba Pría Olivarrieta fue su primera directora y, de 2006 a 2009 la ingeniera Xóchitl Gálvez, actual delegada política. En el caso de Gálvez el puesto constituía un doble reconocimiento, pues su perfil era el de una mujer de ascendencia indígena (aunque no hablante de la lengua otomí).

Por su parte, el Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) se fundó a fines de noviembre de 1940 gracias a las gestiones del maestro Jesús Silva Herzog, director de la Escuela Nacional de Economía (ENE), ante el rector Gustavo Baz. Desde 1969 el Instituto se maneja de manera independiente, y su directora actual, la doctora Verónica Villarespe Reyes, egresada de la Facultad de Economía, se halla cumpliendo su segundo periodo al frente del instituto. Por su parte, en 1951, el director del Instituto de Investigaciones Sociales, Lucio Mendieta, impulsa la creación de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; y a la fecha sólo una mujer, la doctora Cristina Puga, ha ocupado la dirección.

En 1952, la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional se independiza de la Escuela Superior de Comercio y Administración bajo la dirección de Rodolfo Ortega Maya y hasta la fecha su dirección sólo la han ocupado varones. En cambio, el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Unam nace en 1973 bajo la dirección Jaime Litvak y desde entonces hasta la fecha lo han dirigido cuatro mujeres y tan solo tres hombres; han sido sus directoras: Mari Carmen Serra Puche en dos ocasiones (1985-1991 y 2002-2004), Lourdes Arizpe Scholsser (1991-1994), Linda Manzanilla Naim (1998-2002) y Cristina Oehmichen Bazán (2012-2016).

Una mujer, Consuelo Meyer, cercana colaboradora de Cosío Villegas, que además, fundó la Escuela de Economía de la Universidad de Nuevo León, fundó y dirigió el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales (Cedua), que nació en 1964, con el nombre de Centro de Estudios Económicos y Demográficos; pero tuvieron que pasar cuarenta y cinco años para que fuera dirigido por otra, esta fue Silvia Goriugui Saucedo (2009-2013), la actual presidenta del Colmex.

El Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social nació en 1973 bajo el impulso de Gonzalo Aguirre Beltrán, con Guillermo Bonfil y Ángel Palerm como sus primeros directores. Se llamaba Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (Cisinah) y en 1980 lo reestructuraron y cambiaron su nombre por el actual. Su primera directora mujer fue la doctora Teresa Rojas Rabiela (1990-1996) y la segunda Virginia García Acosta (2004-2014).

Por último, el Cetro de Investigación y Docencia Económicas que fundó y presidió en 1973 Francisco Javier Alejo sólo ha tenido presidentes y directores masculinos en sus 43 años de vida.

En 1976, en pleno auge del feminismo y la feminización de la matrícula y de la docencia universitaria, se constituye el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales (Comecso) como una instancia de asociación de las instituciones de dedicadas en México a las ciencias sociales, con un directorio del todo masculino. Sobre ello escribe Cristina Puga:

En 1976, un grupo de académicos decidieron crear una organización que agrupara a las principales escuelas de ciencias sociales en el país y sirviera de canal de expresión y de mejoramiento académico. Surgió así, el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales (Comecso), formalizado legalmente en enero de 1977. Firmaron, como impulsores de esta iniciativa, Antonio Delhumeau, Arturo Bonilla y Julio Labastida, directores, respectivamente, del Centro de Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políticas, del Instituto de Investigaciones Económicas y del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional directores del Centro de Estudios Sociológicos y del Centro de Estudios Económicos y Demográficos de El Colegio de México, respectivamente; Francisco J. Paoli, director del Departamento de Sociología de la Universidad Iberoamericana; Jesús Arroyo Alejandre, director del Centro de Investigaciones Sociales y Económicas de la Universidad de Guadalajara; Luis Leñero, director del Instituto Mexicano de Estudios Sociales, A.C.; Enrique Florescano y Guillermo Bonfil Batalla, directores del Centro de Estudios Históricos y del Centro de Estudios Superiores, respectivamente del Instituto Nacional de Antropología e Historia, así como Adolfo Mir Araujo y Claude Heller, directores de los Departamentos de Sociología en los campus Iztapalapa y Azcapotzalco de la entonces recién creada Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). El modelo de la nueva organización fue el del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), constituido 10 años antes para estimular la cooperación entre los centros de ciencias sociales de la región latinoamericana (Puga, 2009PUGA, Cristina. (2009), “Ciencias sociales: un nuevo momento”. Revista Mexicana de Sociología, 71: 105-131., pp. 20-21).

Lo que es de nuestro interés particular sobre el proceso de institucionalización de las ciencias sociales, es que en todos los recuentos históricos realizados en torno a las propuestas, creaciones y desarrollos tempranos de estos centros, institutos y escuelas, todos los nombres de actores mencionados y destacados son masculinos, y esto en particular tiene relevancia y explicación en el hecho de que dichos campos de conocimiento están siendo dotados de poder, están siendo “consagrados” (Bourdieu, 1980BOURDIEU, Pierre. (1980), El sentido práctico, Buenos Aires, Siglo XXI.), reconocidos formal e institucionalmente como detentores del saber calificado como científico, y que, por añadidura, se trata de un saber convocado a consolidar el Estado mexicano posrevolucionario.

Creemos que una teorización poderosamente conveniente a la explicación de este fenómeno social de la historia de las ciencias es la planteada por Bourdieu, respecto al capital cultural. Así, diríamos que no sólo los actores, sino los campos o disciplinas mismas son “consagrados” o dotados de reconocimiento (poder y recursos) en el terreno del capital cultural (Bourdieu, 1980BOURDIEU, Pierre. (1980), El sentido práctico, Buenos Aires, Siglo XXI.). No será sino lenta y paulatinamente que algunas mujeres serán aceptadas y reconocidas con plenos derechos en las instituciones de las ciencias sociales.

Conclusión

El orden de género y su correspondiente distribución desigual de poder y el prestigio entre hombres y mujeres no hacen excepción en el campo de la ciencia y el saber. Las ciencias sociales actúan y analizan al mismo tiempo dicho orden, cuya manifestación es histórica. La historia de las ciencias y de sus instituciones forma parte de este proceso de construcción, reproducción, desconstrucción y transformación en que naturalización e invisibilización no son un destino inmutable.

Falta mucho por hacer, pero el camino está marcado. El argumento que por mucho tiempo justificara la exclusión femenina de los puestos de autoridad académica, ha quedado cuestionado y evidenciado. No es que ellas no estuvieran ahí, es que su presencia fue borrada. Su ausencia de la vida política y de los registros no es natural, es una producción artificial que debe ser analizada, denunciada y revertida.

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  • TUÑÓN, Julia. (2011), “Voces a las mujeres: antología del pensamiento feminista mexicano, 1873-1953”. México, UACM.
  • 1
    . Se refiere a la obra Diccionario biográfico universal de mujeres célebres o compendio de la vida de todas las mujeres que han adquirido celebridad en las naciones antiguas y modernas, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. Contiene las biografías de las santas y mártires más célebres, con expresión del día de su fiesta: de las reinas y princesas ilustres por sus grandes hechos y sabiduría de su gobierno, o de su fatal recordación por sus maldades de las mujeres que han adquirido el nombre de “heroínas” por su valor cívico o militar, de las sabias y escritoras, con indicación de sus opiniones y sistemas de sus obras y de las mejores ediciones y traducciones que de ellas se han hecho; de las artistas célebres y, en fin, de todas aquellas que merecen una mención en la historia política, social y artística de todas las naciones, por sus talentos, valor, desgracias, virtudes o vicios: dedicado a las señoras españolas (Madrid, Imprenta de Don José Félix Palacios, 1844).
  • 2
    . Federico Carlos Sainz de Robles: Ensayo de un diccionario de mujeres célebres (Madrid, Aguilar, 1859).
  • 3
    . Del cual encontramos al menos tres versiones, entre las que destaca la primera en español: Lucienne Mazenod, Las mujeres célebres (trad. Juan Eduardo Cirlot, Barcelona, Gustavo Gili, 1966, 2 vols.; pero cuya última reimpresión data de 1996).
  • 4
    . Raquel Escobedo, Galería de mujeres ilustres (México, Editores Unidos Mexicanos, 1967), que no tuvimos oportunidad de revisar.
  • 5
    . En realidad son 116 biografías. Cf. Laureana Wright de Kleinhans, Mujeres notables mexicanas (México, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes/Tipografías Económicas, 1910).

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Sep-Dec 2016

Histórico

  • Recibido
    29 Feb 2016
  • Acepto
    16 Mar 2016
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