Resumen
El artículo propone entender al gesto como un dispositivo metodológico para indagar las masculinidades. Así, se recuperan dos experiencias de intervención, en la periferia urbana y en la cárcel, donde por medio de prácticas artísticas y pedagógicas los hombres interrogan sus masculinidades a través del gesto: desde una posición del cuerpo que solo tiene sentido en un ambiente y en una situación dada. Esto funciona no tanto para ofrecer una caracterización bien definida de las identidades masculinas de los hombres, sino para re-conocer esas masculinidades desde una gestualidad, es decir, a través de una relación afectiva entre cuerpo, subjetividad y territorio.
Hombres; Territorio; Afecto; Cuerpo; Subjetividad
Abstract
This work posits to comprehend the gesture as methodological device to investigate masculinities. Thus, the article retrieves a couple of intervention experiences, situated at the urban periphery and the prison. In these experiences based on artistic and pedagogical practices men elaborate thoughts and reflections pertaining to their masculinities, trough gestures: from a body´s position that only make sense when it is consider within a certain environment. This argument aims not so much to offer a well-defined characterization of the masculine identities of men, but to recognize these masculinities from a gesture, that is, through an affective relationship between body, subjectivity and territory.
Men; Territory; Affect; Body; Subjectivity
Punto de partida: problematizar las masculinidades
¿Cómo y desde dónde se piensan/investigan contemporáneamente las masculinidades de los hombres? ¿Las masculinidades de los varones pueden indagarse directamente o, en cambio, hay que encontrarlas en los efectos que tienen en la construcción de relaciones sociales marcadas por el género? ¿Los procesos de subjetivación masculina de los hombres son producto de un ensamble entre cuerpo, subjetividad y escenarios históricamente contingentes o simplemente podemos concebirlos como formas individualizadas mediante las que se viven y manifiestan ciertos imaginarios de género con relación a la idea de lo masculino?
Ante los cuestionamientos recién planteados es menester decir que la pregunta por las masculinidades, como bien lo han dicho Sánchez y Vialey (2021), es una pregunta política cuya respuesta no se puede circunscribir a la descripción y análisis de ciertos atributos que se asocian a lo masculino, y más bien amerita una reflexión descentrada de la identidad capaz de dar cuenta sobre las maneras en que una intrincada red de dispositivos materiales y discursivos, situados en un territorio específico, actúan como elementos fundamentales sobre la forma en que los sujetos encarnan lo masculino. Sería, en resumen, alejarse de esencialismos identitarios para dejar de concebir las experiencias de los sujetos de manera homogénea y totalizante. Algo que también evoca la pertinencia de una mirada interseccional, originada en los feminismos negros, para comprender cómo las diferencias entre hombres de clase, etnicidad, orientación sexual, ocupación, capacidades físicas, nivel educativo, entre otras, son fundamentales en los procesos que dan forma a sus masculinidades. Siempre teniendo presente, como lo menciona Crenshaw (1991), que dichas diferencias no son paralelas ni estáticas, ni pueden analizarse separadamente, sino que es una realidad experimentada por las personas en sus vidas de forma articulada e inseparable.
Los planteamientos anteriores no son baladís si se tiene presente la observación de Azpiazú (2017) con relación a la manera en que de cara a la labor investigativa es importante no centrar el foco de nuestras preocupaciones en el estudio de las identidades masculinas y las transmutaciones que éstas tienen en el tiempo/espacio, ya que esa mirada metodológica “no aporta claves para un cambio profundo en las relaciones de poder” (Azpiazú, 2017:32). Pensar la masculinidad desde la masculinidad lleva por lo general a tratar de escudriñar en ella a partir del solo discurso de los sujetos, sin tener en cuenta o minimizando el peso que tienen las relaciones que éstos establecen con su medio. En ese sentido, también se pueden señalar algunas consecuencias de esa mirada metodológica ensimismada cuando se piensan los procesos de transformación de las subjetividades masculinas de los hombres como un asunto voluntarista, dependiente de una especie de disposición y fe individual al cambio, sin tener en cuenta que esa mirada de “deconstrucción” de la masculinidad muchas veces deja de lado las maneras en que se constituye el género pues éste, como afirma Butler (2002), no es una especie de artificio manipulable. El sujeto “no está antes ni después del proceso de esta generización, sino que solo emerge dentro de las relaciones de género mismas” (Butler, 2002:25). Por lo recién anotado es imperativo, según lo han señalado De Boise y Hearn (2017), construir aproximaciones críticas a los hombres y las masculinidades con un foco específico en las relaciones estructurales de prestigio y poder, en lugar de solo describir cómo los sujetos masculinos actúan o hablan individualmente de sus emociones y comportamientos, pues el género no es un dato inmediato, ni un conjunto de características conductuales palpables que pertenecen a un “orden natural”. Cada individualidad, dice De Certeau (2000), es el lugar donde se mueve una pluralidad de determinaciones relacionales.
No debe entenderse que este trabajo se sustenta sobre un desinterés por las identidades masculinas de los hombres. Más bien a lo que se está apuntando es a observar y reparar en las múltiples relaciones que habilitan esas formas de identificación generizada, es decir, la manera en que la masculinidad es irreductible al cuerpo de los varones y a sus conductas, para entenderse más desde una gestualidad que no solo está determinada por un registro expresivo individual y, en cambio, habla más de una relación entre aspectos materiales y discursivos que exceden a los sujetos. El gesto, como se profundiza más adelante, queda definido como una forma de expresión de la conciencia que remite a una relación entre el mundo y quien gesticula.
Bajo dichos supuestos, este artículo retoma dos iniciativas que, desde prácticas artísticas y pedagógicas, posibilitan reflexionar e indagar los procesos de subjetivación masculina no solo desde la palabra individual de los sujetos, sino también desde los espacios y las relaciones bajo las que estos hombres desarrollan sus vidas, es decir, desde una perspectiva que piensa lo masculino como algo performativo y situado en un territorio. El territorio, como se explica en los siguientes apartados, no es concebido por las iniciativas abordadas como un simple telón de fondo de las acciones de los hombres, sino que deviene una entidad que, como menciona Lohokare (2020), configura la experiencia y el performance de las masculinidades de diversas formas. Entonces, el objetivo de analizar estas experiencias es poder abrir posibilidades metodológicas para considerar el gesto, desde una relación afectiva entre cuerpo, subjetividad y territorio, como un dispositivo de indagación y comprensión de las masculinidades. Sería en pocas palabras apostar por un materialismo que haga factible articular conjeturas y preguntas sobre el valor que tienen las prácticas territoriales en la constitución de procesos de inter-subjetivación masculina de los hombres, pues como menciona Haesbaert (2020), el territorio remite a una esfera de lo vivido, de las prácticas y de una apropiación “que se extiende más allá del simple valor de uso, comprendiendo también un expresivo valor afectivo y simbólico” (2020:268).
La primera iniciativa remite a una serie de prácticas pedagógicas que se han desarrollado en la preparatoria pública Francisco Villa 128, ubicada en la colonia Hank González, en el municipio de Ecatepec, a las orillas de la Ciudad de México. Desde hace poco más de 15 años estos ejercicios pedagógicos han echado mano de lenguajes artísticos como el performance, con el objetivo de que los estudiantes participantes puedan indagar los problemas más apremiantes de la periferia urbana donde se localiza su escuela y donde a su vez desarrollan sus vidas cotidianas. De esa manera, los embarazos adolescentes, las violencias feminicidas, la pobreza, la inseguridad a causa de una fuerte presencia del crimen organizado, entre otros, han sido los temas donde han puesto su foco los esfuerzos de estas pedagogías.
Por otra parte, La Lleca, una colectiva feminista conformada por artistas visuales, académicas, ex presos, bailarinas, músicos, entre otros, lleva a cabo desde 2004 intervenciones en centros penitenciarios de la zona centro de México, por medio de prácticas performáticas que facilitan a los hombres en situación de reclusión realizar cuestionamientos e indagaciones encarnadas sobre la vida en la cárcel, la criminalización de la pobreza, el punitivismo, inseguridad, las violencias y el maltrato vinculados a relaciones intragénero (entre hombres), entre otros temas. Desde su inicio esta colectiva que también alude a la calle, a partir de invertir el orden de las sílabas de dicha palabra (lle-ca), ha apostado en sus prácticas por “ir echando el cuerpo en el hacer”, es decir, no trabajar desde un plan, sino ir calibrando in situ lo que el territorio permite llevar a cabo: “el espacio de la cárcel”, dicen las integrantes de La Lleca, “no te deja hacer lo que tenías trazado, te abre vistas y posibilidades de trabajar, pero hay que escuchar, ir viendo y aprendiendo” (Colectiva La Lleca, 2008:15).
A partir de las prácticas pedagógicas y artísticas que echan a andar estos dos trabajos, se articula una propuesta en la que se comprenden los gestos producidos dentro de esas prácticas como dispositivos metodológicos que les permiten a los hombres elaborar, colectivamente, reflexividades en torno a sus propias existencias y a la red de relaciones materiales y discursivas bajo las que éstas se sostienen. Son prácticas que contribuyen a construir lugares de lo común donde se ensaya la vida y siempre se sentipiensa en el entre, posibilitando la producción de espacios donde el contacto, la creatividad, la sensibilidad y el pensamiento crítico se convierten en la misma facultad.
El gesto, un dispositivo metodológico
El gesto se ha entendido comúnmente como una forma individual de expresión corporal: el movimiento de las manos, una mueca facial o cierta postura del cuerpo. Ello también se evoca en la propia raíz latina de gesto, gestus, que significa, según el diccionario de la Real Academia Española, un movimiento del cuerpo que implica alguna intencionalidad. Gesticular, siguiendo estas consideraciones, se refiere a las acciones y movimientos que llevamos a cabo para expresar algo. Sin embargo, ese acercamiento al gesto, según Flusser (1991), es inexacto ya que no hacemos gestos, sino que somos gestos; a través de ellos hacemos frente a los eventos del mundo en el que gesticulamos; ese mundo que, a su vez, gesticula por medio de nuestros cuerpos. En un sentido parecido, Bardet asegura que el gesto, cualquiera que este sea, no solamente “es estudiable desde el punto de vista de un cuerpo biológicamente concebido ni desde su biomecánica, y mucho menos desde su anatomía, sino como una relación cuerpo/objeto/fuerza/contexto (…) No es posible estudiar el gesto de caminar, por ejemplo, a partir de la forma del gemelo” (Bardet, 2021a:89,90). Entonces el gesto, según estas perspectivas críticas, se concibe como un recurso para reflexionar en torno a cómo existimos en el mundo, pero también sobre lo que ese mundo significa como condición de aparición del sujeto y de las posibilidades de su devenir. Los gestos, desde las reflexiones de Flusser y Bardet, no son tanto una forma que adopta el cuerpo, sino que son ante todo formas de relación.
Estas aproximaciones teóricas al gesto facilitan valorar cómo algunos de los movimientos, interacciones y haceres del cuerpo tienen que ver con un modo de inserción en las discursividades dominantes en un espacio, pues como subraya Gebauer (2013), los gestos no son parte de un lenguaje natural, sino que son el resultado de complejas transformaciones en los cuerpos; procesos en los que ciertas formas de expresión pertenecen al lenguaje gesticular de un territorio, de una comunidad: el cuerpo que somos es el cuerpo que ha tomado forma por medio de un uso, es decir, de una serie de actividades de carácter sensomotor a través de las cuales nos vamos relacionando con el mundo y con los otros. Lo que llamamos cuerpo, aseguran Glon y Launay, es “el fruto de la historia singular y colectiva de los gestos, tanto como de sensaciones y percepciones que lo plasmaron social e históricamente” (en Bardet, 2021b:79).
Tomando en cuenta los argumentos anteriores, la concepción del gesto como un dispositivo metodológico dentro de este trabajo funciona como un recurso para rastrear una continuidad afectiva entre cuerpo, subjetividad y territorio, capaz de dar cuenta de las masculinidades de varones que habitan la periferia urbana y la cárcel. Sería optar por abordar las masculinidades de esos hombres desde una continuidad, en la que como vuelve a decir Bardet, “no pueden tomarse por separado los rasgos materiales de la fisiología, los trazos de las texturas psíquicas y las consistencias del estar social. Esta continuidad es tanto ontológica como histórica y por ende metodológica” (2021a:105). Pero ¿Cómo es que los gestos dan a ver esas múltiples continuidades (relaciones) que generan procesos de subjetivación masculina específicos? En los siguientes apartados, se recuperan algunas prácticas artísticas y pedagógicas de intervención con hombres en una escuela en la periferia urbana y en la cárcel. Se argumenta que estas prácticas convocan formas de imaginación, afectos, emociones, pero también una serie de técnicas donde se producen gestos a partir de las cuales los varones van re-conociendo sus masculinidades de manera relacional y situada. Toda realidad técnica, asegura Soto, es al mismo tiempo una operación cultural que “acumula gestos y formas de vida” (2022:89).
Por otro lado, es importante decir que la aproximación analítica a las prácticas pedagógicas y artísticas elaborada en la siguiente sección se guía por los testimonios de los gesto-res de estas iniciativas, así como por la palabra de algunos hombres que han participado en dichos ejercicios. Todos estos insumos han sido recabados mediante consultas a materiales audiovisuales, textuales, entrevistas a profundidad y la revisión de los archivos personales de quienes gestionan y animan los proyectos referidos. De esa manera, el conjunto de materiales recabados se pueden entender como una constelación de memorias de dichas prácticas pedagógicas y artísticas, que si bien se han producido bajo las limitaciones específicas que impone la periferia urbana y la cárcel (carencia de recursos económicos, sistemas burocráticos y policiacos estrictos de vigilancia, entre otras), posibilitan reconocer las relaciones materiales y discursivas bajo las que se definen las masculinidades de los hombres en esos contextos.
El gesto-objeto y las masculinidades en la periferia urbana
Se propone definir el gesto-objeto como un dispositivo metodológico, construido en el ensamble cuerpo/objetos, para indagar las relaciones entre género y periferia urbana. Esta propuesta metodológica y teórica se desprende de una práctica pedagógica que ha encontrado en técnicas y lenguajes artísticos como el performance, un recurso para que los estudiantes de la preparatoria Francisco Villa 128, ubicada en la periferia urbana en el municipio de Ecatepec Estado de México, indaguen y reflexionen las formas de injusticia que se producen a partir de relaciones sociales marcadas por el abandono social y por una violencia masculina, muchas veces de carácter mafioso, que prevalece en sus contextos. En ese sentido, como lo relatan Amador y Domínguez (2021), la escasez de oportunidades educativas y de trabajo que se viven en este municipio produce una sistemática adhesión de jóvenes varones a las filas del crimen organizado o de grupos delincuenciales, teniendo como resultado la producción de un mercado laboral de la violencia que funciona no solo para solventar la falta de empleo, sino para construir un sentido de la virilidad a través de la violencia y la crueldad.
Las acciones performáticas que se han producido desde estas prácticas pedagógicas han servido como una matriz generadora de procesos de investigación sobre los entornos de los estudiantes, creando modos de hacer para representar, hablar y reflexionar alrededor de problemas puntuales en la periferia urbana que habitan. Uno de esos modos de hacer para pensar colectivamente sus entornos ha sido a través de los objetos. Echar mano de los objetos dentro de las acciones performáticas que llevan a cabo los alumnos posibilita encontrar en materialidades puntuales una suerte de superficies donde se condensa una relación afectiva entre cuerpo, subjetividad y territorio. Bajo esa premisa, Manuel Amador, profesor en la escuela Francisco Villa y gestor de estas pedagogías, menciona que una de las principales intenciones de estos performances, entre otras, es aprender a hablar por medio de los objetos:
Me di cuenta de que el tema de las violencias vividas en Ecatepec estaba relacionado con objetos. Por eso uno de los primeros ejercicios que hicimos fue una instalación que se llamó Los Objetos de la Violencia. La hicieron con piedras, cinturones, cables, pistolas de juguete para reconocer las violencias que se viven en las colonias y casas de los alumnos […] los objetos son herramientas para hacer tangible algo de la violencia en la periferia, para visibilizarlo. En los objetos hay una cosa relacional también, y aparecen como parte palpable de una realidad extendida […] cada objeto tiene que ver con una historia particular vinculada a su contexto (entrevista directa).
En esa misma línea y considerando los objetivos planteados dentro de este trabajo, se pone de relieve el hecho de que los objetos han servido a los estudiantes varones de Amador para indagar y reflexionar sobre la relación concreta entre sus identidades masculinas y las formas de vida que prevalecen en un territorio como Ecatepec, caracterizado por diferentes tipos de violencia como la que se ejerce frecuentemente contra niñas y mujeres. Miguel Ángel Montalvo, ex estudiante del profesor Amador, relata su experiencia al participar en algunas acciones donde a partir del uso de ciertos objetos estableció una reflexión con respecto a la relación masculinidad/violencia feminicida en Ecatepec:
Participé en un performance donde pegamos mariposas negras en un deportivo en memoria de las víctimas de feminicidio. Esta acción la hicimos también en una colonia que se llama La Mesa, porque ahí mataron a una chica. Hicimos un desfile de la no violencia contra la mujer. Cerramos la avenida. En otra ocasión fuimos a Río de los Remedios a hacer un performance donde las chicas salían de una bolsa de basura. Se hizo en ese lugar porque se encontraron cuerpos en bolsas de basura de mujeres asesinadas […] Todas esas participaciones y las clases con el profesor Amador me hicieron pensar que las violencias contra las mujeres y niñas en Ecatepec se perpetúan porque como hombres nos resistimos a aceptar que somos violentos. Yo pensaba que como gay no era violento con las mujeres porque no las acosaba o humillaba, entonces después me di cuenta que cometo micromachismos como el “mansplaining”, el lugar que le doy a mi mamá en la casa, etcétera (entrevista directa).
Por otro lado, no debe asumirse que los objetos solo sirven para metaforizar las violencias en Ecatepec, ya que en las acciones performáticas realizadas también se han construido imágenes para proyectar un horizonte de esperanza donde los estudiantes se resisten a pensar que todo lo que se tiene es el aquí y el ahora. Tal como se constata en las palabras de Miguel Ángel cuando recuerda el uso de las mariposas como un símbolo de memoria a las víctimas de feminicidio en Ecatepec o como menciona el profesor Amador: “hemos hecho imágenes con diferentes materiales para hablar también de esperanza. En otro momento se utilizaron peluches como objetos de esperanza, como símbolo del amor” (entrevista directa) (ver Figura 1).
Estudiantes de la Francisco Villa 128 haciendo un performance donde los objetos ocuparon un rol central.
La intención de fabricar un sentimiento de esperanza por medio de los objetos también se recupera en una actividad que se llevó a cabo en el contexto del 8 de marzo de 2022, donde los estudiantes tuvieron que diseñar, por grupos, vestidos de papel que posteriormente alguna compañera del equipo portaría en la realización de un performance en un espacio público en Ecatepec para denunciar y hacer conciencia sobre las violencias que padecen las mujeres en la periferia urbana. Cuando se llevó a cabo la acción, ante la mirada de vecinos y transeúntes, aparecieron un grupo de mujeres adolescentes vistiendo ropas de papel para representar las desigualdades e injusticias de género que predominan en sus comunidades. Las mujeres en aquella acción también llevaban diferentes objetos (escobas, bolsas, piedras, ollas, cadenas) para aludir a formas de violencia que se viven en sus casas y/o colonias (ver figuras 2 y 3 ). Al final de la intervención todas las alumnas se desprendieron de aquellos vestidos y objetos que llevaban para ritualizar la emergencia de una esperanza que anhela la transformación de las relaciones de desigualdad entre hombres y mujeres en Ecatepec. Juan Manuel Hernández, estudiante de la Francisco Villa, relata las reflexiones que tuvo al haber participado, junto con su equipo, en esta acción:
Performance “Mujeres de Papel”, realizado por estudiantes de la preparatoria Francisco Villa 128.
Performance “Mujeres de Papel”, realizado por estudiantes de la preparatoria Francisco Villa 128.
A mi, esta actividad me gustó bastante porque a la hora de hacer el vestido de papel me quedé pensando en cómo a veces se trata a las mujeres como si fueran basura. Que la violencia ejercida contra las mujeres en Ecatepec está asociada a ciertos comportamientos masculinos que tienen que ver con insultos, acosos, asesinatos. Me hizo reflexionar sobre los problemas que hay en Ecatepec como la pobreza, la falta de empleo y como todo ello influye en las violencias de hombres contra mujeres […] Me gustó al final cuando arrojan los objetos porque es la esperanza de que todo puede cambiar (entrevista directa).
Como se observa, es como si estos objetos que los propios estudiantes eligen para hablar y reflexionar sobre su contexto tuvieran una especie de vida propia, pues ayudan a narrar y decir cosas sobre los días cotidianos en Ecatepec, al mismo tiempo que son capaces de afectar a los cuerpos y sus sensibilidades, tal como lo menciona el profesor Amador:
con un peluche, una olla, un vestido de papel, claro que se crea otro tipo de sensibilidad. Hay una vida objetual que forma parte también de la manera en que esos cuerpos de la periferia existen […] los objetos están vivos porque al momento que permiten contar una historia son parte de esa misma historia. Esas historias que tienen que ver con el abandono y la mirada que hay sobre lo femenino y lo masculino en la periferia (entrevista directa).
Los objetos a los que recurren los estudiantes en sus performances generaran un entre donde circula una carga afectiva acumulada, pues no deben ser concebidos, para este caso, como materialidades que están esperando de modo pasivo que un alumno les dé forma. De alguna manera la importancia de lo dicho hasta aquí sobre la utilización de los objetos en las acciones performáticas radica en reconocer que las personas dan forma a una cultura material tanto como esa cultura constituye a las personas. A través de su uso, los objetos también van moldeando nuestras subjetividades, nuestros modos de mirar, de sentir. Los objetos, dentro de esta interpretación, no son meros accesorios, sino que son prótesis que hacen surgir al sujeto, teniendo un potencial para orquestar en él otras maneras de aprehender el mundo.
El gesto-juego y las masculinidades carcelarias
El gesto-juego es un dispositivo metodológico generado en los modos de hacer que la colectiva feminista La Lleca lleva articulando por poco más de 20 años en su trabajo con personas en situación de reclusión. Esta colectiva, integrada por artistas, músicos, bailarinas, académicos, entre otros, ha encontrado en los lenguajes performáticos una técnica lúdica poderosa para pensar, junto a hombres que viven en la cárcel, los discursos y prácticas que dan soporte a una sociedad punitivista que tiende a criminalizar la pobreza y la juventud. De esta forma, las prácticas artísticas, caracterizadas por el juego, son maneras de indagar las identidades masculinas carcelarias, las cuales, según Parrini (2007), son definidas primordialmente por significados que derivan de prácticas de violencia, demostración de fuerza y arbitrariedad; las identidades de género de los hombres presos normalmente se actúan como una “insignia” de fuerza y prestigio que les posibilita mantener un reconocimiento como sujetos y no ser objetualizados. En ese mismo sentido, Cari-Fer Fuentes, artista visual y co-fundador de la colectiva, explica cómo fue que surgió la inquietud de explorar las masculinidades en la prisión:
Cuando llegué a las cárceles me pregunté ¿De qué manera en las prisiones se construye la masculinidad? Entonces desde que entré a las cárceles tenía pensado trabajar el tema. Me empecé a mover más de lugar. Vi comportamientos de los presos que me causaban cierto rechazo, por ejemplo, la manera en que hablaban con las mujeres. La manera en que legitiman su posición. El vínculo entre lo económico y lo masculino. Los que habían llegado a la cárcel por temas de dinero tenían más prestigio que los que llegaban ahí por robar un celular. Ahí empecé a ver cómo se conformaba una idea de lo masculino y eso me hizo moverme y empezar a trabajar estos temas en la cárcel (entrevista directa).
En el entre cuerpos que convocan las acciones performáticas de La Lleca dentro de los reclusorios se van produciendo saberes que posibilitan la construcción colectiva de espacios-tiempos donde, a través del juego, se diseñan, discuten y planean intervenciones públicas para los demás presos y gente que trabaja en la cárcel. Es importante decir que estas acciones, al estar definidas por una estrategia lúdica, facilitan a los internos desafiar momentáneamente las atmósferas depresivas y de violencia que prevalecen en la cárcel, construyendo así relaciones de afecto y confianza que puedan contribuir a una mejor convivencia en prisión.
El juego, entonces, no es un elemento accesorio a los modos de hacer de La Lleca, sino que emerge como aquello que nuclea un placer asociado a un aprendizaje sobre las formas de vida en la cárcel. La neurociencia, sentencia Sommer (2020:12), “ha confirmado que en los últimos años que el placer (la producción de dopamina) también sostiene el aprendizaje de un modo profundo y duradero”. Por esa razón, las acciones de La Lleca dentro de este trabajo se reconocen como juegos performáticos, es decir, pensarlas no solo como parte de un lenguaje artístico que busca representar alguna problemática en la cárcel, sino como un camino que involucra un placer lúdico para indagar y reflexionar las condiciones de vida en espacios de encierro, y el peso que ello tiene en la forma de “ser hombre” ahí. Asimismo, el juego es una estrategia que permite a los internos personificar y adoptar voces distintas, creando representaciones donde se abren otras posibilidades de habitar en la cárcel: “jugar, en La Lleca, es un acto que fortalece el des-aprendizaje. Desconocer el nombre que se ha dado a las cosas, dialogar con ellos resistiéndose al lenguaje socialmente aceptado que no ha hecho muchas veces más que reproducir las relaciones de sometimiento” (Méndez, 2021:23).
Los juegos performáticos de La Lleca construyen formas de teatralidad como la que se dio en una acción titulada “Secretos de Martha: Diálogos en Cana”1, simulando un talk show televisivo que consistió en una serie de tres grabaciones donde se tocaron distintos temas: relaciones personales adentro y afuera de la prisión; la construcción de la subjetividad masculina adentro de la prisión; la crítica al abuso de poder dentro de la cárcel (Colectiva La Lleca, 2008). Es interesante notar lo que expresó uno de los presos en el programa donde se exploró la construcción de subjetividades masculinas en prisión:
Como les decía, algunas de las dificultades que más se ven aquí dentro de la cárcel es el dominio de poder entre nosotros, los mismos internos, ya que muchas veces en la estancia en la que uno está hay dificultades para ver quién se va a encargar de las labores de ahora. Sí, de nuestro hogar. Ahí es donde se comienzan a desenvolver los problemas, ya que uno no se quiere sentir inferior a otro y ponerse a hacer uno las cosas, esa es una de las principales (Colectica La Lleca, 2008:42).
En un tono parecido, Cristian, también preso en el penal de Santa Marta, compartió:
En la vida penitenciaria, dentro del reclusorio, es la ley del más fuerte, quien es mejor para todo, quien es más fuerte en sí. Aquí todo se rige por quién es más fuerte o tiene poder económico. Porque aquí todo se compra con dinero: quieres ir a algún lugar es una moneda. Y ese es el vínculo de corrupción de los de negro, de estarnos pidiendo siempre dinero hasta para bajar una cobija y estar con tu visita. Esto se hace tan cotidiano el que ellos abusen de ti. Abusen de tu persona. Es un círculo vicioso que llega a ser tan común que ya no te molesta (Colectiva La Lleca, 2008:96).
Víctor, quien también participó en los “Secretos de Martha”, dijo en su intervención:
Bueno, tapizarse aquí en cana se le llama a dar una imagen de lo que no eres. O sea, a ser, digamos, o parecerte fuerte, parecer rudo, hablar con palabras altisonantes, hablar fuerte, echarte la chacalona, le llaman ¿no? Dar miedo, a eso aquí se llama tapizarse ¿no? (Colectiva La Lleca, 2008:45).
Jugar a hacer un programa de televisión posibilitó a los presos enunciar situaciones incómodas que, de otra manera, debido a las formas de poder que prevalecen en la cárcel no son dialogadas entre ellos comúnmente, pues eso significaría, como se dice en Santa Marta, “poncharse, es decir, ablandarse o como se dice popularmente: rajarse” (Colectiva La Lleca, 2008:103). Entonces, como puede notarse en los testimonios citados, “poncharse”, por medio del juego que implica hacer un programa de televisión, deja de tener un sentido de cobardía que resulta inadmisible para una masculinidad carcelaria, convirtiéndose en una forma de recuperar la voz.
Con un tono parecido, la acción titulada “200 reos dijeron” emuló un programa de televisión mexicana llamado “100 mexicanos dijeron” en el que dos familias competían nombrado las respuestas más populares a preguntas de encuestas hechas previamente a personas en todo México. Tomando esa lógica como referencia, el objetivo de “200 reos dijeron” era conocer las formas de vida en la cárcel y lo que los presos piensan al respecto. El escenario del programa fue un templete que se instaló en uno de los patios del reclusorio. En ese sitio se congregaron los reos del Ceresova (Centro Varonil de Reinserción Social)- Santa Marta Acatitla. Algunos de ellos personificaban el público del programa televisivo, mientras que otros conformaron los dos equipos que compitieron: “La unión de grifos” y “Tiracaldo” (ver figura 4 ).
Los integrantes de los equipos, a la usanza de “100 mexicanos dijeron”, debían escoger las respuestas más populares entre los reos del Ceresova-Santa Marta a una encuesta que los propios internos llevaron a cabo previamente al programa. En caso de que los integrantes de los equipos no acertaran cuáles habían sido las respuestas más populares, los reos que representaban la audiencia tenían posibilidad de participar y nombrar la respuesta que creyeran correcta. De ese modo, por ejemplo, a la pregunta hecha ¿Qué valores tienes aquí en la cárcel? a) ningún valor, ya no creo en ellos; b) la honestidad, la lealtad, respeto; c) fortaleza para creer en algo o en Dios. Ningún equipo contestó correctamente, por lo que un reo del público tuvo la oportunidad de responder y acertar. Era la letra “a”. Sin embargo, el reo no sólo se limitó a dar la respuesta, también agregó con risas y un tono de humor que esa era la respuesta correcta ya que todos los valores, según él, “te los quitaban los jefes (custodios)”2, haciendo alusión a relaciones de fuerza y jerarquía en las que el abuso se convierte en el componente principal del contacto entre presos y celadores.
De esta manera, podemos ver como “200 reos dijeron” fue una acción que en todo su proceso constituyó un instrumento de investigación para los propios internos sobre las formas de vida en la cárcel, al tiempo que les permitió establecer una comunicación entre ellos. Uno de los reos participantes de esta acción comentó que:
el objetivo no estaba solo generar un conocimiento objetivo sobre la vida en la cárcel, sino en la construcción de relaciones. Al ir armando las preguntas y luego ir por los pasillos de la cárcel haciendo la encuesta permitió el encuentro […] Ya estando en el día del concurso, donde se dieron los resultados de la encuesta, también se involucraron las personas que trabajan en la cárcel3.
En otro juego performático, hecho por la Lleca en 2006, se exploró cómo era la comunicación entre hombres en la cárcel. Para ello, los integrantes de la Lleca pidieron a los presos que los dirigieran para elaborar poses que representaban cómo es que se comunican los cuerpos masculinos en prisión a través de sus gestos (ver figuras 5 y 6). Con aquel ejercicio, relata Cari-Fer, integrante de la Lleca:
Integrantes de La Lleca imitando, bajo la dirección de los presos, algunos gestos comunes en la vida de la cárcel.
Integrantes de La Lleca imitando, bajo la dirección de los presos, algunos gestos comunes en la vida de la cárcel.
entendí lo que significaba “tirar caldo” en la cárcel, la cual es una forma de caminar para demostrar dominio. Todas las poses que nos dijeron que hiciéramos eran muy agresivas. Después reflexionamos sobre cómo ese caminar estaba vinculado a un gesto de agresividad que a la vez es necesario para construir un tipo de masculinidad y ser respetado” (entrevista directa).
Lo que afirma Cari-Fer con relación a un caminar agresivo parece dar cuenta no solo de una opción individual, por parte de los internos, de caminar de ese modo. En realidad, también es el indicio corporal donde se manifiesta un régimen penitenciario, pues la penalidad, según Foucault (2016), supone más una historia de las relaciones entre el poder y los cuerpos. Una historia que, para este caso, encuentra un modo de manifestarse a partir del caminar de los presos. Detenerse en estas gestualidades, mediadas por el juego, posibilitó a los integrantes de La Lleca y a los presos teorizar desde el encuentro de los cuerpos el vínculo entre agresividad corporal, masculinidad y territorio, así como las formas de poder, vulnerabilidad y agencia que hacen posible esa relación.
Re-conocer las masculinidades a partir de una relación afectiva entre cuerpo, subjetividad y territorio
Como se ha puesto de relieve hasta ahora, hablar del gesto-juego y del gesto-objeto como dispositivos metodológicos que posibilitan indagar las masculinidades de los hombres en la cárcel y en la periferia urbana, permite establecer una comprensión de esas masculinidades no tanto desde los relatos y experiencias individuales, sino a partir de una gestualidad, es decir, desde un ensamble entre cuerpo, subjetividad y territorio. Los objetos y juegos de los que echan mano respectivamente los alumnos de la escuela Francisco Villa 128 y los presos que se implican en las intervenciones de La Lleca, les ayudan a pensar sus identidades de género y la manera en que éstas se ensamblan con las condiciones materiales que definen los contextos de la periferia urbana y la cárcel. En los dos casos analizados en este trabajo los gestos juegan un rol fundamental al convertirse en inscripciones corporales y emocionales de ciertos afectos que contribuyen a construir un re-conocimiento sobre cómo se encarna lo masculino en un territorio determinado: el habitar de los cuerpos como un sinónimo de relación con el mundo.
No solo debemos esforzarnos, dice Betasamosake (2014), por construir pedagogías situadas en un territorio, sino que debemos pensar el propio territorio como una pedagogía en sí mismo. Ello significaría comprender que el mundo no es simplemente contexto “objetivo”, sino que es una red de relaciones, de eventos concretos, que interactúan y tienen una capacidad de configurar los cuerpos y miradas de esos mismos sujetos. En un sentido complementario, Haesbaert (2020) asegura que los cuerpos, desde una perspectiva relacional, pueden ser entendidos como un territorio, es decir, como un lugar donde se condensan una serie de relaciones determinadas por el espacio geográfico y el contexto donde los sujetos desarrollan sus vidas. Bajo estos entendidos, se podría afirmar que los dispositivos gestuales analizados en los apartados anteriores producen saberes ecosomáticos en torno a las masculinidades periféricas y carcelarias, es decir, saberes aprendidos a través “de los vínculos entre el ambiente, cuerpo y mente”, lo cual “remite a la necesidad de percibirse en reciprocidad dinámica y continua con el medio” (Bardet, 2021b:88). Haciendo caso a lo dicho por Betasamosake, Bardet y Haesbaert se puede sostener que el gesto-objeto y el gesto-juego posibilitan a los hombres construir procesos pedagógicos ecosomáticos de interpretación, reconocimiento y simbolización de su entorno, marcados a su vez por una reflexión alrededor de la relación que ello tiene con las formas en que encarnan una identidad de género masculina.
De esa manera, por ejemplo, los objetos usados en las acciones performáticas de los estudiantes de la escuela Francisco Villa hacen circular afectos y emociones para crear intercambios donde se reflexiona sobre la masculinidad no solo desde aspectos identitarios individuales, sino que la desvelan como una estructura de poder en la periferia para asegurar la reproducción y sostenimiento de relaciones de dominación y violencia contra las mujeres, a partir de la producción social de hombres “en tanto sujetos dominantes en la trama de relaciones de poder generizadas” (Fabbri, 2021:27). Se echa mano de ciertos objetos para representar los problemas en Ecatepec, porque “las emocionalidades circulantes ante un objeto u otro son manifestaciones de las relaciones de poder existentes en el contexto en el que actúan: son históricas y funcionan como otorgadoras de significado y valor” (Ahmed, 2014:4). Entonces, la carga afectiva y emocional “acumulada” en los objetos posibilita alumbrar una idea: la violencia de signo masculino-mafioso que predomina en Ecatepec no sería simplemente una forma de poder instrumental que termina por producir cientos de víctimas en función de un habitus criminal, sino que se convertiría en una práctica del territorio donde se organiza el campo simbólico de la vida social de las comunidades de dicho municipio, por medio de un prestigio masculino que fija y retiene los símbolos a partir de la distribución de poderes y valores dentro de un territorio precario que es producto de las desigualdades económicas, étnicas y de género.
Por otra parte, el ejemplo que se rescata en la sección anterior sobre la manera en que un juego performático devela el caminar agresivo de los hombres en la cárcel, permite entender los gestos como una manera “mediante los cuales nos hacemos presentes en el espacio, con los cuales lo ordenamos, constituyendo un conjunto de prácticas no reflexivas, más bien mecánicas o semi-automáticas”, sin embargo, cuando se reflexiona por qué caminan con esa agresividad, entonces se infiere que el espacio también nos ordena, “nos pone en nuestro lugar, enseñándonos los gestos apropiados para estar en él, e indicándonos nuestra posición con respecto a la de los demás” (Giglia, 2012:16). Esto se empareja con lo dicho por Hanna (1970) al proponer que el tipo de cuerpo que tenemos y la conducta que somos capaces de tener son básicamente lo mismo; el cuerpo viviente es fluido, pulsátil, resbaladizo, pero también está definido por patrones de comportamiento, es decir, por ciertas sensibilidades, formas de pensar y reaccionar que se vuelven “habituales” dentro de un territorio que es capaz de afectar a los sujetos.
Estas iniciativas constituyen una apuesta de trabajo con varones que no concibe su horizonte de acción política en la conquista de una nueva identidad del “hombre antipatriarcal”, sino más bien se orienta en un “dejarse hacer” que “sin considerarlo una fórmula mágica, es importante poner sobre la mesa la pasividad política radical” (Azpiazú, 2017:121) como un camino para cuestionar y tensionar los procesos de subjetivación masculina de los varones. En ese sentido, los dispositivos gestuales dentro de estas iniciativas se convierten en medialidades que facilitan un “dejarse hacer”, trazando puentes con el territorio, con los cuerpos animados e inanimados; generando relaciones entre los sujetos y sus entornos. Estos hombres reflexionan, a través de los gestos, la manera en que sus formas de identificación masculina se expresan como un saber-sentir de deseos y afectos surgidos en el entre.
Así, se propone entender el gesto-objeto y el gesto-juego como productos de diferentes interacciones y ensambles, posibilitando fraguar una relación afectiva entre cuerpo, subjetividad y territorio. Las imágenes performáticas, generadas desde ciertas gesticulaciones de los estudiantes y los presos, crearían afectos inscritos en aquello que Massumi (2015) ha denominado una política pragmática del entre, la cual inaugura un potencial de reconocimiento a nuevas formas de relacionarse dentro de un lugar. Estos gestos, como se constata en las secciones anteriores, también abren cuestionamientos sobre las formas de “ser hombre” en la periferia y en la cárcel, dando a los sujetos una oportunidad para construir prácticas de “desterritorialización”, es decir, “abrirse y emprender líneas de fuga e incluso desmoronarse y destruirse” (Guattari y Rolnik, 2006:372). La “desterritorialización” en este caso implica deshacer, en algún grado, el agenciamiento de una masculinidad normativa, a través del diagnóstico o interpretación de las condiciones de vida en la cárcel y en la periferia, que hacen los hombres mediante las prácticas artísticas y pedagógicas analizadas. Pero, al mismo tiempo, estas desterritorializaciones implican una re-territorialización, es decir, otros agenciamientos donde se van cultivando capacidades de experimentación y de exploración corporal que terminan, de un modo u otro, alterando la estadía de los varones en los territorios que habitan.
Con lo anterior, no debe entenderse que la intención de este artículo es sugerir que las prácticas artísticas y pedagógicas abordadas representen caminos para “redimir” a los hombres y alejarlos de cualquier conducta violenta o abusiva, pues no se puede entender la supervivencia en contextos de alta violencia social como algo que puede cambiarse con el simple hecho de incursionar en las acciones performáticas descritas. Tomar esto en cuenta, posibilita alejarse de un abordaje de dichas pedagogías y prácticas artísticas como si fueran una especie de instrumentos salvíficos capaces de “enderezar” identidades masculinas sostenidas en la falta de expresividad de emociones, control o demostración de fuerza. Si bien ayudan a los hombres a re-conocerse implicados en su realidad, ello no quiere decir que necesariamente transformen sus comportamientos, pues ellos nunca dejan de vivir sus vidas cotidianas dentro de un territorio donde prevalecen relaciones de abuso, dominación y violencia. Esto no sólo tiene que ver con un cuestionamiento al rol redentor que se le pueda atribuir a estas prácticas que indagan entre gestos, sino también con una concepción liberal de la escuela y la cárcel como “aparatos estatales” que son capaces de “corregir” a los sujetos.
No es el objetivo de este trabajo problematizar las contradicciones que representa un discurso en torno a la cárcel y la escuela como espacios que pueden facilitar la transformación de los individuos, al tiempo que pueden configurarse como lugares de maltrato, exclusión y violencia. Lo que interesa más bien es dejar claro que si bien las intervenciones pedagógicas y artísticas implementadas en la cárcel y la escuela pueden contribuir a crear otro tipo de sensibilidad en los hombres con relación a sus identidades masculinas, es necesario no dejar de reconocer que esos mismos varones, como ya se anotó, siguen inmersos en una realidad con la que tienen que negociar y tensionar constantemente sus formas de identidad y comportamiento. Por esa razón es importante abundar en el peso que tiene el afecto dentro de estas acciones.
Lo afectivo juega un rol central en las prácticas estudiadas, pues las interacciones que ahí surgen están definidas por gestos que son el índice expresivo donde se revela una continuidad entre las subjetividades, los cuerpos y los territorios. El afecto, dentro de estas prácticas, no es un sentir autónomo, sino que se produce en el encuentro del cuerpo con un evento y espacio determinado. En esta dirección, el afecto no puede asumirse como una experiencia puramente personal, sino que emerge en las relaciones sociales y espaciales. Por ello, el afecto representa un problema para una masculinidad normativa pues revela que los hombres no tienen un control total de sí, ya que el “afecto afecta” en maneras impredecibles. Reeser (2020) sostiene que desde los Estudios de las Masculinidades de los hombres se ha hablado del afecto en dos formas: la primera señala la manera en que los afectos son capaces de reformatear una idea de masculinidad hegemónica, mientras que la segunda se refiere a afectos que re-afirman y re-estabilizan los fundamentos de la masculinidad hegemónica. Sin embargo, el mismo autor sostiene que hay un tercer camino para entender el vínculo masculinidad/afecto y este se refiere a lo que él llama “afecto poroso”, es decir, cuando el “afecto afecta” a los cuerpos masculinos solo hasta cierto punto. De esa forma, el sujeto varón sólo es parcialmente afectado por una circunstancia determinada, pues solo se libera cierta presión con respecto al cumplimiento de los mandatos masculinos sin que se desmonte del todo una subjetividad masculina definida por la dominación.
La observación de Reeser es relevante porque subraya el hecho de que existe una multiplicidad de maneras en que el afecto funciona con relación a la masculinidad, ya que no puede asumirse que dicho vínculo tome una sola forma. Tal es el caso del siguiente testimonio de Luis Enrique, ex alumno del profesor Amador, donde se sincera y acepta que, a pesar de haber participado en varias acciones contra las violencias hacia mujeres y niñas en Ecatepec, el día a día es distinto:
Me ha tocado hacer y participar, con el profe Amador, en varios ejercicios sobre la violencia en el noviazgo, aunque a veces cuando uno está en una relación ya no los implementas, ya no lo piensas, porque solo sientes que quieres ganar. Es otra realidad. Por ejemplo, con mi última novia, tuvimos problemas por un reclamo que me hizo (…) Terminamos porque ella me dijo que yo había cambiado mucho. No me di cuenta, pero pasó que me volví una persona muy celosa, muy pesado con ella. Ya cuando me di cuenta era demasiado tarde. Ahora trato de no ser de esa manera. Esta conducta de celos era porque ella tenía un amigo, con el que ella era bastante cariñosa y compartía más tiempo que conmigo. Después llegó una muchacha nueva a la escuela y yo le empecé a hablar. Mi novia le tomó muchos celos a esta nueva chica. Me alejé de la chica nueva y ahí fue cuando empezaron las discusiones […] Creo que quienes ejercen más las violencias en el noviazgo son mayoritariamente los hombres, porque quieren sentirse dominantes en la relación. Sólo ven sus intereses, no se preocupan por su pareja, si ella se siente cómoda. Creo que tienen estas actitudes porque se dejan llevar por el instinto o por la calentura (entrevista directa).
En una dirección similar, Cari-Fer Fuentes, integrante de La Lleca, comenta que si bien hay historias de hombres presos que modificaron algunos comportamientos a raíz de su participación en la Lleca, a la vez reconoce que no hay un principio “redentor” bajo el cual se puedan pensar los efectos que tienen los modos de hacer de la colectiva en la vida y comportamientos de los hombres que viven en un centro penitenciario:
Hay un hombre con el que trabajamos en La Lleca, quien controlaba un piso de la cárcel y entonces lo que nos comentaba que lo que le pasaba en la Lleca es que le había hecho cambiar algunas dinámicas del piso que él controlaba. Por ejemplo, cuando llegaba alguien nuevo lo empezaban a golpear y él decía que dejaron de hacerlo. Buscaban no hacer tan jerárquica la relación. Otro caso es cuando trabajábamos con personas que venían de diferentes zonas de la cárcel. Había rencillas porque unos controlaban una cosa y otros otra. Porque eran de diferentes dormitorios. Había otros que eran privilegiados donde podían tener su propia celda. Lo que pasaba con los ejercicios de La Lleca era una pequeña fuga, seguían esas diferencias, pero nos servían para comprender la complejidad de las relaciones dentro de la cárcel y la posición que ocupaban ellos como criminales en el estado carcelario. Y, luego, un compita logró fugarse de algo súper fuerte, era súper macho. Cuando lo vimos afuera nos dijo que por fin pudo acercarse a sus hijos. Yo creo que se empiezan a dar cuenta de que pueden relacionarse a partir del cuidado, del amor. Sin embargo, yo creo que estas historias son pocas, pues me enteré de que muchas veces los hombres que asistían a La Lleca les iba peor con sus compañeros que no iban. Cuando regresaban a sus celdas los bajaban de su nube. Era como si bajaran de un arcoíris y regresaran a la cárcel. Entonces terminaban comportándose igual que siempre (entrevista directa).
Como se constata, los afectos producidos por las prácticas artísticas y pedagógicas analizadas no deben entenderse como parte de la configuración de un “hombre redimido” que construye su subjetividad alejada totalmente de los imaginarios que caracterizan una identidad masculina normativa en la periferia o en la cárcel. Esto no implicaría una contradicción con el cuestionamiento que hacen los varones sobre ciertos aspectos de sus identidades masculinas, a partir de dichas prácticas. Más bien indicaría que la respuesta afectiva de estos hombres, haciendo caso a lo dicho por Reeser, es siempre construida y tensionada por las circunstancias que impone el territorio. El afecto no puede entenderse solo como algo individual. A lo que apuntaría este análisis no es tanto a una dicotomización entre masculinidades “transformadas” y masculinidades “sometidas” ante los mandatos que guían una forma de “ser hombre” en la cárcel o la periferia, sino a entender que los procesos de subjetivación masculina están definidos y condicionados por una malla de relaciones afectivas materiales y discursivas; lo cual requiere una atención investigativa que vaya más allá de una preocupación enfática por los atributos identitarios que supuestamente comparten los hombres. Ante ello, este artículo ofrece un camino metodológico para indagar las masculinidades que se revela en el gesto.
A manera de cierre
Las prácticas artísticas y pedagógicas sobre las que este trabajo habla sirven para trazar una propuesta que concibe al gesto como un dispositivo metodológico que permite dar cuenta de las masculinidades de varones que viven en la periferia urbana y en la cárcel; no tanto desde los discursos que informan de las experiencias individuales de esos hombres, sino desde la manera en que establecen una relación afectiva con los territorios que habitan y las fuerzas que éstos imprimen en sus cuerpos y subjetividades. Asimismo, en estos modos de hacer se aprende que habitar un lugar también consiste en establecer horizontes posibles de otras relaciones marcadas por el género.
De ese modo, el artículo contribuye a enriquecer las perspectivas teóricas y metodológicas bajo los cuales se indaga la masculinidad, poniendo el foco en un entre generado por cuerpos, objetos, poses, juegos, espacios y contextos. Definitivamente son esos encuentros los que vehiculan y construyen una intimidad del conocimiento sobre la vida de los hombres en territorios marginales, al permitirles establecer un pensamiento ecosomático donde se tiene presente que las condiciones de posibilidad existenciales están siempre en reciprocidad continua con el medio que se habita. Entonces, se puede concluir que al hablar del gesto como un dispositivo metodológico nos estamos refiriendo a éste como un “equipamiento”, unos “binoculares” que facilitan cultivar una mirada particular sobre la masculinidad para poder re-conocerla a través de las relaciones que la hacen posible. Esto también implicaría la necesidad de profundizar en futuras investigaciones la importancia de ubicar la agencia masculina fuera del cuerpo de los varones para re-conocerla en las diferentes relaciones que sostienen una manera de “ser hombre” en un territorio dado, es decir, construir una responsabilidad ética de la investigación que, como menciona Bennett (2010), reside en reparar en la respuesta del sujeto ante los ensambles que hacen posible su existencia en el mundo, más allá del binarismo vida-materia.
Indagar la masculinidad entre gestos, como se observa en este trabajo, produce un conocimiento situado que es resultado de una puesta en relación; de una apertura al entorno y no solo de los relatos de los hombres que participan en los talleres y cursos del profesor Amador, o en los espacios/tiempo que crea La Lleca dentro de los penales. Hablar de las múltiples relaciones que se ponen en marcha dentro de estas iniciativas para elaborar un re-conocimiento situado de las masculinidades, sería aceptar que más que referirse a localizarlas en un espacio determinado, en realidad es pensar el vínculo que esas identidades masculinas guardan con los territorios donde son producidas y puestas en marcha como formas de habitar. Las prácticas sobre las que aquí se habla se establecen como herramientas donde por medio del movimiento de los cuerpos también se indaga el territorio, pensándolo no tanto como una posición determinada, sino como un espacio vivido. El conocimiento no solo es de carácter intelectual, sino también es cinético, relacional.
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El nombre del programa televisivo hace alusión al nombre del penal donde ha trabajado La Lleca: Centro Varonil de Reinserción Social (Ceresova) - Santa Marta Acatitla. Asimismo, la palabra “cana” refiere a la manera coloquial en que los presos identifican a la cárcel.
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Canal de YouTube Argelia Ek. 200 reos dijeron. Colectiva La Lleca [https://www.youtube.com/watch?v=N1dlGzgah8Y- consultado el 7 de noviembre de 2023]
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Canal de YouTube Argelia Ek. 200 reos dijeron. Colectiva La Lleca [https://www.youtube.com/watch?v=N1dlGzgah8Y- consultado el 7 de noviembre de 2023]