Open-access Cuando la entrevista te domina: dilemas de un campo con fuerzas de seguridad

When The Interview Dominates You: Dilemmas of A Field With Security Forces

Resumen

El campo produce configuraciones singulares de las relaciones entre quien investiga y quien es entrevistado. Se analizan registros de campo significativos de entrevistas en profundidad a agentes de fuerzas de seguridad en Argentina. Sostenemos que la interseccionalidad entre género, generación y profesión produce determinados modos de intelegir y actuar en correspondencia. Proponemos tres momentos que se desarrollan en dicha configuración: seducción, dominación y huida. Se analizan los resultados desde el interaccionismo simbólico, la teoría de género, la antropología de las emociones y el psicoanálisis.

Entrevistas; Fuerzas de seguridad; Género; Metodología

Abstract

The field produces unique configurations of relationships between researcher and interviewee. Significant field records of in-depth interviews with security forces agents in Argentina are analyzed. We argue that the intersectionality between gender, generation and profession produces certain ways of understanding and acting in correspondence. We propose three moments that occur in this configuration: seduction, domination and escape. The results are analyzed from symbolic interactionism, gender theory, anthropology of emotions and psychoanalysis.

Interviews; Security forces; Gender; Methodology

Introducción

Quienes se enfrentan a la realización de entrevistas en profundidad saben que su desarrollo es sumamente artesanal y que la pretensión de una “producción de conocimientos” en verdad es una co-construcción: el dato se construye entre las personas que intervienen en su realización, tanto por la persona que entrevista como por la persona entrevistada. En los textos de metodología cualitativa podemos encontrar las advertencias de esta relación, sobre todo, acerca de la importancia de construir rapport, la necesidad de sostener una distancia valorativa y un abordaje ético, también sobre la rigurosidad de los modos de realizar preguntas para no introducir las respuestas esperadas y la atención reflexiva sobre estas para identificar si hay sesgos de memoria o de otra clase (Hammersley y Atkinson, 1983; Kornblit, 2007; Minayo, 2009). Sin embargo, cuando nos sumergimos en el campo pueden aparecer nuevas complejidades y configuraciones no aprendidas anteriormente. Por ello, investigadores/as comparten sus experiencias para mostrar las dificultades, obstáculos, dilemas éticos y la realpolitik del encuentro con otros, que sirve de material para colegas con el objetivo de incorporar, comparar o comprender las experiencias personales (Cassell y Jacobs, c2022; Feldman, 1991; Noel, 2011).

En nuestro caso, el interés se centra en atender a una dimensión inevitable de la entrevista: la capacidad de construir un espacio de empatía y convencimiento para que el otro se sienta en comodidad y seguridad para hablar y explayarse. La contracara de esta dinámica, que llamamos de seducción, es la dificultad de limitarla y el riesgo de que la persona entrevistada tome el control de la entrevista ‒ momento de dominación ‒, de tal modo que a una solo le queda una estrategia: la huida.

Los casos que vamos a presentar para evidenciar este recorrido son producto de una tesis doctoral en curso sobre los padecimientos producidos por el trabajo en las fuerzas de seguridad desde un enfoque socioantropológico. Analizaremos en este trabajo dos casos significativos que quedaron registrados en el diario de campo. Las entrevistas se realizaron durante diciembre de 2021 y mayo de 2022, la participación fue voluntaria, previo consentimiento informado y preservando los datos personales. Los lugares de encuentro fueron diversos, algunas se realizaron en oficinas, otras en la calle o en un cuarto de la estación de tren, y pocas a través de llamadas telefónicas.

Proponemos una reflexión sobre experiencias particulares del campo, aquellas que solo viven las mujeres, aquellas experiencias que excluimos del texto, supuestamente, por no ser relevantes para el objeto de investigación. Sostenemos que las entrevistas realizadas a varones se inscriben en una trama singular porque la investigadora es una mujer joven y las personas entrevistadas son agentes mayores que ella. Esta caracterización señala una interseccionalidad entre género, generación y profesión que conforma los modos de intelegir la escena y actuar en correspondencia (Couto et al., 2019). La hipótesis que precipitamos es que la formación práctica que tienen los agentes en el dominio corporal del otro (físico y subjetivo), en especial si es femenino, se pone en juego en el momento de la entrevista, esto es, intentan dominar la situación porque es lo que saben hacer (Daich y Sirimarco, 2014; Fassin, 2016).

Quisiéramos señalar tres antecedentes medulares para este trabajo, sin desmerecer a otros. El primero es Antonius Robben (1996), quien realizó un estudio histórico sobre víctimas del terrorismo de Estado en Argentina. Al analizar sus resultados observa de su parte un involucramiento afectivo en demasía con la historia de sus nativos, percibe que se había dejado seducir por sus relatos y creía correr el riesgo de perder la distancia reflexiva para poder discernir qué hechos eran reales y cuáles no. Su aporte es el reconocimiento de que en el encuentro de la entrevista cada uno tiene propósitos diferentes: en su caso adquirir datos para la investigación de un fenómeno, para los otros, instalar su visión de una realidad como sujetos políticos de esta. Asimismo, recupera categorías del psicoanálisis para revisar su experiencia y propone un análisis desde la transferencia que había intentado construir, la seducción que estimularon las personas entrevistadas y la contratransferencia en la que cayó.

El segundo es la publicación Estudiar la policía: la mirada de las ciencias sociales sobre la institución policial (Sirimarco, 2010). El libro presenta las experiencias de diez investigadores/as cuyo objeto son las fuerzas de seguridad. Ofrecen una enorme riqueza para revisar estrategias de ingreso, permanencia y salida del campo. Evidencian obstáculos epistemológicos a superar, desafíos para la accesibilidad y resistencia, la construcción de la confianza y validez permanente, y la percepción de la presencia del investigador en el campo. Retomaremos algunos de sus hallazgos en el análisis. Mientras tanto, tomamos del libro el siguiente interrogante: ¿cómo repercute en quien investiga la aproximación con policías?

El tercero es el libro titulado Malestar en la etnografía, malestar en la antropología (Epele y Guber, 2019). En él, ocho investigadoras revelan malestares que han afrontado asociados a la sensibilización por trabajar con realidades sociales complejas, la implementación de determinadas perspectivas epistemológicas, el desafío de la conceptualización “leal” al campo y las disputas entre colegas, entre otras escenas. El repertorio presentado ilustra una realidad: la investigación no solo tiene desafíos metodológicos, sino interpersonales con el campo y con la comunidad científica, la investigación atraviesa a su protagonista tal vez mucho más de lo imaginado o deseado, y esto se expresa materialmente en el cuerpo como un “mal-estar a ser ignorado o tratado de modo colectivo. Igualmente, las autoras perciben un grado de “culpa” e incomodidad por sentirse de esta manera. Su pregunta desafiante también nos orientará “¿de qué nos quejamos si logramos investigar y escribir en tiempos nacionales en que la ciencia, y las ciencias sociales en particular, están siendo puestas en cuestión?” (Epele y Guber, 2019:171).

Los resultados están estructurados en dos preguntas cuyas respuestas parecían obvias antes del campo: ¿quién decide terminar la entrevista y cuándo sucede? Aspiramos, como invita Sirimarco (2010:21), “a transformar el registro ‘personal’ en dato”, y si lo logramos, contribuir al notable acervo de aprendizajes y teorizaciones a partir de la vivencia del campo. El análisis es guiado desde los aportes del interaccionismo simbólico, la teoría de género, la antropología de las emociones y el psicoanálisis.

Caso 1: ¿Quién decide terminar la entrevista?

Esteban, quien al principio parecía reacio, a medida que avanzaba la entrevista se notaba que empezaba a disfrutar la atención recibida. Pienso que la entrevista como técnica puede inscribirse en un continuum que va desde el interrogatorio, el polo de mayor dominación, hasta la entrevista espectacularizada, en la cual el otro es un protagonista célebre. En este caso, el entrevistado se sorprendía de que las preguntas se dirigieran a conocer siempre su opinión, la cual no solo era escuchada, sino también comprendida. Reviso mis aprendizajes y recuerdo que en la entrevista no es importante si estamos o no de acuerdo con el entrevistado, pero el otro sí debe creerlo. La estratagema es la siguiente: construir un ambiente de valores compartidos permite que la persona se sienta más cómoda para seguir hablando. Asentir con la cabeza, decir la respuesta esperada, sonreír, mostrarse corporalmente cómoda, mirar a la persona a los ojos y mostrar la emoción esperada (diversión, tristeza, angustia o bronca) son las maneras de estimular y seducir a la persona entrevistada, de demostrarle que es importante para uno y que, en ese momento, la única preocupación es el otro. Me sentía capaz para poder hacerlo con éxito.

La entrevista se desenvuelve bien y llega el momento de indicar el inicio del cierre, le comento que es la última pregunta, para que vayamos entrando en la atmósfera correspondiente. Él responde a esa pregunta y sigue hablando, extendiéndose sobre el tema e incluyendo otros nuevos. Espero a que termine, pero no lo hacía –¿Por qué no lo hacía? –. Hago una jugada, cierro mi cuaderno de notas y lo guardo, para que sepa que ya habíamos terminado. Él observa ese gesto, siguiendo el movimiento con la mirada, pero sigue hablando. Lo espero. Ansiosa porque termine, sigo esperando, escuchando. Pasan varios minutos. Me quedo en silencio, ya no estimulo la conversación. Esteban se da cuenta de eso y exclama “tengo muchas cosas más que puedo contar, sacá el cuadernito y anotá que hay más”.

Ahí me doy cuenta de que había pasado por inadvertido algo fundamental: el rol del registro escrito en la entrevista. Downes, Holloway y Randles (2018) explican que los objetos producen emociones porque pueden encarnar poderes, conmemorar y simbolizar vínculos efectivos. En este caso, el cuaderno expresaba la atención, la escucha y la duración de la entrevista. Él sabía que haber guardado el cuaderno significaba que la entrevista había terminado e intentaba seducirme con datos interesantes, información que a mí me pudiera parecer necesaria y rica para obligarme a volver a sacarlo y continuar el encuentro. Al darme cuenta de esto, sonrío amablemente, aunque con una cuota de complicidad y distancia, como cuando el otro se da cuenta que fue descubierto, y le respondo “no, está bien, puedo anotarlo luego porque recuerdo lo que decís”.

Ya un poco resignado, Esteban respira y dice pensativo “estuvo bueno, nunca fui al psicólogo, pero me imagino que debe ser algo así”. Esto me resuena y empiezo a dudar si mi trabajo estuvo bien o mal hecho, ¿cuál es la diferencia entre un profesional del campo de la salud mental y una investigadora social?, ¿cuál es la diferencia entre una entrevista terapéutica y una científica? Pienso en Robben (1996), quien sugiere que la antropología tiene mucho que aprender del psicoanálisis. Para él ambas profesiones inician la relación aceptando que el otro va a contar una verdad, la suya, y entendiendo que deben elaborar un espacio de confianza para que el otro sienta que su palabra es creída y valorada. Aun así, me genera dudas.

Nos encontrábamos en una oficina pequeña con un escritorio y una silla de cada lado. Podría ser una disposición igualitaria u horizontal, pero el escritorio es simbólico y marca claramente qué lado es el que manda y cuál el que obedece. Antes de iniciar la entrevista, yo había decidido sentarme en este último porque consideraba que el vínculo entre una investigadora y un entrevistado era ya una relación de poder desigual y el escritorio la acentuaba. Entonces, creí que dejándolo sentarse en el lugar de jerarquía lo haría sentir más cómodo. Tal vez fui ingenua al creer que el poder en el vínculo se concentraba en mi lado, tal vez reforcé otras relaciones de poder que no pertenecían al campo de la ética de la investigación, sino a la desigualdad de género varón-mujer y a la desigualdad policía-civil. –¿Era yo la responsable? –.

Esteban seguía sentado, moviendo despacio la silla que era giratoria mientras me miraba, un poco divertido, en silencio. –¿Percibo cinismo?; ¿lo hace apropósito? – Sea así o no, sentí cierto susto e incomodidad. La silla seguía girando. El silencio abundaba. –¿Me estaba reteniendo?; ¡Basta! – Me levanto. Él también. Pero comienza a hablar nuevamente, y yo, lo vuelvo a escuchar. Pasan los minutos. –Sí, me está reteniendo… me tengo que ir, me quiero ir– Unos minutos más y decido quebrar el encuentro “¡bueno!, gracias por todo, ¡me voy!”, sabiendo que tal vez sería cortante y que tal vez eso pudiera ser poco ético para una persona que ofreció su tiempo y experiencias para una investigación ajena. Me siento mal y bien al mismo tiempo. Ambivalencia. Me saluda vigorosamente y la huida es posible. Salgo sin mirar atrás.

Caso 2: ¿Cuándo termina la entrevista?

Sergio se mostraba muy predispuesto a hablar, sin dudas, un hombre que representaba a la institución y que cumplía un cargo de jefatura. Se mostraba seguro y feliz de contar su experiencia. A lo largo de la entrevista había mostrado ser una persona formada, inteligente, trabajadora y perspicaz. La entrevista ya había llegado a la tercera hora y no sabía muy bien cómo finalizarla, hacía tiempo que había respondido a todas mis preguntas. No se mostraba cansado ni molesto, sino todo lo contrario. Luego de varios traspiés de mi parte, la entrevista llega a su fin. Nos saludamos y salimos juntos de la oficina, pero también tomamos el mismo ascensor y salimos juntos del edificio –¿había terminado la entrevista? –. Nos saludamos, nuevamente, y al empezar a caminar me pregunta a dónde iba para poder acompañarme. –¿Qué respondía? –. Recuerdo que en el ascensor había mencionado que iba en subte, por lo que pensé que podría desembarazarme de la situación diciendo que me tomaba el colectivo, aproximadamente a diez cuadras de donde estábamos. En verdad, esta era mi segunda opción de regreso porque era más lejana y lenta que el subte. Yo quería irme sola porque en ese momento sentí una actitud de cortejo por su parte que quería evitar. Al decirle eso, él decidió cambiar su destino y feliz me dijo que me acompañaba porque él también podía volverse caminando “¡genial!, te acompaño, me gusta caminar”. Dudo, Sergio había dado una excelente entrevista, llena de información y no solo sería útil para mí una segunda entrevista, sino que podía vehiculizar otros contactos para continuar con nuevas. –¿Qué hacía?–. A pesar de sentirme arrinconada, sentía que debía preservar el vínculo. Decidí entonces que vayamos juntos en el subte, porque, si estaba obligada a irme con él, prefería un viaje más corto.

En ese momento, me reconforté pensando que podía aprovechar el tiempo a mi favor: el deseo de la investigadora de ganar información. Aunque esto no fue así, él pudo dominar la conversación. Caminamos tres cuadras y viajamos cuatro estaciones de subte charlando de la vida. Él quería saber qué hacía yo en mi tiempo libre, cómo investigaba, me hizo una devolución sobre la entrevista, le sorprendía que mis preguntas hayan sido tan abiertas y me cuestionó de cómo podía de esa manera relevar información precisa. Por mis adentros me reía y, a la vez, quería cuestionar sus comentarios. Sin embargo, nuevamente me inundaba la sensación de arrinconamiento: ¿cómo no afectar el vínculo construido?, ¿qué pasaba si necesitaba una segunda entrevista? De cierta manera, en ese momento, o en todo momento, de la entrevista me sentía una actriz y recordaba a Goffman (1994) con sus front y back regions. –¿Cuántas estaciones faltan? –Pensé que una no devela sus verdaderas intenciones y realiza una performance para mostrar empatía, para construir una transferencia que permita que el otro se abra y esté dispuesto a contarme, mostrarme, sus intimidades, miedos y padecimientos. Y para eso, debemos ocultar muchos de nuestros pensamientos. –Dos estaciones más y ya está–. Lo había logrado antes y debía continuar haciéndolo. Dudé, pensé y actué, sonriendo, asintiendo para que creyera que tenía razón. Nos acercábamos a mi estación, me muevo hacia la puerta, él viene conmigo –no me digas que se baja acá…–. Necesitaba confirmarlo: “vos te bajas en la otra, ¿no?” “Sí, sí”. Respiro. Llega mi estación, salgo, él me sigue hablando desde el interior, lo miro sorprendida, “escribime para lo que necesites, espero volver a verte”. Se cierra la puerta. Me mantengo inmovilizada unos segundos –¿qué fue eso? –. Respiro otra vez.

Aproximaciones a la comprensión del campo

Investigar a las fuerzas de seguridad demanda tensionar ciertos presupuestos adquiridos socialmente. Didier Fassin (2016) en su investigación sobre el accionar policial en los suburbios parisinos, tomando a Howard Becker, se pregunta “¿de qué lado estamos?”, a la hora de escribir su trabajo. Las fuerzas de seguridad tienen un poder del que pueden hacer uso y abuso, pero ni su estrato socioeconómico ni sus condiciones laborales las convierten en personas privilegiadas (Fassin, 2016). Es la percepción de dicha vulnerabilidad la que suele atraer a la mirada antropológica (Behar, 1996). En este sentido, es una posición incómoda cuando nos presentamos ante personas dominantes en unos aspectos y dominados en otros, y requiere de una reflexividad constante por parte de quien investiga para que no afecte el proceso.

Otros/as investigadores/as en el campo de las fuerzas de seguridad destacan la singularidad de la construcción vincular que exige entrevistar a esa población (Sirimarco, 2010). Joaquín Zajac (2021) en su estudio sobre la Gendarmería Nacional Argentina señala que cada jornada de trabajo implicó para él una reanudación de lazos de confianza, una prueba donde se puso en juego su permanencia en el campo. Diego Escolar (2017) en su investigación, también en la Gendarmería, plantea las dificultades de acceso al campo por su estereotipo de investigador de izquierda, como si en la entrevista se jugara ese rol como su master status, esto es, la característica de identificación principal de un individuo (Hughes, 1945). Sin embargo, mi formación e ideología nunca estuvo puesta en duda o no percibí que eso operara en el intercambio. En este sentido, los investigadores con los agentes varones tendrán una serie de disputas masculinizadas (Giollabhuí et al., 2016), que no tendremos las investigadoras donde, intuyo, nuestro master status es la condición femenina. Muchas son las investigadoras argentinas que han realizado importantes aportes a este campo de estudio (Calandrón, 2014; Daverio, 2017; Frederic, 2020; Galvani, 2013; Massón, 2010; Sirimarco, 2009). En sus etnografías no han hecho mención sobre situaciones de seducción o dominación, pero sí se puede percibir en entrelíneas la relación generizada en los intercambios con los nativos en el esfuerzo de los agentes en brindar gestos de “cuidado”, es decir, mostrar sus capacidades de protección y seguridad, en especial, la invitación a usar un arma por primera vez o estrategias de prevención en la calle. Por supuesto, las percepciones de las investigadoras podrían estar registradas en un diario, pero no eran los “resultados” científicamente publicables. No obstante, Mariana Sirimarco, diez años más tarde de la publicación de su tesis (2009), abre su campo sobre estos temas en dos artículos (2020; 2022). En el primero analiza qué es ser mujer y joven en una fuerza de seguridad donde predominan varones, cuáles son las interacciones generizadas y cómo suele dicha vivencia dejarse de lado en el análisis, pero en verdad opera constantemente de modo inconsciente en la capacidad de acceso y en el relevamiento de la información. Revela el acercamiento por parte de los agentes de modo galante, el coqueteo y las invitaciones a encuentros por fuera de la investigación, entre otros sucesos. Propone pensar que dichas relaciones generizadas no solo se relacionaban con la “cultura” masculina dominante, sino también con un intento de los agentes de “reducirla”, es decir, de reducir la jerarquía que ella invocaba por su “autoridad científica”, autoridad de observar, registrar y analizarlos a “ellos”, avalada encima por el director de la institución. En el segundo trabajo reflexiona sobre malestares producidos por el quiebre de la confianza que había construido con el director de la escuela de policía. Pone sobre la mesa la existencia de incomodidades que despierta el campo, que la sacudieron, muestra tensiones y enseñanzas de la construcción relacional y, en especial, descubre la necesidad por la autoridad policial de afirmarse en la relación con ella al sostener en público una superioridad jerárquica que no percibía en privado.

Siguiendo la pregunta de Durão y Ferreira (2016) en la que se plantean en una investigación frustrada con la Policía Militar de San Pablo, ¿qué es lo que el trabajo de campo puede decirnos sobre el objeto de estudio? Partamos con Rita Segato (2010) para comprender que los géneros son la emanación de posiciones en una estructura abstracta de relaciones humanas acumuladas históricamente que impone una ordenación jerárquica y contiene las bases de las relaciones de poder. Asimismo, su simbolización produce entramados de significados que dan lugar a las concepciones culturales de la masculinidad y femineidad, y normativiza para estas un conjunto de roles, recursos y prácticas finitas que delimitan los modos posibles de vivir (Butler, 1998; Lamas, 2013). Las representaciones de lo masculino y femenino en sociedades occidentales suelen estar encarnadas respectivamente en cuerpos de varones y mujeres; sin embargo, estas son posiciones relativas por las cuales las personas pueden circular en la estructura, conformando una fluidez e hibridación de los registros de género, por las cuales las personas pueden adquirir una composición mixta según sus ámbitos de experiencia (Segato, 2010).

A esta matriz sexo-genérica se debe agregar el doble proceso de indicación e interpretación que sucede en cada interacción social, donde las personas indican a los demás el modo en que deben actuar e interpretan las indicaciones ajenas para que sus actividades encajen con las de los demás (Blumer, 1982). En estas interacciones, Goffman (1994) explica que las personas se comportan como actores ante los demás, para mostrarse de la manera que esperan ser reconocidas y, de forma tal, cumplir con las expectativas de los otros. Para el autor, las personas se desempeñan en dos regiones principales, la anterior (front region) o fachada y la posterior (back region). En la primera, se lleva a cabo la interacción con los otros, donde las personas se esfuerzan por fomentar una impresión de sí (una fachada), que se construye por la elección de dotaciones personales y el ocultamiento de elementos desacreditantes acordes a la situación en la que se encuentran. En cambio, en la región posterior, se acumulan los repertorios completos de acciones y caracteres, se elabora la actuación y la fachada a presentar, y aparecen los elementos suprimidos en la región anterior.

En las interacciones del campo ambas partes construyen una fachada, sin embargo, hay una condición distinta. Quien investiga intenta construir una fachada funcional a la promoción del vínculo y el diálogo, y de cierta manera, también se propone atravesar la fachada de la persona entrevistada para profundizar en sus vivencias, creencias y representaciones, es decir, la riqueza del material cualitativo. Por ello, es que podemos asimilarlo a los conceptos psicoanalíticos que propone Lacan sobre el deseo del analista y la transferencia. El deseo del analista es la disposición de presencia, de escucha, de conocimiento, de ética, no es algo tangible, medible o visible, sino más bien una construcción simbólica que emerge en el análisis profundo de todo lo que su presencia puede producir dentro y fuera del tratamiento. Mientras que la transferencia implica al Otro, es un espacio entre el sujeto y el Otro, es la garantía del tratamiento y de la interpretación, sucede en los momentos en los que se captura al sujeto en el análisis, la captura del inconsciente en el discurso del sujeto (Bustos Arcón, 2016). La transferencia sería una fuente de comunicación inconsciente donde se reproduce en la figura del terapeuta los objetos primitivos y las relaciones de objeto interiorizadas en la psique con las pulsiones, fantasías inconscientes y angustias (Rassier Isolan, 2005).

Ahora bien, entre una entrevista terapéutica y una de investigación, debería suceder que en la primera la persona favorecida es la analizada, mientras que, en general, en la segunda quien tiene un interés mayor es la persona que entrevista. Asimismo, en un proceso terapéutico la transferencia se construye paulatinamente a lo largo de los encuentros, mientras que en la investigación se intenta construir en pocos encuentros (en general uno o dos). Esta necesidad de profundidad de lo dicho y el poco tiempo de vinculación conduce a una economía del campo exigente. Es en este contexto en que el deseo del analista, o de la investigadora, podría ser mayor. Resuena entonces la pregunta que se hace Sirimarco (2020:168) “¿qué dice de nosotros como investigadores?” Una respuesta posible es que entrevistar es un trabajo emocional, es decir, una ocupación que demanda la movilización de determinados sentimientos para que pueda realizarse correctamente (Hochschild, 1979). Denominamos así al proceso de presentación de la fachada para la construcción de transferencia como el momento de seducción de la entrevista.

Las prácticas de seducción son rituales que involucran ideales, estrategias y representaciones socioculturales, situados socioespacialmente (Nofre et al., 2017), además de un juego de doble vía. Por lo tanto, ¿qué rasgos adquiere la seducción en las entrevistas a fuerzas de seguridad cuando se es mujer? Para Monique Marks (2010) significa una ventaja por varias razones: se percibe confiable y comprensiva, promueve el cuidado del otro y el coqueteo le abre las puertas para información y contactos. Por el contrario, para Huggins y Glebbeek (2003) implica el rechazo a brindar entrevistas y la exposición a intentos de seducción erótica y abuso. Entendemos que en esos vínculos se transita una transferencia erótica, es decir, cuando el paciente siente “amor” por su terapeuta, que no es producto de sus características sino de la proyección sobre el objeto. La transferencia erótica se expresa desde las pulsiones derivadas de la libido como sentimientos de afectos y deseos eróticos, hasta la existencia de pulsiones agresivas como la envidia, los celos, la destrucción o intensos sentimientos eróticos. La posibilidad de que se desate la transferencia erótica está íntimamente relacionada con las identidades sexo-genéricas de las personas en juego, lo cual estimula y, a la vez, puede crear resistencias en los procesos de transferencia y contratransferencia (Rassier Isolan, 2005). Por ello, quien entrevista debe atender a la posibilidad de que suceda este tipo de transferencia, con las habilidades de percibirla y hacerla visible para que el otro pueda redireccionar la libido a otras versiones vinculadas con la realidad y no con la satisfacción de ese deseo.

En los casos presentados la transferencia erótica no se elaboró ni resolvió, al contrario, se intentó evidenciar momentos donde la seducción derivó en escenas de retención y control por parte del segundo. Momento que llamaremos de dominación. Segato (2010:38) señala que “si el lenguaje de la feminidad es un lenguaje performativo, dramático, el de la masculinidad es un lenguaje violento de conquista y preservación activa de un valor”. Los aportes de la autora para explicar el mandato de violación son fundamentales para comprender estos casos, entendido a este como la expresión del precepto social de que “…ese hombre debe ser capaz de demostrar su virilidad, en cuanto compuesto indiscernible de masculinidad y subjetividad, mediante la exacción de la dádiva de lo femenino”.

Las fuerzas de seguridad son instituciones que se erigen sobre un modelo masculino hegemónico, construido en oposición y exclusión a lo femenino (Daverio, 2009; Massón, 2010), cuya presencia se percibe como un elemento desestabilizador y un cuerpo-intruso (Durão, 2004). Definir una institución como masculina hace referencia a un espacio en el que se manifiestan y reproducen desigualdades de género, expresadas en las características de las prácticas organizacionales, los valores promovidos, la asignación de cargos, la distribución de tareas, la regulación de la sexualidad y los modos de relacionarse (Arteaga Botello, 2000; Daverio, 2009). Pero, sobre todo, implica una formación práctica de dominación, control y sometimiento de ciertas poblaciones, la civil, la que Sirimarco (2009) propondrá que adquiere un significante femenino y, formulo, que nos ubica como investigadoras en una vulnerabilidad antropológica (Sirimarco, 2020). La mencionada formación práctica de dominación se singulariza con la movilización de la sexualidad para construir vínculos, negociar y sostener relaciones de poder, tanto al interior de la fuerza como con el “exterior” (Calandrón, 2014; Daich y Sirimarco, 2014; Sirimarco, 2020). Al respecto, Durão y Ferreira (2016) llaman la atención sobre el acuerdo que existe en el campo científico de la conformación de una “masculinización institucionalizada” en las fuerzas de seguridad, pero la vacancia de análisis de cómo esta atraviesa los cuerpos, las mentes y las relaciones en el campo de los/as investigadores/as. Con esta clave de lectura, consideramos que el momento de dominación en las entrevistas con agentes de seguridad se transforma en un acto semiótico público, como la expresión de una estructura jerárquica sin sujeto, como un acto violento que atraviesa a un sujeto y emerge en la vida social como la revelación de una latencia (Segato, 2010). Es así, que cuando esto se hace presente, siempre y cuando este acto sea así vivenciado e interpretado por la investigadora, es que se le impone un dilema ético: ¿cómo limitar esa actitud como mujer sin afectar el momento de vinculación construido como investigadora?; ¿qué priorizar? Claro que este dilema no es original, Huggins y Glebbeek (2003:377) lo llaman “danzando con el enemigo”.

De todos modos, es necesario sincerarse sobre un asunto. No es solamente el problema ético el que se presenta, también es el “beneficio” para la investigación. Múltiples autores/as coinciden en que el acceso a entrevistar agentes de seguridad es arduo y desafiante, ya sea porque es una institución verticalista, porque mantienen una opacidad y clausura o porque no quieren develar el interior del quehacer policial, entre otras posibilidades (Durão y Ferreira, 2016, Fassin, 2016; Galvani, 2016; Sirimarco, 2010). Aquí, se había logrado un acceso y se necesitaba permanecer en el campo, no podía ser abandonado. Steve Herbert (2010:182) señala que “los etnógrafos siempre hacen bien en analizar cuidadosamente las reacciones de sus sujetos a su presencia y en actuar con paciencia y empatía en el campo”, pero ¿esa máxima aplica a toda persona, tiempo y lugar? En los casos se priorizó la condición de investigadora, sin embargo, sin estar conforme con la actuación. En esas escenas, la percepción personal fue de una administración del sometimiento. Sensación peculiar para el acto investigativo en que se aprende éticamente que la entrevista supone una relación de poder desigual cuyo péndulo se mueve hacia quien investiga y el cual es necesario hacer consciente para poder construir vínculos horizontales y co-constructivos. Tomamos entonces la categoría de Sirimarco (2022) de un malestar, algo subjetivo que inquieta, algo que le sacude al cuerpo, algo que alarma.

Volvamos a la administración del sometimiento, sucede durante el tercer momento que proponemos: la búsqueda de la huida. Inicia al percibir la incomodad, malestar, sospecha u otro sentir que actúe como una alarma más corporal que mental. El cuerpo percibe algo que la mente aún no pudo intelegir, que justifica, niega o minimiza. Monique Scheer (2012), desde la antropología del cuerpo, diría que no hay una escisión entre cuerpo y mente, ni entre un “adentro” donde se generan las emociones y un “afuera” en donde se expresan. No obstante, en ese momento sí pareciera que se comportan separadamente. Ampliemos la idea. Scheer recupera la teoría práctica de Pierre Bourdieu para entender a las emociones como movimientos habituales ejecutados automáticamente por el cuerpo, los cuales implican un aprendizaje, socioculturalmente situado, sobre qué procesos de pensamiento, sentimiento y percepción atender y cómo interpretarlos y manifestarlos. Los movimientos, gestos, expresiones faciales y tonos de voz consolidan un repertorio de posibilidades de acción, de qué se puede hacer con los sentimientos. Repasemos: “movimientos automáticos aprendidos socioculturalmente”, acaso ¿qué han aprendido generaciones de mujeres en una sociedad patriarcal sino es el sometimiento y la desigualdad?; ¿acaso no es la escisión entre lo que se siente y lo que se puede decir o hacer necesaria para la reproducción social? Si es así… la reacción en los casos fue la “correcta”.

Sigamos con el proceso, el cuerpo siente, la mente tarda, aunque comienza a despertar… ¿por qué siente lo que se siente?, ¿es una exageración?, ¿qué se hace con esto? Se despliega un mapa de posibilidades ¿qué camino elegir?, ¿a dónde lleva? Nos encontramos, siguiendo a William Reddy (2001), en una navegación emocional. Esta categoría tiene el propósito de dar cuenta de la elección posible de diversos cursos de acción y las correcciones y movimientos continuos desencadenados para sostenerlo, es decir, para intentar gestionar a las emociones por medio de la evocación de sentimientos donde no los hay, la inteligibilidad de sentires, el cambio o la eliminación de emociones existentes. La navegación incluye también los modos de resistencia a los padecimientos, entendidos como las experiencias utilizadas para rechazar y controlar situaciones específicas que producen malestar emocional y alcanzar un refugio.

El problema es que, en los casos analizados, el refugio estaba en otro lugar. Nos damos cuenta de ello y comenzamos a navegar hacia la salida. Como nunca, se torna consciente el trabajo emocional (Hochschild, 1979), porque antes se realizaba con cierta seguridad y ahora el miedo comienza a aflorar. Miedo personal, miedo profesional y miedo a estar equivocada. Artilugios aprendidos o innovados se invocan, avances y retrocesos pueden aparecer, reacciones del otro se deben contener, la puerta se acerca y la escapatoria se da. Una se va del campo, pero el campo queda en una.

¿De qué nos quejamos entonces en este texto? Para Ruth Behar (1996) la antropología se trata de embarcarse en un viaje a través de un largo túnel, cuyo recorrido nunca es simple y, si se tiene suerte, se vislumbra un faro y se agradece por ello. Para ella, la antropología requiere de un observador vulnerable. Por eso, implica poner distancia a lo vivido, volver a ello, repensarse y preguntarse, como Monique Marks, “como investigadora, no estaba segura de dónde estaban los límites del compromiso, dadas las posibles consecuencias de colocarme a mí misma en un ambiente tan peligroso” (Marks, 2010:222). Tal vez la “queja”, expresión de pena o sentimiento, yace en comprender que lo que vuelve tan atractiva a la antropología también es el viaje que demanda: ambiguo, con límites difusos, desafíos éticos y vulnerabilidades diversas.

Consideraciones finales

El trabajo atiende a un área imprescindible de la entrevista: los desafíos en la construcción del vínculo, especialmente, en la relación masculinidad-feminidad, civilidad-policial. Realizar entrevistas exitosas requiere algún tipo de transferencia, sobre todo cuando el objeto se dirige a un tema sensible como los padecimientos. Para lograrlo se despliega un repertorio de estrategias con el fin de que el otro se sienta en un espacio de comodidad, pero también puede ser que sea mal interpretado como un vínculo terapéutico o libidinal. Encontramos que la interseccionalidad condensada entre género, generación y profesión conforma los modos de intelegir y actuar en correspondencia.

En este contexto, propusimos un esquema de tres momentos de la entrevista (seducción, dominación y huida) para desmenuzar una configuración especial del campo. El momento de seducción por parte de la investigadora se caracteriza por la construcción de una fachada, su sostenimiento por medio del trabajo emocional y la búsqueda de transferencia. Si fue exitoso, se sigue al momento de dominación por parte del entrevistado a través de estrategias de retención e intención de construir un vínculo por fuera de la relación “científica”. Acentuamos la posibilidad de que la dominación se dé en las fuerzas de seguridad porque es la formación práctica que tienen los agentes en el dominio corporal del otro, en especial si es femenino, lo que se pone en juego en el momento de la entrevista. Si la investigadora lo percibe de ese modo, aparecerá un tercer momento, la huida, la cual está atravesada por dilemas éticos y requiere de una navegación emocional constante para llegar a la salida.

Es importante observar que estos tres momentos son contingentes, no suceden en todas las entrevistas, no suceden en todas las personas. En algunas, solo sucederá un momento, en otras todos o tal vez ninguno. Esto dependerá, como siempre, de la relación construida en el campo con cada una de las personas, en determinado momento, en determinado lugar. Sin embargo, nos parece importante destacar que la investigación con entrevistas es un trabajo emocional, cuyos riesgos se suelen soslayar. Volverlo visible, ello, nos parece relevante para emprenderse en la investigación en ciencias sociales en general y en el campo de la salud colectiva en particular.

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Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    18 Oct 2024
  • Fecha del número
    Set 2024

Histórico

  • Recibido
    21 Abr 2023
  • Acepto
    29 Mayo 2024
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