Resúmenes
El objetivo de este artículo es discutir la interpretación marxista dominante respecto del significado de lo que Marx llamó el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo y ofrecer una lectura alternativa que sea consistente con los fundamentos de la crítica marxiana de la economía política. Para tal fin, en la primera parte del artículo, se realiza una crítica de dicha interpretación basada en el reconocimiento de su génesis histórica y su filiación con la base textual y fundamentos de la crítica marxiana de la economía política. En la segunda parte, se realiza una reconstrucción crítica del legado de Marx respecto a la determinación del valor de la fuerza de trabajo y se presenta una resignificación del elemento histórico y moral en cuestión.
Palabras claves Elemento histórico y moral; Valor de la fuerza de trabajo; Debates marxistas; Teoría marxista del salario
O objetivo deste artigo é discutir a interpretação marxista dominante sobre o significado do que Marx chamou de “elemento histórico e moral” do valor da força de trabalho e oferecer uma leitura alternativa atrelada aos fundamentos da crítica marxiana da economia política. Para tanto, na primeira parte do artigo, realizamos uma crítica da interpretação acima citada, baseada no reconhecimento de sua gênese histórica e sua filiação com a base textual e com os fundamentos da crítica marxiana da economia política. Na segunda parte, realizamos uma reconstrução crítica do legado de Marx quanto à determinação do valor da força de trabalho e apresentamos uma ressignificação do elemento histórico e moral em questão.
Palavras-chave: Elemento histórico e moral; Valor da força de trabalho; Debates marxistas; Teoria marxista do salário
The aim of this article is to challenge the prevailing Marxist interpretation of what Marx called the “historical and moral component” of the value of labour-power, and to offer an alternative reading which is consistent with the foundations of the critique of political economy. In order to do so, the first part of the article develops a critique of the aforementioned Marxist view, on the basis of a reconstruction of its historical genesis, its support on textual evidence from Marx's works and its theoretical consistency with the foundations of the critique of political economy. Subsequently, the second part of the article undertakes a critical reconstruction of Marx's legacy on the determination of the value of labour-power and proposes a reconsideration of the meaning of its so-called “historical and moral” component.
Keywords: Historical and moral element; Value of labour-power; Marxist debates; Marx's theory of wages
L'objectif de cet article est de discuter de l'interprétation marxiste dominante de ce que Marx appelait “l'élément historique et moral” de la valeur de la force de travail et d'offrir une lecture alternative liée aux fondements de la critique marxienne de l'économie politique. Pour ce faire, dans la première partie de l'article nous critiquons l'interprétation susmentionnée, fondée sur la reconnaissance de sa genèse historique et son affiliation à la base textuelle et aux fondements de la critique marxienne de l'économie politique. Dans la deuxième partie, nous effectuons une reconstruction critique de l'héritage de Marx concernant la détermination de la valeur de la force de travail et nous y présentons une nouvelle signification de l'élément historique et moral en question.
Mots-clés: Elément historique et moral; Valeur de la force de travail; Débats marxistes; Théorie marxiste du salaire
La explicación marxiana del salario ha sido largamente discutida entre críticos y seguidores de Marx desde fines del siglo XIX. Entre otros aspectos, desde fines de la década de 1970 se ha puesto en discusión: la tendencia histórica de la magnitud de los salarios (Baumol, 1983; Hollander, 1984), el grado de diferenciación de los mismos (Bowles; Gintis, 1977; Himmelweit, 1984), el papel del trabajo doméstico en la determinación del salario (Himmelveit; Mohun, 1977; Smith, 1978) e, incluso, la naturaleza mercantil de la fuerza de trabajo que subyace a la relación salarial (Arthur, 2006; Mavroudeas, 2001; Mohun, 1994). En este artículo, nos interesa volver sobre un punto que ha sido relegado y que, sin embargo, es crucial en la explicación marxiana del valor de la fuerza de trabajo: lo que Marx ha denominado el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo (Marx, [1867] 1999a, v. 1, p. 208). Como veremos, la ausencia de la discusión de este punto en los debates marxistas contemporáneos se debe a la existencia de un consenso implícito generalizado respecto al papel que juega dicho elemento en la explicación marxiana del valor de la fuerza de trabajo y al factor que lo determina. En pocas palabras, para la gran mayoría de los marxistas el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo remite a un consumo que trasciende la reproducción de los atributos productivos de los trabajadores y está determinado por la lucha de clases. Así, según esta interpretación, el valor de la fuerza de trabajo está finalmente determinado tanto por la reposición del desgaste material de la fuerza de trabajo como por la lucha de clases, siendo ambos factores recíprocamente independientes.
El objetivo de este artículo es poner en cuestión este consenso general y ofrecer una alternativa consistente con los fundamentos de la crítica marxiana de la economía política. En particular, nos proponemos cuestionar a la concepción que presenta a la reproducción material de los obreros y la lucha de clases como dos factores independientes que determinan la cantidad y el tipo de valores de uso que consume la clase obrera. Ante todo, veremos que, a pesar de su extendida aceptación entre los marxistas, esta interpretación no se deduce naturalmente del legado de Marx. Más aún, ni siquiera encuentra evidencia textual sólida en su obra. Pero, además y fundamentalmente, veremos que, al separar en este aspecto al valor de la fuerza de trabajo de su determinación material, este enfoque acaba por romper la conexión necesaria e inmanente entre materialidad y forma social que es propia de la sociedad capitalista. En contraposición, sostendremos que, al igual que ocurre con el llamado “elemento físico” del valor de la fuerza de trabajo, el “elemento histórico y moral” remite a un consumo de valores de uso que permite la reproducción de determinados atributos productivos del obrero requeridos por las formas materiales del proceso de producción capitalista. Sobre esta base, adicionalmente argumentaremos que el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo no está determinado por la lucha de clases, sino por las necesidades de la acumulación de capital. Dicho polémicamente, sostendremos que la lucha de clases no determina en nada al valor de la fuerza de trabajo, sino que únicamente hace a la forma de realización del mismo.
GÉNESIS Y DIFUSIÓN DEL CONSENSO MARXISTA SOBRE EL SIGNIFICADO DEL “ELEMENTO HISTÓRICO Y MORAL” DEL VALOR DE LA FUERZA DE TRABAJO
La génesis histórica del consenso marxista actual sobre el significado del “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo puede situarse, cuando menos, en las controversias sobre la explicación marxiana del salario a la que dio lugar el debate sobre la “teoría del empobrecimiento” de la clase obrera, desarrollado dentro de la socialdemocracia alemana a principios del siglo XX. El punto de partida de este debate fue el cuestionamiento de lo que Eduard Bernstein, el principal portavoz de la posición revisionista, llamó la “teoría del derrumbe”, imperante entre los marxistas, según la cual la superación del capitalismo dependía, entre otros determinantes, de la existencia de un “empobrecimiento” creciente de la clase obrera que motivase la acción revolucionaria de las masas (Bernstein, [1898] 1982a). Al respecto, Bernstein señalaba que la realidad de la evolución histórica del capitalismo, en los años posteriores a la muerte de Marx, mostraba más bien una tendencia contraria en el nivel de vida de la clase obrera. Los salarios, sugería este autor, aumentaban porque crecía la productividad del trabajo, y los obreros lograban conquistar una mayor participación en el producto social (Bernstein, [1899] 1982b). Frente a esta crítica, los marxistas ortodoxos procuraron ratificar la tendencia histórica al empobrecimiento de la clase obrera, afirmando que, o bien se trataba de un fenómeno “relativo” al nivel de riqueza social disponible (Kautsky, [1899] 1966; Plejanov, [1901] 1964), o bien se realizaría en el “futuro” cuando el capitalismo se desarrollara mundialmente (Luxemburg, [1899] 2010). Este tipo de respuestas, sin embargo, dejaba pendiente la explicación del aumento efectivo de los salarios reales, reconocido por los mismos marxistas. En este punto, insistía Bernstein, el principal problema de los marxistas era que reducían la determinación de los salarios a “términos puramente económicos”, cuando la realidad empírica de su evolución mostraba que estaban determinados por la “lucha de clases”, un fenómeno que Marx ya había advertido, aunque no desarrollado, precisamente al referirse al “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo (Bernstein, [1901] 1904, p. 71).
De acuerdo a Tugán-Baranovsky, el otro célebre crítico de Marx de aquella época, frente a la evidencia persistente de la suba de los salarios reales, en los años subsiguientes, los marxistas se vieron forzados a abandonar la explicación del salario por el valor de los “medios de subsistencia físicamente indispensables”, que subyacía a la “teoría del empobrecimiento”, para pasar a explicarlo por “las condiciones de vida” de la clase obrera, que dependen del “nivel cultural de un país”, esto es, por lo que Marx consideraba el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo (Tugan-Baranowsky, 1913, p. 19). Al igual que Bernstein, este autor consideraba que ambas explicaciones estaban presentes en la crítica marxiana de la economía política, pero que eran mutuamente excluyentes (Tugan-Baranowsky, 1913). Más aún, consideraba que la explicación por las “condiciones de vida” de la clase obrera no sólo era incompatible con la “teoría del empobrecimiento”, cualquiera sea su versión, sino en sí misma “tautológica” (Tugan-Baranowsky, 1913, p. 20). Esta vez, sin embargo, del lado de los marxistas ortodoxos se alcanzó a forjar una respuesta que procuró captar la unidad de la explicación marxiana del valor de la fuerza de trabajo y tornarla compatible con la evidencia histórica de la suba de los salarios reales. El primero en plantearla fue Bucharin (1914, p. 112), precisamente en respuesta a este crítico de Marx:
El señor Tugan-Baranowsky presenta el siguiente dilema: o la ‘teoría del valor’ o el ‘elemento social’. Pero […] la teoría del valor trabajo no entra en ningún conflicto con los ‘elementos sociales’ en el sentido de la lucha de clases. […] Todo incremento sostenido en las necesidades de la clase trabajadora y su consecuente aumento del valor de la fuerza de trabajo se lleva a cabo a través de la lucha de clases del proletariado. […] Cuando salario incrementado (resultado de una lucha de clases exitosa) se sostiene en el tiempo, entonces la fuerza de trabajo dada se transforma en una fuerza de trabajo cualitativamente diferente; paralelamente, hay un segundo proceso: el salario dado, como precio de la fuerza de trabajo, deviene el valor de la fuerza de trabajo.
En otras palabras, para Bucharin, el aumento de los salarios del último medio siglo se explicaba porque la clase obrera había tenido la fuerza política para imponer mejores condiciones de vida y éstas habían pasado a formar parte del “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo. En consecuencia, la suba de los salarios no contradecía la determinación económica de los mismos por la tendencia del valor de la fuerza de trabajo. Así, la “teoría del empobrecimiento” (relativo o futuro) de la clase obrera, necesaria finalmente para explicar la superación del capitalismo, quedaba a salvaguarda enteramente. Para esta misma época, Luxemburg presentó una interpretación similar en su célebre Curso de Economía Política impartido en la Escuela Central de la Socialdemocracia alemana. Según esta autora,
La principal función de los sindicatos consiste […] en remplazar el mínimo fisiológico por el mínimo social, es decir, por un nivel de vida y de cultura determinados de los trabajadores. […] La gran importancia económica de la socialdemocracia reside en que, sacudiendo espiritual y políticamente a las amplias masas de los trabajadores, eleva su nivel cultural y, con ello, sus necesidades económicas (Luxemburg, [1909-17] 1972, p. 228).
En suma, al igual que en el caso de los críticos de Marx, según esta interpretación, el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo no está vinculado con la reproducción de determinados atributos productivos de los trabajadores, sino con el “nivel de vida” conseguido mediante la lucha de clases. Sin embargo, en contraposición a los críticos, esta interpretación considera que, en la medida en que toda transformación en el “elemento histórico y moral” redunda precisamente en una alteración del “valor” de la fuerza de trabajo, el reconocimiento de este determinante no compromete la “teoría del valor” ni la determinación “económica” del salario.
En este punto, cabe mencionar lo que, en este mismo contexto, constituyó, quizás, la única excepción a este “consenso marxista” emergente. Nos referimos a la contribución de Henryk Grossman, quien, en las consideraciones finales de su célebre La Ley de la Acumulación y del Derrumbe del Sistema Capitalista, resalta correctamente la relación entre la intensificación del trabajo y el incremento en el valor de la fuerza de trabajo, mostrando, así, en oposición a los marxistas, la existencia de una determinación material subyacente al éxito de las luchas obreras en torno a los salarios reales, lo cual constituía una explicación alternativa al innegable fenómeno empírico de la mejora en las condiciones de vida de la clase obrera (Grossmann, [1929] 1979). Sin embargo, la concepción de Grossmann era reduccionista e unilateral, porque explicaba la suba del salario real exclusivamente por la mayor intensidad de trabajo. Adicionalmente, poco o nada tenía para aportar respecto del “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza trabajo, cuya presencia, en la obra de Marx, no podía ignorarse. Como sea, el hecho es que la crítica de Grossmann a las posiciones de los marxistas intervinientes en el debate no tuvo mayor impacto.
Así, la aceptación y la naturalización de la interpretación de Bucharin y Luxemburg respecto del significado del “elemento histórico y moral” y, por lo tanto, de la determinación misma del valor de la fuerza de trabajo fueron desarrollándose con el pasar de los años hasta convertirse en una suerte de “saber convencional” entre los marxistas, sin que se reconozca sus autores originales ni la controversia de la cual resulta. Por ejemplo, ya en 1927, Maurice Dobb presentaba como un hecho incontrovertible que, según Marx, el valor de la fuerza de trabajo estaba regulado “en un sentido único por el elemento histórico social” y que, por consiguiente, “cuando los sindicatos tratan […] de hacer subir el nivel de salarios […] su acción misma es parte del ‘elemento social’ y las ventajas que se logran ayudan a moldear el ‘patrón de vida’ tradicional para el futuro” (Dobb, [1927] 1986, p. 86). Del mismo modo, en las décadas siguientes, esta interpretación reaparece igualmente incuestionada en autores tan influyentes y disímiles como Meek (1956), Rosdolsky ([1968] 1989), Mandel ([1976] 1998) y Althusser ([1970] 2011), entre otros. Modernamente, Lebowitz ([1992] 2005), Lapides (1998) y Mavroudeas (2001) pueden citarse como exponentes paradigmáticos de la reproducción de este “saber convencional” en la medida en que discuten la cuestión explícitamente y en extenso. Pero también se la encuentra repetidamente en varios autores presentada al pasar; véase, por ejemplo, Bellofiore (2004) y Heinrich ([2004] 2008).
LOS PROBLEMAS DEL CONSENSO MARXISTA SOBRE EL SIGNIFICADO DEL “ELEMENTO HISTÓRICO Y MORAL” DEL VALOR DE LA FUERZA DE TRABAJO
Un primer punto a resaltar es que la idea de que el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo está determinado por la lucha de clases no tiene soporte textual alguno en la obra de Marx. No existe un solo pasaje en El Capital, ni en cualquiera de sus borradores, en donde se pueda leer ésta vinculación. Más aún, no hay ningún pasaje en donde se afirme que la cantidad y el tipo de los medios de subsistencia que consume la clase obrera resultan del balance de fuerza entre las clases. En cambio, lo único que sostiene Marx explícitamente respecto del “elemento histórico y moral” es que expresa las “condiciones bajo las cuales se ha formado” históricamente “la clase de los trabajadores libres” de un país, esto es, las condiciones de reproducción específicas de cada fragmento nacional de la clase obrera global que han sido heredadas de relaciones sociales pre-capitalistas correspondientes a su génesis histórica (Marx, 1999a, v. 1, p. 208).
Para imputar a Marx la idea de que es la “lucha de clases” la que determina el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo, los marxistas suelen referir a la conocida conferencia Salario, precio y ganancia, donde Marx discute precisamente el vínculo entre los salarios y la lucha de clases (la citada contribución de Lapides (1998) quizás sea la más elaborada en este sentido). Sin embargo, una lectura detenida de este texto tampoco arroja una evidencia textual sólida a favor de esta interpretación. En estas páginas, Marx sostiene únicamente que la “fijación” del “grado efectivo” de la “tasa de ganancia” se establece por la “pugna incesante entre capital y trabajo”, estando su máximo dado por el “mínimo físico del salario y por el máximo físico de la jornada de trabajo” (Marx, [1865] 1987, p. 507), esto es, únicamente por el “elemento puramente físico” del valor de la fuerza de trabajo. Por lo tanto, lo único que puede afirmarse respecto a la lucha de clases es que Marx busca discutir hasta qué punto esta lucha lleva el nivel efectivo del salario hasta el valor pleno de la fuerza de trabajo que, como lo había indicado en párrafos precedentes, incluye el “nivel de vida tradicional” por encima del mínimo físico, esto es, el “elemento histórico y moral”. En ningún caso, sin embargo, se lee que la lucha de clases determine, por sí misma, dicho “nivel de vida”.
En relación a la evidencia textual disponible, hay otro punto problemático en la interpretación dominante, esencialmente de naturaleza metodológica. De acuerdo a esta lectura dominante, el “elemento histórico y moral” completa la determinación del valor de la fuerza de trabajo. Sin embargo, Marx introduce esta consideración a la altura de la exposición de la transformación del dinero en capital, donde aún está considerando la “subsunción formal” del trabajo en el capital. Esto significa que, en esa etapa de la exposición, la determinación del valor de la fuerza de trabajo es aún una “presuposición externa” al movimiento del capital. En efecto, ocurre que, en dicha etapa expositiva, el proceso de trabajo en sí mismo, y por lo tanto, también la materialidad de los atributos productivos de los trabajadores, no son todavía “puestos” por el propio movimiento del capital. En este sentido, se puede argumentar que, de acuerdo al método de Marx, la determinación del valor de la fuerza de trabajo no se puede completar a este nivel de abstracción, sino que implica necesariamente una concretización ulterior que avance desde la subsunción formal del trabajo al capital a la real, y de ésta a la reproducción del capital social global. Dicho de otro modo, en la medida en que el movimiento de la acumulación de capital no aparezca poniendo por sí mismo las condiciones de reproducción de la clase obrera, el valor de la fuerza de trabajo no puede todavía determinarse concretamente.
Pero el principal problema del consenso marxista respecto del significado del “elemento histórico y moral” no es de naturaleza exegética, sino de consistencia con los fundamentos de la crítica de la economía política. En primer lugar, si se desvincula el “elemento histórico y moral” de la reproducción de los atributos productivos de los trabajadores y, por lo tanto, de las condiciones en que se gasta la fuerza de trabajo en el proceso de producción, se rompe la conexión necesaria entre la reproducción del capital como relación social enajenada y la materialidad del proceso de producción y consumo sociales, conexión en torno a la cual gira precisamente toda la crítica marxiana de la economía política (Kicillof; Starosta, 2007). En segundo lugar, al dejar al “elemento histórico y moral” sujeto a los vaivenes de la lucha de clases, se pierde toda base objetiva para su determinación. En este sentido, esta interpretación no resulta finalmente distinta de los enfoques que directamente consideran que el salario está determinado únicamente por la lucha de clases, tal como es el caso de los referidos críticos de Marx que inician el debate sobre la teoría marxiana del salario y, más recientemente, el de la teoría marxista de la determinación política del salario de raigambre operarista (Cleaver, [1979] 1985; Negri, [1979] 2001). Finalmente, es evidente que esta interpretación, al menos en lo que respecta a la relación entre el salario y la lucha de clases, invierte el curso de la determinación del vínculo entre las relaciones económicas y políticas que fundamenta la crítica de la economía política (Iñigo Carrera, 2012).
LOS DETERMINANTES DEL VALOR DE LA FUERZA DE TRABAJO EN LA CRÍTICA MARXIANA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
Comencemos por la formulación más simple que ofrece Marx de la determinación del valor de la mercancía fuerza de trabajo: “el valor de la fuerza de trabajo se resuelve en el valor de determinada suma de medios de subsistencia” (Marx, 1999a, v. 1, p. 209). En este punto, el eje de su argumento es que la cantidad y cualidad de la canasta de mercancías que constituyen el valor de la mercancía fuerza de trabajo se determina por lo que es “necesario para mantener al obrero, esto es, para mantener su vida como trabajador, de modo que, habiendo trabajado hoy, sea capaz de repetir el mismo proceso bajo las mismas condiciones al día siguiente” (Marx, [1861-63] 1988, p. 42). O bien, tal como lo expresa en El Capital, “la suma de los medios de subsistencia, pues, tiene que alcanzar para mantener al individuo laborioso en cuanto tal, en su condición normal de vida” (Marx, 1999a, v. 1, p. 208, énfasis agregado). De esta definción simple se derivan varias cuestiones relevantes para nuestra discusión.
Ante todo, esto implica que lo que está en juego, en el consumo obrero, es la (re)producción de “los músculos, nervios, huesos, cerebro, etc. de [los] obreros” (Marx, 1999a, v. 2, p. 705) que portan materialmente “el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano y que [se] pone[n] en movimiento cuando [se] produce[n] valores de uso de cualquier índole” (Marx, 1999a, v. 1, p. 203). En otras palabras, mediante la apropiación de esos valores de uso, el obrero (re)produce la materialidad de su subjetividad productiva que, como Marx descubrió ya en 1844, no es otra cosa que su “ser genérico” como “individuo humano” (Marx, [1844] 1999b, p. 110). En este sentido, este consumo reproduce, ante todo, la materialidad de los atributos específicamente humanos del individuo: su conciencia y voluntad productivas, es decir, lo que “distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja” (Marx, 1999a, v. 1, p. 216). En suma, esto significa que el “monto y la cualidad de los medios de subsistencia y, en consecuencia, también el grado las necesidades” de los obreros, no pueden tener más determinación material que la reproducción de la forma específica que adquiera la “habilidad, aptitud y fuerza encerrada en el cuerpo vivo del obrero […] a cierto nivel de civilización” (Marx, 1988, p. 45, 50-51).1
Por otra parte, esta definición simple del valor de la fuerza de trabajo abre la pregunta respecto a qué entendía Marx por “condición normal de vida” del trabajador. Una primera respuesta evidente, y por cierto explícita en las referencias textuales, es que esta “condición normal” pasa por el hecho de que el trabajador asalariado sea capaz de actuar en el proceso laboral en el que usualmente participa y, más específicamente, de repetir esta participación en las mismas condiciones que el día anterior. En este punto, en varios pasajes, Marx parece apuntar únicamente a la reconstitución física del trabajador asalariado. Por ejemplo, en El Capital se refiere a estas condiciones como el “vigor” y la “salud” del obrero, y, en los Manuscritos 1861-1863, agrega su “vitalidad en general” (Marx, 1999a, 1988). Estas formulaciones pueden llevar a asociar el estado normal de la fuerza de trabajo solamente con el llamado elemento “físico” del valor de la fuerza de trabajo. Sin embargo, dos argumentos se oponen a esta lectura.
En primer lugar, en los citados manuscritos preparatorios, Marx aclara que “no es necesario mencionar aquí que la cabeza pertence al cuerpo tanto como las manos” (Marx, 1988, p. 51). Esto significa que la condición normal de vida del trabajador no sólo incluye plenas capacidades físicas sino también capacidades “mentales” que, en conjunto, constituyen la unidad de la fuerza de trabajo. Esto es evidente en la medida en que el trabajo concreto realizado por ciertos obreros involucra principalmente una actividad intelectual; por ejemplo, el trabajo académico. Pero, en segundo lugar, Marx es categórico en El Capital cuando afirma que, si “el precio de la fuerza de trabajo cae” hasta el “límite mínimo”, dado por “el valor de los medios de subsistencia físicamente indispensables”, esto significa que la fuerza de trabajo “cae por debajo de su valor, pues, en tal caso, sólo puede mantenerse y desarrollarse bajo una forma atrofiada” (Marx, 1999a, v. 1, p. 210). En consecuencia, de esto se deriva que, para Marx, la “condición normal de vida” del obrero, en cuanto “individuo laborioso”, trasciende el llamado elemento físico del valor de la fuerza de trabajo.
En efecto, los atributos productivos de los obreros, y, por lo tanto, su subjetividad productiva no se pueden delimitar a los estrictamente necesarios para realizar el proceso de trabajo en un restringido sentido “técnico”, esto es, simplemente a los conocimientos específicos requeridos para la realización de tareas productivas determinadas. En cambio, estos atributos deben comprender igualmente lo que, respetando la terminología de Marx sobre el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo, podemos llamar atributos productivos “morales”. Nos referimos, con esto, al conjunto de formas de conciencia, actitudes y disposiciones que también deben ponerse “en movimiento” cuando el obrero “produce valores de uso de cualquier índole”. Por supuesto, estos “atributos morales” no son naturales sino “productos históricos” y, por consiguiente, varían con el “nivel cultural” alcanzado por la sociedad. Más aún, incluso se puede decir que ellos difieren para cada órgano parcial del obrero colectivo, de acuerdo con las diferentes funciones productivas que cada uno realiza bajo el mando del capital. Pero, específicamente, estos “atributos morales” incluyen, primordial y genéricamente, aquello que, como se ha procurado argumentar en otro lugar, constituye la forma más general de subjetividad asumida por la conciencia enajenada del individuo humano en el modo de producción capitalista, a saber: la libertad personal del productor de mercancías (Starosta, 2016; véase especialmente, Iñigo Carrera, 2007). Esta libertad respecto de las relaciones directas de autoridad y sujeción – que, en palabras de Marx en los Grundrisse, no es otra cosa que la forma concreta de la “subordinación” de los individuos a un “poder social” objetivado (Marx, [1858-57] 1997, p. 84-85) – no es simplemente una forma abstractamente ideológica, jurídica o cultural. Es, en primer lugar y principalmente, una determinación material de la subjetividad productiva del individuo humano, una capacidad o fuerza productiva.
Precisemos este punto considerando la comparación que hace Marx entre el obrero asalariado y el esclavo. Cuando analiza el proceso de trabajo bajo el comando del capital, Marx comienza mostrando que la libre subjetividad del obrero asalariado sufre, en relación con la del productor simple de mercancías, una mutilación de su capacidad productiva para organizar el proceso directo de producción. En efecto, la primera manifestación de la determinación específica del proceso de trabajo bajo el mando del capital es que “el obrero trabaja bajo el control del capitalista, a quien pertenece el trabajo de aquél” (Marx, 1999a, v. 1, p. 224). En otras palabras, el capitalista ahora personifica, en nombre de su capital, a la conciencia productiva de la unidad del proceso de trabajo del obrero. En este sentido, comparado con el productor simple de mercancías con el que empieza la exposición dialéctica, el trabajador asalariado experimenta una pérdida relativa del control sobre el carácter individual del trabajo que constituye la determinación material específica de su libertad. Sin embargo, Marx señala, en una nota al pie, que, a diferencia del caso de la reducción del esclavo a un instrumentum vocale, en la antigüedad, esta mutilación material de este aspecto de la subjetividad productiva del trabajador asalariado no es total (Marx, 1999a, v. 1). Aunque a través de su control directo “el capitalista vela porque el trabajo se efectúe de la debida manera y los medios de producción se empleen con arreglo al fin asignado”, en última instancia, la responsabilidad individual de que ello suceda recae en el asalariado (Marx, 1999a, v. 1, p. 224). Esto permite la introducción de medios de producción más complejos y sofisticados vis-à-vis los modos de producción basados en la esclavitud, donde sólo se pueden “emplear únicamente los instrumentos de trabajo más toscos y pesados”, ya que el esclavo “hace sentir al animal y la herramienta que no es su igual […] maltratándolos y destrozándolos con amore” (Marx, 1999a, v. 1, p. 238). En otros términos, el sentido de responsabilidad individual que caracteriza al sujeto libre moderno es, en sí mismo, una fuerza productiva, en tanto que expande el alcance y la cualidad de los medios de producción que pueden ponerse en movimiento en el proceso directo de producción.
Este punto es desarrollado por Marx con más detalle en sus borradores conocidos como Resultados del proceso inmediato de producción. En esas páginas, Marx observa desde un principio que, aunque “el proceso laboral, desde el punto de vista tecnológico, se efectúa exactamente como antes, sólo que ahora como proceso laboral subordinado al capital”, la subsunción formal del trabajo en el capital ya conlleva un desarrollo material de las fuerzas productivas (Marx, [1864-65] 2000, p. 61). Así, la nueva forma social de “coerción que apunta a la producción de plustrabajo […] acrecienta la continuidad e intensidad del trabajo” y “es más propicia al desarrollo de las variaciones en la capacidad de trabajo y con ello a la diferenciación de los modos de trabajo y de adquisición” (Marx, 2000, p. 62). El siguiente pasaje de este mismo texto capta elocuente y concisamente la determinación de la “conciencia de libertad” del trabajador asalariado como un atributo productivo específico en comparación a la situación del esclavo:
En comparación con el artesano independiente que trabaja para clientes desconocidos […], es natural que aumente la continuidad del trabajador que labora para el capitalista, cuyo trabajo no reconoce límites en la necesidad eventual de tales o cuales customers, sino únicamente en la necesidad de explotación que tiene el capital que le da empleo. Confrontado con el [del] esclavo, este trabajo se vuelve más productivo, por ser más intenso; el esclavo, en efecto, sólo trabaja bajo el acicate del temor exterior, y no para su existencia – que no le pertenece, aunque sin embargo le está garantizada –, mientras que el trabajador libre trabaja para sus necesidades […]. La conciencia (o más bien la ilusión) de una determinación personal libre, de la libertad, así como el sentimiento […] (conciencia) de responsabilidad […] anejo a aquélla, hacen de éste un trabajador mucho mejor que aquél. El trabajador libre, efectivamente, como cualquier otro vendedor de mercancía, es responsable por la mercancía que suministra, y que debe suministrar a cierto nivel de calidad si no quiere ceder el campo a otros vendedores de mercancías del mismo género […]. La continuidad de la relación entre el esclavo y el esclavista es tal que en ella el primero se mantiene sujeto por coerción directa. El trabajador libre, por el contrario, está obligado a mantener él mismo la relación, ya que su existencia y la de los suyos depende de que renueve continuamente la venta de su capacidad de trabajo al capitalista (Marx, 2000, p. 68).
Marx profundiza luego este desarrollo tanto por el contenido como por la forma de salario del valor de la fuerza de trabajo, que permite “libertad de movimientos dentro de estrechos límites […] para la individualidad del obrero” (Marx, 2000, p. 69) en la determinación de la singularidad de sus condiciones de reproducción. Así, el valor de la fuerza de trabajo promedio de la clase obrera en su conjunto se compone de valores diversos de la fuerza de trabajo correspondiente a los órganos del obrero colectivo de diferente complejidad; el salario oscila cíclicamente en torno al valor de la fuerza de trabajo; y, finalmente, aún “dentro de la misma rama laboral”, los salarios individuales varían “según la diligencia, habilidad, vigor, etc., del obrero, y, sin duda, esas diferencias están determinadas hasta cierto punto por la medida de su rendimiento personal”. “De esta suerte”, concluye Marx, “la cuantía del salario varía por obra de su propio trabajo y de la calidad individual de este último” (Marx, 2000, p. 69). Esto contrasta con las condiciones de reproducción material del esclavo, para quien “el salario mínimo aparece como una magnitud constante”, dentro de “límites predestinados, independientes de su propio trabajo, determinados por sus necesidades puramente físicas” (Marx, 2000, p. 68-69). Las cualidades productivas individuales, como la fuerza física o el talento particular, “pueden elevar el valor venal de su persona, pero esto a él no le va ni le viene”, dado que no afecta sus condiciones de reproducción (Marx, 2000, p. 69). En suma, Marx concluye que “todas estas relaciones modificadas hacen que la actividad del trabajador libre sea más intensa, continua, móvil y competente que la del esclavo, aparte que lo capacitan para una acción histórica muy diferente” (Marx, 2000, p. 70).
¿Qué implicancias tiene todo este desarrollo respecto de la determinación más simple del valor de la fuerza de trabajo que consideramos más arriba? Si la libertad del obrero es un atributo productivo suyo tanto como lo es cualquier otra habilidad técnica específica que tenga, entonces la misma debe ser (re)producida materialmente, tal como ocurre con la habilidad técnica; esto es, tiene que ser (re)producida mediante el consumo de determinados valores de uso. En consecuencia, para que el proceso de producción capitalista se efectúe normalmente, entonces el “monto y la cualidad de los medios de subsistencia, y en consecuencia también el grado las necesidades” (Marx, 1988, p. 45) de los obreros debe incluir igualmente las mercancías que, tanto en sus atributos como en su forma de apropiación práctica, reproduzcan la forma de libertad personal bajo la cual se realiza la subsunción impersonal del obrero al capital. En este texto que analizamos, Marx indica esto resaltando que, en la medida en que el asalariado “actúa como agente libre” cuando adquiere mercancías, “es responsable por la manera en que gasta su salario [y] aprende a autodominarse, a diferencia del esclavo, que necesita de un amo” (Marx, 2000, p. 70). Asimismo, en este contexto, señala que, “a modo de ejemplo, los periódicos se cuentan entre los medios de subsistencia necesarios para el trabajador urbano inglés”; esto es, un valor de uso ideológico que, en términos generales, es obviamente superfluo para la reproducción de las habilidades técnicas específicas de los obreros, pero crucial para la reproducción material de su conciencia libre (Marx, 2000, p. 70). En suma, el proceso de consumo individual del obrero no solo involucra su auto-producción como portador de ciertas habilidades y conocimientos técnicos, sino también como un sujeto productivo personalmente libre. Los “medios de subsistencia necesarios” de los obreros deben incluir, por tanto, todos los valores de uso requeridos para la reproducción de sus atributos productivos materiales en su unidad, esto es, tanto los “técnicos” como los “morales”.
EL SIGNIFICADO DEL “ELEMENTO HISTÓRICO Y MORAL”
Dado este análisis de los determinantes del valor de la fuerza de trabajo, quisiéramos sugerir una resignificación de lo que Marx buscó decir con la distinción entre el elemento “físico” y el “histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo. Dicho brevemente, el primer elemento corresponde, en líneas generales, a la (re)producción de la dimensión estrictamente “técnica” de la fuerza de trabajo tal como lo indicamos más arriba; esto es, la (re)producción de las habilidades específicas que demanda el proceso de trabajo en el que actúa el obrero. En este punto, estamos simplemente siguiendo la letra del texto de Marx y, de hecho, existen pocos desacuerdos entre los comentaristas al respecto. En cambio, en relación al elemento “histórico y moral”, nuestro argumento es que este otro componente del nivel de vida de los obreros condensa el conjunto materialmente determinado de valores de uso que son cualitativa y cuantitativamente necesarios para (re)producir los atributos productivos de éstos en tanto trabajadores libres que, a través de esta libertad, afirman su sujeción objetiva al movimiento autonomizado del producto de su propio trabajo, esto es, al movimiento del capital.2
Aunque obviamente no constituye en sí misma una evidencia textual definitiva, a la luz de esta resignificación del “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo, nos parece sugestivo que, en su exposición, Marx sostenga que este elemento refleja “las condiciones bajo las cuales se ha formado la clase de los trabajadores libres, y por tanto de sus hábitos y aspiraciones vitales” (Marx, 1999a, v. 1, p. 208, énfasis agregado). En otras palabras, se puede leer aquí que dicho elemento refleja la génesis del asalariado, no simplemente como individuo trabajador, sino en su determinación históricamente específica de trabajador libre. Así, si la valorización del capital se basa específicamente en la explotación de las potencias productivas del obrero personalmente libre, la libertad del obrero no es un mero velo ideológico o jurídico que oscurece la realidad de la explotación en el proceso directo de producción, sino asimismo una determinación histórica de la subjetividad productiva.
Como es evidente, esta lectura del significado del “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo se contrapone directamente al referido “saber convencional” marxista según el cual este elemento está determinado por la lucha de clases. Pero hay un aspecto más en que nuestra lectura difiere de la concepción marxista dominante. Según señalamos más arriba, para esta concepción, el “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo y, por tanto, este valor mismo se determina al nivel de la subsunción formal del trabajo en el capital. Y, en efecto, por nuestra parte, hasta aquí hemos seguido a Marx en la discusión de las determinaciones del valor de la fuerza de trabajo correspondiente a este nivel de abstracción. Esto es, nos hemos limitado a considerar al elemento “físico” y, en particular, al “histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo, como expresión de la reproducción de atributos productivos demandados por un proceso de trabajo que no aún no fue subsumido y modificado realmente por el capital. De ahí que, siguiendo a Marx, hemos considerado al “monto medio de los medios de subsistencia necesarios”, “en un país determinado y en un período determinado” como una magnitud “dada” (Marx, 1999a, v. 1, p. 208). Sin embargo, Marx aclara también en este punto que, por más que este monto pueda tomarse provisoriamente como un “dato sabido”, los “medios de subsistencia que necesita el trabajador para vivir como trabajador difiere de un país a otro y de un nivel de civilización a otro” (Marx, 1988, p. 44). La investigación dialéctica sistemática del valor de la fuerza de trabajo, y, en particular, de su “elemento histórico y moral”, debe, por tanto, incluir una explicación del principio dinámico de transformación material que rige dichas diferencias. Esta dinámica transformativa no puede tener otra fuente que el automovimiento del capital, que, a esta altura de la exposición, ya fue revelado como el sujeto enajenado del proceso de vida humano, en vistas de la producción de plusvalor. De este modo, una investigación completa del valor de la fuerza de trabajo debe incluir la internalización y transformación de sus determinaciones como un momento inmanente al proceso de valorización y reproducción ampliada del capital. En otras palabras, debe explorar las implicancias de la subsunción real del trabajo al capital para la determinación del valor de la fuerza de trabajo.
En El Capital, Marx se concentró en el examen del impacto de la subsunción real en el valor de la fuerza de trabajo, principalmente a través del análisis de los cambios relacionados en la productividad del trabajo; esto es, en el efecto sobre dicho valor que tiene el abaratamiento de los valores de uso que entran en el consumo obrero. Sin embargo, desafortunadamente lo mismo no puede decirse respecto del efecto sobre “los llamados requerimientos básicos para la vida y el modo de su satisfacción”, que “dependen en gran medida del nivel de civilización de la sociedad” y son, por tanto, “productos de la historia” (Marx, 1988, p. 44). En efecto, aunque pueden encontrase desperdigados algunos elementos para esta investigación, Marx no abordó, de un modo sistemático, las determinaciones cualitativas y cuantitativas de los patrones variantes de consumo de la clase obrera. No obstante, recuperando dichos elementos, puede formularse un programa de investigación coherente que busque el contenido de tales determinaciones en las formas históricamente cambiantes de la subjetividad productiva de los obreros asalariados, a su vez resultantes de las diferentes bases materiales de la producción de plusvalor relativo.3
Este programa de investigación es, ante todo, perfectamente consistente con las determinaciones del valor de la fuerza de trabajo que Marx efectivamente desarrolló de modo sistemático. Como vimos, para Marx, el proceso de consumo individual no tiene otro contenido que la producción y reproducción de la materialidad de la subjetividad productiva de los asalariados. Por tanto, al subsumir y modificar el proceso de trabajo con el objeto de producir plusvalor relativo, el capital también transforma los requerimientos de atributos físicos e intelectuales que deben ser puestos en acción para producir una masa de valores de uso preñados de plusvalor. Además, el capital modifica, consecuentemente, la combinación normal promedio de las magnitudes intensivas y extensivas del gasto de fuerza de trabajo en el proceso directo de producción. En pocas palabras, con cada ciclo de renovación de las bases técnicas generales del proceso de valorización, el capital revoluciona la subjetividad productiva de los diferentes órganos del obrero colectivo. Ahora bien, esta transformación sólo puede resultar de, y ser reproducida por, la mutación de la “norma de consumo” de la clase obrera.4
Como es evidente, esta transformación no solo involucra el elemento técnico del valor de la fuerza de trabajo. Las nuevas condiciones de producción conllevan también, y especialmente, un cambio del conjunto de los “requerimientos básicos para la vida” y los “modos de su satisfacción” que corresponden a lo que aquí hemos llamado atributos “morales” de los trabajadores. Esto es, las bases materiales históricamente cambiantes del proceso de valorización demandan especialmente una transformación en las diferentes formas concretas a través de las cuales los asalariados afirman su libertad personal en el proceso de producción. Y estas diferentes capacidades también necesitan ser producidas y reproducidas mediante un patrón de consumo modificado. Así, a medida que la subjetividad productiva de los obreros deviene progresivamente un resultado cada vez más puro de la reproducción autonomizada del capital social global, las condiciones históricas correspondientes a la génesis de los obreros como trabajadores libres devienen cada vez más residuales para la determinación del valor de la fuerza de trabajo. En pocas palabras, a medida que el capital avanza en la subsunción real del proceso de trabajo, internaliza la determinación del elemento “histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo.
VALOR DE LA FUERZA DE TRABAJO Y LUCHA DE CLASES
En contraste con nuestra lectura de la explicación marxiana del valor de la fuerza de trabajo, los marxistas tienden a reducir la conexión entre las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo y el proceso de producción capitalista al componente físico y técnico del consumo de los obreros. Así, todos los medios de subsistencia que no aparecen vinculados directamente con la reconstitución física y técnica de la fuerza de trabajo se los considera completamente desvinculados de la materialidad del proceso de trabajo capitalista. Luego, como hemos visto, el llamado por Marx “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo es presentado como un fenómeno que está materialmente indeterminado y sujeto al resultado contingente de la lucha de clases. A su vez, bajo este enfoque los obreros y los capitalistas no son vistos como personificaciones de necesidades antagónicas de la reproducción del capital social global, sino como sujetos políticos abstractamente libres que persiguen la satisfacción de sus intereses y necesidades de clase.
El enfoque que procuramos presentar en este artículo, implica una lectura completamente opuesta de la conexión entre la determinación del valor de la fuerza de trabajo y la lucha de clases. Específicamente, nuestro argumento es que las condiciones materiales del proceso de reproducción del capital constituyen el contenido de la determinación del valor de la fuerza de trabajo. Lo hacen, como hemos visto, en tanto que determinan las diferentes formas de la subjetividad productiva que componen el obrero colectivo y, en consecuencia, la cantidad y el tipo de medios de subsistencia que los obreros necesitan consumir para producir y reproducir sus atributos productivos. Sobre esta base, la lucha de clases deviene la forma necesaria que mediatiza el establecimiento de dicha unidad material entre los requisitos productivos y de consumo obrero de la reproducción del capital social global. Nótese que este rol necesario de mediación de la lucha de clases en la fijación concreta (en oposición a su determinación) del nivel normal de vida de los trabajadores, no atañe únicamente al “elemento histórico y moral”. Corresponde, en cambio, a la canasta de consumo obrero en su totalidad, es decir, incluyendo asimismo elemento físico y técnico. En otras palabras, no hay ningún valor de uso que entre en la determinación del valor de la fuerza de trabajo cuyo consumo no se asegure a través de la lucha de los obreros en cuanto clase. Y, a la inversa, no hay ningún valor de uso consumido por los obreros que no se determine por los requerimientos materiales del proceso de valorización del capital social total.
Desde un punto de vista textual, esta perspectiva es consistente con la única evidencia que Marx dejó sobre esta cuestión en sus obras. Por un lado, hemos mencionado ya brevemente sus comentarios en Salario, Precio y Ganancia, el único texto en el que discute explícitamente la conexión entre la lucha de clases y la determinación del valor de la fuerza de trabajo. Por otro lado, como se ha procurado demostrar detalladamente en otro lugar, una reconstrucción cuidadosa del capítulo VIII de El Capital tiende a respaldar y confirmar esta lectura (Caligaris, 2012; Starosta, 2016). De acuerdo a la explicación de Marx en esas páginas, la lucha entre la clase obrera y la clase capitalista en torno a la duración de la jornada laboral, no es un proceso autodeterminado cuyo resultado es contingente, sino más bien una relación social mediadora que fuerza al Estado capitalista a fijar límites legales para que se establezca una jornada laboral normal. A su vez, el contenido de esta normalidad no está indeterminado. A medida que la exposición dialéctica avanza, surge que la duración normal de la jornada laboral está materialmente determinada por las condiciones en las cuales la fuerza de trabajo es consumida por el capital en el proceso de producción: una “jornada laboral normal”, sostiene Marx, es aquella que no lleva al “agotamiento y muerte prematuros de la fuerza de trabajo misma” (Marx, 1999a, v. 1, p. 320). En consecuencia, la lucha de clases en torno a la duración de la jornada laboral, en primera y en última instancia, no tiene más papel que el de realizar la necesidad del propio capital de que haya una jornada laboral normal y de que, en consecuencia, el pago de la fuerza de trabajo se realice por su valor completo.
Más sustantivamente, se puede decir que el reconocimiento de que la lucha de clases no es más que la forma en que se realiza el contenido que constituye el valor de la fuerza de trabajo es, en definitiva, un corolario necesario de reconocer al capital social global como el sujeto enajenado del proceso de reproducción de la vida social (Marx, 1999a, v. 2; Iñigo Carrera [2003] 2013). En efecto, el capital es tal sujeto enajenado no simplemente por subsumir como un momento suyo al proceso de producción de valores de uso para la vida humana, sino por subsumir igualmente al proceso de consumo de esos mismos valores de uso, lo cual precisamente repone los atributos productivos de los trabajadores que son necesarios para poner en marcha un nuevo ciclo de producción. El “consumo individual del obrero”, sostiene categóricamente Marx, es “un elemento de la producción y reproducción del capital, ya se efectúe […] dentro o fuera del proceso laboral” (Marx, 1999a, v. 2, p. 703-704). Por lo tanto, el contenido cualitativo del consumo social no se puede derivar de la lucha de clases. Afirmar que el consumo social no depende exclusivamente de los requerimientos de la reproducción del capital implica romper precisamente la conexión existente entre el proceso de metabolismo humano y su forma social históricamente determinada de realizarse. En otras palabras, implica fundar las necesidades de los trabajadores, y, por tanto, su lucha como clase, en una abstracta determinación antropológica de la especie humana. En contraste, de acuerdo a nuestra lectura, cuando los trabajadores luchan como clase, no actúan en su determinación abstracta como seres humanos, sino como personificaciones de la única mercancía que poseen y, en tal condición, simplemente como ejecutores del establecimiento de la unidad material del capital social global. Por supuesto, el desafío que pone delante esta lectura del vínculo entre determinación económica y la lucha de clases es descubrir la necesidad de la acción revolucionaria superadora del modo de producción capitalista. Pero lo que es seguro es que esta necesidad, tal como indica Marx en reiteradas ocasiones, no brota de la determinación del valor de la fuerza de trabajo.
CONCLUSIÓN
En este artículo, hemos buscado cuestionar el consenso marxista actual sobre el significado del “elemento histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo y ofrecer una lectura alternativa consistente con los fundamentos de la crítica marxiana de la economía política. Hemos visto que, según este consenso, dicho elemento remite a un consumo obrero que no responde a la reproducción de los atributos productivos de la fuerza de trabajo, sino a un “nivel de vida” determinado por la lucha de clases. Ante todo, encontramos que este consenso no es “natural” sino que surge, a principios del siglo XX, puntualmente de la respuesta ofrecida por los marxistas ortodoxos a las objeciones realizadas por los críticos de Marx a la “teoría marxista de salario”. Y tan poco “natural” es este consenso que, como también hemos mostrado, no encuentra una base textual sólida en la obra de Marx. Más relevante aún, hemos visto que el principal problema de esta lectura de la crítica marxiana es que, al desvincular el valor de la fuerza de trabajo a la reproducción material de los atributos productivos de los trabajadores, rompe la conexión entre el proceso de metabolismo humano y su forma social históricamente determinada de organizarse.
En contraste, hemos argumentado que, al igual que el llamado “elemento físico del valor de la fuerza de trabajo, el “elemento histórico y moral” está determinado por la necesidad de producir y reproducir los atributos productivos que requiere de los obreros el proceso de acumulación de capital. Nuestro argumento principal es que la especificidad de este elemento corresponde al carácter del obrero asalariado como un individuo libre de toda relación de dependencia personal. En pocas palabras, que la condición de individuo libre constituye, en sí misma, una fuerza productiva propia del trabajador asalariado. En consecuencia, este trabajador necesita reproducir su “conciencia libre” como lo hace con cualquier otro atributo productivo suyo, esto es, consumiendo valores específicos de uso que permitan su reproducción. A la luz de estos desarrollos, y en contraste con el referido consenso marxista, sostuvimos que la lucha de clases debe ser vista no como determinante del valor de la fuerza de trabajo, sino como la forma social específica a través de la cual se realiza concretamente dicho valor.
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1
Aunque no sin ambigüedades, la conexión entre el consumo y la reproducción de la subjetividad productiva de los obreros puede encontrarse en el trabajo pionero de Aglietta ([1976] 1991). De acuerdo a este autor, “el consumo” de los trabajadores es un proceso sujeto “a una lógica general de reconstitución de las fuerzas gastadas en las practica sociales y de conservación de las capacidades y actitudes implicadas por las relaciones sociales de las que los sujetos son el apoyo” (Aglietta, 1991, p. 134).
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2
Aglietta llega a incluir, en la reproducción de la fuerza de trabajo, procesos que “sustentan relaciones de sociales de naturaleza ideológica” a los que considera “de existencia tan ‘material’ como las relaciones económicas”. No obstante, su concepción estructuralista lo lleva a sostener que dichas relaciones “no están directamente influenciadas por las relaciones de producción”, perdiendo de vista, de este modo, el vínculo material interno entre los procesos de producción y consumo sociales (Aglietta, 1991, p. 134).
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3
Ben Fine es uno de los pocos marxistas que analiza extensamente “el mundo del consumo” en el capitalismo (Fine, 2002). Sin embargo, no plantea que haya una vinculación directa entre las formas materiales del proceso de, trabajo capitalista y los “patrones de consumo”. En otra obra, este autor señala que el consumo de los obreros no puede reducirse a “factores económicos únicamente” (Fine, 1998, p. 183). Sin embargo, no especifica cuáles son los otros factores ni cómo se determinan.
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4
Si bien Aglietta presenta inicialmente un fundamento material para la “norma de consumo” obrero, sus análisis concretos no son consecuentes con esta premisa teórica. Así, la modificación de la “norma de consumo del fordismo” es atribuida a la resolución del desequilibrio entre el sector productor de medios de producción y el de medios de consumo en el contexto de un régimen de acumulación “intensivo”, en lugar de remitirla a las transformaciones materiales del proceso de trabajo (Aglietta, 1991, p. 181-182).
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Fechas de Publicación
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Publicación en esta colección
Jan-Apr 2018
Histórico
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Recibido
04 Abr 2017 -
Acepto
08 Feb 2018